Elsa tiene 60 años y recién en 2022 tomó coraje para hacer la denuncia; sus padres fallecieron y su hija hoy debería tener 49 años; relata que cuando sufrió los abusos no sabía leer ni escribir porque había sido obligada a dejar la escuela para trabajar en la cosecha de uvas y aceitunas
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A sus 60 años Elsa Irazoque podría ser la mujer más feliz del mundo. Vive en la localidad mendocina de Coquimbito junto a su segundo esposo, Miguel, quien la acompaña junto a su hija y sus sobrinos nietos. Pero en la mesa de Elsa hay una silla vacía reservada para su hija. Una hija que nació producto de una violación a manos de su padre cuando ella tenía 10 años y a quien nunca pudo sostener en brazos porque le fue arrebatada después de parir y mientras estaba inconsciente.
Era la década del 70 y Elsa no iba al colegio. Su familia estaba formada por un padre albañil, una madre ama de casa y nueve hermanos. Sus padres la habían obligado a abandonar en segundo grado para que trabajara en la cosecha de aceitunas y uvas. Un día se quedó sola en su casa y su papá la llevó a su habitación. “Vi que llevaba un cuchillo en la mano. Me lo puso en el brazo y me violó”, cuenta.
El abuso terminó cuando su madre llegó a la casa y vio la escena: el adulto levantándose los pantalones mientras la niña lloraba en el piso, sangrando y gritando que la había lastimado de una manera que no terminaba de entender. “Lo agarró y se lo llevó a la cocina. Discutieron hasta que ella volvió con un cinturón y me dio una paliza mientras me gritaba que era mi culpa”, agrega.
Pasaron muchos años hasta que Elsa, ya de adulta, pudo arrancarse esa culpa de la piel. Todavía recuerda la sesión de terapia en la que lloró, gritó y finalmente pudo poner en palabras lo que su padre le había hecho sin sentir vergüenza: “Me vi en el espejo que cada uno tiene dentro y me dije: ‘Esta sos vos. Te tenés que querer como sos y no hay nada de culpa’”.
Hoy Elsa encabeza una búsqueda desesperada de esa niña, que ahora debería tener 49 años. Hizo una denuncia judicial, recurrió a grupos de personas que buscan a familiares y visibiliza su historia en las redes sociales: “Uno no tiene la vida comprada y si se entera de que la busqué, quiero que sepa que lo hice con amor”.
“Tengo una muñeca en mi panza”
Cuando aparecieron las náuseas y el médico confirmó que estaba embarazada, su madre decidió encerrarla en una habitación sin ventanas con un pequeño tragaluz en el techo que le daba algo de claridad durante el día, pero que la dejaba en completa oscuridad por la noche. Hacía sus necesidades en un balde y solo comía cuando se acordaban de alimentarla, exceptuando el té de perejil que le daban a diario. De adulta entendió para qué servía. “Desde entonces no puedo ni ver ni oler el perejil. Me da asco”, comenta. Durante nueve meses, Elsa vio cómo su panza crecía y algo se movía dentro suyo. Ella creía que era una muñeca. La única vez que salió de esa habitación fue cuando tuvieron que llevarla al hospital para dar a luz.
“No te molestes en preguntar nada. Callate y deja de llorar”, le dijo su mamá después de darle una cachetada. Estaban en el hospital Emilio Civit, de Mendoza, y el médico acababa de darle la noticia de que su beba había nacido muerta, sin ninguna explicación de qué había pasado.
Elsa recuerda que los próximos días los pasó sola en el hospital, con un fuerte dolor en el cuerpo. Años más tarde, tras varios intentos fallidos de quedar embarazada con su primer marido, se enteró de que durante el parto le habían dañado la matriz. En su útero le encontraron miomas y un tumor, por lo que debieron extirparlo y no pudo volver a concebir.
“Tu hija está viva”
Por alguna razón, la versión de que su hija había muerto no la convencía y recién 11 años después la verdad llegó en la forma de una llamada telefónica de una de sus hermanas. “Tu hija está viva y la vendieron con la mami. No te puedo decir más nada porque se van a enojar”, le dijo antes de colgar y nunca más volvieron a hablar. “Ese día salté y lloré un montón de alegría. Lloré porque ahora sabía que estaba viva”, recuerda Elsa.
Esa llamada fue el puntapié de un proceso irrefrenable: la búsqueda de su hija. Comenzó por preguntarle a su familia qué habían hecho con la beba, pero el silencio resultó ser muy difícil de quebrar, sumado a que sus dos padres ya habían fallecido. Se encontró con distintas versiones: que ella misma la había vendido porque no la aguantaba en brazos; que unas mujeres de traje le hicieron firmar papeles (a los 11 años no sabía leer ni escribir); e incluso que había tenido un varón y no una nena. “Me decían que estaba loca porque yo había tenido un varón y andaba diciendo que era una nena”, comenta.
Frente a los callejones sin salida, en 2022 Elsa finalmente sintió que estaba preparada para ir a la Justicia y denunció la apropiación de su hija en la Fiscalía de Instrucción N°14 de Mendoza, especializada en delitos contra la integridad sexual.
Esto no solo le abrió las puertas a que su familia sea citada a declarar, sino también a que deje su ADN para posibles hallazgos. Sin embargo, según cuenta, nada de eso ocurrió hasta el momento: desde la fiscalía le dijeron que había casos similares por delante del suyo para ser resueltos y cuando consultó cuántos hallazgos habían hecho la respuesta fue cero.
El ADN de Elsa también está en la Facultad de Medicina de Mendoza, en Genética Forense y en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Este último, a partir de la promulgación de la ley 26.548, está reservado a la búsqueda de personas apropiadas durante la última dictadura. “Si están en el período del ‘76 al ‘83 igual te toman la muestra. Si te da negativo, como me pasó a mí, te llaman si hay una novedad porque el banco no está completo, pero igual quedás en la nada”, cuenta Sol García Rossi, una periodista que busca su identidad, conduce el programa “Tu historia, mi historia, te busco” y lleva una página de Facebook con el mismo nombre.
En este sentido, García Rossi propone la creación de un registro único de “buscadores” llevado adelante por ellos mismos y que trabaje en conjunto con distintas áreas del Estado para el asesoramiento y la contención en las búsquedas porque actualmente no existen herramientas que lo hagan correctamente. “No hay un lugar con información precisa y entonces eso lo terminamos haciendo los buscadores en redes sociales”, agrega.
Poner en palabras lo vivido
Al encierro durante el embarazo, le siguieron los esfuerzos de la familia por tapar lo que le habían hecho. “Andá a sacarte esa leche”, recuerda Elsa que le decía su mamá. Ella, con 11 años, ponía su teta sobre una taza y apretaba hasta sacar la última gota para después tirarla en el patio bajo el sol. También vigilaban sus salidas para que no hablara y hasta hicieron un debate familiar para aprobar a su novio, con quien se casó a los 18 años y debió hacerlo “de blanco” para mantener las apariencias.
Todo esto ocurrió porque, según Sonia Almada, licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y fundadora de Aralma, una asociación civil que lucha contra la violencia hacia las infancias, la violencia sexual siempre viene acompañada de otros tipos de violencias, como la física, verbal o psicológica.
A pesar de los intentos de mantener el secreto, las señales de la violación estaban en todas partes: cuando comenzó a aislarse y dejó de jugar con su sobrina de su misma edad; cuando evitaba bailar pegada a su novio porque la incomodaba la cercanía; o cuando temía que la agarren fuerte del brazo porque recordaba el cuchillo que su padre le había puesto ahí. Según explica Almada, esto se llama “develación”, que consiste en contar el hecho a través de diferentes formas: mediante las propias palabras o con señales o síntomas.
Desde Aralma estiman que quienes sufren abusos en la infancia tardan unos 20 años para poder contar lo que les sucedió. En nuestro país las infancias violentadas no tienen muchos espacios donde puedan poner en palabras lo que viven y tampoco reciben una contención apropiada. Según el índice Out of the shadows de la World Childhood Foundation que analiza cómo 60 países del mundo responden a la amenaza de violencia y explotación sexual contra las infancias, Argentina forma parte de los 10 países que peor lo hacen, ocupando el puesto 50. Para Almada esto se debe a que, si bien tenemos buenas leyes en esta materia, “no hay planes integrales para dar respuesta a las víctimas y a las familias”, quienes se encuentran con dificultades para acceder a la justicia y al sistema de salud para su recuperación.
Argentina cuenta con la Ley de Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes, sancionada en 2005, que busca garantizar el ejercicio y disfrute pleno de sus derechos; y también con la Secretaría de la Niñez, ocupada de diseñar políticas enfocadas en infancias. Para la especialista, la última es un ente puramente burocrático que se ocupa de asuntos administrativos, mientras que la ley mencionada no está acompañada por una campaña de concientización colectiva. A esto se le suma las falencias en la aplicación de la Educación Sexual Integral -en 2021, aplicada correctamente solo en un 20% de las escuelas-, la cual podría ayudar a las infancias a develar este tipo de situaciones. Por estas razones es que Almada impulsa la “Red Federal para las infancias y juventudes” que busca cambios legislativos para lograr una infancia sin violencia.
El caso de Elsa aparece en medio de un fallo reciente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que estableció que el Estado argentino es responsable de la vulneración de los derechos de una niña que fue abusada a los 12 años, tuvo un niño y fue obligada a darlo en adopción.
“Trato de hacer todo lo que está a mi alcance”
El 13 de octubre de 2023, a tan solo dos días del Día de la Madre, Elsa publicó en Facebook una carta para su hija. “Trato de hacer todo lo que está a mi alcance, pero siento que todavía me falta más”, escribió mientras le pedía a su hija que no deje de buscarla.
Cuando agotó todos los recursos estatales y legales disponibles, Elsa se volcó a las redes sociales para potenciar su búsqueda. Primero se unió al grupo de Facebook “Colectivo Mendoza por la Verdad”, el cual fue la puerta a otras comunidades. A través de las publicaciones conoció a Sol García Rossi y a Gisela Di Vincenzo, una abogada que realizó un amparo contra el Estado por más políticas públicas y mayor acceso al Banco de Datos Genéticos.
En Argentina se estima que existen al menos 10 mil personas que fueron víctimas de apropiación, independientemente de las vinculadas con la última dictadura. Eso se traduce en la cantidad de grupos existentes en plataformas como Facebook o WhatsApp. “Hay en muchos países. Alguien publica una búsqueda y toda la gente está comprometida a ayudarlo, se arma una red y es como una cadena de favores”, explica García Rossi.
Estas comunidades no solo tienen la gran capacidad de difundir búsquedas sino que también son un espacio de contención, sobre todo en momentos difíciles. “El querer encontrar lo que vos buscás te angustia mucho. Lo hablás en el grupo y te levantan el ánimo. A veces son madres conteniendo a hijos o hijos conteniendo a madres. Lo que no tenemos en otro lado, lo tenemos acá”, relata Elsa.
Son innumerables la cantidad de veces que se cayó en el camino. El miedo de que la vida es corta y la búsqueda muy larga acecha de vez en cuando. Sin embargo, Elsa no pierde la esperanza de que pronto va a poder darle a su hija el amor más puro que tiene: “No puedo dejar de buscarla porque es mi hija. Es del pasado, del presente y, si Dios quiere, va a ser del futuro también”.
Más Información
- Si tenés información, podes contactarte con Elsa por su perfil de Facebook o a través de irazoque.elsa@gmail.com
- Red por la Infancia: trabaja en la promoción y protección de los derechos de las niñas, niños, adolescentes y mujeres contra las violencias. En su web se pueden encontrar guías y recursos para víctimas. Consultas: info@redporlainfancia.org
- Hablemos de abuso sexual: en esta guía de Fundación La Nación podés encontrár más información sobre dónde pedir ayuda y señales de alerta.
Dónde pedir ayuda
- LÍNEA 137. Ofrece asistencia y acompañamiento para víctimas de violencia familiar y sexual, las 24 horas de los 365 días del año. También podés enviar un WhatsApp al 11-3133-1000 desde cualquier lugar del país.