Dejar de naturalizar la violencia contra los chicos
La reciente difusión de un video en el que una madre de Bahía Blanca ejerce la violencia contra su hija de tres años por una tablet, reflota en la agenda pública una situación alarmante: en Argentina, más de 5 millones de niños, niñas y adolescentes sufren violencia en sus hogares todos los días.
Está probado que crecer en un entorno violento genera consecuencias en el presente y futuro de cada niño, por eso la inquietante pregunta a la sociedad y sobre todo al Estado, no se hace esperar: ¿qué hacemos por la protección de cada niño y adolescente de nuestro país?
Con la sanción del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación, toda forma de maltrato y violencia hacia los niños ya no se corresponde a una atribución propia del adulto cuidador sino que constituye un delito. Esto que es un gran primer paso no configura por sí solo una garantía del cambio cultural necesario para terminar con el ciclo de violencia que afecta a los niños.
Nuestra experiencia de trabajo nos demuestra que, en nuestro país, la violencia es la principal causa de vulneración de derechos por la que miles de niños pierden el cuidado de sus familiares.
Existen múltiples formas de ejercerla y cada una de ellas deja marcas negativas sobre las víctimas. Ningún tipo es justificable ni debe tolerarse. No existen formas más leves o menos graves. Un grito, un insulto, un cachetazo, un empujón, un zamarreo, una burla o un tirón de pelo, sólo por mencionar algunas, constituyen formas de maltrato. Pero también lo son otras más sutiles como la negligencia en el cuidado, la descalificación y el maltrato psicológico.
En la infancia, cuando la función protectora del adulto se altera y quienes deben proteger, contener y acompañar el desarrollo son quienes ejercen violencia, los chicos quedan expuestos a una gran fragilidad y vulnerabilidad emocional.
La violencia pasa a naturalizarse y a formar parte de lo habitual. Así, se instala como el modo correcto de vincularse, de establecer relaciones. Por la privacidad del ámbito familiar en que se realizan, esas prácticas adquieren una connotación diferente y el ciclo es más difícil de romper: la violencia es una práctica aprendida y transmitida de generación en generación. El ciclo se reproduce, en un proceso que no sólo es devastador para el niño sino que lo es también para nuestro futuro como sociedad.
Cada chico tiene derecho a una vida segura, en la que pueda desarrollarse plenamente. La condición para lograrlo es crecer en un entorno protector, donde la afectividad y el buen trato promuevan ese crecimiento.
Eliminar el castigo físico, implica modificar los métodos de crianza, apelar al uso de la palabra, marcando aquello que los niños pueden y no pueden hacer y resaltando que tienen capacidad de comprensión, según su desarrollo madurativo. Hay alternativas.
Para esto lo primero es el autocuidado, en la medida en que los adultos que tengan una salud emocional positiva, pueden criar con consciencia. Pero además hay que entender que es posible y necesario hacerlo sin ninguna forma de violencia y eso incluye un proceso de crecimiento personal y de cuestionamiento de nuestra propia historia de vida. Esto es clave para generar el encuadre de seguridad, alegría, comprensión y protección necesario para el desarrollo integral de niños.
Es necesario un cambio a nivel personal por parte de los adultos, pero también se requiere un cambio cultural y para ello el impulso y la presencia del Estado es fundamental. Se necesitan políticas públicas capaces de acompañar a las familias, de todos los estratos sociales, para fortalecer sus habilidades de dialogo y protección, porque cuando se observan indicadores de violencia física, existen altas probabilidades de que ese niño sea frecuentemente víctima de malos tratos, descalificaciones, agravios, entre otros.
Es necesario apoyar a las familias para que las relaciones que se construyan sean de una autoridad capaz de poner límites que cuiden y resguarden desde la afectividad, con la protección como elemento central. Urge trabajar desde la concientización y la prevención brindando herramientas de crianza que posibiliten desnaturalizar esas prácticas, hacerlas visible y denunciar los hechos. Todos podemos hacer algo para detener el ciclo de la violencia contra los niños.
La autora es Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina