En Trenque Lauquen todos lo conocen. "Es más famoso que el intendente", bromean sus amigos. Badel Das (33) nació en la India y desde hace 13 años vive con Toto, su padre adoptivo, en esa ciudad del sudoeste de la provincia de Buenas Aires, donde se ganó un lugar muy especial.
El oriundo de Calcuta sufrió un accidente a los 10 años, cuando lo golpeó una pelota de criquet. La pobreza y la marginalidad, lo condenaron a quedar cuadripléjico. Aunque su cuerpo es chiquito, lo que más llama la atención es su enorme sonrisa que, blanca y luminosa, irradia felicidad. Hoy, usa su boca para manejar su silla de ruedas y su pincel: en la pintura, encontró una motivación para seguir adelante.
Su vida no fue fácil. Junto a su madre y sus dos hermanos, Badel pasaba sus días en un rancho de barro sumamente precario, sin servicios y sin acceso a ningún tipo de atención médica o tratamiento, hasta que las Hermanas Misioneras de la Caridad (la congregación fundada por la Madre Teresa de Calcuta para ayudar a los más pobres) lo llevaron a Prem Dan, uno de sus centros de acogida.
Cuando dos años más tarde de haber llegado al hogar, un grupo de voluntarios argentinos lo conoció, rápidamente empezaron a pensar en cómo ayudarlo. "Cuando lo vi me fulminó su mirada y sonrisa: me atravesó cuerpo y alma’’, cuenta Toto (50), su papá. "Empezamos a buscar médicos, kinesiólogos y tratamientos. Tuvimos dos años de idas y vueltas, hasta que en 2005 intentamos operarlo en una clínica en Calcuta. Al quinto día de internación, el cirujano decidió cancelar la operación porque era inviable y se me vino el mundo abajo’’, agrega.
La madre biológica de Badel le dio a Toto la idea de intentarlo en la Argentina y, entonces, decidieron traerlo a Buenos Aires por dos meses. Después de todos los estudios médicos, el resultado era el mismo: "Nos dijeron que la operación no iba a revertir su discapacidad. Lo llevamos de vuelta a la India y como no estaba bien ahí me dijo que quería volver a Buenos Aires. Yo le respondí: ‘Si volvés es para quedarte’", relata Toto, quien tomó la decisión de adoptarlo.
"El proceso fue lento: con ayuda de una amiga misionera, le escribí una carta a las monjas y esperé su respuesta durante seis meses. Todos pensaban que las hermanas no iban a permitirlo", cuenta Toto, y agrega: "Cuando finalmente aceptaron, ¡no lo podíamos creer! Después un amigo me ayudó con los trámites del pasaporte. Badel no tenía ni partida de nacimiento: de hecho, su edad es aproximada".
Toto, que es soltero, no pensaba tanto en el futuro ni en cómo se las iba a arreglar para cuidar a Badel, sino en poder mejorar su calidad de vida. "Al principio, cuando llegó, era mi ocupación total. Luego, empecé a buscar ayuda y hoy cuento con Flora, una señora de 85 años, que es como su madre. Es casi una Madre Teresa", confiesa.
Cambio de vida
En la actualidad, Badel es un argentino más: no solo aprendió a hablar español, sino que está totalmente adaptado. Si bien su discapacidad es irreversible, en Trenque Lauquen pasó a tener una nueva vida, rodeada de afecto y contención.
En esos pagos, además, descubrió su amor por el arte. Badel –que habla con mucha dificultad– recuerda: "Jime, la terapista ocupacional que me cuidaba cuando llegué, me enseñó a pintar con la boca. Empecé dibujando en blanco y negro con un lápiz y después pasé a hacer cuadros con pincel y a usar muchos colores. Me encanta pintar pájaros, flores y playas".
Si bien pintar le requiere de mucho esfuerzo y hasta dolor, porque usa los músculos del cuello, es su gran pasión: sus pinturas rebalsan de color. Cada dos años, en Pilar, expone sus producciones y llegó a vender más de 20 cuadros. Lo recaudado lo destinó a viajar de visita a la India, a ayudar a su madre biológica y a comprarse la silla de ruedas eléctrica. En ella se mueve por Trenque Lauque: disfruta de pasear por sus calles, visitar a sus amigos, y los fines de semana no pierde la oportunidad de ir a bailar cuando lo invitan.
Jorge, uno de sus amigos, reflexiona acerca de los primeros días en que conoció a Badel: "Yo notaba que cuando uno lo miraba, él sonreía como agradecido de que lo mires y le prestes atención. Después me tocó conocerlo más, escuchar lo que le iba pasando, ver sus problemas cotidianos que son muy distintos a los que puede tener cualquiera. Y eso hace que uno empiece a ver los propios con otra perspectiva".
Al hablar de Badel todos se emocionan: desde su silla de ruedas y con movimientos muy acotados, el joven deja huella. Mercedes, otra de sus amigas, lo describe: "Tiene una sensibilidad tan grande que en seguida se da cuenta cuando estás mal y te pregunta. Es de pocas palabras, porque él escucha todo. Es pura generosidad y bondad y siempre está alegre. Todo el mundo lo quiere".
Badel admite que, cuando está triste, prefiere quedarse callado y en soledad. "Después se me pasa –dice con el optimismo que lo caracteriza–No puedo cambiar nada de mi discapacidad: la acepto así y no es algo que me enoja. Pongo el foco en todo lo que sí puedo hacer y me apasiona, como pintar".