Cuando tenía cinco años, Rosa Zucchi fue entregada a una familia que ejerció todo tipo de violencia sobre ella; su vida cambió cuando fue adoptada por una pareja; fundó un hogar que ya lleva rescatadas a más de 70 mujeres víctimas de violencia de género
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Llegan quebradas. A veces más, otras menos. Rotas, como llegó aquel día María de los Ángeles con sus tres hijos. Al más pequeño lo tenía a upa, un gesto habitual para cualquier madre. Pero en María de los Ángeles era algo excepcional. No lo dejaban alzarlo, le tenían prohibido sacarlo del corralito. Aunque se quedara sin aire de tanto llorar. Nunca.
El más grande de sus hijos, a quien quisiera escucharlo, contaba que a su mamá la habían ahorcado “así, así”, decía el chico, mientras hacía el gesto con sus pequeñas manos y ponía cara de furia. No hizo falta que María de los Ángeles agregara mucho más aquella mañana, cuando el Hogar Nuestra Señora de la Sonrisa, en Ituzaingó, le abrió las puertas para que pudiese refugiarse ahí.
“Antes era una chica que no tenía autoridad. No era mamá. Es triste recordarlo”, dice ahora María de los Ángeles, y trata de no llorar aunque no lo consigue: “Pero hoy soy una chica fuerte, tengo trabajo. Ella me enseñó un oficio, me enseñó a estudiar, me enseñó todo. Volví a nacer”. Ella es Rosa María Zucchi del Prado, la fundadora del hogar, un espacio que acoge a mujeres en situación de violencia de género y por el que desde su fundación, en 2013, ya pasaron unas 70 madres con sus hijos, cerca de 150 niños y niñas.
Rosa tiene 56 años, es docente, tiene pelo castaño y sonrisa inquieta. Desde hace 10 años, junto con su esposo, decidieron abrir este refugio, un lugar donde las mujeres y sus familias puedan vivir seguras hasta que logren rearmarse. Es un espacio donde se trabaja en la recuperación de la autoestima, la autonomía y la crianza. “También de la sonrisa”, dice Rosa, porque a todas estas mujeres les cuesta mucho tiempo darse cuenta de que hay otra forma de vivir, sin agresiones, sin maltrato permanente.
Aunque el hogar es de estadía permanente, Rosa insiste en que el objetivo es preparar a las madres para conseguir un trabajo, terminar los estudios y salir adelante. Cuando eso sucede, Rosa habla con orgullo de sus egresadas, que son un ejemplo concreto, y posible, para el resto de las mujeres que todavía viven en el hogar.
“Las mujeres llegan devastadas. Terriblemente dañadas y con el vínculo roto con sus hijos. Cuando arrancamos, las madres ingresaban por gente que me llamaba y me recomendaba. Después de algunos años empezamos a articular con las diferentes instituciones de género de los municipios cercanos”, cuenta Rosa y sigue: “Es todo a pulmón y sólo recibimos ayuda de algunos colaboradores. La casa está en medio de un barrio y hay vecinos que ni siquiera saben que acá funciona este hogar. Recién salimos un poco del anonimato por Abanderados y eso nos ayudó un poco más a difundir nuestro trabajo”.
El proyecto de Rosa es uno de los ocho seleccionados de Abanderados, un premio anual que reconoce a aquellos argentinos que se destacan por su dedicación a los demás y que inspiran a otros a través del ejemplo. Rosa cuenta que el próximo 31 de octubre se conocerá al ganador, que se define por los votos de la gente y que implica un premio de 2.500.0000 de pesos, y que si llegara a ganar dedicaría todo ese dinero para hacer obras en el hogar y en otro proyecto que tiene en Merlo, donde hace un tiempo compraron unos lotes para construir dos casas, en las que hoy viven algunas de las egresadas de Nuestra Señora de la Sonrisa.
“Apenas llegan, se enferman”
En todos estos años de acompañar y trabajar junto con mujeres en situación de violencia, Rosa lleva hecho un trabajo de investigación empírica, una evidencia valiosa que recoge de mano propia a través de la observación y la experiencia.
“Es curioso, pero el mismo comportamiento se repite en cada uno de los casos. A los dos meses de llegar al hogar, las madres se enferman. Gripe, angina, dolores de espalda, vómitos, dolor de cabeza”, enumera y continúa: “Me preguntaba por qué les pasaba esto, las observaba, anotaba todo y me puse a investigar. Lo que sucede es que les baja el nivel de esa adrenalina constante con la que estaban viviendo, baja la vara del estrés a las que estaban sometidas y las tenía en estado de alerta día y noche”. Porque para la violencia, explica Rosa, no hay horarios ni días.
“Puede ser que de repente les revoleen un termo con agua hirviendo en la cara y las quemen, sin posibilidad de ir a ninguna guardia por supuesto. Que las zamarreen y les griten en cualquier momento, que las abusen en medio de la noche o que se tengan que poner delante de sus hijos para recibir los golpes antes de que el agresor les ponga la mano encima a ellos -enumera Rosa-. O soportar que sus propios hijos le griten y le escupan en la cara, porque eso es lo que hacen todos con su madre, es lo que están acostumbrados a ver, eso es lo que aprenden y así se reacciona ante el enojo o la frustración. Por eso, la recomposición del vínculo con sus niños y niñas es muy difícil. Tienen que aprender a cuidar y poner límites. Tienen que sostener y dirigir la familia, tienen que respetar y exigir respeto. Algo desconocido para ellas”.
Otro denominador que comparten las mujeres que llegan al hogar es el abuso. “Fueron niñas abusadas o lo sufrieron en su juventud. Mujeres que soportan años y años de maltrato psicológico y golpes, y que muchas veces quedan embarazadas producto de esos abusos. Mujeres con fuerte ausencia materna, algunas porque murieron, otras porque las abandonaron o porque son negadoras de situaciones”, repasa.
Rosa y su historia de “abusos y golpizas”
Todo esto que Rosa explica con tanta claridad, también fue un desafío para ella. El maltrato, la violencia, el abandono y la explotación fueron parte de su infancia, desde que a los 5 años fue separada de su mamá, en la provincia de Santa Fe.
“Éramos muy pobres, y como ocurre en muchas familias que viven en condiciones de vulnerabilidad, a mi mamá la convencieron para que me entregara a alguien conocido, que si eso sucedía yo iba a estar mucho mejor”, cuenta Rosa y dice que pudo reconstruir de grande toda su historia gracias al reencuentro en la adultez con sus hermanos: “Jamás me enojé con mi mamá y siempre quería volver con ella, porque a la familia que me entregaron me maltrató muchísimo. Sufrí abusos, golpes, golpizas. No podía ir a la escuela, a veces por los golpes y otras porque me hacían trabajar limpiando las piezas del piso de un hotel que estas personas habían comprado en Buenos Aires, donde nos mudamos cuando me llevaron de Santa Fe”.
De esa propiedad, que funcionaba como un pensionado sobre la Avenida de Mayo al 800, Rosa se escapó decenas de veces desde que tenía 7 años. “Empecé primer grado en Buenos Aires, pero iba poco a la escuela. Me escapaba cada vez que podía, pero la gente me encontraba dando vueltas en la calle y me llevaban otra vez con ellos”, dice todavía con resignación.
Una tarde se fugó, como era costumbre, y recuerda que terminó en una zona cerca del puerto. Un auto la atropelló y la asistió un policía, del que aún recuerda su aspecto y su tono de voz. ‘A estas negritas de mierda hay que cagarlas a palo para que aprendan’. Eso dijo el agente de seguridad mientras la levantaba del brazo. Rosa no había sido herida de gravedad, pero tenía un corte en la cabeza, sangraba y lloraba. Y mientras revive el recuerdo ahora, con 56 años y cuatro hijas -dos biológicas y dos del corazón- no puede evitar las lágrimas.
A los 11 años, después de escaparse como tantas otras veces, “se avivó” y al policía que la asistió le dijo que no sabía dónde vivía. Fue en la estación de Once, pero esta vez no recibió insultos ni maltratos.
“El policía me dijo que si yo no quería volver a mi casa no iba a volver, que me quedara tranquila. Terminé en el instituto María del Pilar Borchez de Otamendi, en Flores, una casona enorme con plantas y flores y con horarios para jugar. Era la primera vez que jugaba con otras chicas, que comía todos los días, que me daban postre. Yo hacía caso y me portaba bien. La directora me dejaba ir a su oficina. Nadie me pegaba”, refuerza casi con asombro, en un gesto de ironía.
A los 11 años, un juez decidió que Rosa fuera dada en adopción, sin hacer caso a su pedido de revinculación con su madre. “Me adoptó un matrimonio mayor. Mi mamá adoptiva era una persona muy dulce, y el vínculo con mi papá era más difícil, porque era un hombre muy estricto, muy rígido, y con el paso del tiempo pude darme cuenta de que mi mamá también sufrió una violencia psicológica y económica muy fuerte”.
Sus padres ya no viven, pero la casa familiar se transformó en el hogar que hoy lidera. “La propiedad estaba alquilada y destruida. Cuando finalmente la recuperamos comenzamos con el proyecto, siempre junto con mi marido, que me banca en todas, y mis hijas, que ya estaban más grandes”, dice Rosa, que tiene dos hijas biológicas y otras dos “del corazón”, como las llama ella.
“La más chica tiene 12 años, y estamos peleando la tutela. Hace tres años que está con nosotros, pero la conocemos desde que iba al jardín porque es hija de una mamá que estuvo en el hogar. Su mamá falleció, pero antes de morir, en el hospital, me pidió que cuidáramos a su nena. Y eso hacemos, cumplimos la promesa y agrandamos la familia”.
Cómo colaborar
Para apoyar de alguna manera al Hogar Nuestra Señora de la Sonrisa, de Ituzaingó, hay que ponerse en contacto con Rosa Zucchi, su fundadora. Se la puede contactar por mail a zucchirosa@gmail.com o por WhatsApp a 11-2518-4765.
- Lo que más necesitan en el hogar son donaciones en dinero para realizar obras de mantenimiento en el refugio y pagar los gastos generales.
- También necesitan productos de higiene personal y limpieza para las mujeres que están en el hogar y aún no tienen un ingreso.
Dónde pedir ayuda
- Línea 144. Brinda atención, asesoramiento y contención ante situaciones de violencias de género de manera gratuita y en todo el país todos los días del año, las 24 horas. Más información sobre la línea 144. No se trata de una línea de emergencia o de denuncias. En casos de riesgo, comunicate con el 911.
- Sistema Único de Registro de Denuncias por Violencia de Género. Brinda orientación a través de la línea 134 y del mail denuncias@minseg.gob.ar.