De alumna a maestra: es tucumana y transmite el legado de los docentes rurales
El día empieza muy temprano en una escuela tucumana de alta montaña ubicada en el paraje rural El Carmen, a unos 45 kilómetros de Amaicha del Valle. A las 8 de la mañana, cuando el sol logra asomarse por los montes e ilumina los distintos pequeños edificios que forman a la institución educativa rural Coronel José Ignacio Murga, las tres maestras con las que cuenta la escuela, se acercan a los dos albergues donde duermen sus 24 alumnos.
Estos chicos, de entre 3 y 12 años, viven allí durante la semana y se despierten todos los días con afectuosos saludos de sus docentes. Una de ellas, es Lorena Figueroa, maestra de jardín de infantes, primer y segundo año, quien al igual que estos niños y niñas también fue a una escuela rural.
"Esto es lo que siempre quise, ser docente para trabajar en un lugar así, parecido al que yo había ido de chica. Ese buen ánimo y cariño con el que nos levantaban los maestros a la mañana y la pasión con la que nos ensañaban, hizo que yo creciera con esta vocación", cuenta Lorena, de 33 años.
Lorena hizo el primario en la Escuela N°297 de El Charqui, un paraje rural ubicado a 110 kilómetros de San Miguel de Tucumán, donde vivió toda su infancia y adolescencia. Cuando cumplió 13 años tuvo que hacer el secundario en otra escuela albergue, de la localidad de Monteros. Para llegar tenía que hacer un gran esfuerzo: salir a las 5 de la mañana de su casa, caminar 11 kilómetros hasta la ruta más cercana, para luego tomarse un colectivo y llegar a las 9.
"Vengo de una familia muy humilde y a mis padres se les hacía muy difícil ayudarme económicamente. Para poder pagarme el transporte que me llevaba a la escuela vendía golosinas y limpiaba casas de familia durante el fin de semana", recuerda.
Inspirada en las maestras de su infancia, cuando cumplió 18 se inscribió en terciario para ser maestra, por lo que continuó rebuscándosela para poder afrontar los gastos. Lorena destaca: "Trabajaba en fincas, cosechando limón o arándanos, según la temporada. A mis jefes les pedía irme un poco más temprano, para llegar a las clases nocturnas. A cambio, los viernes trabajaba hasta la noche tarde. Así fue mi vida durante seis años".
Para cuando se recibió de maestra de grado y jardinera, Lorena necesitaba encontrar trabajo urgentemente. No solo porque había finalizado sus estudios, sino también porque ya era madre.
"Cuando tuve a Valentina, mis padres me ayudaron a cuidarla, pero no teníamos la plata para darle todo lo que necesitaba. En ese momento vi un aviso de una escuela rural que buscaba una maestra jardinera. Fue muy difícil saber que no iba a poder ver a mi hijita durante la semana. Pero lo tenía que tomar porque era lo que había", señala.
Así fue como en 2011, con una enorme tristeza y llena de inseguridades, Lorena viajó hasta el paraje de El Carmen. "Cuando llegué y vi las caritas de los chicos, llenas de emoción por ver quién iba a ser su nueva maestra, supe que estaba en el lugar correcto. Ellos tienen la misma realidad que tuve yo. Me encariñe muy rápido", asegura.
El día a día en una escuela albergue
La Escuela Coronel José Ignacio Murga está ubicada a 2200 metros de altura sobre el nivel del mar y la gran mayoría de su alumnado tiene que caminar entre tres y cuatro horas para llegar. Según datos del Ministerio de Educación de Tucumán, la provincia tiene 2000 escuelas, de las cuales el 60% está en una zona rural y de difícil acceso.
Para lograr ser funcional a sus alumnos y docentes, y mejorar la matrícula anual, se tomaron diferentes medidas. Algunas de ellas fueron construir albergues e implementar la jornada completa. Además, se instalaron paneles solares para poder contar con electricidad las 24 horas.
Actualmente, Lorena vive durante la semana en la escuela, junto a Adriana Orellana, maestra de primer ciclo; Alicia Frías, directora con grado a cargo y sus alumnos, con quienes conviven todo el día. Sobre ellos, Lorena comenta: "A los chicos les encanta venir a la escuela. La mayoría vienen de contextos complicados, donde la única opción que hay es trabajar la tierra. Acá viven con sus amigos, aprenden, se divierten y comen todos los días de forma saludable, que no es poca cosa", relata la maestra jardinera.
Para su felicidad, muchos de sus exalumnos continuaron el secundario en una escuela de Amaicha y planean hacer un terciario o alguna carrera universitaria en la capital tucumana o salteña. Ella se mantiene en contacto con muchos de ellos, para saber cómo andan y ayudarlos a la distancia con lo que pueda. Como, por ejemplo, inglés, materia que no pudieron tener en el primario, al igual que educación física, a falta de profesores de materias especiales
Lorena hace hincapié en que el vínculo que se genera entre los docentes rurales y sus alumnos, es muy fuerte, prácticamente maternal. "Sus logros a nosotros nos llenan, porque vemos el esfuerzo que hacen día a día y se lo festejamos. Por ahí vos me decís: 'Son solo 24 alumnos'. Pero son 24 chicos con derechos, esperanzas y sueños", afirma.
De hecho, uno de los sueños de los alumnos es conocer el mar, para lo cual las docentes de la escuela están buscando la forma de conseguir financiación, vendiendo los fines de semana dulces elaborados por las familias y rifas.
Cuando se le pregunta a Lorena sobre el sacrificio que implica ser maestro rural, ella diferencia: "Para mí no es sacrificio, es un honor trabajar donde estoy. Los chicos me pagan con amor y respeto Estoy devolviendo lo que en algún momento me dieron". Finalmente, Lorena concluye: "Me encantaría que algún día cruzarme con un ex alumno que me diga: 'Señorita, soy docente en una escuela como la que yo fui'".