La periodista Liliana Parodi creció en un contexto de violencia y pobreza, pero, hace varias décadas, la ayuda de su colega Pablo Talamoni le permitió seguir su vocación y cambiar su vida
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Liliana recuerda, exacto, el momento en el que comenzó a reescribir su destino. Fue hace varias décadas, justo cuando ella, entonces una joven camarera del restaurante de Harrod’s, se animó a comentarle a Jorge Talamoni, por entonces directivo de Radio Rivadavia y habitué del local, su interés por estudiar periodismo.
Ni el más optimista hubiera imaginado el final de la historia. Ese día, después de escucharla, Talamoni le encomendó a Pablo, su hijo allí presente, la tarea de procurar que la chica comenzara sus estudios en el Círculo de la Prensa. Las inscripciones estaban cerradas, pero Pablo, también periodista, logró que se hiciera una excepción.
Con la nobleza de ese gesto, ambos le habilitaron a Liliana un camino de posibilidades a las que quizás no hubiera podido acceder de otra manera. Un camino que ella supo convertir, a fuerza de mucho trabajo, en una carrera en ascenso. Con el tiempo, y con el poder implícito que traen ciertos cargos como jefaturas y gerencias, su rol pasó a ser el de quien podía darle posibilidades a los demás. Alguna vez, incluso, llegó a ser jefa de Pablo.
Por eso, cada vez que se le presenta una ocasión, Liliana Parodi –de ella se trata– recuerda y le agradece a aquella familia que, en su juventud, tuvo la generosidad de mirarla, escucharla y tenderle una mano.
“Imaginate que yo los atendía cuando iban a comer. Un restaurante por ahí no es el lugar en el que uno dice: ‘Bueno, acá va a suceder algo que va a ser importante para el resto de mi vida’. Pero me pasó. Esta familia, divina, encantadora, me daba la oportunidad de contarles de mí. Y se interesó en algo más que en mi trabajo de entonces, que era darles de comer”, reconoce la mujer, directora de Contenidos de América TV .
El encuentro sucede en el tercer piso de los estudios que la emisora tiene en Palermo. Allí, en una sala de reuniones ubicada junto a su despacho, Liliana repasa junto a Pablo aquellos episodios que marcaron las vidas de ambos.
“Esto que ocurrió, habla un poco de quién era mi viejo (N. de la R.: Jorge Talamoni falleció en 2003). Un humanista, un hombre preparado que nunca olvidó que era hijo de un obrero. Siempre nos contaba que sus padres dejaban de comer para que él y sus hermanos comieran. A pesar de tener recursos, siempre fui a la escuela pública para, según él, fomentar una mirada más democrática. Y nunca nos dio lujos, todo lo contrario, siempre fue muy espartano y el valor del esfuerzo estaba ante todo. ¿Cómo no iba a conmoverse con una historia como la de Liliana?”, rememora Talamoni, ante la mirada atenta de Parodi.
Aquel almuerzo en Harrod’s era parte del ritual cotidiano entre padre e hijo, a principios de los ochenta, tiempos en los que Pablo era un joven que estaba dando los primeros pasos en la radio de su padre. “Lo primero que me dijo cuando entré en la radio fue: ‘Vas a cobrar la mitad del sueldo que cobran los demás’. ¡Y lo cumplió! (se ríe) Por eso la gente siempre me vio como un compañero más”, reconoce.
Para Liliana, sin embargo, esa familia estaba muy por encima de ella. “En aquel entonces yo tenía prejuicios sobre las otras clases sociales. Creía que ellos eran enormes y yo una hormiguita. Y temía que, si les decía algo, les cayera mal. También pensaba qué pasaría si llegaran a ver mi casa, o lo que no tenía”, reconoce Parodi.
Hoy, a la distancia, Parodi está muy lejos de avergonzarse de sus orígenes. Todo lo contrario: en algunas situaciones, lo que le genera pudor es su estatus socioeconómico actual. “Cuando iba al secundario, no quería que mis amigos vinieran a mi casa porque era muy pobre. Ahora, cuando tengo que encontrarme con mis compañeros de esa época, tengo que cuidarme de no parecer una ostentosa, que tengo un cargo o que vivo no sé dónde porque no quiero ofender. Yo creo que, incluso, gente que ha estudiado conmigo puede decir: ‘Y esta quién se cree que es’. Hay prejuicio con eso. Tenés que rendir examen de humilde muchas veces”, se sincera.
Hace dos años, publicó En vivo, su autobiografía, un libro que había nacido para hablar de periodismo, pero que no podía omitir el contexto de pobreza, violencia y falta de oportunidades en el que todo había comenzado.
“Terminé el colegio secundario en un colegio de José C. Paz, donde vivíamos, porque me dieron una beca. En tercer año yo tuve que dejar de estudiar porque tuvimos que salir a trabajar, ya que mi mamá se había separado después de soportar muchas situaciones de violencia de género. Ella trabajaba en casas de familia y yo la ayudaba: un día iba ella y un día iba yo. Esto pasaba a mis quince años”, le cuenta a LA NACION.
En esa misma época, en el barrio de Belgrano, Pablo cursaba el secundario en el Colegio Nacional de San Isidro. “Mis amigos pertenecían a diferentes clases sociales. Como mi padre había sido marino, y vivíamos en un edificio que había sido construido por un consorcio de marinos, mi entorno también lo formaban los hijos de otros marinos. Hubo una época en la que navegaba. Corrí muchas regatas en el Club Náutico del Centro Naval. Llegué a competir contra Santiago Lange”, rememora.
Una vez que terminó el secundario y, mientras estudiaba Derecho, Pablo comenzó a tener algunos trabajos temporarios antes de ingresar a la radio de su padre. “Los trabajos me los procuraba yo. Algunos eran temporarios. Repartí regalos para un fin de año, trabajé en una empresa de alquiler de sillas y mesas, también en un estudio jurídico y hasta realicé una suplencia en un juzgado. El primer trabajo que tuve en la radio fue como cadete. Era verano y todavía me acuerdo del calor sofocante de aquellos días”, agrega Talamoni.
Una red de ayuda
Cuando tiene que analizar cómo fue que aquella joven de José C. Paz logró cambiar radicalmente su trayectoria de vida, Liliana considera que la vocación de trabajo que la acompañó desde siempre fue, sin dudas, uno de sus motores. “No le hice asco a ningún trabajo”, reconoce. El otro motor, asegura, fue la ayuda que siempre le han brindado en su camino.
“Pablo y su papá sintetizan a todas las personas que me ayudaron a lo largo de mi vida. En la secundaria, los papás de mis compañeros me ayudaron para que yo pudiera tener mi viaje a Bariloche. Otros papás nos consiguieron un lugar donde alquilar para vivir con mi mamá y mis tres hermanos. Y no hace falta ser fuerte económicamente. Yo tenía compañeros de trabajo en Harrod’s, con sus limitaciones económicas pero que decían: ‘Uy, Liliana se va a mudar, hay que ayudarla a pintar el departamento’, y ahí venían tres a ayudar. Hay gente tan humilde que me ayudó, que yo nunca voy a tener suficientes palabras para agradecerles”, asegura emocionada.
—Es que nadie llega a donde llega sin una red de apoyo, de gente que creyó en uno, que lo acompañó. Yo, por ejemplo, tuve puestos gerenciales, y estoy seguro de que, cuando hubo triunfos en mi área, los logramos juntos —dice Pablo, y mira a Liliana.
—Además, la familia es muy importante —responde ella—. Aunque la economía familiar sea muy dura, tener una abuela, unos tíos, una madre, un afecto que te sostenga es fundamental. Cuando mis hermanos y yo teníamos necesidades básicas no cubiertas, ya sea comida o andar con los pies descalzos en el agua, no nos preocupaba mucho. Nuestro mundo era eso y no sabíamos que había otro mundo más cómodo afuera. No lo vivía con dolor.
—Lo que te salvaba era el afecto…
—El afecto, tener vecinos muy afectuosos, y saber que, si uno no tenía, el otro le prestaba. El famoso: ‘Andá a buscar la taza de azúcar al vecino’ es verdad. La comunidad en la que vivís es importante. Por supuesto, yo lamento si un caso como el mío es una excepción, pero trato de trabajar para que la excepción sean los que no pueden llegar.
Cuando rememora aquel pasado compartido, Pablo destaca de aquella joven camarera que con los años sería su jefa, una fortaleza en sus convicciones que pocas veces había visto. “Tenía una sonrisa extraordinaria, tenía una fe en el futuro. Se notaba que se había hecho sola y que quería progresar pero no despreciaba lo que estaba haciendo. Lo hacía con alegría y eficiencia. Además, nosotros creíamos que la educación era el camino y ella justamente lo que quería era estudiar”, destaca.
Después de aquella gestión en el Círculo de la Prensa, Pablo no volvió a saber de Liliana hasta que, tres años más tarde, fue a verlo para decirle que había terminado sus estudios. Pocas semanas más tarde, comenzaría a trabajar como productora junto a él mientras, en paralelo, seguía trabajando en el rubro gastronómico.
Con el tiempo, cada uno siguió su camino. La familia de Pablo se desprendió de la radio y él hizo carrera en la docencia. Mientras tanto, Liliana arrancaba con esfuerzo un recorrido en el mundo de los medios. Le llevó varios años lograr que un solo trabajo le brindara estabilidad económica. A fines de los ochenta, comenzó su vínculo con el Grupo América, que sigue hasta nuestros días. Y algunos años más tarde, cuando ya era productora jefa, se volvió a encontrar con Pablo.
—Era rarísimo que él —lo mira a Pablo—, que me había dado mi primer trabajo y era el hijo de la familia importante, después trabajara conmigo y claro, él era periodista y yo era productora jefa. Pero lo naturalizamos.
—Claro, para nosotros era muy natural. Con Liliana siempre fue muy cómodo trabajar. Yo siempre considere que su crecimiento en la vida era muy merecido. De todas las historias uno aprende y, de su historia, hay que rescatar que el esfuerzo y la disciplina fueron su motor.
Cuando cerró su etapa en América, Pablo continuó con la docencia y en el mundo corporativo. Los contactos entre ambos eran esporádicos hasta que, hace dos años, durante un evento de periodismo organizado por el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), volvieron a encontrarse.
—Ella era disertante. Yo me inscribí como un periodista más que venía a ver este evento porque iba a hablar gente muy interesante. Y veo que Liliana hace su exposición y, en el medio de la charla, cuando habla de sus inicios, me agradece frente a todos. Yo me quedé helado porque encima todo el mundo se dio vuelta a aplaudirme. ¿Te acordás? —le dice Pablo a Liliana.
—Claro. Estaba hablando de cómo había empezado en el periodismo y lo tenía ahí adelante mío. La vida a veces va lo suficientemente rápido y no se dan las oportunidades del agradecimiento. Pero a vos te queda ahí (señala su cabeza). Y no te tenés que olvidar.
Una de las maneras que encontró para no olvidar es tener una empatía especial para con quienes le piden trabajo. “Tenemos gente en cámara o detrás de cámara que llegó porque me había encontrado en la calle, me había llamado o enviado su curriculum. Hoy en día, derivo hasta a la última persona que me aparece en el teléfono para que mis asistentes las entrevisten y, en la medida en que van surgiendo oportunidades, vamos llamando a esas personas. Para mí es como una obligación. A veces hay mails o mensajes por WhatsApp que me sobrepasan, pero cuando es un curriculum o un pedido de trabajo, no lo puedo borrar”, reconoce.
¿Qué le dirían a quien no ve la importancia de dar oportunidades?
—Que el mundo externo nos condiciona y hay mucha gente que, por un montón de razones, lamentablemente no tiene oportunidades —dice Pablo sin dudar—. Poder ver esto y actuar en consecuencia genera un enorme crecimiento personal.
—Yo creo que, si sos parte de este mundo, no podés estar ajeno. Sino andate a vivir a una isla. Tenés la obligación humana de mirar al otro que tenés al lado. Capaz no podés siempre, pero tenés que poder en algún momento —concluye Liliana e invita a reflexionar.
Sobre Redes Invisibles
Redes Invisibles es un proyecto de Fundación La Nación que nació en 2019 con un firme propósito: combatir y desterrar los prejuicios instalados en nuestra sociedad en torno a la pobreza. En esta nueva serie, rescata el concepto de las oportunidades como un valor que enriquece no sólo a quien las recibe sino también a quien las da. También cuestiona la idea de que únicamente quien tiene recursos –económicos, materiales, de conocimiento, etc.- puede hacer algo por los demás: todos, desde nuestro lugar, podemos tener gestos o acciones que abran puertas y contribuyan a cambiarle la vida al otro.