"Buscamos traspasar las fronteras de la discapacidad y encontrarnos a través de la danza"
Entre el juego de luces de colores que contrastan con la oscuridad del teatro, siete bailarines realizan acrobacias y ruedan por el piso del escenario. Algunos están en sillas de ruedas, pero éstas no tienen protagonismo y se funden en el movimiento de los artistas, que se entrelazan y abrazan en una coreografía que transmite liberación y soltura.
Si bien Gabriela Torres no se imaginaba dedicando su vida a la danza, la silla de ruedas nunca le pareció un impedimento. "Es una extensión de mi cuerpo. Nunca me dije a mi misma ‘no puedo’, sino que busco cómo hacerlo porque siempre primero está la posibilidad", asegura una de las bailarinas y cofundadoras de Danza sin Fronteras, una compañía de tango y danza contemporánea para personas con y sin discapacidad.
Mientras volvía de unas vacaciones con su familia, Gabriela, con solo 2 años, sufrió una lesión medular tras un accidente de tránsito. A los 4, comenzó a usar silla de ruedas. "Por suerte, tuve una familia con mucha apertura mental y ganas de afrontar la situación", relata.
Hoy tiene 40 años y, durante casi toda su vida, hizo kinesiología, natación y equinoterapia, siempre eligiendo darle energía y vitalidad a su cuerpo. Pero a los 23, tras caerse de un caballo, tuvo que estar tres meses en reposo y, aburrida, comenzó a navegar por internet buscando qué nueva actividad podía empezar cuando se recuperara. Así fue que descubrió un taller de danza y no dudó en anotarse.
Gabriela participó por varios años en los cursos de danza de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y formó parte del grupo Alma hasta que, gracias a una de sus compañeras, conoció el tango. En 2014, buscando conectarse con sus raíces y compartirlas con otros, junto a otros bailarines, fundó Danza sin Fronteras. "La danza me dio libertad corporal y la posibilidad de ser una artista", destaca Gabriela que, en 2015, se convirtió en la primera participante en silla de ruedas del Mundial de Tango.
Los siete integrantes de Danza sin Fronteras llegan al ensayo de su nueva obra, Cartografías Porteñas, que se reestrenó a fines de junio. Junto a Gabriela, está Mariano Landa, otro de los artistas de la compañía. "Nunca se apuntó a que las obras sean ‘integradas’, sino a que cada uno baile con lo que es", afirma el bailarín de 36 años.
También Mariano está en silla de ruedas. Comenzó a usarla a los 27, consecuencia de la Ataxia de Friedrich, enfermedad que le diagnosticaron a los 19 y que afecta progresivamente los reflejos y la coordinación, generando un debilitamiento de los músculos.
A Mariano le costó mucho aceptar su enfermedad. Pero, poco después de recibir el diagnóstico y de viajar a España para investigar sobre la ataxia, fundó en 2004 la Asociación de Ataxias de Argentina (ATAR), junto a su mamá. "Ella sintió la necesidad de unir a todas las personas con esta enfermedad que se encontraban en Argentina", cuenta Mariano.
Poco a poco, comenzó a involucrarse cada vez más en el trabajo de ATAR. Así fue que, días después de empezar a usar la silla de ruedas, conoció a Mariana Paz, mamá de un chico con ataxia que asistía a la asociación. Le contó de su club de circo, Redes, y lo invitó a probar las de clases de arnés, trapecio y tela. "Yo no sabía nada de acrobacia, ni sabía qué era Fuerza Bruta, pero no perdía nada con probar", señala.
Algunos meses después, comenzó a dar clases de circo a chicos con TEA (Trastornos del Espectro Autista) y síndrome de Down en el mismo espacio, hasta que, en 2015, lo contactaron desde Danza sin Fronteras para invitarlo a sumarse al grupo de bailarines. "Buscamos traspasar las fronteras internas y encontrarnos con el otro a través de la mirada y el movimiento", reflexionan los artistas.
Fomentar la inclusión a través del baile
Con cada coreografía que crea, Mariana Chiliutti, directora de Danza sin Fronteras, busca evitar el "golpe bajo" o la espectacularización. "No buscamos que se vea una persona en silla de ruedas, sino que el público se sensibilice con lo que hacemos y practiquen la inclusión con la persona que tienen al lado", explica.
Además, su objetivo es fortalecer la inclusión social vinculando el arte con la discapacidad. "La idea es poder mirar al otro y a uno mismo sin juzgarnos y aprender de las propias dificultades", agrega.
"Tenemos una sociedad adormecida", afirma Chiliutti, que asegura que una de las principales barreras para las personas con discapacidad es la indiferencia. Además, en cuanto a la accesibilidad, opina que, si bien hay muchos espacios "amigables", existen muchos teatros que cuentan con declives o escalones que hacen el acceso muy difícil con la silla de ruedas.
Este año, Mariano fue uno de los ganadores de los Premios BIENAL, otorgado por ALPI, que reconoce a 10 personas con discapacidad motriz que son ejemplos de esfuerzo, superación personal y que participan activamente en sus comunidades.
Tanto Mariano como Gabriela son muy críticos de la mirada "lastimosa" que muchas veces tiene la sociedad de las personas con discapacidad. "Buscamos visibilizar lo que hacemos sin ir al golpe bajo. Nuestras obras pueden emocionar, pero porque hay trabajo y un producto artístico de calidad", concluye Gabriela.
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