San Juan: tiene 8 años y cuando sea grande quiere trabajar vendiendo nafta
“Con yo somos seis hermanos”, dice Jesús Torres, de 8 años, en un atisbo de ternura infantil que conmueve, en la cima de un cerro. Y agrega: “Yo vivo en esa casa, apuntando con el dedo índice a un rancho de adobe, con techo de madera y paja, en donde su mamá está preparando el almuerzo.
Vive en Las Talas, un asentamiento que queda a 5 kilómetros de Caucete, en San Juan, junto a otras 50 familias. Jesús tiene puesto un jogging azul, zapatillas, una remera a rayas color salmón y negra, y un sweater enroscado en el cuello.
Aprovecha parte de la mañana para jugar con sus hermanos y amigos. Suben y bajan por las sierras, se tiran piedras, gritan, patean la pelota y arman trampas para cazar pajaritos. El resto del tiempo sabe que lo tiene que dedicar a colaborar con las tareas de la casa. En estos contextos, no se puede ser solo niño.
"Fui a cortar caña, al lado del puente verde con mis hermanos. La usamos para hacer el gallinero que después mantiene mi papá. Mi papá se llama Mauricio y trabaja en el "payal", dice Jesús con la tonada del lugar que reemplaza la erre por una "y". Su mamá, Nataly, es ama de casa y de vez en cuando hace algunas changas para sumar al ingreso familiar.
"A veces me voy a cosechar con mi marido y con eso ayudo para comprar las cosas para la escuela de los chicos. Mi hija más grande, cuando no va a la escuela cuida a sus hermanos más chicos", explica Nataly. Cada uno tiene que hacer su parte para poder llegar a fin de mes.
Jesús no tuvo más opción que aprender a hacer el trabajo de los grandes: sabe cosechar uva, cuidar a los animales y armar herramientas con maderas. Y muchas de esas tareas las aprende de su abuelo y su papá. "Con mi abuelo les damos juntos de comer a los caballos y a veces lo ayudo a atar en la plantación de uva. También cuido a la chancha y a los pájaros", dice Jesús, al enumerar responsabilidad que ya son parte de su día a día.
Por las tardes, Jesús va caminando a la Escuela Estanilao del Campo y cuenta que lo que más le gusta son las letras y los números. Su comida preferida es la suprema, duerme con su hermano Gabriel, es de River y está haciendo el curso para tomar su primera comunión.
"Cuando sea grande quiero trabajar de ese que vende nafta", dice Jesús. Esa es su aspiración máxima. Ni médico, ni abogado, ni economista. Claro, en su entorno no conoce a nadie que haya estudiado eso. En Las Talas, ni siquiera hay sala de primeros auxilios.
Lo que más le gusta es jugar a la pelota, hacer carritos con maderas, andar en la bici destartalada que comparte con sus hermanos (los pedales y los manubrios están rotos) o cazar pájaros con trampas. Jesús explica el proceso mientras saca una de un arbusto: "Viene el pájaro caminando y le hace así y se cae. Entran un montonazo de pájaros".
Jesús tiene una mirada cargada de alegría y sueños. "Es muy cariñoso. Llega de la escuela y me abraza y me da besos", cuenta Nataly, su mamá. Si pusiera pedir tres deseos sería una casa, una camioneta y un caballo.
La vida de Nataly gira alrededor de sus hijos, a los que tiene bien alimentados y cuidados. Y el horario del colegio es el que le marca el ritmo de su día. "A la mañana les hago el desayuno a las más grandes y las acompaño a la parada del colectivo. Después me ocupo de la casa y ya tengo que preparar a los otros tres que entran en el colegio al mediodía. Comen en el colegio pero yo igual les doy en casa", dice, mientras empieza a preparar una suprema para que sus hijos no se vayan con la panza vacía.
No es un trámite más. Nataly pone especial amor y atención en cómo sus hijos van al colegio. Uno por uno, se cambia y los ayuda a ponerse su mejor ropa, la más limpia. "No te vayas a ensuciar ahora", le suplica a Jesús. Le pasa un gel o crema de enjuague por el pelo para peinarlos y les revisa las mochilas.
La escuela queda a 20 cuadras. Allá van todos en fila, caminando o en bici. Cuando llueve, directamente no lo manda. No usan guardapolvos pero sí tienen que llevar un jogging azul.
"Yo siempre les digo que vayan a la escuela, que no dejen porque yo no pude terminar la primaria. Yo quiero que terminen, por eso me voy caminando con ellos todos los días. Yo todo lo que cobro lo dedico a ellos, para comprarles lo que les piden en la escuela", dice Nataly.
Los inviernos son difíciles en Las Talas. Cuando llueve los chicos se mojan con el barro y es casi imposible sacarles después el frío de los huesos. "Llegan con los pies y la ropa mojada y hacemos el calor que podemos con la leña. Además se nos llueve la casa y no tenemos agua caliente. La calentamos en una olla y los baño en un tacho azul grande", cuenta Nataly.
En su casa Jesús tiene agua y luz, pero no baño. Lo mismo sucede con el 92,93% de los hogares del baño que no tienen cloacas. "Lo que más necesitamos es un baño adentro para que los chicos se puedan bañar. Y una casa como la gente. Vivir bien con eso", dice su mamá.
-¿Los chicos son felices acá?
-Sí, a pesar de que somos pobres, tenemos para comer y con lo que hay, los visto. Pero ellos están contentos.
COMO AYUDAR
Para ayudar a Jesús y a su familia a construir un baño y poder tener una casa en mejores condiciones, pueden comunicarse con Cecilia Pont de la organización Sí, Acompaño al 0264-508-8302.