“Cuando llegué al hospital quería morirme”: las historias de vida de los pacientes del Bonaparte
El Gobierno aseguró que va a “reestructurar” el único hospital nacional especializado en salud mental y consumos problemáticos; LA NACION conversó con varios usuarios, que según el plan oficial serán derivados a otros centros de salud; entre ellos, Susana Sosa, quien asegura que en la guardia le salvaron la vida
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“A mí este hospital me salvó la vida. Te lo digo en serio, mirá”, dice Susana Sosa, de 56 años, y muestra en su muñeca izquierda una cicatriz de más de dos centímetros de ancho que va de lado a lado.
Susana cuenta su historia en la puerta del hospital nacional de salud mental y consumos problemáticos Laura Bonaparte, en Parque Patricios, entre decenas de médicos, vecinos y pacientes que se manifiestan en la calle ante las versiones de que el Gobierno querría cerrar la institución. Si bien ayer el Ministerio de Salud a LA NACION salió negar esa posibilidad, sí confirmó que habrá una ”reestructuración” y que esa decisión incluye “la derivación de los pacientes” a otros centros de salud.
“Los médicos están en asamblea, pero yo vine igual, como todos los lunes y me atendió mi psicólogo”, comenta Susana, de melena roja, flequillo y el espíritu en alto. Para ella, su cicatriz es la prueba del horror que fue su vida antes de llegar al hospital, cuando fumaba crack para olvidar los abusos que sufrió por parte de familiares que debían cuidarla de chica, para olvidar el dolor que le causaba que su madre no la defendiera, para olvidar golpes y silencios.
“Tuve una vida muy fea, me fui de chica de mi casa. Llegué al hospital ya de grande, gritando que me quería matar. Los médicos me escucharon. No me dijeron, volvé en un mes”, cuenta Susana, que llegó a vivir en la calle porque cada peso que ganaba en algún trabajo lo gastaba en crack. Dice que desde ese primer día no dejó nunca de ir al hospital, que tiene su psicólogo, su psiquiatra y su trabajadora social. En los días malos tiene brotes en los que cree que alguien la persigue, pero sigue los consejos de quienes la cuidan.
“Vengo del infierno y no quiero que me cierren el paraíso, que es este hospital, y al que tanto me costó llegar porque es una lucha de todos los días dejar de consumir, hablar de mi pasado, entender que no fue mi culpa, que valgo mucho. Ahora tengo mi casa, que alquilo, y quiero vivir. Hace dos años que no consumo”, cuenta Susana, que gracias al departamento de trabajo social de la institución consiguió una pensión por invalidez.
“Es difícil que alguien me quiera emplear, pero soy sola y me las arreglo”, dice. Destaca que el hospital además tiene servicio de odontología y clínica médica, así que no tiene que ir a otros lugares para atender su salud. “Todos los que trabajan acá son mi familia y yo quiero defender a mi familia”.
La importancia de una visión integral
El Ministerio de Salud nacional, que encabeza Mario Lugones, justificó la necesidad de una reestructuración al afirmar, mediante un comunicado, que la institución tiene poca demanda en relación a la cantidad de profesionales y la infraestructura que tiene. Y citaron que la cantidad promedio de pacientes internados es de 19 por día.
Nadia Jausken es psicóloga y jefa del departamento de Demanda Espontánea del hospital. Consultada por LA NACION, señala que el hospital debería evaluarse desde la “calidad de la asistencia” y no desde los números. Explica que cada vez que llega un paciente, y como lo indica la Ley de Salud Mental, es atendido por un psicólogo, una psiquiatra y un asistente social. Tras la evaluación de su problemática, y para evitar la expulsión del sistema de esa persona por falta de turnos, lo trata un profesional “temporario” hasta que se le asigna uno fijo. “Ese equipo multidisciplinario es importante porque se tiene una mirada más ampliada del problema y de la respuesta que le podés dar a alguien”, explica Jausken.
Por su parte, Melisa Ayala, psiquiatra que hace 10 años trabaja en la guardia multidisciplinaria, destaca la labor de los trabajadores sociales: “Todas las problemáticas de salud mental están relacionadas con cuestiones sociales, no le mejorás la situación a un paciente solo con una pastilla. Hay que ver la red de contención que tiene cuando llega a su casa, quién lo ayuda, si tiene casa, trabajo”.
“Llegué con un ataque de llanto y angustia”
Verónica Simo, tiene 37 años, vive a 15 minutos del Bonaparte, junto a su pareja, su hijo de dos años y su niña de tres. Desde la escalera del hospital, después de atenderse con su psicóloga, da fe de lo que dicen las profesionales. Cuenta que hace casi un año llegó al hospital con un ataque de llanto y angustia. Arrastraba una situación con su madre que la marcó de niña y una depresión postparto.
Cuando llegó, no podía hablar, solo lloraba. La atendió el equipo interdisciplinario de la guardia. “Acá no te dan turno, te abrazan. No me dijeron, tomate esta pastilla y volvé en una semana o un mes. Si hacían eso, yo no volvía. Me derivaron a profesionales que me acompañaron hasta que tuve a mi psicóloga que amo y que me ayudó a no caer”, cuenta Verónica, que se sentía desbordada por su deber de ser una buena madre, presente, y no querer que sus hijos sientan lo que ella sentía de niña.
“Ella había intentado suicidarse y yo creí que no me quería, que yo no era suficiente. De más grande me explicó todo lo que pasó de chica, una situación de violencia, y entendí todo. Hizo lo que pudo. Si hubiera habido un lugar como el Bonaparte para ella, todo habría sido diferente para las dos”, cuenta.
“Hoy quiero estar bien para mis hijos, quiero estar presente, disfrutarlos. Por la depresión que sentía estaba por caer en el alcohol, pero no lo hice porque los profesionales estuvieron para mí y espero que el Gobierno entienda que el sistema de este hospital está pensando para que la gente no se quede en una sola consulta”, afirma.
Verónica habla también del jardín maternal y del centro cultural que hay en las instalaciones, ambos abiertos para el personal, para los pacientes y los vecinos. Dice que todo articula para que la persona que tiene un problema de salud mental “pueda llenar su vida con nuevas vivencias, más luminosas”.
Es que otra de las razones esgrimidas por la cartera de salud es que las instalaciones están subutilizadas. “Podrían decidir difundir más lo que se hace acá, pero no que cierren el hospital y lleven a los pacientes a otros centros que están colapsados”, explica Verónica.
Las dudas sobre la continuidad de las prestaciones del hospital se dan en medio de un aumento en el registro de problemáticas de salud mental, por ejemplo, entre adolescentes. Trastornos como la depresión, las autolesiones, los trastornos de la alimentación y los intentos de suicidio crecieron entre un 100 y un 200% en los últimos tres años. Mientras que según una investigación de LA NACION, el sistema nacional para quienes no pueden pagar un tratamiento por consumos problemáticos ni tienen obra social o prepaga es insuficiente y, por ejemplo, solo ocho provincias tienen centros de internación preparados específicamente para recibir mujeres.
“Ahora me siento una persona plena”
Patricia tiene 57 y sale del hospital con una sonrisa. “Están en asamblea, pero atienden”, dice. Está desempleada, vive con su hija de 23 años y hace dos años que asiste a terapia con una psicóloga y un psiquiatra por una depresión profunda. “Ahora me siento una persona plena”, dice y señala que empezó a hacer un taller de escritura en el mismo hospital. “Me hace muy bien, me gusta charlar con mis compañeros y escribir es una forma de expresión que libera”.
Matías tiene 39 años, ingresó hace 10 años por un brote psicótico que tuvo cuando se le detectó que tenía cáncer. En esos momentos también tenía problemas de adicciones y vivió en la calle un tiempo. “Yo quería matarme y ahora quiero vivir 200 años. Me ayudaron mucho y hoy vivo con mi pareja y mi hijo de 16 años”, dice exultante antes de ingresar al hospital luego de llegar de Tigre, donde vive.
En unos minutos organizará un show de percusión con otros pacientes para apoyar la continuidad del hospital. Pasó de ir a musicoterapia en el hospital a ser colaborador. “Doy cursos de música y teatro en otros centros culturales, devuelvo lo que me dieron y me dan todos los días”, dice sin dejar de sonreír.
Ante la posible derivación de pacientes a otros centros, todos los consultados por este medio se mostraron preocupados, dijeron que no podrían pagar una consulta privada y hablaron de lo difícil que es construir confianza con un profesional en otro centro de salud.
“Cuando había perdido todo, este hospital me devolvió a mi familia y mi relación con mi hijo de 13 años”, dice Cecilia López, que tiene 36 años y espera su turno para entrar a su terapia. Paola llegó hace cinco años al Bonaparte. Con su metro setenta, pesaba apenas 40 kilos. Estaba consumida por las adicciones y la tristeza. “Pase por diferentes violencias, no me valoraba. Mi familia no confiaba en mí porque caía en la adicción siempre, pasé por muchos años de oscuridad después de la muerte de mi bebé. Fue muerte natural pero me culpé, me alejé de mi hijo mayor y la Justicia me lo quitó y se lo dio a mi hermano. También mi expareja me quitó la custodia de mi nena de tres años. Hicieron bien porque yo no estaba bien”, cuenta con angustia, casi sin respirar.
Después respira: “Ahora estoy en pareja, alquilamos una pieza en una pensión. Yo trabajo como empleada doméstica. Ya no consumo, hablo con mi nene todos los días y nos vemos. El hospital, desde asistencia social, me ayudó con eso y mi familia ahora confía en mí y yo también confío en mí”, dice Cecilia emocionada. Al pensar en ir a otro centro de salud, se angustia: “Sería como empezar de nuevo, acá saben quién soy, te atienden como abrazándote”.