Cómo es vivir sin agua potable
Lavarse las manos, cepillarse los dientes, poner a hervir unas papas, tomar un vaso de agua. En la Argentina, se estima que cerca del 15% de la población no puede realizar estas tareas de la vida cotidiana porque no tiene acceso al agua potable, según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef. Y eso los expone a enormes riesgos de higiene y también de salud.
Por problemas de aislamiento, de falta de planificación urbana o por estar en asentamientos precarios, alrededor de 7 millones de personas están a la espera de una civilización que no llega. Porque no hay políticas públicas que los contemplen, porque son comunidades muy pequeñas, porque no se le encuentra una solución posible a la usurpación de terrenos.
A continuación les damos voz a cinco personas que viven en las comunidades más vulnerables de San Juan para que cuenten cómo se las arreglan para pasar sus días sin este recurso vital.
Rosa Sandovare, Las Talas"Cuando en canal viene lleno trae hasta perros muertos. Con esa agua lavamos, regamos y, a veces, también tomamos"
El agua es una preocupación constante en la vida de Rosa. Su casa, ubicada casi sobre uno de los infinitos canales del Río San Juan, es una de las tantas del barrio Las Talas que no tiene echas las cañerías.
Entonces, recurren a las opciones que tienen: ir a pedirle a su suegro que vive al lado o al cementerio para que les compartan parte de los bidones que deja la municipalidad. "Los hacemos durar todo lo que podemos", dice Rosa. Sus tres hijos de 15, 14 y 11 años ayudan en el trabajo de hormiga del cargado de baldes.
Y cuando esa agua también se acaba, usan directamente la del canal. "Lo limpian pero se vuelve a llenar de basura. La gente tira ahí toda la mugre, hasta los pañales", agrega.
Cuando es el último recurso, ese caldo tóxico es el que Rosa y su familia usan para todo. Incluso, en verano, los chicos hasta se bañan ahí, exponiéndolos a muchas enfermedades en la piel y riesgos en su salud. "Si tuviera agua potable, usarían esa", concluye Rosa.
Ruth Urbano, Asentamiento El Ramo "Necesitamos el agua principalmente para poder bañar a los chicos"
A el asentamiento El Ramo, el camión de la municipalidad llega dos veces a la semana, los martes y los viernes, para repartir el agua en bidones a las 270 familias que viven ahí. Esa es la solución provisoria que - por el momento- le encuentran al problema del agua.
Pero no alcanza. "Los chicos, lo más importante son los chicos", dice Ruth, dejando entrever una desesperación que solo una madre puede sentir. Ella tiene cuatro hijos chicos y cuando se queda sin agua no sabe cómo hacer para asearlos.
"Por ahí nos quedamos sin agua y nos vamos convidando entre vecinos", dice Ruth, resaltando la enorme solidaridad que existe en el barrio para poder hacer frente a cada una de las necesidades que tienen, que son muchas.
"También nos hace falta para hacer de comer y para limpiar. El agua llega hasta un límite en el que están los caños y después los demás cargamos tachos", dice con resignación.
Lorena Bustos, Bermejo "Depende en qué parte del pueblo vivís, tenés o no agua. Y la que sale, está turbia"
Durante el verano, Lorena Bustos y sus familia casi no tienen agua en su casa. Y en el resto de los meses, les lleva en cuentagotas. Ellos viven en la zona de Bermejo Sur, un conjunto de casas precarias de adobe que no tienen acceso a ese servicio. Lo que llega, viene de la vertiende de Nikizanga, ubicada a 13 kilómetros.
"A partir de marzo en adelante tenemos agua, pero muy poca. Hoy pude llenar unas 15 botellas por la mañana", cuenta, a la vez que las muestra una al lado de la otra en la puerta de su casa.
Su realidad es que les llevan agua los lunes, los miércoles y los viernes. Y que solo tienen dos horas de agua por día y tienen que adaptarse a eso. "Durante ese tiempo aprovechamos para llenar los baldes", explica.
Otro de los problemas es que el agua que les llega está turbia porque carga algunos sedimentos. "No sale muy limpia que digamos. Nosé si le echan cloro o no. Pero nosotros la usamos para cocinar, para tomar, así directamente. En los meses de verano el agua no sale ni chupando con bomba. A muchos vecinos se les quemaron las que tenían por chupar aire", aclara.
La semana pasada, pasaron a cobrarle el agua y cuenta que casi los saca a patadas. "No me sale nada de agua y encima les tengo que estar pagando", se queja.
Walter Jalaf, Marayes "La situación del agua es muy complicada. Dependemos de la lluvia para que baje del cerro"
Marayes es un pueblo en extinción. Hoy cuenta con 99 habitantes que luchan por sobrevivir, en todos los sentidos de la palabra. Y el agua es una de estas peleas diarias. Especialmente en una zona en la que casi no llueve, y esa es la fuente principal del recurso.
"Acá no llueve casi nunca. Serán cuatro o cinco días al año como mucho. Y nosotros necesitamos que el agua de Los Hornitos llegue hasta Marayes.", dice Walter Jalaf, director de la Escuela Presidente Julio Argentino Roca.
El no vive en el pueblo, pero se traslada hasta allí todos los días para ejercer su doble función de director y docente de secundaria. Por eso, la considera su segunda casa, y lo angustia vivir en carne propia la falta de agua.
Allí asisten 19 chicos que se reparten entre el nivel Inicial, la primaria y la secundaria hasta 3er año. Es la única escuela del pueblo, ya que la mayoría de la población es jubilada.
"Sabemos que están haciendo una perforación en la zona de La Planta para que mejore la calidad de vida de Marayes", dice Jalaf con un tono de esperanza, ya que para él, la problemática más acuciante es la falta de agua.
Betty Riveros, Marayes "La perforación de agua la van a hacer muy cerca de los restos de la planta de tratamiento?¿Y si hay arrastre y eso está todo contaminado?"
Betty Riveros está asustada, muy asustada, desde que se enteró que están haciendo una perforación de agua en La Plata, una antigua planta de tratamiento de las minas de zona ubicada a 10 kilómetros, para abastecer a su pueblo, Marayes.
"Salió un estudio que dice que La Planta está contaminada con mercurio y cianuro. Uno va ahora, y con la lluvia y el sol, le hace doler la cabeza el olor. Yo creía que era azufre pero los que saben dicen que es olor a cianuro", explica Riveros en la puerta del kiosco que tiene hace 25 años.
Estas noticias encendieron todas las señales de alarma entre los vecinos, especialmente, por la cercanía. "Yo prefiero quedarme con el agua que tenemos nosotros que vienen del cerro y sé de dónde sale. Es sana, natural y de la vertiente. Pasa por cámaras y filtros y llega al tanque que está frente a la escuela", agrega Riveros.
Los miedos asociados con los efectos que pueden tener los químicos en la salud son enormes, y al no tener información concreta, lejos de esfumarse, crecen. “Se ha muerto mucha gente joven por reiterados dolores de cabeza y yo creo que es por eso. Yo no sé si a esa agua se le hicieron estudios porque está toda la correntada del agua que viene desde La Planta”, concluye Riveros.