Sobre Playa Varese, en Mar del Plata, el cielo de primavera se limpia de nubes y por fin, después de una lluvia torrencial, el sol deja entrever unos tímidos rayos. El contingente de chicos, docentes y padres que llegan por primera vez a la costa atlántica desde el monte de Misiones corre a ver el espectáculo del oleaje que viene y va. Entre ellos está Alejandra Barboza, una maestra rural que a sus 29 años y junto a su pequeño hijo y su marido, moja sus pies en el agua. "Esto es sublime", dice conmovida y agradece la posibilidad que la Fundación Manos Misioneras le da, cada año, a los alumnos y alumnas de séptimo grado de las escuelas rurales de Arroyo Bonito, Arroyo del Medio y San Juan de la Sierra, localidades al sur de Misiones.
En una de esas escuelas, la 337 de Arroyo Bonito, donde hoy enseña Alejandra, estudiaron su padre y sus hermanos. Su familia es de las primeras que puso el hombro para que el proyecto de la ONG, nacido hace casi veinte años, pudiera hacer pie en medio de la crisis que castigaba con dureza a las comunidades de la zona. "Me crié en el campo, en una chacra en Taranco Grande, municipio de Cerro Azul, en el departamento de Alem. Mi familia fue tabacalera por muchísimos años".
Caminábamos 3 kilómetros hasta la escuela, eso nos llevaba unos 30 minutos. Salíamos de la casa a las seis y media y a las doce volvíamos
Su infancia fue como la de la mayoría de los chicos y chicas que viven en el monte. "Ayudábamos a nuestra madre en los quehaceres, hacíamos el pan, lavábamos ropa, ya desde los 8 o 9 años. Y los varones iban a la chacra. En época de cosecha de tabaco ‘encañábamos’ todos: es decir que poníamos las hojas de tabaco en una cañita y lo dejábamos secar en una estufa, que estaba afuera de la casa". A pesar del trabajo duro y las adversidades, Alejandra y sus hermanos tuvieron un poco más de suerte que muchos de sus amigos, porque su familia, aunque humilde, siempre se preocupó por garantizar la educación. Algo que no siempre se da en esta comunidad históricamente signada por la desigualdad, el analfabetismo y unas condiciones de subsistencia arduas. "Empecé a estudiar en Taranco Grande, donde hicimos hasta séptimo grado con mi hermana. El último año mis papás se mudaron a Arroyo Bonito y nosotras nos quedamos con mi abuela. Caminábamos 3 kilómetros desde su casa a la escuela, eso nos llevaba unos 30 minutos. Salíamos de la casa a las seis y media y a las doce volvíamos".
A diferencia de muchos compañeritos y compañeritas que abandonaban las aulas, Alejandra pudo llegar al nivel medio. "Muchos chicos iban sólo a primero o segundo grado y después dejaban. Los padres no les exigían más. Hay pueblos donde los nenes, las nenas, trabajan desde muy chiquitos: directamente ya se crían en el ‘rosado’, que es como llamamos al espacio donde las familias plantan y crían animales".
Cumplir con la secundaria representó todavía más esfuerzo: levantarse a las 5 y media y caminar nueve kilómetros de ida y otros nueve de vuelta. "Primero íbamos a caballo, pero nos daba vergüenza, así que después empezamos a ir a pie. A veces los chicos nos tiraban piedras… En invierno salíamos de noche, con linterna. Y si teníamos educación física a la tarde, también volvíamos de noche a casa".
La mamá de Alejandra, una nieta de alemanes que, entre tantos, llegaron a Misiones junto a otras a colectividades como la ucraniana y la polaca, apenas pudo terminar la primaria. Y si bien no alcanzó a cumplir el sueño de ser maestra, se dedicó con fuerza a que sus hijos consigan un futuro mejor. Alejandra dice que su madre redacta y dibuja tan bien que gracias a su ayuda se sacaban siempre 10 en lengua. "Ni bien llegábamos a casa, mamá nos daba de comer y teníamos que estudiar. Cuando había examen, me levantaba de madrugada, a las dos o tres de la mañana y después me iba a rendir".
Pelear por un sueño
Cuando terminó el nivel medio, una verdadera hazaña económica para su familia, Alejandra tuvo que empezar a trabajar. Fue en Alem, la ciudad más cercana, donde comenzó, como la gran mayoría de las chicas de las localidades rurales de la zona, a desempeñarse como empleada doméstica. En medio de una situación difícil, decidió seguir estudiando. Por entonces, más de diez años atrás, la oferta pública de terciarios era escasa en el lugar; Alejandra se inclinó por el magisterio y empezaron otros sacrificios para cumplirlo. "Mis papás me ayudaron el primer año, y después mi novio. Fue fundamental su apoyo. En el medio me embaracé", recuerda. "Mi mamá tenía temor de que dejara de estudiar, pero no; yo cursaba embarazada. Mi marido, que en ese momento era mi novio, me llevaba 6 o 7 kilómetros desde mi casa en Arroyo del Medio hasta la ruta. Ahí tomaba el micro hasta Alem y viajaba casi una hora. Después salía a las 22, hacía el trayecto de vuelta y él me esperaba de nuevo en la ruta".
Ni bien llegábamos a casa, mamá nos daba de comer y teníamos que estudiar. Cuando había examen, me levantaba de madrugada, a las dos o tres de la mañana y después me iba a rendir
Por esos días nació su bebé. Sin embargo, después de acomodarse a la nueva realidad, Alejandra retomó la carrera y se recibió. "Yo le cuento todo esto a mis alumnos, porque creo que les sirve enfocarse y ver que nada es imposible. A mí me llevó seis años recibirme porque mi hijo nació entre las prácticas, pero no recursé ninguna materia", aclara con orgullo Alejandra.
Este año cumplió dos como maestra de la escuela 337 de Arroyo Bonito, un paraje que pertenece a la localidad de Arroyo del Medio. "Mi título es lo más grande que tengo", dice la docente misionera con voz suave pero decidida. Además, ella y su marido, que es policía, se encargan de manejar la camioneta que la fundación Manos Misioneras pone a disposición para que los chicos que viven en los lugares más alejados puedan llegar todos los días a la escuela. "Nos levantamos temprano, a las 6, y nos encargamos de llevar y traerlos. Recorremos unos 45 kilómetros buscando a los alumnos en los accesos, desde las 6 y media. Son unos 35 chicos, de jardín y primaria".
Alejandra recalca la importancia de seguir trabajando desde la escuela y junto a la comunidad para cambiar la mirada que, como reaseguro de una realidad social tan difícil, no puede contemplar la educación como el primer paso ineludible en el desarrollo de las infancias. Sin embargo, desde que ella empezó la primaria hasta ahora los avances fueron enormes: "la matrícula creció un montón y todos mis alumnos quieren seguir estudiando una profesión. Cuando yo era chica eso no pasaba. Si terminaban la secundaria, los varones se iban a Corrientes a trabajar en la madera y la mayoría de las chicas se empleaban como personal doméstico en Cerro Azul, Alem o Posadas".
Muchos chicos trabajan desde muy chicos; Alejandra y su marido, van a buscar en una camioneta de la ONG Manos Misioneras a los que viven más lejos, para evitar la deserción escolar.
En la escuela rural, donde enseña lengua, matemática, ciencias naturales y sociales y comparte su día con cinco maestras más, el principal desafío es "asegurar el futuro de los chicos. Como docentes, hay que trabajar más con las familias, porque hay muchos padres que todavía piensan que no es necesario terminar la escuela, que mientras haya trabajo, está todo bien. A veces los nenes, las nenas, trabajan desde 2° grado, en cosas peligrosas. Hay mucho carbón y tal vez los más pequeños ya están ahí con el fuego". Como equipo, sigue contando Alejandra, se enfocan en que los padres participen más en la escuela y se comprometan con la educación. "A veces a los chicos les cuesta algo y no hay seguimiento en la casa".
UNA MANO PARA EL MONTE
Desde hace casi veinte años la Fundación Manos Misioneras trabaja para fortalecer la escolaridad y colaborar en el desarrollo social de las comunidades rurales del departamento de Leandro N. Alem, en Misiones. Actualmente brinda desayuno y almuerzo, y almuerzo y merienda a más de trescientos alumnos y alumnas de tres escuelas de la zona, a quienes también provee, anualmente, de calzado, indumentaria y útiles escolares, entre otros. También se encarga del traslado diario de los chicos a las instituciones y realiza distintos programas de capacitación docente. Desde 2011, a los alumnos que llegan a 7° grado los premia con el Viaje al Mar, una semana que los egresados pasan recorriendo Buenos Aires y la Costa Atlántica. Además, la ONG coordina talleres de prevención primaria de la salud, de prevención de la violencia de género y promueve capacitación profesional para microemprendimientos de costura y producción de yerba mate y azúcar mascabo.
En un año signado por la crisis, Manos Misioneras solicita a empresas y particulares que quieran colaborar con el proyecto la donación de una camioneta 4x4 y 3000 pares de zapatillas, entre los requerimientos más urgentes. También se puede colaborar en especies u horas de trabajo voluntario. Para más información visitar www.manosmisioneras.org.ar