Sonia Alvarez lidera una cooperativa integrada por costureros, cortadores y diseñadores, la mayoría de la 1-11-14, en el Bajo Flores, y la 21-24, en Barracas; en octubre presentan nuevos diseños en Mar del Plata
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Durante 23 años, Sonia Alvarez (43) vivió en uno de los barrios más vulnerables de la ciudad de Buenos Aires, el Barrio Padre Ricciardelli, conocido también como villa 1-11-14, en el Bajo Flores. Allí se asentó con sus padres, inmigrantes paraguayos, al llegar a la Argentina, cuando era una adolescente de 13 años. Allí creció y, con su mamá y una vecina, abrió su primer taller textil, donde cosían mantas para caballos. Era un taller informal y familiar.
“Conozco el barrio, sus calles y pasillos estrechos, desde que era un charco de lodo. Cuando llovía, salíamos con bolsitas en los pies para llegar hasta la avenida y tomar el colectivo para ir a trabajar”, recuerda la costurera, que hoy es emprendedora y vive un presente que reafirma la idea de que cuando aparecen las oportunidades, un taller informal puede convertirse en una espacio donde desarrollarse y progresar. Es que hace unas semanas, junto con sus compañeros de la Cooperativa Textil 17 de Noviembre, concretaron un sueño que ninguno de ellos se hubiera imaginado posible: la colección que ellos mismos diseñaron y confeccionaron tuvo un lugar destacado en las pasarelas de Argentina Fashion Week, que se hizo el 30 de agosto. Además, ya están preparando nuevos diseños para participar en el Mar del Plata Fashion Week, que será el 1 y 2 de octubre.
Sonia, sus compañeras y todos los integrantes de la cooperativa nucleados en el Polo Textil aunaron talentos para diseñar y elaborar la cápsula “Fusión”, como llamaron a las prendas realizadas por personas que quieren y trabajan “por un mejor vivir”. El nombre de la colección de 5 prendas (un sobretodo, un conjunto de chaqueta y pantalón, un vestido y una falda) se debe a que concentra una fusión de estilos, talentos, materiales y morfologías, en una colección “atemporal, sustentable y envolvente para personas con identidad e impronta innovadora que disfrutan de navegar entre lo clásico y el diseño de autor”.
“Cuando comenzamos, nunca pensamos que sería un proyecto con muchos logros en tan poco tiempo. Primero el desfile de festejo por nuestro primer aniversario y ahora la posibilidad de mostrar nuestro trabajo en este evento tan importante”, se emocionó Sonia.
Sus vecinos le enseñaron a coser
En la 1 -11-14 funcionan redes invisibles, pero muy fuertes: de contención, de afectos, de colaboración y de solidaridad. Todo lo que Sonia sabe de costura lo aprendió mientras hacía la tarea de la escuela y, sobre todo, cuando escuchaba a los que sabían más que ella. “Aprendí de mis vecinos. Cuando no sabía coser ni un botón, fueron ellos los que me enseñaron. Un vecino me ayudaba a hacer una remera o una chomba, me mostraba cómo se hace con una over, con una recta, con una collareta. Gracias a ellos, puedo decir que conozco muchos tipos de prendas de la industria”, reconoce.
“Me emociona pensar cómo hicimos nuestra primera colección, nuestra primera experiencia en una pasarela tan importante como el Fashion Week”, revela Sonia y cuenta con orgullo donde creció: “Viví en la Manzana 23, Casa 21, sobre la calle Riestra. Esa es mi avenida, mi calle”. Actualmente vive en el barrio de Boedo, junto con su marido y sus hijos ya universitarios, uno de ellos decidido a ser piloto de aviación.
Un emprendimiento nacido de la necesidad de sobrevivir
Sonia dirige la Cooperativa 17 de Noviembre, que integran 47 personas. Confeccionan ropa urbana y deportiva para distintas marcas. El proyecto surgió durante la pandemia, cuando muchas mujeres de los barrios 1-11-14 y 21-24 con experiencia y oficio en el sector textil buscaban alternativas para subsistir durante los meses de aislamiento en los que no se podía salir a trabajar.
En ese contexto, se les ocurrió armar una cooperativa de trabajadores: juntar fuerzas y entre todos salir adelante. Al poco tiempo tuvieron la posibilidad de formar parte del Polo Textil San Antonio, ubicado en el barrio de Barracas. Se trata de una iniciativa del Gobierno porteño para agrupar a cooperativas textiles de distintos barrios populares. La intención es que puedan trabajar en un espacio seguro y preparado para la actividad sin necesidad de pagar un alquiler pero sí los gastos de luz, comida y sueldos para aquellos trabajadores que eligen no formar parte de la cooperativa. Además, en ese espacio reciben capacitaciones y se promueven alianzas con el sector público y privado para que puedan producir a escala.
La creación de polos textiles vino a aportar una solución para que de a poco, a medida que se multipliquen iniciativas similares, se puedan ir erradicando los talleres clandestinos. En ese sentido, el polo textil San Antonio, donde los trabajadores cuentan con espacios adecuados para la producción y con un control más directo de las autoridades, resulta un modelo alentador. El Polo Textil busca ser “un faro en materia de triple impacto y el vívido reflejo de políticas públicas en las que convergen de manera exitosa el sector público, el sector privado formal y la economía social”, señala Belén Barreto, subsecretaria de Desarrollo del Potencial Humano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Talleres informales y clandestinos en los barrios
Aunque tanto los talleres familiares como los clandestinos funcionan en la informalidad, hay una diferencia enorme entre ambas instancias. Sonia sabe que los talleres clandestinos pueden llegar a tener personas en situación de explotación laboral. Muchas de ellas llegan desde otros países, como Bolivia, por ejemplo, seducidas por una propuesta laboral engañosa. Una vez acá, deben trabajar durante jornadas extensísimas y duermen en el mismo lugar de trabajo, un régimen que se conoce como de “cama caliente”. Muchas veces los jefes son parientes y por lo general les sacan sus documentos y no les permiten salir del lugar. “Eso sigue sucediendo, por más que uno cierre los ojos”, se lamenta Sonia.
En cambio, los talleres familiares funcionan a la luz del día: son mujeres acompañadas por sus hijos, parejas o vecinos que trabajan cosiendo prendas a pedido o por cuenta propia. Su desventaja radica en que al no contar con instalaciones adecuadas no obtienen habilitaciones ni permisos de trabajo, no tienen monotributo social y trabajan en la informalidad, lo que les impide crecer y generar mejores oportunidades.
“El Estado tiene que acompañar y conocer un poco más lo que es un taller. La pandemia hizo que esos talleres también se multipliquen muchísimo. ¿En qué sentido? El que se iba a una fábrica a trabajar y cumplía un horario, durante la pandemia el taller le llevó la máquina a su casa y lo tuvo asegurado como empleado. Eso es lo que hicieron también las grandes fábricas en plena pandemia”, cuenta.
“Antes, un taller tenía no más de 8 empleados dentro de los barrios. Si había 30 talleres por manzana, durante la pandemia se multiplicaron y ahora funcionan 300 talleres en una manzana. En los barrios tenemos edificios donde en cinco o seis pisos tenés talleres familiares que se componen de dos o tres máquinas. Si juntás a todos los talleres familiares de un edificio, tenés un megataller. Por eso yo pido que se los habilite y trabajen en condiciones de formalidad”, pide Sonia.
“A los compañeros tratamos de concientizarlos para que por lo menos empiecen a pagar un monotributo social y el día de mañana puedan jubilarse y estar bien en su vejez. Pero para que eso suceda, o bien tendrían que abrirse más polos textiles o que por lo menos el Estado nos acompañe dentro de los barrios, brindarnos una certificación laboral donde podamos también aparecer en el sistema como trabajadores de la industria textil. Necesitamos que sean visibilizados, salgan de la informalidad y puedan crecer como pudimos hacer nosotras, que ahora soñamos con tener nuestra marca de ropa y salir a competir en el mercado de indumentaria al nivel de una tienda como Zara”, concluye.
Soñar en grande, salir de los prejuicios, poner en juego no solo el oficio sino también desarrollar los talentos. Salir del corte y confección, de la línea de montaje para desplegar las ideas, la imaginación y la creatividad. Crear moda. Abrir tiendas locales y, tal vez, en el resto del mundo. Ese es el deseo de Sonia para ella y para sus compañeros. Las ganas están y el impulso de un programa público que acompaña, alienta a creer que es posible.
Más información
- El Polo Textil San Antonio depende de la Subsecretaría de Desarrollo del Potencial Humano de la ciudad de Buenos Aires. Tiene como objetivo reconocer la importancia de la economía popular y social en el sector textil y abrir una oportunidad para ampliar su escala a partir de una estrategia comercial que vincule al Polo, tanto al sector privado como al público. Queda en Gonçalves Dias 758, Barrio Barracas, Comuna 4 y se los puede contactar al teléfono 15-6375-2052.