Creció en un hogar pobre y trabajó desde chico, hasta que una ONG creyó en su sueño
Simón tiene 24 años y está por recibirse de abogado; mientras iba a la escuela, fue albañil, mozo y repartidor de folletos; en su barrio casi nadie termina la secundaria; pero cuando tenía 17 años conoció a Patricia, la mujer que corrió de su camino las barreras que hacían imposible que fuera a la universidad
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“Cuando era chico, con mis hermanos íbamos a los comedores comunitarios y siempre en los alrededores había peleas. Una vez, cuando tenía unos 10 años, vi a unos pocos metros de donde estaba yo cómo dos muchachos se agarraban a los tiros”. El recuerdo de Simón Ross ilustra el entorno en el que pasó su infancia: se crio en el barrio Iturbide, en el extremo sur de Venado Tuerto, a metros de Villa Moisés, un asentamiento de gran crecimiento en los últimos años.
Simón pasó parte de su infancia en zonas rurales y en distintos barrios periféricos al sudoeste de la capital santafecina. Junto a sus hermanos y su mamá, se mudaron al barrio Iturbide en el 2011, donde viven en la actualidad, como parte de un plan de viviendas de una cooperativa provincial. “En ese año no llegaba ningún servicio. No teníamos baño ni luz. Recién después de muchos años tuvimos internet”, cuenta Alejandra, la mamá de Simón.
“En su barrio, casi nadie termina la secundaria”, cuenta Patricia Bertrán, quien fundó Imagina Un Mundo Mejor, una ONG que nació en el 2014 y que busca romper el ciclo intergeneracional de pobreza en esa localidad mediante talleres educativos y asistencia de distinto tipo.
Simón es un ejemplo de que, cuando las barreras son quitadas y se brinda un acompañamiento, se puede torcer lo que el destino parecía imponer. Hoy tiene 24 años y está a ocho materias de recibirse de abogado, algo que proyecta hacerlo en el primer semestre del 2025.
“Somos cuatro hermanos, mis papás se separaron cuando yo tenía 11 años y mi mamá nos crio sola. Y yo tenía la intención de formar parte de un grupo, de pertenecer, aunque me influenciara para mal”, cuenta Simón. Su madre se desesperó cuando comenzó a integrarse con una banda de adolescentes a sus 13 años y logró alejarlo de esos ejemplos. “Muchos de ese grupo hoy están muertos por consumo de drogas o fueron encarcelados”, cuenta Patricia.
Aún en ese contexto, Simón logró hacer realidad el sueño que una vez, con seis años, le dijo a su madre: recibirse de abogado. No solo eso: es el primero en su familia en terminar el secundario. Para cada paso, no obstante, tuvo que enfrentar barreras. Y, para ello, contó con ayuda.
¿Quiénes lo ayudaron?
El primer contacto de la familia de Simón con Imagina, como llaman a la ONG, ocurrió cuando Alejandra se acercó a la ONG para pedir que le dieran zapatillas. A las dificultades económicas, en el caso de Simón se sumó la falta de inclusión: por un diagnóstico de hipoacusia muchas veces le sugirieron cambiarse a una escuela especial, algo que nunca hizo.
“Siempre tuve claro que quería seguir estudiando después del secundario. Incluso todos los test que hice me sugerían estudiar Derecho. Por eso se lo planteé a mi mamá”, recuerda Simón, que tenía unos 17 años cuando comenzó a contar con la ayuda de Imagina. Sin embargo, los recursos económicos de la familia ni siquiera le garantizaban poder completar el nivel medio.
De hecho, durante el último año del secundario, Simón contó con un padrino, Carlos, que pagó sus gastos escolares, como parte del programa Yo Creo en Ti, de Imagina, que apunta a que los chicos terminen el secundario.
“Terminar el secundario era una gran meta. Pero hubo dos casos, los de Lisandro y Simón, que ampliaron nuestros horizontes. Ellos rompieron otra barrera al decidir ir a la universidad. Los pocos que terminan el secundario eligen trabajar y tener sus ingresos, darse gustos que quizás en la adolescencia no pudieron”, explica Patricia.
Barreras autoimpuestas
Pero, además, a muchos la estigmatización los llevó a autoimponerse límites. “Yo hablo con muchos chicos que están terminando el secundario y lamentablemente en su cabeza generan barreras que no los dejan seguir”, dice Simón. Patricia amplía esta idea: “No es fácil romper el ciclo intergeneracional de pobreza. En ese sentido, Alejandra marcó la agenda de nosotros como organización, porque fue fértil a las ideas de más sueños. A ella, como a tantas otras personas de origen humilde, su entorno le dijo que no podía”.
De hecho, el trabajo de Imagina impactó en la vida de Alejandra y de toda la familia. Por primera vez, ella consiguió trabajo estable y desarrolló luego un emprendimiento textil. Los hermanos de Simón también desarrollaron emprendimientos y pudieron avanzar en su educación.
“Cómo no estar agradecida de cómo me ayudaron a cambiar mi cabeza, de creer en acompañar las metas de mis hijos”, dice Alejandra.
La universidad
“Cuando Simón confirmó que quería estudiar para ser abogado, nosotros, que fomentamos la educación, que les pedimos que sueñen y piensen qué quieren ser en el futuro, que los impulsamos a prepararse para el trabajo, de golpe nos encontramos que teníamos que prepararnos para acompañarlo en la universidad”, recuerda Patricia.
Ese fue el nacimiento del programa Yo Quiero Ser, donde padrinos apoyan a jóvenes en sus estudios superiores. En el caso de Simón, un padrino aporta para pagar la cuota de la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano (UCEL), con sede en Venado Tuerto. En el caso de Lisandro, Imagina logró una beca en la pensión universitaria de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), aunque luego la pandemia y situaciones familiares truncaron sus planes de seguir estudiando.
La pandemia también dificultó el recorrido académico de Simón, quien no tenía ni teléfono ni computadora cuando comenzó el confinamiento. Por un tiempo, copió los apuntes cuando su mamá le prestaba el celular. Luego, Imagina le consiguió una computadora.
Pero más allá del dinero, Simón recibió otra ayuda clave: estuvo acompañado durante toda la carrera. “Algo que aprendí gracias a Imagina es que la carrera, más que inteligencia, es perseverancia. Recibí mucho acompañamiento emocional de Patricia y toda la organización y eso marcó la diferencia. Especialmente en la pandemia, que fue un momento duro”, recuerda Simón, quien desde su adolescencia trabajó en paralelo a sus estudios (por ejemplo, como albañil, mozo, repartidor de folletos y vendedor). “Me decían ‘son horas de silla, tenés que darle para adelante’. No había día en el cual no me preguntaran cómo me estaba yendo”.
“Le damos mucha importancia al vínculo, a forjar la esperanza”, resalta Patricia. En paralelo, Imagina también gestionó que Simón pudiera realizar una pasantía en el Ministerio Público de Acusación de su ciudad. “Pude entender el ejercicio de la profesión y fue un sueño. Impulsó la llama que llevaba en mi corazón de estudiar Derecho y me ayudó a no rendirme y seguir superándome”, cuenta Simón.
Imaginar y soñar
Cuando Patricia habla de lo que hace Imagina, repite con frecuencia una frase: “Ciclo intergeneracional de pobreza”. Según explica, las familias con las que trabaja la organización viven en barrios periféricos con menos acceso a servicios, sufren “segregación educacional (van a la escuela para chicos en igual situación de pobreza)”, no cuentan con un capital físico o financiero que les permita salir de la situación de pobreza en la que están. “Sin una intervención externa, es imposible que cambien su situación”, concluye.
Un informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA para LA NACION confirma esta percepción: los chicos de esos contextos tienen seis veces menos probabilidades de terminar el secundario que aquellos que viven en hogares sin carencias.
Imagina aborda esta realidad en Venado Tuerto mediante múltiples programas. Y, sobre todo, con énfasis en ampliar los horizontes de las familias. Cada una de las familias que comienzan a ser ayudadas participan de distintos talleres educativos, además de actividades recreativas y emprendimientos sociales.
Patricia, que este año fue reconocida como una de las 8 ganadoras del Premio Abanderados, enfatiza: “Hacemos mucha asistencia en cosas, pero en un momento entendimos que lo nuestro no era hacer caridad. Buscamos una transformación, que el otro se transforme en lo que quiera ser. Hay muchas personas invisibles esperando tener una oportunidad”.
Más información
- Imagina Un Mundo Mejor acompaña a 54 familias, con 111 niños y 52 adolescentes. Si querés apadrinar un estudiante o colaborar con la ONG, podés contactarlos con un mail a imaginavt@gmail.com.
- Se financian principalmente con aportes privados, de padrinos o madrinas que eligen ayudar a una persona en particular (como en el caso de Simón). “Somos más bien un puente”, enfatiza Patricia.
- Uno de los proyectos de la organización es mejorar las viviendas con las que cuentan los beneficiarios, por ejemplo, construyendo baños o proveyendo agua caliente en los hogares.