Ya son 8,5 millones los argentinos que viven en la indigencia y para comer dependen de la ayuda: “Pierden a su familia y hasta el techo”
El Indec informó esta tarde que la pobreza extrema es la más alta en dos décadas; ¿cuántos niños se encuentran en esa situación?
- 5 minutos de lectura'
“Aquellos hogares cuyos ingresos totales no superan el valor de la canasta básica de alimentos (CBA) capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas son considerados indigentes”. Así define el Indec la indigencia, una situación que creció del 11,9 % (5,4 millones) a fines del año pasado a 18,1% (8,5 millones de personas) en el primer semestre del 2024.
Significa un aumento vertiginoso del 52%. Y representa la cifra de indigencia más alta desde el primer semestre de 2004, 20 años atrás, cuando alcanzó el 19,5 %. Es decir, que la foto que informó hoy el Indec marca que casi 3 millones personas cayeron de la pobreza a la indigencia.
¿Qué implica caer en la indigencia? “Cuando se cae de la pobreza a la indigencia se entra en otro círculo. Las personas ya no solo quedan excluidas del trabajo estable, sino de pautas mínimas de convivencia. Empiezan a depender de la asistencia social del Estado o de las ayudas de ONG”, dice Eduardo Donza, investigador del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA).
Se trata de una situación en la que los recortes son drásticos. “No se trata, como pasa en sectores medios en una crisis, de reemplazar marcas, sino que por los ajustes llegan a saltear comidas o a tener que depender de comedores. Y comprar bienes como ropa, incluso en lugares muy baratos, ya no es algo viable”, agrega Donza.
Mariela Fumarola, fundadora de Caminos Solidarios y con más de 15 años de experiencia asistiendo a personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires, percibe que en los últimos meses aumentó la cantidad de beneficiarios de la organización. Y destaca “Hay personas que no están completando las comidas. O comen una sola vez al día, cuando las visitamos o van a algún comedor. A veces se guardan la mitad de la porción para el día siguiente. Están viviendo por lo que les brindan organizaciones sociales”, dice.
Caminos Solidarios trabaja en distintos barrios porteños. Fumarola suele asistir a personas en Almagro, donde pasaron de 70 beneficiarios a principios de año a más de 100. Y cuenta que en los diálogos que mantienen mientras los asisten, la comida se volvió un tema recurrente. “Pasó a ser un tema de conversación central. Antes charlábamos de varias cosas. Ahora me cuentan si vienen de algún otro comedor en donde no alcanzó la comida”, asegura y sigue: “Además de darles comida, nosotros tratamos de aportarles elementos de higiene personal, útiles escolares, ropa. Pero hoy el tema es la comida”, amplía Fumarola. Hubo días en los que, incluso aunque contamos con más donaciones, nos quedamos sin raciones y tuvimos que hacer una vaquita entre voluntarios para comprar algo más”.
“Niños con marcas para toda la vida”
La comida, aunque vital, no es lo único que pierde alguien en situación de indigencia. “Muchos pierden vínculos familiares y de amigos. Se pierden entornos positivos. E incluso se pierde la vivienda y se pasa a la situación de calle. Todo esto va degradando a la persona, la afecta mucho psicológicamente. Estas cuestiones se van retroalimentando y queda cada vez más lejana la posibilidad de reinserción”, señala Donza. “Perder el techo es un cambio drástico. Porque implica que tampoco la persona tiene un sistema de contención. No tiene un amigo o familia que le pueda dar un espacio”, aporta Fumarola.
Donza aclara que, sin las ayudas sociales del Estado como la Asignación Universal por Hijo (AUH), tanto del actual como del anterior Gobierno, los índices de indigencia serían mayores. Pero que las distintas pérdidas que se acumulan al llegar a una situación de indigencia expone a una persona a distintos riesgos y dificulta enormemente la movilidad social. Especialmente en el caso de infancias y adolescencias.
En ese sentido, el Indec dio cuenta hoy que el 27% de los chicos de 14 años o menos viven en la indigencia. “Los riesgos son más grandes para niños que requieren una buena alimentación en sus primeros días o meses de vida. Porque eso limita sus capacidades cognitivas y su desarrollo físico, lo que puede dejar marcas para toda la vida”, dice.
“La indigencia implica una suma de adversidades. Porque no hay dinero para comprar alimentos, pero tampoco hay redes de contención social o educativa, faltan servicios o hay viviendas inadecuadas. Todo este contexto “predispone a la malnutrición”, aporta Gabriela Sabio, directora Médica de la Fundación CONIN.
Ella cuenta que en estos casos puede darse una inseguridad alimentaria leve (donde no está garantizado el acceso a alimentos), moderada (cuando se empiezan a saltear comidas) o grave (se pasa más de 24 horas sin comer). Esto, además, convive con reemplazos inadecuados por alimentos más económicos, pero de peor valor nutricional, lo que suele llevar al sobrepeso y la obesidad.
“La malnutrición produce muchas consecuencias en el desarrollo y crecimiento de los niños. Especialmente en los 1.000 días, el embarazo y los primeros dos años, cuando es fundamental potenciar su crecimiento”, concluye Sabio.
Fumarola cuenta que en los últimos meses se hizo habitual algo que no lo era: que asistan a buscar comida familias enteras, que padres y madres lleven a sus hijos e hijas. “Situaciones como estas, como las de más chicos o adultos mayores, multiplica las urgencias”, enfatiza.
“Una implosión hacia adentro”
Donza agrega que la indigencia también “limita las posibilidades de estudios formales, de insertarse en un buen trabajo. Estas personas van a tener limitaciones propias muchas veces insalvables, hipotecas para su vida y la de sus familias”. Este contexto, aclara el especialista, resulta propicio para el aumento de delitos y el consumo o comercialización de estupefacientes.
“Cuando se está mucho tiempo sumergido en la indigencia hay una implosión hacia adentro”, dice Donza. Y cierra: “Hoy muchos están excluidos no solo de la distribución del ingreso, sino de una capacidad para organizarse en forma eficiente para protestar. Una parte de la sociedad que cae en la indigencia está desmovilizada, porque hay mucha desarticulación social”.