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Rubén Huentemil vive solo en el campo, a 10 kilómetros de Ojos de Agua, en Río Negro. Se levanta a las 7 de la mañana y en la habitación quedan los restos de un pequeño brasero que ardió durante la noche. Siente el frío en los huesos como si estuviera durmiendo sobre la nieve. La puerta de su casa y las ventanas están congeladas del lado de adentro porque la helada entra por las hendiduras.
Prende la luz de farol a gas y se viste con todas las capas de ropa que puede. Camina unos pasos al ambiente de al lado para encender la cocina a leña y calefaccionarlo. Pone el agua para el mate y come una torta frita del día anterior. Se abriga con un mameluco y sale a controlar cómo están sus 180 ovejas.
"Hay que estar acá, por duro que sea, para que esto no se abandone. Hay una gran cantidad de campos solos porque es muy ardua la vida solo. Casi no hay jóvenes. El que cuida por su cuenta, no conoce lo que es un domingo o un feriado. Se trabaja todos los días", dice Huentemil, para explicar una de las problemáticas más duras de la región: la mayoría de las personas que viven en el campo son hombres mayores, y solos.
"En el campo es mucho más dura la vejez que la niñez. Los chicos están en las aldeas, tienen los servicios y la comida asegurados. En cambio los viejitos están tirados en el campo. Y gracias a Dios tienen la jubilación y eso hace que a veces algún hijo se acerque para cobrársela y administrársela. Tienen que hacer kilómetros para buscar el agua, salir a cortar la leña y no tienen calefacción", explica, con preocupación, Franca Bidinost, extensionista rural de INTA Bariloche.
En el caso de Huentemil, su papá falleció hace 3 años y alguno de los hijos se tenía que hacer cargo del campo de 1700 hectáreas. Tiene cinco hermanos pero sintió que él era el indicado para hacerlo. "Yo estoy separado y no tenía compromisos de quedarme en el pueblo. Mis hijos están internados en la escuela de Jacobacci", cuenta. Su mamá vive con él durante el año en el campo, menos en el invierno que lo pasa en Viedma, en la casa de uno de sus hijos.
La explicación de por qué los hombres están solos en el campo es que las mujeres se mudan con sus hijos a los pueblos en donde están instaladas las escuelas. Y ellos se quedan cuidando los animales. La familia se divide para apostar por el futuro de sus hijos. Y cuando estos chicos crecen, tampoco encuentran en el campo una salida posible.
"Lo que falta es empleo porque hay una franja entre los 20 y los 60 años que no tienen jubilación o una pensión y es muy difícil conseguir trabajo. Algunos hacen changas, o esquila, pero sino se van a ciudades como Viedma, Bariloche o Jacobacci", dice Virginia Velazco, extensionista rural de INTA Jacobacci.
Con los hijos ya grandes, las mujeres vuelven a vivir en el campo y se queda el matrimonio solo ocupándose de todo. Esto es lo que le sucedió a Julio Pedraza y su mujer, habitantes de Ojos de Agua. Ya están jubilados, y cuidan por su cuenta a sus 200 ovejas. A veces, reciben la visita de sus hijos y sus nietos.
Elida Matilde Michelena, integrante de la Comisión de Fomento de Mamuel Choique, también vive con su marido en el campo. Sus hijos se fueron a buscar trabajo a las ciudades. "¿Qué va a hacer un chico en el campo con su papá? Con 100 animales no vive toda la familia, no alcanza para comer y vestirse. Entonces se tienen que ir", cuenta.
De chico Huentemil vivió en esa casa misma casa, jugando al fútbol con pelotas de trapo hechas con medias y fue a la escuela hogar de Mamuel Choique, porque era la única que había en la zona. "Eramos más de 100 chicos. Nosotros íbamos a caballo y nos quedábamos de septiembre hasta mayo en la escuela. Supimos compartir todo porque al ser tantos no alcanzaba el pan ni la comida", cuenta este productor que terminó 7mo grado. Después se puso a trabajar de peón en donde podía.
Cuando volvió a su casa de grande, supo que había que hacerle mejoras para poder enfrentar las temperaturas bajo cero. Era toda de adobe y el verano pasado le puso revoque de material a las paredes y el piso. Junto a su hermano, además, construyeron cobertizos nuevos.
"Los materiales para la casa me los dieron de la Comisión de Fomento pero yo me ocupé de la mano de obra. A mí no me gusta que me den todo, yo pongo de mi parte. El verano pasado hice 3000 ladrillos de adobe para hacerle una casita al tanque de agua para que no se congele con estas temperaturas", dice Huentemil.
En su casa no señal de teléfono, ni luz ni gas. Pero desde la Comisión de Fomento le dan tres garrafas por mes durante los meses de frío y también 1000 kilos de leña. "Eso ayuda pero no te alcanza. Hay que seguir comprando", explica. También cuenta con un grupo electrógeno que usa cuando su madre quiere ver una película en DVD porque no tiene canales de aire ni cable.
Lo que sí le mejoró mucho su calidad de vida es poder tener agua, gracias a un pozo y una bomba solar que le instalaron el año pasado. El baño es una letrina afuera de la casa y para asearse calienta agua y lo hace en un fuentón. "Mis viejos toda la vida acarrearon agua de un pozo a 60 metros. Acá bañarse en invierno se hace difícil. Si estuviera mi mamá sería peor para ella. Lo único que me falta es hacer un baño instalado, que calculo lo voy a construir en la primavera", dice.
Todas las mañana Huentemil madruga para ir a revisar - a caballo o a pie - los animales y regresa a almorzar para encontrarse la casa otra vez congelada. Vuelve a encender la cocina a leña y se prepara unos fideos. A la tarde, sale a hacer otro recorrido.
"Si no salimos, el zorro mata a los animales. Si uno anda todos los días con los perros, los olfatean y los ahuyenta. En invierno el campero lucha en el campo todo tapado. El año pasado la nieve mató 25 animales porque los tapa y se ahogan. Cuando hay tanta nieve no llegás a donde ellos están y es difícil encontrarlos. Ese es el riesgo del campesino. Por eso tiene que estar diariamente en el campo", explica.
Como todos los productores, Huentemil está acostumbrado a la soledad y a hacer todo por su cuenta. Desde chico le enseñaron a hacer todas las tareas en el campo, a amasar, a cocinar y a fabricar ladrillos de adobe.
Las distancias son grandes en estas latitudes, y el vecino más cerca puede estar a 30 kilómetros. La única compañía de los productores es la radio, para escuchar música o enterarse de las noticias locales. "Puedo estar tres meses sin ver a nadie", confiesa Huentemil.
Para comunicarse, varios productores tienen radios VHF y también lo hacen con una central que está en Jacobacci para poder hablar con sus familiares. "Ahora no está funcionando porque hay problemas de antenas en Lipetrén. Aunque vos veas que está super alejado un puesto del otro, ellos siempre saben lo que está haciendo el vecino, tienen su red de comunicación", agrega Velazco.
A fin de año, los productores ganaderos venden chivitos, el pelo de las chivas y la lana de sus ovejas. Lo hacen por su cuenta con el mercachifle, a través de cooperativas o comunidades indígenas. Con lo que juntan, tienen que aguantar durante el resto del año. Por eso, su dieta está supeditada a la carne y la harina.
"Acá no conocemos un sueldito por mes. Se hace un pedido anual de mercadería en el que se compra harina, fideo, arroz, polenta, condimento y azúcar. Yo prácticamente no consumo verdura ni leche. A lo sumo papa y cebolla", cuenta Huentemil sobre su alimentación poco balanceada.
Cuando va a Jacobacci, Huentemil aprovecha para ver a sus hijos. Tiene una camioneta o sino se toma una traffic que hace ese recorrido. "La facilidad que tengo es que estoy cerca de la ruta", explica.
Para los campesinos los beneficios de vivir en el campo son muchos pero destacan principalmente la tranquilidad y que los gastos son mucho más bajos porque no tienen a donde ir a comprar. "En el pueblo te faltaron galletitas, y al lado tenés un almacén. Y porque viste otra cosa, también la comprás. Y es todo plata. En cambio en el campo no. Si no tenés masitas, no comés. En el pueblo, $1000 los gastás en un día", dice Huentemil, mientras repone los troncos de leña en la cocina.
De problemas con el alcohol a pastor evangélico
Hay que hacer varios kilómetros por un camino de tierra para llegar a la casa de Julio Pedraza y su mujer Rosinda. En invierno, con el hielo y la nieve, muchas veces es imposible llegar. Él tiene 70 años y ella 69. Y solos se ocupan de todas las tareas del campo y de cuidar a las 200 ovejas que tienen.
Desde que se casaron que viven en esa casa que fueron ampliando de a poco y con sus propias manos. Mientras sus hijos fueron a la escuela albergue en Mamuel Choique, se hicieron otra casa en el pueblo para poder acompañarlos. Ninguno de ellos siguió con la tradición de ser camperos.
"No fue fácil criar a los hijos acá. Lo más difícil fue tener que llevarlos a la escuela a 30 kilómetros, a caballo, cuando ellos eran chiquitos o cuando se enfermaban. Eso era todo sufrimiento. Cuando recién llegué al paraje tenía que salir todos los santos días al campo. Eso cambió un montón porque tenemos todo el campo alambrado. Con los años que tengo no estoy para salir a andar todo el día", cuenta Pedraza, quien como muchos productores de la zona tuvo problemas con el alcohol y gracias a las iglesias pudieron salir adelante. Él, ahora es pastor evangélico y tiene un templo al lado de su casa.
"Empecé a tomar como lo hacen todos los jóvenes de hoy. Un traguito, después otro traguito. Y después no pude parar. Estuve mucho años viviendo así. Y casi pierdo a mi familia por culpa del alcohol", cuenta sentado al lado de la cocina a leña. Su mujer lo mira en silencio.
"Yo era una persona que tomaba mucho, y hacía cosas que no tenía que hacer. Me peleaba con mi mujer. Era una vida terrible espiritualmente y carnalmente. Era una persona muy agresiva, que amaba al que me convenía nomás. Y eso lo aprendí cuando me conecté con el evangelio", dice Pedraza.
Su mujer, Rosinda, se refiere a esa época, la de crianza de sus hijos, como un momento de sufrimiento y lágrimas. "Yo los quería criar bien pero como mi marido tomaba, había una mala vida, unas trompadas, unos azotes o unos retos", recuerda.
Pedraza pudo dejar de tomar a sus 35 años, y se concentró en ordenar su vida. Y de a poco se fue convirtiendo en pastor. "Estuve más con mis hijos, con mis vecinos. Ahora tengo palabras para decirles a los jóvenes que esto no sirve. A través de mi testimonio hoy puedo ayudar a otros", agrega.
Hoy en día son seis familias las que asisten una vez por semana al templo. En los meses de invierno, no lo hacen por problemas de acceso.
"Cuando recién dejé de tomar pensaba que yo no iba a llegar a conocer a mis nietos porque sentía que había muerto. Yo lo único que quiero es aprovechar los pocos años que me deben quedar con mi familia y vivir tranquilo", cuenta. Una vez recuperado, Pedraza pudo ocuparse de mejorar su casa, arreglar el techo, ampliarla. En eso también ayudó su hijo Enrique. Ahora tienen luz con generador y bomba de agua.
"Nosotros nos casamos cuando éramos bien pobres. Ahora no somos ricos pero estamos mejor. No sabíamos administrar lo que teníamos porque yo lo malgastaba", reconoce Julio. Lo que más le gusta de la vida en el campo es estar con los animales, revisar el alambre, salir a recorrer. "Creo que si me faltan los animales, me muero", confiesa.
Uno de los pocos jóvenes en el campo
Nestor "Lolo" Nahuelfil tiene 25 años y es una rara avis. Es de los pocos jóvenes que hoy eligen quedarse en el campo y continuar con el legado de su padre.
Nació a 10 kilómetors de Mamuel Choique, en donde hizo la primaria, y desde siempre se crió entre animales y tareas ganaderas. "Mi infancia fue muy linda. Siempre fue estar en el campo. Andar arriba de un caballo o salir a correr avestruces era andar jugando. Hoy es un trabajo", explica Nahuelfil, abrigado con un buzo y una campera. Y agrega: "De chico no teníamos luz. Vivíamos en esta casita y la luz era a kerosene. Se ponía un mecha de pantalón vaquero en un frasco y se hacía una luz", recuerda.
Hoy vive con su mamá, uno de sus hermanos y su tío. Sus otros tres hermanos ya formaron familia y la más chica está estudiando para ser maestra especial. Su casa tienen luz con paneles solares, el agua la saca con una moto bomba del pozo y se calefacciona con estufa a leña. También les reparten garrafas de gas desde la Comisión de Fomento. "Estamos acostumbrados al invierno acá. Hay que comprar leña y pasar calentitos. Solo que te pegás unos fríos terribles cuando salís al campo", cuenta y se le escapa una media sonrisa.
Nahuelfil se levanta, le da de comer a las gallinas, los castrones y los caballos. Después sale a mirar a las chivas y a las ovejas. Por las tardes, le gusta ir a cazar avestruces, guanacos y liebres, con su perro galgo, para comer. "Esa es la vida que tenemos acá en el campo".
A Nahuelfil las horas se le pasan volando mientras hace sus diferentes tareas. Cada día se levanta y ya sabe lo que tiene que hacer. En los momentos de mate y descanso, aprovecha para escuchar la Radio Nacional de Jacobacci y de Bariloche. "Con eso nos mantenemos comunicados. Y sino hay que ir a Choique para tener Internet y poder hablar con los familiares", cuenta.
Sobre las cosas a mejorar, Nahuelfil lo primero que menciona es el camino hasta Mamuel Choique. "Es corto pero es lo peor que hay. A los políticos lo que más le pedimos es que nos mantengan los caminos en buen estado para poder transitar. También alguna ayuda para arreglar corrales, galpones y poder tener cobertizos", agrega
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