El 90% de los empleados del McDonald’s de barrio son vecinos; para la mayoría, es su primera experiencia laboral formal; a muchos les permite costear sus estudios o ayudar en sus casas
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Cuando Yermina Benítez se preparaba para abrir su propia franquicia de McDonald’s en el barrio Múgica, en Retiro, y empezó a entrevistar candidatos para los distintos puestos de trabajo, muchos de sus empleados actuales decidieron mentir cuando les preguntaron dónde vivían. Pero ella, que ya llevaba 13 años en la empresa y tres décadas viviendo en la ex villa 31, se dio cuenta enseguida. “Entonces, les contaba mi historia, para que supieran que vivir acá no tiene nada de malo y que no deberían avergonzarse del lugar donde les tocó vivir”, cuenta.
Desde aquel momento pasaron cuatro años en los que la franquicia creció y casi el 100% de sus empleados son vecinos de este barrio popular. Es la misma oportunidad laboral que tuvo la propia Yermina a los 17 años. Hoy, que ya tiene 30, entiende que es ella la que les está ofreciendo a muchos jóvenes un primer empleo formal que puede ser transformador para sus vidas. “Ahora, cuando un cliente les pregunta si son del barrio, levantan la cabeza y con orgullo dicen que sí”, completa su relato.
Además, a la par de la franquicia, el barrio se desarrolló mucho en estos años y atravesó un proceso de urbanización que sus vecinos celebran. “Incluso desde antes de que existiera este McDonald’s, vimos muchos cambios, pero el local ayudó, sobre todo, a cambiar la visión que hay desde afuera”, dice Yermina, que vive a unas cuadras de la sucursal.
“El trabajo me ayuda a cumplir mi sueño”
Antes de trabajar en el local, Agostina, que tiene 21 años, ayudaba a su mamá a vender sándwiches de milanesa en la estación de tren de Retiro. Al mismo tiempo, iba a la Escuela Filii Dei, ubicada en el mismo barrio donde vive junto a su familia y donde armó su primer CV. “Tenía 16 años y quería empezar a trabajar lo antes posible para tener algo planeado para el futuro”, le cuenta a LA NACIÓN mientras se toma un descanso del trabajo en una de las mesas del local.
“Yo estudio danza desde los tres años y mi sueño es tener mi propio estudio de baile”, explica y continúa: “Así que ahora uso mi sueldo para comprarme los trajes y pagarme las muestras, pero también estoy ahorrando para cumplir mi sueño”. Actualmente, es gerenta de turno del McDonald’s del Barrio 31. Su mamá, en tanto, trabaja como empleada de limpieza.
Agostina se sumó como empleada del local desde la apertura, en diciembre de 2019. “Para entonces, se veían varios cambios en el barrio, como locales nuevos y remodelaciones en las calles y hogares, pero esta fue la primera vez que una cadena de comida abría acá”, señala y añade: “Muchas cosas empezaron a quedarnos más cerca. Ahora, si quiero organizar un plan con mis amigas, ya no tenemos que salir del barrio para hacerlo”. Actualmente, en el barrio hay desde bancos hasta heladerías de diferentes nacionalidades, cadenas de supermercados y recorridos gastronómicos para visitarlo.
Un local que acompañó la urbanización
“La apertura de este local fue una gran oportunidad para dar empleo en el barrio. Hoy tenemos 45 empleados y 41 viven en el barrio. Además, en el 95% de los casos es su primera experiencia laboral formal”, explica Yermina, que nació y creció en el Múgica.
Cuando tenía 17 años, Yermina empezó a trabajar en el McDonald’s del barrio porteño de Monserrat. Antes de eso, trabajó junto a su mamá y sus hermanos: vendía bizcochuelos en la calle y en un local de comida que abrió su familia en su casa. Pero cuando llegó a quinto año del secundario, se dio cuenta de que necesitaba dinero para pagar todo lo que ese último año de la escuela implicaba y decidió buscar una oportunidad en la cadena de comida rápida. Entonces no salía mucho del barrio y solo había pisado un local de esa marca una vez en su vida.
Siete años después, mientras transitaba su segundo embarazo y luego de haber llegado a gerenta, se le presentó una oportunidad: la marca estaba buscando a una persona del Barrio 31 para encargarse del local que se abriría allí mismo.
“Apliqué inmediatamente porque quería estar más cerca de mi familia. Cuando me dijeron que el puesto era mío y que, además, sería franquiciado por mí, no lo podía creer”, recuerda y sigue: “Yo tenía 26 años y mucho miedo por la responsabilidad que me estaban dando”. Además, explica, era un local icónico porque fue “el primero en abrirse en un barrio popular en plena urbanización”.
Según la actualización del Registro Nacional de Barrios Populares, en Argentina hay 6467 barrios populares, como denominan a las villas y asentamientos. En ellos viven unas cinco millones de personas, de las cuales la mayoría no accede formalmente a la energía eléctrica, no tiene servicios de agua corriente y gas natural, ni tienen red de cloacas.
Por ley, los barrios que entran a este registro deben ser urbanizados e integrados. Además, pueden acceder a un Certificado de Vivienda Familiar, lo les permite tener un domicilio formal, un paso fundamental para acceder a diferentes derechos, desde tramitar servicios básicos, hasta generar el CUIT o el CUIL y, con eso, recibir prestaciones en materia de salud, educación y previsionales. “Modificaciones básicas como tener una dirección o una altura en la calle nos ayudaron muchísimo”, añade Yermina.
“Me puedo pagar los estudios de arquitectura”
Milagros Jhadel Valdivieza Correa empezó a trabajar en la franquicia junto a Agostina, también desde la apertura. Antes de ser empleada de McDonald’s, pasó por varios empleos: “Trabajé en un bazar chino, vendí ropa en Once y toallas en la calle. Este fue mi primer empleo formal”, cuenta Milagros, que tiene 27 años, es peruana y lleva nueve viviendo en Argentina.
“Fue una oportunidad maravillosa porque trabajar acá me permite pagar los gastos de la carrera de Arquitectura”, explica. Milagros vive ahora en un departamento cerca de Facultad de Medicina, lo que le permite estar un poco más cerca de sus estudios.
“Nosotros ya llamamos ‘barrio’ a este lugar pero antes era villa. Y cuando ibas a presentarte a un trabajo ya sabías que tenías un no rotundo”, explica Agostina, que además de estudiar danza hizo el curso de tripulante de cabina. “Mi mamá sufrió mucho la situación de salir a buscar empleo y ver que tras mencionar dónde vivía no quedaba para el puesto”, cuenta y continúa: “Ahora, Yermina nos da una posibilidad que ella tuvo unos años atrás”.
Milagros y Agostina concuerdan que los cambios y el proceso de urbanización que atraviesa el barrio ayudaron mucho a revertir esta situación. “El McDonald´s fue solo una de esas transformaciones: la llegada de otros locales, la señalización de calles y procesos de asfaltado están haciendo que, de a poco, estos prejuicios se caigan”, aseguran. “Aunque en este local esos pensamientos nunca existieron”.
En los cuatro años que lleva abierta, la franquicia se ha convertido en la “salida del finde” de muchas familias y la sala de reuniones de varios de los emprendedores del barrio. “La gente se sigue sorprendiendo cuando nos conoce. Nuestros mismos vecinos no pueden creer que seamos de acá y conozcamos el barrio lo suficiente como para hacer delivery”, cuenta Agostina y sigue: “Acá antes había una barrera que ahora ya no está, para nosotros es más fácil salir y hay mucha más gente que se anima a entrar. Estamos cada vez más incluidos”.