Hace 5 años, Eva de Jesús, conocida como “Higui”, sufrió un intento de violación grupal; tratando de evitarlo, mató a uno de los agresores; la Justicia debe decidir si actuó o no en defensa propia
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Hace poco más de 5 años, Eva Analía de Jesús (47), más conocida como Higui, fue atacada en Bella Vista por un grupo de hombres con intenciones de violarla. La mujer recuerda que, entre golpes y patadas, alguien le decía: “Te vamos a hacer mujer”, en obvia alusión a su apariencia masculina y su orientación de género. También, que otro de los presentes hablaba de violentarla con un palo.
Como se dedicaba a hacer changas de jardinería, Higui tenía entre sus ropas un cuchillo con el que desmalezaba. Y se lo clavó a uno de los agresores. Como consecuencia de esa puñalada, el hombre murió. Hoy comienza el juicio en el que se la juzga por homicidio simple. Por este hecho pasó nueve meses presa, pero sus abogadas lograron su excarcelación hasta el momento del juicio.
De Jesús llega a esta instancia sin testigos que puedan avalar lo que afirma. De hecho, durante la instrucción del caso, asegura que nadie le creyó que se había defendido de un intento de violación. “En la comisaría me decían ‘gorda’, ‘lesbiana’ ‘negra’, ‘pobre’. ‘¿Quién te va a querer violar a vos, gorda?’, decían también. Y se mataban de la risa, se escuchaba desde donde yo estaba. Yo no fui a molestar a nadie. No ando haciendo daño. Al contrario, yo siempre ayudo a la gente, hasta a los animalitos. Una vez crié a dos loritos que se cayeron del árbol y después los solté”, se emociona.
La charla con Higui tiene lugar en la casa de una de sus abogadas, Gabriela Conder. Está acompañada por otra de sus letradas, Claudia Spatocco y su psicóloga, Raquel Disenfeld. Allí cuenta que creció en el barrio Barrufaldi, en San Miguel y que, desde pequeña, su vida estuvo marcada por la violencia –incluso sexual– que fueron ejerciendo diferentes padrastros. Pero también por el rechazo social.
–En el colegio me cargaban mucho, me decían “la cuco”. De más grande, en el trabajo también.
–¿Por qué?
–Por ser diferente, por ser medio varonera. El único trabajo que conseguía era el trabajo pesado. Por ahí quería trabajar en una panadería y no me aceptaban por mi manera de vestir o porque era negrita. Siempre trabajé haciendo changas: entrando arena, material con los albañiles, haciendo zanjas, tareas más de varón.
Mientras saborea una factura, cuenta que le hubiera gustado ser gendarme, para proteger a su familia. Y cuando habla de su familia, piensa especialmente en sus seis hermanas y su hermano menor. “Lo intenté, pero no me tomaron, porque tenía los pies planos y dos muelas picadas. Además son muy petisita. Ahí se me vino el mundo abajo”, recuerda.
Higui agrega que a los 15 años dejó su casa. Que el fútbol fue su refugio (“Ahí nadie te dice cómo tenés que pararte”, sintetiza). Que juega y ataja bien (su apodo “Higui” es por el arquero René Higuita). Que vivió en donde pudo: con una hermana y con amigas, hasta que a los 19 se pudo comprar su propia casilla. En su historia laboral figura que fue ayudante de un albañil y de un techista, así que se da maña para muchas cosas. También por eso estuvo empleada más de diez años con una familia para la que hacía de todo: desde emparchar el tanque, arreglar el techo y pintar departamentos, hasta lavar perros, lavar autos, lavar ropa y pagar cuentas.
“Me pagaban dos monedas. Y eso que trabajaba de lunes a sábados, de 8 a 18. Pero porque yo no sabía, ¿viste? Era muy inocente. Yo maduré un montón los últimos años. La psicóloga me ayudó un montón. Ahora sé que tengo derecho a tener un trabajo digno, a tener mi familia, a estudiar, a estar tranquila, a que nadie me moleste por mi manera de ser… (llora) Me pongo así porque me da mucha emoción. Ahora sé lo que son los derechos. Antes no sabía. Por eso, seguro que me pasó lo que me pasó”, se lamenta.
Cada vez que se topaba con la policía por la calle, la experiencia no era nada grata. “Una vez que fui a buscar unas zapatillas a un zapatero, me paró la policía y me tiró un manojo de llaves adentro de la mochila con las llaves limadas y un cosito cuadrado que es la alarma. Me querían armar una causa. Otra vez me pararon con la motito que me había regalado mi papá, a mis 37. Una Gilera amarillita. Los policías se pensaban que por mi manera de vestir o porque vivís en un barrio no tenés derecho a tener una motito”, se indigna.
Claudia Spatocco, su abogada, está convencida de que el hecho de que De Jesús viviera en la pobreza y en un barrio vulnerable influyó en el tratamiento que le dio la policía y la Justicia. “El sistema es absolutamente racista. En barrios como los que vive Higui, el sistema penal va a buscar culpables, no va a buscar víctimas. Aparte, en Higui se intersectan muchos tipos de violencias: el hecho de ser lesbiana, de ser morocha, pobre. Todas esas violencias se suman y son estructurales”, afirma la letrada, quien está convencida de que a su defendida no le cabe otra cosa más que la absolución.
Durante aquellos meses en la cárcel, el caso de Higui empezó a cobrar notoriedad. “Cuando estaba encerrada, había perdido todas las esperanzas. Quería tirar la toalla. Pero cuando fueron mi mamá y mis hermanas a verme, me dijeron que estaban todas las pibas afuera. Yo no entendía nada. Me mandaban cartas que decían: ‘tu lucha es mi lucha’ y yo pensaba: ¿cómo puede ser, si las pibas no estaban conmigo? O me decían: ‘vamos a bajar al Patricardo’, y yo me preguntaba: ¿qué es el Patriarcado? No entendía nada en las cartas. Todo esto es un gran aprendizaje. Maduré un montón. Pero igual, los dibujitos no los voy a dejar de ver (se ríe con ganas).
–¿Qué cosas aprendiste?
–Yo siento que ahora estoy mejor, hasta me visto mejor. Antes, estaba triste, con todos los recuerdos de chica, ¿viste? Hay chicos y chicas que después de que los violan quedan mal. Se prostituyen o entran en la droga. Pero yo no. Sí tomaba cerveza para dormirme y no pensar. Eso me pasaba. Me boicoteaba. Esa palabra también la aprendí.
–¿De qué manera te boicoteabas?
–Volviendo de noche a casa. Me metía en la oscuridad. No sabía lo que era el peligro, no me daba cuenta, porque era una costumbre. Me había acostumbrado a estar así y a agachar la cabeza, a que me dijeran cosas, que me molestaran. Ahora le digo a Raquelita, mi psicóloga, que tengo miedo de salir de noche. Y Raquelita me dice: “Porque tenés ganas de vivir”.
–En estos años conociste a mucha gente nueva.
–Conocí un montón de gente linda. A mis abogadas, a Raquelita que me ayudó. Raquelita me dijo: “si a vos te molesta estar en un lado, te podés correr”. Y yo antes pensaba que tenía que estar ahí, aguantando, ¿entendés?
–¿Por qué creés que la gente abrazó tu causa?
–Debe de ser por la impotencia de tantas cosas. Tantas mujeres y niños que están matando, chicas y chicos trans también. Mucha violencia hay en la calle. Mucha maldad hay. Por eso creo que las chicas se abrazaron a esto. A los tipos los encierran si los encuentran, porque hay muchos que hacen maldad y siguen dañando a otras generaciones. El que me hizo daño a mí de chica ya debe tener como 70 años y sigue haciendo maldad con otros niños.
–Hace pocas semanas se dio una violación grupal en Palermo. ¿Qué sentiste cuando te enteraste?
–Yo no sé mucho, pero siento que los pibes están enloquecidos porque están perdiendo el poder. Estaban acostumbrados a hacer lo que se les cantaba (sic): violar, matar o prender fuego a quien se les cantara y seguir como si nada. Yo digo que están asustados. Porque las pibas se están movilizando mucho, están saliendo a la calle, pidiendo por su derecho de poder andar tranquilas.
–¿Qué te gustaría hacer cuando el juicio termine?
–Me gustaría ayudar a las pibas. Hacer un refugio para las pibas, para la que lo necesite. Por ejemplo, para las que salen de la cárcel y no tienen a dónde ir.
Spatocco precisa que el debate oral se extenderá durante cuatro jornadas. “Pensamos que se trató de un caso clarísimo de legítima defensa, pero este instituto de la legítima defensa tiene que ser visto desde una perspectiva de género, porque está pensado para dos varones que pelean. No está pensado para casos en donde una de las partes sea una mujer. Si a un señor le quieren robar y lo amenazan sin armas, el señor no puede sacar un revólver y matarlo porque eso sería exceso de legítima defensa. El medio que elegís tiene que tener proporcionalidad con la agresión. Ahora, ¿qué pasa si se trata de una mujer atacada por más de un hombre?”, cuestiona la letrada.
“Higui dice: ‘yo no sabía que tenía derechos’. Con cuarenta y pico de años, el primer contacto que tiene con el Estado, que es el que tiene la obligación de asegurarle los derechos, es el sistema penal. Eso pasa en los barrios. Y, por otra parte, se les exige a las mujeres que sean buenas víctimas. Que agachen la cabeza, que se la banquen, que vayan a denunciar. No sé para qué –concluye Spatocco–, porque todas las muertas por femicidio tenían denuncias”.
A pesar de toda la contención que recibe de sus abogadas y su psicóloga, Higui todavía tiene problemas para dormir. Su psicóloga, Raquel Disenfeld, cuenta que sueña de manera recurrente con aquel episodio, con sombras que la ultrajan llevándola otra vez al infierno de su infancia. “Lo que venimos viendo es que la vara de la Justicia lamentablemente no es la misma para todos”, se lamenta la terapeuta. Restan cuatro días para saber qué vara le toca a Higui.