Cerca de las diez de la mañana, las filas se vuelven una postal constante a medida que se transitan las calles más concurridas de la villa 21-24, ubicada en Barracas. El punto de concentración son las entradas de los comedores comunitarios. Algunas personas llegan con tiempo para asegurarse la ración diaria de comida para ellas y su grupo familiar. Para otras, ese objetivo requiere una recorrida por más de un comedor.
En la calle Luna al 1900, sede del comedor "Amigos del Padre Pepe", unas veinte personas ya hacen fila, aunque falta una hora para que el reparto se inicie. La mayoría son mujeres, pero también hay hombres. Algunos superan ampliamente los 65 años. Por fuera, el comedor parece una casa de dos plantas. En el frente, a lo alto, se destaca una imagen del padre Pepe de Paola. En la puerta, varios carteles repiten el mismo mensaje: "No hay más vacantes".
Una de las primeras de la fila es Ramona Gutiérrez, una mujer de 81 años que padece diabetes. "Vengo al comedor desde hace bastante, pero ahora lo hago cuando puedo, porque a veces me siento mal y no puedo hacer fila. Pero si tratan de hacerme pasar sin esperar, la gente se enoja", le cuenta a LA NACION esta mujer de tez morena, contextura pequeña y una enorme expresión de desaliento. "Como vivo sola, no puedo mandar a nadie a buscarme la comida. Tengo que salir. Ni para ponerle Chuker al mate cocido me da. Hace mucho, mucho tiempo que tengo la heladera vacía", se lamenta, con un hilo de voz, mientras sus ojos claros se le van poniendo vidriosos. Unos minutos más tarde, se retiraría del lugar con algunas verduras para cocinar en su casa.
Unos metros más atrás está Cecilia, de 21 años. Lleva a su hijo de un año en un cochecito. Esta es la primera parada de una recorrida por otros comedores para abastecerse con lo que necesita. Viste ropa deportiva y un rodete le sujeta el cabello rubio encima de su cabeza. "Vengo a buscar la comida para mi marido, que es diabético. El estaba preso, pero hace un mes le dieron la domiciliaria y no tenemos para que se alimente bien. Después de acá me voy al comedor de la esquina para buscar comida para mi bebé y para mí. La merienda me la dan en otro comedor", explica.
Esta institución es la única que ofrece en la Ciudad comida hiposódica e hipocálorica, orientada a las personas que padecen diabetes e hipertensión. También reparte cajas con alimentos para personas celíacas. Con la llegada de la pandemia, además, comenzaron a repartir menúes convencionales para personas que no tienen problemas de salud pero no pueden cubrir su alimentación diaria. De atender una población más o menos estable de trescientas personas, agregaron unas cuatrocientas más, algunas de barrios aledaños, como Constitución o Villa Soldati.
Filas que crecen a diario
"Estamos repartiendo unas 1200 raciones diarias de comida y tenemos más de cien personas en lista de espera", cuenta Mirna Florentín, fundadora del comedor en una pequeña oficina que da a la calle. Sobre el escritorio llaman la atención los restos de un pan de jabón blanco con un cuchillo. "Para que rinda más, lo vamos cortando", explica. Es lo que les queda del envío de artículos de higiene que les hizo el Gobierno porteño hace tres semanas para procurar la limpieza en estos tiempos de pandemia. "El envío consistió en cinco litros de lavandina, detergente y dos panes de jabón blanco. Y de eso ya hacen tres semanas", se queja.
En estos momentos, el comedor también le reclama al gobierno porteño más asistencia alimentaria. Una mayor demanda de porciones, que en muchas ocasiones requiere del ingenio de los cocineros para "estirar" lo que se tiene y hacerlo rendir más, así como la falta de insumos para mantener la limpieza y la higiene de los espacios son, por estos días, parte de la cotidianidad de la mayoría de los comedores comunitarios que trabajan en las villas porteñas.
Según un relevamiento del Banco de Alimentos –institución que aumentó en un 66% el volumen de alimentos y productos que entrega– solo el 30% de los comedores y espacios que brindan asistencia alimentaria están pudiendo hacer frente a la actual demanda. Un 17,7% cerró sus puertas, en tanto que un 94% cambió su forma de trabajo.
Tal es el caso de El Comedor del Fondo, que trabajó históricamente con chicos en situación de calle que arman sus ranchadas en la villa 31. "De alrededor de 70 chicas y chicos que recibíamos en forma diaria, hoy estamos atendiendo a más de 300 personas", explica Javier Luzuriaga, referente del comedor.
"No tenemos problemas con la provisión de alimentos porque, como cerró un comedor cercano, nos derivaron sus raciones a nosotros. Nuestros principales problemas son de infraestructura y de higiene. Por un lado, como nos robaron las garrafas, tenemos que cocinar con leña y eso hace que todo sea más lento. Por el otro, por más que nos ponemos los barbijos, los guantes y usamos alcohol en gel estamos en una convivencia muy cercana todo el tiempo. Estamos tratando de no contagiarnos nosotros", reconoce Luzuriaga.
En el comedor "Amigos del Padre Pepe", su presidenta, Nilce Samudio, considera que las noticias que llegan de otros barrios vulnerables porteños, especialmente del Barrio Padre Mugica, hicieron mella en el ánimo del equipo. "Hay pánico en nuestra gente. Nosotras también. Por eso resolvimos que solo nosotras dos repartamos la comida evitando tener contacto directo con la gente", explica Samudio. Para eso, en lugar de llenar tuppers con las raciones, entregan bandejas descartables envueltas en papel film. "Como los especialistas dicen que el virus se impregna en las cosas, de esta manera evitamos tocar los recipientes", agrega.
La higiene en las dos cocinas en las que se prepara la comida es notable. El menú saludable de hoy es de carne con calabaza y además se entregan frutas de postre. Una vez por semana, los beneficiarios se llevan lo necesario para el desayuno y la merienda de toda la semana.
Fuentes del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad informaron que hay 316 comedores populares trabajando en barrios vulnerables. El rol fundamental que cumplen se agigantó con la pandemia. Son la columna vertebral de la asistencia alimentaria que provee el Gobierno porteño. Pero, la reciente muerte de un referente de un comedor así como el contagio de diez voluntarios en un merendero instalan una pregunta necesaria: ¿qué pasa si el virus irrumpe en estos espacios?
"Dado que se registraron algunos casos de contagios de personas que trabajan en los comedores, lo que se está realizando es la redistribución de las viandas en comedores cercanos. De esta forma, seguimos garantizando la misma cantidad de viandas para los vecinos que lo necesitan", agregaron desde el organismo porteño.
Falta de agua, una constante
En la entrada del comedor, sin hacer fila, está Felicinda Ojeda, una mujer de 39 años, que quiere averiguar si hay novedades sobre su solicitud para empezar a recibir la caja alimentaria para celíacos. Su hija Rocío, de 7 años, fue diagnosticada con celiaquía hace tres. Antes de ser mamá, trabajaba limpiando casas, pero, sobre todo desde que comenzaron los problemas de salud de su hija, debió dejar de trabajar. Por el momento, no hay respuesta estatal para su pedido y tendrá que ver cómo hace para comprarle los alimentos a su hija, notablemente más caros que los convencionales. Un paquete de harina especial cuenta 150 pesos; un paquete de fideos, 185; un paquete de galletitas pepas, 300 pesos.
"Hago lo que puedo para que mi nena coma lo mejor posible. Por suerte, Liz me comparte algunas cosas de las que recibe en su caja", explica, señalando a Liz Méndez, beneficiaria desde hace siete años de la caja alimentaria para sus hijas Kiara y Melanie, ambas celíacas. "Es un aporte fundamental para mí. Cada vez que sé de alguien que está en la misma, lo mando para acá, pero sé que es difícil porque el Gobierno no está asistiendo a nuevos casos", explica.
A través de su barbijo estampado con el escudo del club Olimpo, Méndez cuenta que anoche salió a cortar la calle con otros vecinos en reclamo de una solución ante la falta de agua que padece una parte del barrio, mayor asistencia sanitaria, y condiciones dignas de aislamiento. "Si no empezamos a hacer ruido las cosas van a empeorar. La gente está entrando en pánico, porque no queremos ser la villa 31. Esta semana empezaron los testeos y a la gente que se llevan las hacinan en habitaciones que no tienen ni agua, ni comida, ni siquiera papel higiénico", denuncia, y agrega que estos días volverán a reunirse para definir un plan de acción.
Petrona Paredes, una mujer corpulenta de 49 años, se suma a la charla para contar que ella es una de las personas que padecen falta de agua. "La tenemos que cuidar más que el oro. Si hay, hay de noche. Así que yo empecé a lavar la ropa de noche. Dejo la canilla abierta y cuando empieza a salir, lleno el tanque y bidones para tirar durante el día. Si me llego a quedar dormida, soné, me quedo sin agua ese día", relata.
"Tengo cuatro hijos, la más chica tiene seis años. Estoy muy preocupada porque no tengo agua. Trato de salir lo menos posible, pero tengo que venir a buscar la comida porque la necesito. Antes cobraba la AUH pero desde que me separé, dejé de cobrarla. Solo recibo el aporte de Ciudadanía Porteña que son más o menos 3500 pesos. Con eso trato de tirar todo lo que puedo. Además estoy tramitando la IFE", agrega Paredes.
Desde el citado organismo porteño adjudicaron la problemática con el agua a la rotura de un caño. No pudieron precisar cuándo estaría resuelto. "En el barrio 21-24 tenemos dos camiones cisterna de 8000 litros a disposición que realizan entre dos o tres viajes diarios para recarga, para abastecer a los vecinos que necesiten. Además Aysa puso a disposición un camión fijo de 15.000 litros. A todo esto se suman unos 2000 litros de agua envasada en sachets, en un esfuerzo conjunto entre el Gobierno de la Ciudad y Aysa" agregan.
Sin ir más lejos, en el propio comedor no hay agua de red durante el día. Mientras abre la canilla y muestra que no sale una sola gota, Florentín cuenta que armaron un dispositivo para que, durante la noche se llenen los tres tanques que poseen. "Por lo general nos abastecemos con dos, pero si hace falta, tenemos un tercero del que podemos sacar con baldes. En este contexto de pandemia, la limpieza es fundamental. Bastante con que nos entreguen pocos insumos para limpiar. No nos podemos dar el lujo de quedarnos, además, sin agua", afirma. Y concluye: "En algunas zonas del barrio, el hacinamiento es tremendo. Si el virus entra va a hacer desastres. Nadie va a estar a salvo."
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