Se trata del Fernández, en Palermo; solo durante los primeros seis meses del año atendió a 5400 pacientes; llegan de todo CABA y de provincias donde prácticamente no hay espacios de internación
La mujer camina por el pasillo a paso lento. Saluda a los médicos, que le responden cariñosamente, llamándola por su nombre en diminutivo, señal de que la conocen bien. No decimos su nombre ni su edad para preservarla, pero es adicta al alcohol, tuvo una recaída y siente que sola no puede estabilizarse. Así que pidió ayuda al equipo médico que trata su adicción y resolvieron internarla.
“A veces, los médicos me dicen: ‘Este paciente recayó varias veces, ¿cuánto más lo vamos a seguir atendiendo?’. Y yo les respondo: ‘¿Quién sos para ponerle un límite de veces a un paciente?’”. Quien habla es Carlos Damin, jefe del servicio de Toxicología del Hospital Fernández, el único hospital porteño que cuenta con dispositivos de guardia e internación para la desintoxicación de pacientes adictos.
“Necesitamos otro servicio de estas características en la zona Sur de CABA”, dice Damin, mientras recorre junto a LA NACION los sectores que componen el servicio: guardia, consultorios externos e internación. Cuenta que el área recibe pacientes de toda la Ciudad y de localidades del interior del país que están a cientos de kilómetros, que sus consultorios externos atendieron a más de 5000 personas en el primer semestre del año, que admite a razón de cinco pacientes nuevos por día y que a la guardia llegan entre ocho y 10 personas por jornada.
Damin lleva tres décadas en la medicina y sabe con certeza que no todos los servicios de salud mental públicos y privados atienden pacientes adictos. “Muchas veces son estigmatizados por el propio personal de salud”, se lamenta este médico de 58 años que ingresó al hospital en 1987, cuando todavía le faltaban los últimos tres años de Medicina. No se fue más.
“Vienen de Río Negro, Corrientes y San Juan”
Como casi no hay espacios similares, el Fernández recibe pacientes de toda la ciudad de Buenos Aires, muchas veces derivados de otros hospitales. Pero también llegan desde municipios de la provincia de Buenos Aires y del interior del país. “Hemos recibido pacientes de Río Negro, de Chubut, de San Juan, de Corrientes”, ejemplifica.
A fines de agosto, LA NACION recorrió barrios porteños y del Conurbano junto a agrupaciones de madres que rescatan a chicos de las adicciones. Estos grupos denuncian un aumento en el consumo de sustancias entre adolescentes y jóvenes, incluso hasta en niños. Además, señalan que el sistema estatal no está a la altura de las circunstancias: hablan de falta de médicos especializados, de internaciones breves sin abordaje real de la problemática ante casos de sobredosis y de falta de espacios de internación.
Esas afirmaciones ilustran algo de lo expone la propia Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la República Argentina (Sedronar) en el relevamiento de espacios de tratamiento de las adicciones: cuenta con una red de 802 espacios en todo el país, entre estatales y privados con convenio con el Estado. Son espacios de atención y derivación, centros de asistencia barriales, comunidades terapéuticas (por ejemplo, las llamadas granjas) y hospitales de día, entre otros. De ese total, apenas 117 ofrecen hospital de día o internación.
Según se puede ver en el mapa interactivo de esa red, la mitad, unos 470, fueron inaugurados en los últimos cuatro años. La ubicación también es muy dispar: hay una fuerte concentración en la Ciudad y el Conurbano, mientras que en el resto de las provincias hay zonas que tienen cobertura escasa o nula. Mientras en la Provincia de Buenos Aires hay 64 centros convivenciales e instituciones privadas con convenio que ofrecen atención de día o internación, en Corrientes hay solo un centro de estas características, en La Pampa dos y en Santiago del Estero apenas tres.
“Les dicen que no atienden adictos”
En el Fernández, la dinámica de trabajo cubre todas las instancias posibles que puede requerir un caso: desde la atención de la urgencia, pasando por la escucha de personal especializado, hasta la internación. “Tenemos dos médicos toxicólogos de guardia los siete días de la semana. Solemos atender entre ocho y 10 pacientes por día, aunque jueves y viernes, con las salidas nocturnas, los boliches y ni hablar si hay alguna fiesta electrónica, el número puede duplicarse”, agrega Damin.
En muchas ocasiones los pacientes llegan después de haber pasado por hospitales en los que no fueron atendidos. “De otros hospitales los mandan para acá. Y la realidad es que las adicciones son una problemática de salud mental. No necesitás un equipo mega especializado para brindar atención. Pero hay servicios de salud mental que lo aclaran expresamente: ‘No atendemos adictos’”, denuncia el especialista en Toxicología.
Damin interrumpe la conversación por una urgencia. Tiene que avisar al dispositivo de internación que en la guardia hay una mujer joven, de algo más de 30 años, acompañada por sus padres. Viene del Gran Buenos Aires. Es adicta a la cocaína y carga con varios tratamientos fallidos en otros centros. El equipo que la atendió resolvió internarla.
En caso de que un paciente llegue con un cuadro de intoxicación agudo que ponga en peligro su vida, es derivado al shock room para su estabilización y monitoreo permanente. “Hace un tiempo recibimos a un hombre de unos 45 años, adicto a la cocaína, con un cuadro de delirio. Ingresó desnudo, boca abajo, acompañado por la Policía. Gritaba que lo querían matar. Tenía 41 grados de temperatura, un cuadro peligrosísimo porque empiezan a fallar todos los órganos. Lo estabilizamos y sobrevivió”, recuerda Micaela Montenegro, médica intensivista, emergentóloga y toxicóloga. Ella es miembro del equipo desde 2005.
Alcoholismo severo en jóvenes
El servicio tiene una oficina administrativa en la planta baja. Se entra por la misma puerta por la que se llega a los cinco consultorios externos que funcionan de lunes a viernes de 8 a 20. Los consultorios atendieron a unos 5410 pacientes, a razón de 30 por día, durante el primer semestre. Mientras que, por turno, hoy están admitiendo a unos cinco pacientes que ingresan por primera vez al servicio.
Durante la recorrida de LA NACION, los médicos que circulan por esa oficina cuentan que empezaron a ver de manera recurrente cuadros de alcoholismo severo en personas jóvenes, de 25 años en promedio. Además, en ese mismo rango de edad, atienden con frecuencia consultas por el consumo de nuevas sustancias psicoactivas, derivadas de la metanfetamina.
“También recibimos consultas por consumo de tusi o cocaína rosa (N. de la R.: droga sintética basada en la composición química del LSD, sobre la cual se agregan distintas proporciones de ketamina, éxtasis y alucinógenos)”, acota Damin. Entre los mayores de 40, aseguran que están viendo con mucha frecuencia el consumo de gomitas con marihuana.
El equipo también atiende adolescentes cuando están cerca de los 18 años. Explican que la mayoría de los chicos que cuentan con una contención familiar, llegan por consumos relacionados con el alcohol y la marihuana. “Hace un tiempo, recibimos a un grupo de chicos de entre 15 y 18 años que habían mezclado los cogollos de marihuana con alcohol, lo que comúnmente se conoce como leche de marihuana, y lo habían tomado. Tenían palpitaciones y las pupilas dilatadas”, ejemplifica Montenegro. Cuando se trata de chicos y adolescentes en situación de calle, explica que los cuadros de consumo incluyen otras sustancias, como la cocaína.
“Padres completamente aturdidos”
Damin explica que muchos de los chicos llegan sin ningún tipo de contención familiar. Cuando, en cambio, se acercan acompañados, el personal que los atiende ve diferentes tipos de situaciones. “Vemos a padres completamente aturdidos porque acaban de descubrir que su hijo consume marihuana y también padres desorientados porque saben que su hijo consume y no saben qué hacer. Siempre les sugerimos que hagan un tratamiento familiar”, puntualiza.
A veces, las consultas no llegan directo al servicio sino a través de otras áreas del hospital. “Tenemos interacción con las demás áreas del hospital, que nos convocan cuando ven alguna situación que lo amerita”, explica Damin. Por ejemplo, los convocan cuando los servicios de Obstetricia y de Neonatología detectan o sospechan que alguna mamá podría estar en consumo y necesitan descartar si la sustancia (pasta base, cocaína, pastillas, alcohol) pasó al bebé a través de la placenta.
“Si los médicos ven a un bebito con muy bajo peso al nacer y que está irritable, nos piden que intervengamos porque es probable que esté presentando un síndrome de abstinencia. En esos casos, nos acercamos a la mamá y tratamos de generar un lazo de confianza con ella para tratarla. Durante la estancia en Neo del bebé, le hacemos los estudios pertinentes. La lactancia, en esos casos, está contraindicada”, agrega.
Internaciones de hasta un mes
El Fernández tiene un área específica de Toxicología desde 1984. Cuenta con internación para pacientes adictos desde 2010. Por estos días, el servicio está de estreno: el dispositivo de internaciones funciona en un sector recién inaugurado, que está ubicado en el segundo piso del hospital y al que, para ingresar, hay que anunciarse con un empleado de una empresa de seguridad.
Las habitaciones –algunas individuales y otras compartidas, todas con baño– son vidriadas y confluyen en un pasillo central que da a un balcón espacioso, cuya puerta de acceso está cerrada con candado. La nueva ubicación permitió aumentar la capacidad: pasaron de tener ocho camas a 10. “Al ser un hospital de agudos, las internaciones son breves y hay rotación. Pero cuando en alguna oportunidad la demanda nos superó, dejamos a la persona internada en la guardia, supervisada por nuestros toxicólogos, o en algún otro sector”, explica Damin.
Las mujeres están sobre el ala derecha. Con la mujer de guardia, habrá tres internadas. Analía Cortez, médica a cargo del sector, cuenta que los pacientes se internan solos o con acompañante terapéutico en caso de requerirlo. Hay horarios de visita. “Por lo general, viene poca gente a verlos. No hay que olvidar que la adicción es una enfermedad que, muchas veces, lesiona vínculos familiares o afectivos”, explica.
El ala izquierda está destinada a los varones: en estos momentos hay cuatro internados. Uno de ellos, de manera involuntaria, por lo que en el pasillo hay un efectivo de la Policía de la Ciudad custodiando que no se vaya. “Somos un equipo interdisciplinario compuesto por 57 personas, contando al personal de enfermería. Tenemos psiquiatras, psicólogos, toxicólogos, farmacólogos y trabajadores sociales. Así que, cuando consideramos que una persona es peligrosa para sí misma o para terceros, pedimos su internación ante la Justicia”, explica Damin, haciendo parecer sencillo un trámite que desvela a muchas familias en nuestro país.
Según el artículo 20 de la Ley de Salud Mental, sólo se habilita la internación involuntaria de un paciente cuando exista “riesgo cierto e inminente” para sí mismo o para un tercero y esto esté certificado por dos profesionales de la salud. Pero, según denuncian numerosas organizaciones de madres, la falta de especialistas dispuestos a dar esa certificación, se vuelve un obstáculo infranqueable para muchas familias que ven inviable un tratamiento ambulatorio para sus hijos pero no pueden internarlos.
Por tratarse de un hospital general de agudos, en el Fernández las internaciones son breves. Oscilan entre dos semanas y un mes. “No esperamos que, después de ese tiempo, la persona se cure –aclara Cortez–. De aquí sale a continuar su tratamiento de manera ambulatoria o a continuar su internación en una comunidad terapéutica”. Cuando la persona no cuenta con recursos para ir a una institución privada, el hospital articula con la Sedronar o con el Ministerio de Desarrollo Social. “Siempre conseguimos un espacio”, asegura Damin.
“¿No te das cuenta de que me quiero morir?”
En el pasillo está Romina. Espera a Alan, su hijo de 23 años, al que están por darle el alta. Cuenta que, durante la pandemia, su hijo pasó de ser un tomador social a tomar sin límites. “Arrancaba el lunes lleno de proyectos: ‘Me voy a anotar en el gimnasio, me voy a conseguir un trabajo’, me prometía. Pero llegaba el viernes y se perdía con el alcohol. ‘¿No te das cuenta de que me quiero morir?’, me decía. Llegó a tomar alcohol etílico puro”, relata.
Hace algo más de un año, Alan empezó con problemas estomacales y vómitos. La imposibilidad de consumir por este cuadro estomacal le provocó una crisis de abstinencia que lo descompensó. “Nos rebotaron de varios hospitales, subestimando su cuadro porque era alcohólico”, cuenta esta mujer de 40 años, que trabaja como empleada y tiene un emprendimiento de reparto de paquetes junto a su marido. Hace dos semanas, había llegado al Fernández junto a su hijo después de haber pasado por otros dos hospitales porteños.
“Fueron 15 días de poder dormir por las noches, por primera vez en mucho tiempo. Cada vez que sale no dormís, temiendo lo peor siempre”, se emociona Romina, quien vino a ver a su hijo todos los días durante la internación. Dice que fue la única de toda la familia. “El resto, le perdió la fe. Pero yo no”, agrega llorando. Alan se va de alta para continuar su tratamiento de manera ambulatoria.
Cuando un paciente es dado de alta para continuar su tratamiento en los consultorios externos o en una comunidad terapéutica, se lleva dos palabras: “Vení siempre”. “No somos expulsivos. El paciente sabe que, si lo necesita, puede recurrir a nosotros en cualquier momento. Las personas adictas son pacientes complejos que requieren contención, dedicación y otro tipo de estrategias. Pero enseguida aparecen frases del tipo: ‘No se deja ayudar’. Se pierde de vista que es una enfermedad”, reflexiona Damin.
Entonces cuenta el caso de uno de sus primeros pacientes del hospital. “Llegó a los 26 años con un cuadro de alcoholismo grave. En todos estos años tuvo períodos limpios y también momentos en los que se hizo adicto a otras sustancias, como cocaína o medicamentos. Hoy lleva 3 o 4 años sin consumo”, dice.
“Nuestro objetivo es que la persona deje de consumir –continúa–. Pero si no lo logra, la acompañamos para que no se vuelva peligrosa para sí misma o para su entorno”, explica. Entonces vuelve a su paciente y cuenta que el hombre pudo terminar la secundaria, fue a la facultad y se recibió de abogado. Y hoy trabaja en un estudio jurídico de primer nivel. “No lo curamos, es cierto. Pero lo sostuvimos para que pudiera convivir con lo que le pasaba sin dañarse. Eso también vale”.
Más información
La última Encuesta Nacional sobre Consumos y Prácticas de Cuidado que elaboran el Sedronar junto al Indec fue difundida en agosto pasado y expuso un nuevo diagnóstico:
–El 5,1% de las personas de entre 16 y 49 años consumió cocaína alguna vez.
–La edad promedio de inicio en el consumo de marihuana es a los 19,8 y de cocaína es a los 21 años.
–El 22,2% de los jóvenes de entre 16 y 24 años consumió marihuana en el último año, apenas un 0,1% por debajo del rango de edad que va entre los 25 y los 34 años
–El 60,8% de las personas que consumieron marihuana la combinaron con alcohol en la misma ocasión
Dónde pedir ayuda
–El Hospital Fernández está en Av. Cerviño 3356, CABA. Su servicio de Toxicología tiene guardia todos los días, las 24 horas. Los consultorios externos funcionan de lunes a viernes de 8 a 20 y la atención de primera vez es por demanda espontánea. Teléfonos: (011) 4808-2655 o 4801-7767.
–Línea 141: Es un servicio telefónico de primera escucha y asistencia inmediata de la Sedronar. Es anónimo y gratuito, funciona las 24 horas, los 365 días del año. Brinda información, atención y acompañamiento para situaciones de consumo de sustancias. Cuenta, además, con contención diferenciada para los familiares y entornos afectivos que realizan consultas.
–Narcóticos Anónimos: brinda atención de manera libre, gratuita y confidencial las 24 horas del día a través de su línea: 0800-333-4720. WhatsApp: 1150471626. Desde su página web se puede asistir a una reunión virtual.
–Fundación Niños sin Tóxicos: Fundartox realiza prevención, diagnóstico, asistencia e investigación vinculadas a vinculadas al consumos problemático de sustancias de sustancias psicoactivas; también brindan acompañamiento y asesoramiento a familiares. WhatsApp: 11-4404-8004; https://fundartox.org
–Fundación Manantiales: se dedica a la investigación y tratamiento de personas con adicciones. Por la emergencia sanitaria, ofrecen grupos gratuitos para quienes tienen problemas de adicciones y familiares de forma online. Comunicarse por WhatsaApp al 11-5582-4000 o al 11-2655-8000.
–Para informarte sobre más lugares donde pedir ayuda, a qué señales hay que estar aletas y cómo acompañar a un familiar, podés navegar la guía de LA NACIÓN sobre adicciones.