Casinos y bingos cerrados: ¿cómo viven los jugadores compulsivos la cuarentena?
Claudio vive en la ciudad de Buenos Aires y es docente jubilado. Tiene 64 años y recuerda que su adicción al juego empezó hace 28 –casi la mitad de su vida–, cuando descubrió "su amor" por las maquinitas en el bingo de Mar del Plata durante unas vacaciones. Ese mundo sin ventanas ni relojes, donde las horas pasan inciertas, lo cautivó, y al regresar a su rutina porteña empezó a ir a los casinos. Dice que es su válvula de escape, su desenchufe, el momento en que se olvida de todo, y en el que sus problemas quedan tapados por las luces de colores y el tintineo incesante.
Actualmente está en tratamiento, pero cada tanto todavía visita las salas de juego. Por eso, lo sorprende estar "tranquilo" a pesar de la cuarenta preventiva por el nuevo coronavirus. "Sé que esto en algún momento se termina y voy a poder jugar otra vez –afirma–. Eso para mí es un consuelo. Pero te soy sincero: si me llamás en unas semanas y esto sigue, no sé cómo voy a estar".
La primera vez que Claudio pidió ayuda fue hace años, luego de haber sacado un crédito que triplicaba su sueldo y que se le escurrió entre las fichas en unos pocos días. Probó distintas terapias y hoy sigue en tratamiento. "El día anterior a que declararan la cuarentena por el coronavirus, me escapé al casino, pero estaba cerrado, desolado. En estos días, me bajé una aplicación al celular para jugar sin poner dinero, pero no me enganchó", afirma.
Desde que el Gobierno declaró la cuarentena obligatoria para prevenir la propagación del COVID-19, el aislamiento fue dejando en evidencia su impacto en la población en general, pero sobre todo en los grupos más vulnerables, entre ellos, los jugadores compulsivos. Se trata de una situación inédita: bingos, casinos y salas de juego, que suelen cerrar únicamente durante algunas horas por Navidad y Año Nuevo, por primera vez se encuentran fuera del alcance de quienes tienen esta adicción.
LA NACION conversó con jugadores en recuperación y en plena "carrera de juego" –aquellos para quienes la problemática aún está a flor de piel–, también con especialistas y organizaciones que los acompañan, para conocer cómo el contexto actual los atraviesa.
Las respuestas fueron variadas. Si bien especialmente en aquellos que no se encuentran en tratamiento la abstinencia forzada aumentó el estrés, la ansiedad y los conflictos familiares, en otros que están transitando un proceso de recuperación, fortaleció vínculos familiares y profundizó la reflexión acerca de la problemática y su alcance. Sin embargo, los interrogantes son muchos, por ejemplo, si habrá un aumento de los juegos online, algo que en el país escapa a las estadísticas.
Se trata de un fenómeno que genera preocupación a nivel mundial. En España, el Consejo de Ministros aprobó la semana pasada medidas urgentes para limitar la publicidad de los juegos de azar y las apuestas online en radio, televisión, YouTube y otras plataformas. La iniciativa se tomó luego de que asociaciones de exjugadores alertaran al gobierno que en la cuarentena habían aumentado las llamadas relacionadas con el juego problemático por Internet.
En la Argentina, en mayo del año pasado, se aprobó en la Legislatura de la Ciudad la reglamentación para los juegos online en territorio porteño, aún en proceso de implementarse. La norma fijó las reglas, los estándares y las limitaciones para los juegos de azar y sorteos con apuestas a resultados deportivos a través de las pantallas. Más allá de esto, el acceso a sitios de apuestas del exterior es ilimitado e incontrolable.
En tiempos de cuarentena, ¿dónde están volcando los jugadores compulsivos la tensión de no poder jugar, encontrarse con sus máquinas, con los empleados y personas que conocen? "En esta abstinencia forzada, algunas cosas pueden estar cambiando y no necesariamente para peor. La cuarentena puede convertirse en un espacio de redescubrimiento y de poder pedir ayuda terapéutica: es un momento propicio para que quienes no están en tratamiento puedan comenzarlo", reflexiona Débora Blanca, psicóloga, especialista en juego compulsivo (su página web tiene información sobre esta problemática) y directora de Lazos en Juego.
En esta abstinencia forzada, algunas cosas pueden estar cambiando y no necesariamente para peor. La cuarentena puede convertirse en un espacio de redescubrimiento y un momento para pedir ayuda
"Las horas que están frente a la máquina es una escena que les permite a quienes tienen una adicción al juego a descargar algo interno, un conflicto muy fuerte, una tensión que va en aumento cuando no se está jugando. Si no están haciendo eso, se conectan con un vacío interno que les resulta insoportable", agrega la especialista.
Para Blanca, el impacto de la cuarentena en los jugadores compulsivos dependerá, al menos, de tres factores. Por un lado, del cuadro psicopático que haya detrás de la adicción, por ejemplo, una depresión, un duelo que no se pudo procesar, un trastorno de ansiedad. "Ese cuadro –señala– está por debajo de la adicción y en época de cuarentena hay que ver cómo aflora, porque el juego es un tapón".
Otro punto clave a considerar es la familia y el entorno. "Es muy distinto si es una persona que tiene vínculos o si se dedicó toda su vida a romperlos. Quien tiene amigos y familia puede sostenerse más y soportar la abstinencia del juego mejor que otro que está solo y no tiene de quién agarrarse", indica Blanca.
El tercer punto es la gran diferencia entre una persona que estaba en tratamiento antes de la cuarentena y que lo sostiene a través de formatos como la terapia virtual, lo que hace que los riesgos de una recaída sean menores, y quienes no están recibiendo ayuda profesional, que son los más vulnerables.
Mariela Coletti, psicoanalista y fundadora de Entrelazar, cuenta que, en el contexto de la cuarentena, lo que vio en alguno de sus pacientes fue "una especie de alivio". "De repente, se vieron impedidos de hacer algo que no podían parar de hacer. Hay que ver qué pasa después", planteó Coletti. Sin embargo, subrayó que "el juego aparece siempre como una solución a otra cosa, una especie de paliativo o de fórmula para sobrellevar algo de la vida que no puede soportar de otra manera". Por eso, "en algunas personas, el hecho de pararlo de golpe puede producir dolor, como si se dejara de tomar un analgésico, e intensificar lo que le venía pasando".
Unos meses antes de entrar al grupo sentía que estaba dominado totalmente, que lo único que pensaba era en jugar, no me importaba nada más. Cuando te das cuenta, estás solo en el mundo
Eduardo B. tiene 65 años y, según la cuenta que nunca olvida, hace 16 años, un mes y 20 días que no juega. "Estoy en recuperación, es un trabajo hasta el último día de mi vida", cuenta Eduardo, que es miembro de Jugadores Anónimos Argentina (JA)."Unos meses antes de entrar al grupo sentía que estaba dominado totalmente, que lo único que pensaba era en jugar, no me importaba nada más, ni mi familia ni nada. Cuando te das cuenta, estás solo en el mundo", describe.
Gracias a JA, hoy tiene una red de contención con la que todo el tiempo se mantiene en contacto: hace más de 10 llamados por día. "Ahora, con el paso del tiempo y el trabajo dentro del programa, que nunca se termina, te das cuenta que hay pequeñas cosas que van mejorando tu vida y que se puede vivir sin jugar", afirma Eduardo.
En carrera de juego
Claudio empezó a jugar a las maquinitas los sábados o los domingos bien temprano, a eso de las 8. Desayunaba y se quedaba hasta las 14 o 15, cuando el lugar empezaba a llenarse de gente. "En la semana, se me hacía difícil ir por el trabajo, pero llegué a mentir y a faltar dos o tres veces por mes. Tiempo libre que tenía, me rajaba al casino", resume sobre los comienzos de su adicción.
Desde que se jubiló, Claudio, que está en pareja desde hace 30 años, vio que su tiempo libre aumentaba. "Me está pasando que no hago desastres económicos, pero sí me gasto el adelanto de la tarjeta de crédito. Soy consciente que camino en una cornisa", admite. Dice que no busca excusas ni culpables, y cuenta que hace seis años toma antidepresivos y que se ocupa de sus padres, que están enfermos.
"Lo que yo siento cuando voy a la máquina es que me olvido de todo, de la parte mala de la vida, de la tristeza, del deterioro de mis padres. En ese rato que pago tan caro, todo desaparece en un mundo de fantasía", describe. "Me gustaría poder ir, por ejemplo, solo los sábados a jugar una cantidad pequeña de dinero, pero soy consciente de que no puedo", admite.
Muchas veces veo gente que golpea las máquinas y digo: ‘Pobres’. Pero al mismo tiempo, pienso que no estoy tan libre de llegar a eso. Eso me lleva a pedir ayuda.
¿Cuál es el perfil de las personas que sufren una adicción al juego? "En general, tuvieron una pérdida importante en la vida y no pudieron elaborarla. Cuando en una primera entrevista les preguntás en qué año empezaron a jugar compulsivamente, coincide con la muerte de alguien muy querido, un divorcio, hijos que crecieron y se fueron de la casa, una jubilación o la pérdida de un trabajo", señala Blanca.
Susana Calero, psiquiatra y reconocida especialista en adicciones, explica que el juego compulsivo o patológico es una enfermedad progresiva. "Muchas veces, la persona empieza como jugador social, yendo cada tanto en grupo al bingo o al casino a pasar el rato. Después, eso empieza a ser más frecuente e incluso a ir sola, hasta que llega a una etapa que es la del 'jugador problema'", describe. En ese punto, continúa Calero, "la persona está al borde del precipicio, y si se resbala, pasa a ser un jugador patológico, que tiene problemas de deudas, miente en su casa, puede abandonar su trabajo o estudio y va rompiendo sus vínculos sociales".
La psiquiatra enfatiza que, como ocurre con otras adicciones, no todas las personas están en riesgo de convertirse en jugadoras abusivas. Para que eso ocurra, interviene una variedad de factores que las vuelven más vulnerables, entre ellos, la predisposición genética, patologías de base y su situación familiar.
Compartir experiencias
Jugadores Anónimos (JA) es una asociación civil conformada por mujeres y hombres que comparten entre sí su experiencia para poder resolver un problema común y ayudar a los demás a recuperarse del juego compulsivo. No cuentan con profesionales y se guían bajo el concepto de la autoayuda. El único requisito para la membresía es tener el deseo de dejar de jugar. No hay cuotas ni cargos y es gratuito, solo se sostienen con las contribuciones de sus miembros.
"Si hay algo que demostró la pandemia del Covid-19 es el estado de vulnerabilidad del ser humano. Sin embargo, JA generó un espacio de contención, de escucha y expresión, para sobrellevar este momento de la mejor manera posible", dice María, que tiene 43 años y es una de sus integrantes. Desde el 19 de marzo, todos los días las reuniones se hacen de forma virtual, para no romper el contacto, algo que consideran fundamental. En la Argentina hay 66 grupos de JA.
"Dos personas ya pueden conformar un grupo. Los números varían: hay algunos de hasta 30, otros de 15", explica María. Es un programa basado en la autoayuda y todas las personas son jugadores compulsivos en recuperación, es decir que desde su entrada al grupo se abstienen de jugar.
María llegó a JA el 15 de abril de 2016, derrotada por el juego. "Estaba absolutamente destruida en mi dignidad como persona. El juego para mí era una evasión porque la realidad que vivía era insostenible y no le encontraba salida. Gracias a JA pude tomar la decisión que venía postergando desde hacía 20 años: separarme de un marido violento y ser la persona que quiero ser", cuenta.
Si uno no puede parar, esta enfermedad te lleva a tres caminos: la locura, la cárcel o la muerte. No hay otra.
Para ella, es clave el rol de la familia y amigos como sostén. "Me acuerdo de que me daba mucha bronca ver el 0800 para pedir ayuda en el baño del casino, porque yo sabía que tenía un problema pero no lo quería reconocer", cuenta. Hasta que una de sus hermanas se animó a enfrentarla. "Me dijo: ‘vos tenes un problema con el juego’. Fue lo mejor que podrían haberme dicho. Si uno no puede parar, esta enfermedad te lleva a tres caminos: la locura, la cárcel o la muerte. No hay otra", asegura María.
El rol de la familia
Graciela F. es miembro de Jug-anon, un grupo de autoayuda para familiares y amigos de jugadores compulsivos. "Cuando pregunté en todos nuestros grupos de WhastApp cómo venían nuestros jugadores llevando la cuarentena, en general, la respuesta fue positiva. Se los ve más dispuestos a colaborar con sus familias y a realizar trabajos pendientes en su casa, jugar con sus hijos o ayudar en la limpieza, como una forma de reparar. Están ocupando el tiempo que usaban para jugar en cosas positivas", cuenta Graciela.
Sin embargo, dice que en el caso de aquellos jugadores que no tienen conciencia de su enfermedad, la cosa cambia y mucho. "El que no está en recuperación –advierte– está haciendo desastres. Sufren de mal humor, te hacen pasar momentos muy difíciles, peleas y hasta llegan a un hostigamiento en que, si uno no está bien parado, te hace sentir culpable". Graciela explica que crece la ansiedad, la rabia y el enojo: "Están apartados, silenciosos, estresados. Ahí salta lo peor, no hay comunicación y se hace todo más difícil".
Como familia, los desafíos son enormes: tener paciencia, acompañar, contener, no bajar los brazos. "Este tiempo de cuarentena nos dio una vida interior y ahí empezamos a tener herramientas, tanto los jugadores como nosotros; a buscar qué es lo que podemos hacer, qué podemos mejorar, conversar, compartir", plantea Graciela, que integra Jug-anon desde hace 10 años y 10 meses.
"Llegué a la organización por mi esposo, que tenía una adicción a las carreras de caballos. Todo eso quedó en la historia y mi casa cambió para bien", afirma, aliviada. Sin embargo, sabe que "convivir con esta enfermedad es una experiencia devastadora" y que "la adicción al juego no se cura, se detiene y se pueden recuperar, pero siempre va a estar, porque puede haber una recaída".
Sin registro
Blanca subraya que, en el caso de que no se hubiesen cerrado las salas de juego por la cuarentena, probablemente estarían colmadas de personas adictas, aún con el riesgo de enfermarse o contagiar a otros. "No tienen un registro del cuerpo y del riesgo. Muchos juegan aún enfermos y se descompensan frente a la máquina. El adicto no se cuida, está más atado a lo mortífero que a la vida", remarca.
Recuerda a una paciente que, mientras estaba frente a la máquina tragamonedas, se le iban partiendo las muelas de la tensión, y ella se guardaba los trocitos en el bolsillo. "La imagen me quedó siempre marcada. Es como el paradigma del ludópata: la autodestrucción y la postergación, una demostración de lo que le pasa a un jugador", describe la psicóloga.
Con respecto al juego online, Blanca enfatiza que, a diferencia de lo que ocurre en países como España, en la Argentina es menos frecuente. "En general, el perfil es distinto del de las personas que van a las maquinitas, que suelen ser mujeres de más de 50 años. En el juego online, la mayoría son varones jóvenes", describe.
La soledad es, para la especialista, el denominador común que se respira en los bingos, casinos y salas de juego. "En general, hay muchas mujeres solas y hombres viudos. Por eso, es raro que el que está acostumbrado a ir a las máquinas lo sustituya con el juego online. Ir al bingo es también encontrarse con empleados que saben tu nombre y con una máquina determinada. Es todo un ritual que no se sustituye con la computadora o el celular. El riesgo de aumentar el juego online es, mayormente, para lo que ya lo practicaban", señala.
Calero explica que en este contexto de reclusión es imposible controlar el juego online. "Ahí no tenemos registros ni la posibilidad de la autoexclusión, que es una herramienta que se utiliza en las salas de juego, un acto voluntario del sujeto", advierte.
¿Qué va a pasar después de la cuarentena con los jugadores abusivos? Para Calero, no queda otra que esperar. "Podría pasar que ocurra como cuando en un estadio se abren las puertas de golpe. O que muchos, sobre todo los que están en tratamiento, vayan armando en este tiempo esquemas familiares y sacando al juego del centro de su pensamiento. Tal vez esa persona que había sido excluida de su familia por la adicción, empieza a reintegrarse, a rearmar un proyecto que pueda eliminar esas conductas", concluye la especialista.