Después de años de hostigamiento en la escuela, Zoe y su familia pudieron entender que el problema no era ella y encontraron una solución
- 7 minutos de lectura'
Zoe cursaba 1º grado en una escuela bilingüe de la ciudad de Buenos Aires cuando comenzó a decirle a su mamá que le tenía miedo al patio del colegio. Al preguntarle acerca de los motivos, la pequeña respondía con un desconcertante “porque sí”. “A esta primera señal de alarma, le siguieron muchas otras con el correr del tiempo”, relata hoy Verónica, quien tardó años en reconocer que su hija estaba siendo víctima de bullying.
Ya en 2º grado, Zoe le contó a su madre que una compañera, la “líder del grupo”, le había dicho que “nunca más nadie de su clase le hablaría ni estaría con ella”. La razón: ese día, durante el recreo, la pequeña se había negado a ser “su esclava”, rechazando la orden de limpiar las sillas. Como represalia, “la reina” le había ordenado al resto de sus “esclavas” que le pegaran. Una maestra pudo frenar a tiempo la violencia. A partir de ese día, Zoe quedó excluida del grupo y se convirtió en blanco constante de burlas y agresiones.
Al principio, Verónica lo tomó como “una cosa de niños” y le aseguró a su hija que “pronto todo se solucionaría”, pero no fue así. Con el tiempo las cosas fueron empeorando. Zoe volvía triste de la escuela y comenzó a apagarse cada día más. “Yo siempre decía que tenía una hija alegre y feliz los fines de semana porque disfrutaba a pleno de sus amigos del barrio, y otra niña seria y triste de lunes a viernes”, rememora Verónica.
Los eventos sociales vinculados al colegio le generaban mucha angustia. En los cumpleaños, la pasaba mal. Cuando había un campamento no tenía con quien sentarse en el micro escolar. “Todo lo que hacía Zoe estaba mal visto”, cuenta su madre y agrega: “Si se peinaba, le decían que se hacía la linda; si no se peinaba, que era una desprolija”.
Formar parte del grupo de las populares aseguraba no ser blanco de burlas, eso implicaba vivir en paz, sin miedo. Por eso, todas sus compañeras de clase hacían esfuerzos denodados por “pertenecer” y muchas se distanciaron de Zoe, ya que ser su amiga disminuía las chances de ser parte de este codiciado puñado de chicas. Así se lo hizo saber un día quien era su mejor amiga: “Dice mi mamá que no me junte más con vos porque si no, no voy a pertenecer, así que de ahora en más busquemos nuevas amistades”. Zoe lloró desconsoladamente durante toda la noche. Le habían roto el corazón. “¿Qué problema tengo yo para que nadie quiera estar a mi lado?”, preguntaba sollozando a su mamá.
“¿No será un problema de nuestra hija?”, empezó a ser la pregunta constante que se hacían sus papás. Así hasta llegar a 5º grado, Verónica y su marido probaron distintas estrategias para ayudarla: fueron al colegio, hablaron con los otros padres, la llevaron al pediatra y a la psicóloga. Nada funcionó. Desde la institución decían que estaban trabajando, “pero nunca tenían respuestas”, asegura Verónica. Por otro lado, cuando intentaron hablar con los padres de “las populares”, advirtieron que era inútil. “Son cosas de chicos, esto siempre sucedió”, recuerda que solían responder. “Nos dimos cuenta de que ellos estaban felices y cómodos porque sus hijas pertenecían a un grupo y no les importaba si actuaban mal o dañaban a otros”, reflexiona hoy Verónica. A su vez, la psicóloga que habían elegido para Zoe se enfocaba en evaluarla a través de juegos de mesa para intentar determinar qué podía estar haciendo mal la niña para estar sola. Mientras tanto, Zoe seguía sufriendo en la escuela y toda la familia lo hacía a la par. “Es terrible ver a tu hijo infeliz, saber que lleva una carga”, confiesa Verónica.
“Sonreí más, sonreí menos, llevá caramelos”, le aconsejaban sus padres. El problema siempre era Zoe. La culpa siempre recaía en ella. Algo debía estar haciendo mal para generar ese rechazo, pensaban. Tal vez porque era muy seria, o muy madura o muy responsable o no sabía relacionarse con sus pares. “Me sentaba y le decía: dale, vamos, hacé un esfuerzo, mirá que los chicos crecen, el grupo se cierra y vas a quedar afuera, vamos hablá, no hagas lo que a vos te gusta, jugá a lo que ellas quieren”, recuerda Verónica.
Frente a esta actitud de los padres, Zoe jamás volvió a confiar en ellos y optó por no contar nunca más nada de lo que pasaba en el colegio. "Bien mami, me fue bien", respondía ante sus preguntas. "¿Y qué hicieron?", indagaba siempre su mamá. "Tantas cosas que no me acuerdo", contestaba entre evasivas.
Así pasaron los años. La pequeña y sus papás acordaron que "aguantaría" hasta 7º grado y luego empezaría la secundaria en otro colegio en el que podría comenzar de cero y "ser ella misma".
Pero el día que Verónica vio a su hija llorar durante toda la noche porque su mejor amiga había decidido dejarla, tomó conciencia de que “aguantar” no era el camino correcto y supo que ya no podían seguir así. Algo tenían que hacer pero no sabía por dónde empezar ni a quién recurrir.
Dejar de padecer
Buscando respuestas llegaron a la organización Libres de Bullying. Al recordar el primer encuentro con María Zysman, su fundadora, Verónica se emociona: “Fue la primera vez que alguien empatizó con lo que estábamos viviendo. El primer alivio fue saber que lo que estaba pasando no estaba bien”.
Zysman le dijo a Verónica que quería conocer y escuchar a Zoe y antes de despedirse le adelantó que una de las posibilidades que veía era cambiarla de colegio. Si bien no es la solución frente a todos los casos de bullying, en este parecía ser el mejor camino. “Mi reacción inmediata fue decir que no”, cuenta Verónica. Solo pensar que Zoe empezara 6º en otro colegio, con los grupos cerrados y ya armados, donde ella suponía que resultaría mucho más difícil integrarse a un grupo, le causaba pánico. Pero siguiendo el consejo de Zysman, ese mismo día habló con Zoe con toda la verdad.
Al día siguiente de su primer encuentro con María, Zoe salió de su habitación y le dijo a su mamá: “No dormí en toda la noche y me quedé pensando que me gustaría que me busques un colegio, uno que me guste”.
Empezó 6º grado en una escuela nueva. El primer día de clases, cuando su mamá la fue a buscar, la vio llegar saltando de alegría. Desde ese momento en adelante, hoy Zoe tiene 13 años, hizo un cambio radical. “Está llena de amigas, superintegrada y feliz”, cuenta Verónica emocionada.
“Si hay alguien pasando por una situación así, lo que aconsejo es hablar con los chicos y conseguir apoyo, no quedarse con la idea de que esto es algo que sucede en todos lados”, recomienda la madre. Y concluye: “No hay que dejarse paralizar por el miedo o la vergüenza. Nada justifica el maltrato”.
Dónde pedir ayuda y más información
- Equipo ABA: brinda un abordaje integral y multidimensional para reducir los índices de violencia, fortalecer la educación en valores y fomentar la sana convivencia escolar.
- Libres de Bullying: ofrece herramientas para prevenir, detectar e intervenir en situaciones de bullying en el ámbito escolar.
- Línea Convivencia Escolar, del Ministerio de Educación de Nación: 0800-222-1197, de lunes a viernes, de 8 a 20. Recepción, derivación y atención de situaciones conflictivas de convivencia en las escuelas y/o situaciones de vulneración de derechos.
- Argentina Cibersegura: trabaja para crear un espacio digital seguro a través de actividades de concientización y educación.
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de “Hablemos de bullying”, una guía de Fundación La Nación que incluye las voces y las recomendaciones de algunos de las y los principales referentes en esta temática de la Argentina, así como también testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil, y contó con la curaduría de María Zysman, psicopedagoga y fundadora de Libres de Bullying.