La periodista y escritora María Clara Silles padeció todo tipo de burlas y hostigamiento durante su paso por la secundaria; hoy da charlas en escuelas para concientizar sobre esta forma de violencia aún naturalizada
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María Clara Silles confiesa que todavía tiene cicatrices detrás de sus orejas. Son del tiempo en que se las pegaba con pegamento para evitar que en el colegio le dijeran “Dumbo”. Los episodios de bullying que vivía a diario durante su adolescencia habían minado tanto su autoestima que fue capaz de llegar a ese extremo para evitar las cargadas.
“En ese tiempo vivía a dieta, endeudaba un montón a mis padres para que me compraran todo lo que se te ocurra, desde un par de zapatillas hasta una mochila o un celular. He llegado a pegarme las orejas con La Gotita para evitar las burlas, a anotarme en una escuela de modelos como para aprender a ser más femenina y que dejaran de decirme que era un camionero; o me levantaba dos horas antes para arreglarme y eso que vivía a 15 minutos del colegio. Pero me levantaba, me maquillaba, me hacía la planchita, me ponía una cortina de pelo…”, enumera con hartazgo.
La joven de 29 años cuenta que sus padecimientos comenzaron cuando sus padres la cambiaron a un colegio elitista de zona Sur, para que cursara los últimos tres años del secundario. “En los primeros dos meses, más o menos, el grupo fue bastante tranquilo. Las situaciones de bullying se fueron dando progresivamente. Lo que busca el agresor es que vos respondas. Y como yo entonces tenía una personalidad bastante fuerte y respondía, la situación se fue retroalimentando”, recuerda Clara, periodista y escritora.
Salvo una compañera, que la apoyó y se convirtió en su amiga, el resto del curso se dividía entre agresores y espectadores. Sin embargo, asegura, las autoridades del colegio no se implicaron en el tema. “El colegio no se hacía cargo. Tengo el recuerdo de que mi mamá había ido a hablar un par de veces y que los directivos le respondían: Bueno, es que María Clara no se adapta”, agrega.
Con el tiempo, ser el blanco de las agresiones de sus compañeros sin que mediara alguna instancia superior que la protegiera, comenzó a dejar sus marcas. La adolescente aguerrida y contestataria de los primeros tiempos se fue empequeñeciendo y aplacando su voz. “El maltrato se da en un contexto de desigualdad de poder. Entonces, ya de entrada, estás frente a una persona que tiene más poder que vos. Eso contribuye a que vos empieces a creerte todo lo que te dicen, a sentirte inferior, a debilitar toda tu personalidad y toda tu autoestima”, reflexiona.
“¿Por qué no te cambiabas de colegio?”
El daño llegó a ser tan profundo y sus efectos tan paralizantes, asegura, que no pudo pedir ayuda. “Una pregunta que me hacen un montón es ‘¿por qué no te cambiabas de colegio si la estabas pasando tan mal?’ Mi mamá me ofreció cambiarme de colegio millones de veces y yo recuerdo decirle que no. Y, con los años, después de haberme capacitado en materia de bullying, pude entenderlo”, explica.
“Los expertos –continúa– dicen que, generalmente, los niños o adolescentes que están atravesando una situación de bullying, no quieren cambiarse de colegio porque tienen miedo de que eso les vuelva a pasar en otra institución. Entonces, ante la posibilidad de que esto vuelva a ocurrir, dicen: ‘Bueno, me quedo acá y trato de zafarla’. Supongo que era un poco lo que me pasaba.”
Desde hace años, María Clara da charlas en colegios como una manera de generar conciencia sobre los efectos de este flagelo. Allí presenta el libro que escribió en 2017 titulado: Gaspar. Perderte o perderme, en el que relata sus padecimientos sentimentales de aquellos años escolares, en los que el bullying era moneda corriente. Es la forma que encontró de luchar contra esta forma de violencia que, a su entender, continúa completamente naturalizada entre los adultos.
Un tipo de violencia con efectos a corto y largo plazo
“Me pasa un montón de hablar con amigos de mis padres o gente más grande que yo, que por ahí dicen: bueno, pero siempre en todos los cursos había alguien que padecía bullying. Pero que sea frecuente no quiere decir que este bien, no quiere decir que lo tengamos que naturalizar. Debemos trabajar para que esas situaciones se desarticulen, porque el bullying no es más que un tipo de violencia. Y la violencia no sale de un repollo, esos niños reproducen la violencia que ven o que consumen en sus casas”, analiza Silles.
Con el fin del secundario, asegura, las agresiones se cortaron. No así algunas de sus secuelas, que sigue trabajando para superar. “El bullying tiene efectos a corto plazo y a largo plazo. Dentro de los efectos a largo plazo hay algunos con los que yo convivo a diario y hay otros que ya logré dejar atrás. Dentro de los que me frecuentan, por así decirlo, está el miedo al rechazo y la inseguridad”, reconoce.
Tan camaleónico como subestimado, el bullying cuenta con un cómplice que le facilita el trabajo: el silencio. Por eso, María Clara sostiene la necesidad de ponerle palabras a esta clase de padecimiento. “Si yo hubiese hablado del tema en ese momento, me hubieran cambiado de colegio y todo hubiera quedado en un mal trago de unos meses de mi adolescencia. La historia hubiese sido distinta. Hablar es fundamental para poder resolver los problemas y sanarlos –concluye–, tanto en el bullying como en cualquier otra problemática.”
Hablemos de todo
Esta entrevista forma parte de “Hablemos de todo”, un proyecto de LA NACION que, a través de una serie de notas periodísticas, se propone profundizar en temáticas que continúan siendo tabú o difíciles de abordar, como abuso sexual en la infancia, violencia de género, educación inclusiva, bullying, trastornos de la alimentación y adicciones. Poner en palabras estas problemáticas sociales es el primer paso para visibilizarlas. El objetivo de este especial es derribar mitos y prejuicios, acercar historias inspiradoras y ofrecer un servicio brindando información útil acerca de dónde pedir asesoramiento o buscar más información.