Vanesa Carballo es una de las dos psicólogas del único centro de salud que funciona dentro de Fuerte Apache, en Tres de Febrero; preocupada por la situación de los niños y adolescentes, afirma que hay muchos casos de autoflagelación, abuso y consumo de drogas y alcohol
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Vanesa Carballo, “la niña terrible”, como le decía su madre, una mujer “curiosa”, como se define ella, nació en Florencio Varela, en el contexto de una familia humilde del sur del conurbano. Su papá es analfabeto y de oficio lustrador de muebles. Su mamá se dedicó a criar a los cuatro hijos de la pareja.
A Vanesa, que es psicóloga y tiene 35 años, siempre le molestaron la desigualdad y la injusticia. De chica, en la escuela, la cargaban: la llamaban “defensora de pobres” porque siempre escudaba a los que eran maltratados o a los que les hacían bullying.
Será por esa manera de sentir que la primera impresión que tuvo cuando se sumó como psicóloga del centro de atención primaria de la salud del barrio Ejército de los Andes, conocido popularmente como “Fuerte Apache”, fue de amor a primera vista. Les parecieron pintorescos los nudos de edificios de hasta 12 pisos o de monoblocks de 4 pisos. Enseguida abrazó la diversidad cultural: en el barrio viven familias migrantes paraguayas y bolivianas, y también del interior del país. “Me gustó mucho el barrio”, dice.
Al centro de salud se incorporó en 2021, durante el segundo año de la pandemia. La salita, la única que funciona dentro del barrio, llevaba tres meses sin psicóloga. Justo en un momento en el que en todo el país y el mundo empezaba a surgir un aumento de las consultas de adolescentes y niños con trastornos psíquicos, en gran medida agravado por la pandemia. En medio de ese emergente, los 60 mil habitantes del barrio habían estado sin servicio de salud mental en la salita.
Enseguida, identificó un gran déficit en la atención a niños y niñas. Así que a pesar de que nunca había trabajado con chicos y adolescentes, ese fue su primer gran desafío. “Lo predominante en ellos es la falta de proyectos vitales”, dice y hace un diagnóstico que describe muy bien la fragilidad de la salud mental en la infancia y adolescencia del barrio. “Viven en emergencia permanente”, afirma y enumera: “Hay muchos casos de autoflagelación, de consumo de drogas y alcohol, de abusos intra y extrafamiliares”.
La curiosidad por entender la mente
Cuando todavía era una niña, Vanesa y su familia se mudaron a una casa en Martin Coronado, un barrio de “clase media” del partido de Tres de Febrero, donde creció junto a su hermana menor. No tiene recuerdos de que en su casa hubiese biblioteca, ni demasiados libros, ni que sus padres la incitaran a leer o a estudiar, pero tenía un tío que trabajaba en una editorial y le llevaba libros infantiles, sobre todo la colección de cuentos Pajarito Remendado. “Me acuerdo que me sentaba a leer una y otra vez esos libros”.
Ya de adolescente se anotó en un taller de Lengua y Literatura: “Vino una persona que nos hizo leer y escribir sobre La metamorfosis, de Kafka. A mí me rompió la cabeza leer ese libro a los 17 años”. Así decidió aferrarse a esos libros y esas tardes de lectura que la empujaron a ser una buena alumna y a pensar en estudiar una carrera universitaria, en recibirse de psicóloga, en convertirse en la primera universitaria de la familia.
“Primero quería ser maestra o estudiar filosofía. Pero me daba mucha curiosidad el funcionamiento de la mente”, cuenta y reconoce que esa curiosidad terminó de inclinar su elección. Estudió en la Universidad de Buenos Aires mientras trabajaba en comercios durante la semana y de barwoman en boliches los fines de semana. Necesitaba pagarse los apuntes, los viajes y la comida. Aunque la universidad es gratuita, estudiar tiene un costo que su familia no podía pagar. Por eso, por venir de donde viene, dice que le duele, que no tolera, “el malestar emocional por temas de plata”, sobre todo porque la hacen pensar en las discusiones y malestares que hubo en su casa por haber pasado necesidades económicas.
Ya recibida, hizo sus primeros pasos como acompañante terapéutica y en el hospital psiquiátrico porteño Alvear. Hasta que, ya viviendo con su gato “Simba” en un departamento del partido de Tres de Febrero, llegó la propuesta de sumarse al centro de salud.
El barrio
Sobre Fuerte Apache recaen muchos prejuicios. Se lo suele relacionar con hechos delictivos, con bandas que operan desde ahí. También con algunas figuras deportivas como Carlos Tévez y Thiago Almada, dos futbolistas que el barrio abraza como ejemplos positivos y de superación para los pibes y las pibas. Encarnan el mensaje de que se puede elegir otro camino. La mayoría de sus habitantes, de corazón solidario, son trabajadores y trabajadoras, muchos de ellos de la economía informal.
A través de una colega, recibió la propuesta de la coordinadora de Salud Mental de la Municipalidad de Tres de Febrero y fiel a su estilo (le gustan los desafíos) decidió aceptarla.
Vanesa cuenta que, según el censo, el barrio tiene 60.000 habitantes, pero que para ella son muchos más. Y asegura que esa superpoblación, a veces en condiciones muy precarias, es uno de los principales problemas del lugar. Es común que una familia “tipo” dentro del barrio sea muy numerosa: en departamentos de dos o tres habitaciones conviven de 8 a 10 personas.
Aunque no cambió su primera impresión positiva sobre el barrio, a pocas semanas de haber empezado a trabajar, experimentó la parte hostil de Fuerte Apache. “Estaba atendiendo a una niña y escuché unos estruendos que venían de una situación que no terminaba de entender, pero que estaba ocurriendo frente al centro de salud. Aparentemente dos bandas se estaban enfrentando”, cuenta y sigue: “La nena me dice: ‘Vane son tiros’. Era un tiroteo”.
“Les faltan proyectos de vida”
El año pasado, la salita sumó a una psicopedagoga y una segunda psicóloga. La demanda de atención nunca bajó desde que llegó Vanesa. El refuerzo ayudó mucho para dar a basto con la gran demanda infantil que reciben. Aunque, dice, sigue siendo insuficiente. Cada psicóloga atiende regularmente a más de 100 pacientes.
En cuanto a las adolescencias, a Vanesa le preocupa la vulnerabilidad en la que viven y la falta de espacios de contención en un ambiente que a veces es peligroso. Las pocas instituciones que sostienen (escuelas, clubes de barrio y gimnasios) hacen lo que pueden y no logran tener el impacto necesario para poder evitar el ausentismo escolar: en el barrio son muchos los adolescentes que dejan la secundaria para trabajar. Ayudar en la economía familiar suele ser el factor determinante.
Vanesa articula con las escuelas de la zona que derivan a alumnos por problemas de salud mental o conducta. Recibe niños, niñas y adolescentes con todo tipo de problemas. Ella lo resume así: “Lo predominante es la falta de proyectos vitales”.
—¿Identificás casos de depresión?
—No lo llamaría depresión. Sí te diría que llegan con desánimo, tristeza, enojos. Hay casos de autoflagelación, de consumo de drogas y alcohol, de abusos intra y extrafamiliares –enumera y sigue–. Todo eso los deja del lado de la pulsión de muerte.
Al no tener espacios de referencia en donde puedan alejarse de toda esa nube negra que los rodea viven en emergencia permanente y describe: “Cuando uno dice vulnerabilidad psicosocial estamos hablando de una complejidad que incluye violencia intrafamiliar, violencia estructural y sostenes muy frágiles”.
—¿Tienen ideas o pensamientos suicidas?
—Sí, son situaciones muy complejas para la salud mental. Es impresionante la cantidad de adolescentes que presentan este síntoma. Esta población tiene que ser prioridad, no sólo en términos de salud, sino también en cuanto a políticas educativas.
—¿Cómo abordan la problemática suicida con los adolescentes?
—Muchas veces es clave hacerlos pensar en proyectos futuros que los enganchen para sacarlos de lo mortífero. Me parece que lo que necesitamos todos los que participamos y estamos cerca de los adolescentes (en referencia a los profesionales de la salud, de la educación y la cultura) es mucha formación para poder acompañarlos de la mejor manera.
Cuando la atención de la problemática requiere indicar medicación, Vanesa articula con médicos psiquiatras. Pero la salita no cuenta con uno propio por lo que debe solicitar una interconsulta con el que trabaja en el CAPS 10 de Caseros, a unos tres kilómetros del barrio.
Por otro lado, Vanesa hace hincapié en los entornos frágiles que rodean a estos adolescentes y el poco acompañamiento familiar que tienen: “A veces, salir de sus casas resulta peligroso, están muy expuestos. Pero permanecer en sus casas, en entornos violentos, también implica estar atravesados por la violencia”
Al hacer un balance de estos dos años en Fuerte Apache, Vanesa dice: “El sentimiento que tengo es ambivalente. Por momentos me genera mucha satisfacción o alivio las intervenciones y lo que logro con mis pacientes, ver que lo que hago funciona. Si hay algo que paga mi trabajo es eso, sin lugar a duda. La otra cara de la moneda tiene que ver con lo difícil que es articular, el desborde y que hay muchos obstáculos, además de la inestabilidad económica que vive el país hace que no todo sea satisfactorio”.
Más información
- En las guías Hablemos de Suicidio y Hablemos de Depresión, de Fundación La Nación podés encontrar información sobre señales de alerta, a dónde recurrir en busca de ayuda, cómo acompañar a personas en crisis y mucho más sobre problemáticas.