Apuestas online: ¿por qué los jóvenes de sectores populares son los que más dinero apuestan?
Destinan unos 48 mil pesos por mes; es el doble de lo que disponen en promedio los chicos de hogares con ingresos altos; el dato surge de una encuesta a 7810 adolescentes y jóvenes de 15 a 29 años
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“Los sectores medios bajos apuestan en términos de monto de dinero el triple de lo que es el promedio”, asegura Martín Romeo, director del trabajo de investigación “Apostar no es un juego”. Según dicho informe, hecho en base a 7810 encuestas en todo el país, los jóvenes de 15 a 29 años que apuestan y pertenecen a ese estrato destinan mensualmente unos 48.261 pesos a casinos online o apuestas deportivas.
Esa cifra está muy por encima del promedio general, que es de 16.769 pesos por mes, y del promedio tanto de los sectores medio alto y alto (25.893 pesos) como de los sectores pobres (8.843 pesos).
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El estudio entiende por “sector medio bajo” a aquellos jóvenes que viven en hogares que tienen ingresos apenas por arriba de la línea de pobreza, pero que no llegan a duplicarla. “Son jóvenes que viven en familias que se encuentran en un riesgo inminente de pobreza. Además de tener ingresos bajos, esos ingresos pueden corresponder a changas o trabajos eventuales. Por eso, cualquier movimiento, como un aumento de precios brusco o que se les caiga un trabajo, puede exponerlos a una situación de mayor vulnerabilidad”, aclara Romeo.
Por eso, la hipótesis que sugiere la investigación es que esos sectores buscan compensar por vía de las apuestas esos ingresos laborales insuficientes. “No es que apuestan porque no tienen nada que hacer”, remarca el investigador. De hecho, la tasa de actividad de este segmento se ubica por encima del promedio y la tasa de desocupación es la mitad de la media.
También hacen las apuestas más altas
El estrato medio bajo es también el que registra las apuestas más altas: el promedio de apuesta más alta ronda los 72.000 pesos, muy por arriba de los sectores altos (59.000 pesos) y pobres (25.000 pesos). “Mediante las apuestas, los jóvenes esperan poder comprar algo que por la vía de su trabajo o el de sus padres no podrían. Por ejemplo, si se quieren comprar un par de zapatillas o cualquier otro objeto que les resulte imposible en relación a sus ingresos laborales o el dinero que les dan sus padres, apuestan con la idea de que de esa manera sí pueden llegar”, explica Romeo.
Diferente es la situación de los jóvenes que viven en hogares pobres, que son los que menos apuestan mensualmente. Para el investigador, se debe fundamentalmente a una menor cantidad de recursos disponibles. Es decir, de una restricción monetaria no solo para apostar, sino para cubrir necesidades básicas.
“Apostar No es un Juego” es un proyecto de investigación de interés social sin fines de lucro integrado por profesionales de las universidades de Buenos Aires, Hurlingham y Lomas de Zamora. Además, contó con el apoyo de distintas instituciones, como escuelas y clubes, que hicieron circular un cuestionario virtual, autoadministrado, voluntario y espontáneo. Lo contestaron 7810 jóvenes de entre 15 y 29 años de las 24 provincias del país.
Sus familias también apuestan
El informe de “Apostar no es un juego” se conoce pocas semanas después de que Unicef difundiera un reporte hecho en el país que revela que 8 de cada 10 adolescentes y jóvenes de 13 y 24 años hicieron apuestas online durante el último año. Y que 7 de cada 10 dijeron que es un hábito difícil de dejar.
Mientras que tal como lo retrató LA NACION en un informe especial publicado el mes pasado, existe una gran preocupación de psicólogos y psiquiatras infantojuveniles, que advierten que cada vez más chicos y adolescentes hacen apuestas online sin control. Se trata de una actividad que ocurre principalmente desde la pandemia, cuando creció el uso de dispositivos tecnológicos, y de una rutina peligrosa que crece de manera alarmante en las escuelas, en las fiestas, en los asados, durante los viajes de egresados y en la soledad de sus habitaciones.
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Lucía Fainboim, directora de la consultora Bienestar Digital, aclara que si bien las apuestas online y la ludopatía son problemáticas que aparecen de manera transversal en todas las clases sociales, en cada estrato presentan características distintas: “En las clases medias o altas se dan más por aburrimiento o por mandatos. Pero en las clases bajas, apostar está más vinculado a la necesidad económica”.
“La pobreza es un factor de riesgo para este tipo de acciones que se vinculan con el dinero. Apostar por necesidad lleva a bajar las barreras del cuidado. Si no tenés plata para salir o para comprarte ropa o comida y la publicidad te vende un mensaje de ‘jugá y ganá’ como algo asegurado, es mucho más fácil que lo compres”, agrega.
Otro fenómeno que se da en las clases populares es que las familias de los jóvenes también apuestan. “Hay casos de chicos que apuestan con los padres, que seguramente también estén tratando de paliar la penuria económica por esa vía. Esto es un problema porque hace que apostar no se perciba como un riesgo y porque habla de una falta de información importante”, advierte Romeo.
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Apostar sin dinero
El informe también revela que los jóvenes de los estratos medios bajos son los que más dinero apuestan en relación al que les dan sus padres para cubrir gastos. En promedio, cada 100 pesos que les dieron sus padres, apostaron 176 pesos. Es decir que destinan más dinero que el que le da su familia.
En cambio, en los estratos altos (33 de cada 100 pesos) y pobres (27 de cada 100 pesos) los jóvenes destinan aproximadamente un tercio del dinero que reciben de su familia.
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“Así como en clases más altas roban a las familias, en las clases más bajas aparecen prestamistas que se aprovechan de la vulnerabilidad de los chicos que quieren empezar a recuperar lo que perdieron”, explica Fainboim.
“El 80% de las apuestas online se dan en sitios ilegales. Y como toda actividad marginal, las apuestas empiezan a tener conexiones con otras actividades de la ilegalidad”, alerta Romeo. De esta manera, en algunos barrios populares se habla de redes de apuestas ilegales que se asientan sobre otra que ya existía: el narcotráfico.
“En general lo que pasa es que el que vende droga es administrador y genera un esquema a través del que va reclutando cajeros y les da la obligación de reclutar cierta cantidad de personas nuevas por día que apuesten. Y los chicos aparecen como apostadores mucho mas fáciles de cooptar”, explica Fainboim.
Así, los chicos entran en una especie de círculo vicioso en el que se endeudan, pierden y recurren a estos prestamistas, a quienes luego les resulta difícil devolverle el dinero. Endeudados, entonces, reciben amenazas que hasta llegan a ser físicas.
Crisis de expectativas
“En las clases populares muchas familias apuestan porque necesitan plata. La actividad aparece como ingreso extra para llegar a fin de mes, porque el salario no les alcanza. Las apuestas se vuelven una posible salvación”, retoma Fainboim.
Sin embargo, advierte sobre cómo la falta de educación financiera también puede conducir a confundir las apuestas con las inversiones: “Están muy de moda slogans como ´hacer que la plata circule´, ´duplicarla´ o ´no tenerla quieta´, principalmente entre varones jóvenes. Pero carecer de educación financiera puede llevar a confundir apostar con invertir. Así, hay una atmósfera, un mandato de época en el que las apuestas online aparecen como un síntoma”.
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En parte, para la especialista, el elevado volumen de apuestas entre los sectores medios bajos también se vincula a lo que ella denomina “crisis de la expectativa”. “La juventud en general y los sectores populares en particular están en crisis. Hay una falta de expectativa de ascenso social, de poder conseguir un trabajo en blanco, aún esforzándose y estudiando. No tienen mucha esperanza de que su futuro pueda ser mejor. Y eso desencadena en medidas desesperadas, como hacer apuestas”, concluye.
Más información
- Si querés saber más sobre la problemática de los apuestas online entre los adolescentes, podés leer la guía de LA NACION con las respuestas a las preguntas que más resuenan entre los padres y familiares.