Alba Rueda: “La visibilidad de las personas trans tiene un alto costo social”
Con una vasta trayectoria en el mundo académico y del activismo LGBTIQA+, Alba Rueda es la primera subsecretaria de Políticas de Diversidad de la Nación, organismo que depende del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. Nació en el seno de una familia salteña conservadora que, arrastrada por la hiperinflación de finales de los 80, migró a la ciudad de Buenos Aires y se instaló en Belgrano. En su hogar, hablar de su identidad de género estaba vedado. “Mis padres tenían un profundo silencio que desplazaban hablando con el pediatra o las maestras, pero no conmigo”, cuenta Alba, que tiene “40 y un poquito” (coqueta, prefiere no decir su edad).
En la Facultad de Filosofía de la UBA, abrazó la militancia y no la soltó más, porque entendió que las violencias con las que había convivido desde niña –en la escuela, en la calle, en los ámbitos de la salud–, no eran una cuestión individual, sino colectiva. La causa era mucho más grande que su propia historia y hoy, como funcionaria, trabaja para que el acceso a derechos no sea un privilegio en la población LGBT. "Todavía hay muchos prejuicios y estigmatización", asegura.
Aún hay muchas personas dentro de la población LGTBIQA+, que siguen expuestas a violencias de todo tipo, ¿por qué?
Creo que hay un cruce entre dos aspectos importantes. Por un lado, las leyes, como la de Matrimonio Igualitario o la de Identidad de Género, son marcos normativos que permiten instalar dentro de las instituciones la protección de derechos. Pero eso solo funciona en la medida en que efectivamente exista un cambio cultural, porque hay que llevarlas adelante y aplicarlas. Es decir, es necesario un marco de protección de derechos y es necesario también que se promuevan esos derechos dentro de los ámbitos sociales y culturales. En un país federal con realidades tan diversas, hay determinados contextos donde todavía asumir una identidad de género disidente o expresar tus relaciones sexoafectivas por fuera del mandato heterosexual, tiene implicancias individuales, sociales y familiares. Me acuerdo de que en un espacio de diálogo que se hizo para el Día del Orgullo LGBT, en una mesa de intersecciones con personas de pueblos originarios, una que era de Jujuy contó: "Cuando yo salí del closet, salió toda mi familia. Señalaban que ese era el padre del hijo gay, la madre del gay, el hermano del gay".
Esa discriminación muchas veces se replica en distintas instituciones, como escuelas o clubes, por ejemplo. ¿Por dónde se empieza a trabajar el cambio de mirada?
Una enorme preocupación para nosotras es abordar y trabajar las cuestiones de violencias hacia infancias y adolescencias LGBT dentro de los ámbitos institucionales como la escuela, donde efectivamente expresar su identidad de género es un gran desafío porque implica debatir cuestiones vinculadas al acoso, hostigamiento, violencia física y simbólica. Pero en otros espacios, como los ámbitos deportivos de alto rendimiento, también surgen modelos, representaciones de quiénes son los deportistas que representan esos deportes y se generan otras presiones. Necesitamos paridad y cupo, dos medidas que permitirán poner otras voces, encuadres y legitimidad en nuestras palabras. Es un desafío grande que no se encuadra solamente en términos abstractos de "el cambio cultural", sino que se debe situar en estrategias concretas que hablen de los territorios, los ámbitos y las instituciones que involucran.
¿Esos estereotipos de género y construcciones socioculturales son la causa de que siga constando asumir una identidad disidente?
Sí, porque entre otras cosas se pone en tensión las relaciones de poder, las representaciones de esos estereotipos y los debates sobre la hegemonía de determinados discursos que son a veces científicos y a veces institucionales, y muchas veces esas tres combinaciones hacen que tenga un costo tan alto poder asumir una identidad de género u orientación sexual. Nuestra sociedad y culturas leen los órdenes sociales a partir de representaciones, estereotipos y prejuicios. Los estereotipos de género cobran determinada síntesis cultural sobre lo que esperamos que hagan las otras personas, por ejemplo, quiénes deben ocupar determinados lugares y cómo. Efectivamente, no da lo mismo para nuestra sociedad los modos en que asumís determinadas representaciones sociales.
Dentro de la población LGTBIQA+, las personas trans y travetis son las más vulneradas en el acceso a derechos. ¿Cuáles son los principales prejuicios?
Si hay algo que nos caracteriza a las personas trans es nuestra visibilidad y esa visibilidad tiene un alto costo social y en nuestras vidas. Asumir una identidad trans muchas veces pone en jaque el ordenamiento de expectativas de lo que se esperaba de esa persona en términos de proyecto de vida, de lo que aporta social y familiarmente, y además entran en tensión muchos estereotipos: que las personas trans somos promiscuas, que a todas nos gusta el monoempleo de la prostitución, y otros prejuicios. Eso se vive en los hogares, en las escuelas, en los ámbitos de salud, en la falta de oportunidades laborales, en los insultos, en la violencia verbal y física en la calle, en las muertes tempranas y evitables. Hay condiciones profundamente desiguales en el acceso a derechos. Lo que el mercado no resuelve, el Estado debe tener una perspectiva de inclusión y protección. Por eso el reciente decreto que estableció el cupo laboral trans en el sector público es una medida histórica para toda nuestra comunidad.
Muchas veces, los hogares suelen ser el principal lugar de exclusión. ¿Cómo cambia el panorama cuando la familia acepta y acompaña?
En el contexto de pandemia y cuarentena es justamente una de las enormes preocupaciones que tenemos desde la Subsecretaría de Políticas de Diversidad. Les niñes y adolescentes LGBT no van a buscar ayuda y muches se encuentran aislados con familias que no resguardan sus derechos ni acompañan en el desarrollo de su persona ni protegen de las violencias. Muchas veces eso se vive de manera muy silenciosa y naturalizada. Sabemos que el cambio cultural se basa en lo que habilitan y clausuran las familias. El desafío es muy grande y complejo, porque hay que desnaturalizar y romper estos prejuicios. Eso algo que muchas personas trans de mi generación, las que pasamos los 40 años, lo sabemos bien: para muchas de nosotras realmente el uso de la palabra ya estaba clausurado en nuestros ámbitos familiares porque nos quedaba claro que efectivamente no podíamos hablar de lo que nos pasaba, de cómo nos veíamos, sentíamos, concebíamos nuestro mundo y el mundo en general.
¿Cómo fue su infancia?
Nací en dictadura, hice la primaria en el período de transición democrática y en mi caso, como en el de las compañeras trans de mi misma generación, nuestras instituciones estaban profundamente basadas en una mirada heterosexista y eso me inhabilitó. Yo nunca pude expresar lo que me pasaba. Las marcaciones de los prejuicios siempre vinieron por el afuera. ¿Cómo fueron? A partir de los insultos y la violencia física. La escuela se constituía en un lugar muy hostil, yo ni siquiera podía ir al baño, era aguantarme todo el día y esas negociaciones, esa discriminación naturalizada, la viví durante todo mi trayecto escolar.
¿Recuerda en qué momento le manifestó a su familia que su identidad no correspondía con el género que le habían asignado al nacer?
Tengo recuerdos previos a la escuela primaria y durante, de esas marcaciones por parte de mi familia, de las maestras, de mi pediatra, del cura, de que no tenía que ir en la dirección que yo sentía desde siempre. Fue desde niña. Era algo que estaba absolutamente clausurado, incluso hasta en el diálogo sobre este tema. Mis padres, por ejemplo, tenían un profundo silencio que desplazaban hablando con el pediatra o las maestras, pero no conmigo. Las instituciones se pusieron a disposición de poder "corregir", "modificar", "sancionar, "disciplinar", nuestros cuerpos y en esa línea lo viví también.
¿Qué edad tenía cuando asumió su nombre?
Fue a los 15, leyendo una novela donde estaba el nombre Alba. Fue muy impactante porque en mi familia, salteña y conservadora, nadie iba al psicólogo: estaba mal visto. En ese momento ya vivíamos en Buenos Aires y me fui al centro de salud número 1 en Núñez, donde empecé a buscar un espacio para poder hablar y encontré el tema de la lectura y la implicancia que tenía para mí.
¿Su familia aceptó su identidad?
Me fui de mi casa a los 17 años, a los dos meses de terminar el secundario. Nunca me desconecté de ellos, pero cuando los visité un par de veces salió esa discusión sobre mi identidad trans y lo que sentí es que faltaba una voz adulta. En la medida en que pude ocupar un lugar adulto pude plantear y armar un corrimiento a esa relación jerárquica de padre a hijos, donde pude ponerle un límite y decirle cuál era mi vida, quién era yo. Durante mi niñez y adolescencia no pude plantearlo, tuve que esperar a ser adulta para marcar los límites de esas violencias a partir del uso de la palabra.
¿Cuándo surge la militancia?
Estudié filosofía en la UBA y tenía una compañera que estaba yendo al Gondolín, un hotel muy conocido de las travestis, para llevar adelante un proyecto de terminalidad educativa. Me invitó una vez y le dije que no. En una segunda oportunidad, acepté. Coincidió con un momento en que era muy, muy evidente que lo que yo estaba viviendo tenía todo que ver con la discriminación por mi identidad de género. Vivía el hostigamiento en la universidad, el acoso en la calle, veía que no tenía oportunidades laborales, que mi proyecto de estudiar filosofía era igual a nada porque efectivamente no tenía ningún valor en aquel entonces una profesora trans. Fue un momento de profunda crisis individual donde justamente tuve la lucidez de saber que lo que estaba pasando no se debía a cuestiones individuales sino colectivas. Las compañeras del Gondo fueron verdaderas pedagogas para mí en lo que fue no solamente educarme en los ejes de la militancia sino concretamente comprender la profundamente desigualdad que hay en nuestro país respecto a las personas travestis y trans.
¿En la facultad se reproducían esas violencias?
Literalmente, me echaron de las clases un par de veces. Tenía compañeras que militaban para que yo me fuese de la clase y algunas profesoras que eran aliadas. ¡Y eran materias inevitables! Fueron verdaderos obstáculos para la terminalidad educativa, al igual que me pasó en el secundario, donde creo que mi bajo desempeño se debió al estrés de tener que estar en un lugar tal hostil, de tantas violencias, donde todo el tiempo tenía que cuidarme de los insultos y de posibles ataques transfóbicos. Creo que la violencia hacia niñes y adolescentes LGBT está muy invisibilizada porque viven muchas veces estas violencias sin la posibilidad siquiera de expresarlo y eso tiene un costo altísimo para nuestras vidas.
Fuentes
- (Re) Nombrar. Guía para una comunicación con perspectiva de género. Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad.
- Denuncias recibidas entre 2008 y 2019. Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).
- Algunas de las leyes que protegen a la población LGTBIQA+: ley N° 26.618 (matrimonio igualitario), DNU 1006, ley Nº 26.743 (identidad de género), ley Nº 26.862 (reproducción asistida), ley Nº 26.150 (educación sexual integral), decreto 721/2020 (cupo laboral trans).
- Ley de identidad de género y acceso al cuidado de la salud de las personas trans en Argentina. Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) y Fundación Huésped.
Metodología. Cómo lo hicimos
Este artículo forma parte de una serie sobre diversidades que publicará LA NACION. El objetivo de este especial es visibilizar y concientizar sobre algunos de los principales prejuicios vinculados a la población LGBTIQA+ que siguen arraigados en nuestra sociedad y son la base de violencias y vulneraciones en el acceso a derechos de todo tipo. El mismo cuenta con las voces de algunos de las y los principales referentes de la Argentina, así también como testimonios en primera persona. Además de las entrevistas cualitativas, se realizó un análisis de datos estadísticos y una compilación de trabajos elaborados por distintas organizaciones gubernamentales y de la sociedad civil. Se buscó que las fuentes fueran representativas de las realidades territoriales y culturales del país, así también como de la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género que existen. El especial cuenta, además, con una producción audiovisual para acercar las voces e imágenes de los protagonistas, donde el foco está puesto en las historias de vida y en el rol de los vínculos afectivos.