“Ahora trabajo más que antes de jubilarme”: en los últimos 20 años se duplicó la cantidad de adultos mayores que alquilan
En el país ya hay 359.754 personas mayores de 60 años que alquilan; para poder pagar el alquiler, muchos siguen trabajando, hacen changas y venden sus cosas en ferias
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“Trato de enfrentar lo que me toca con buena onda porque si decaés, te caés. Y si te caés, no te levantás más”, dice Ester Ríos con una mezcla de optimismo y pesimismo, y mientras arma su puesto en la feria del Parque Los Andes, en el barrio porteño de Chacarita.
Ester tiene 64 años, está jubilada y “lo que le toca” es que las cuentas no le cierran. El último mes cobró 277.000 pesos de jubilación y paga casi 200.000 de alquiler. Por eso, desde hace dos años hace cinturones, pulseras y llaveros de cuero para vender en la feria. “Por suerte tengo salud y trabajo”, dice.
Su tiempo como jubilada tiene poco de descanso y disfrute después de 40 años de trabajo en el rubro de la marroquinería. Más bien todo lo contrario. “Antes de jubilarme, trabajaba de lunes a viernes. Pero desde que me jubilé, trabajo de lunes a lunes: en la semana confeccionando y los fines de semana en la feria, con frío, con calor… pero bueno, otra no queda”, dice con resignación.
En los últimos 20 años, se duplicó el número de adultos mayores que, como Ester, alquilan. El dato surge de un informe de la Fundación Tejido Urbano, que toma datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec del primer trimestre del año. Según este trabajo, hay 359.754 inquilinos mayores de 60 años, cuando en 2004, eran algo más de 164.000 los adultos mayores que alquilaban.
El informe también detalla que el 51,3% de este universo vive solo o con su cónyuge y que el 40,52% de quienes viven solos se encuentran en el decil más bajo de ingresos. Tomando los hogares unipersonales, el 72,7% se encuentra en los cuatro primeros deciles de ingresos, en donde se agrupan las personas de más bajos ingresos. En este segmento, la jubilación representa prácticamente la única fuente de recursos.
Pero si a la incertidumbre de ser inquilino se le suma tener como ingreso estable una jubilación que no cubre las necesidades básicas indispensables, el resultado es un presente lleno de angustia y privaciones. En el caso de Ester, los malabares son permanentes.
“Ya no compro las frutas y verduras que me gustan, sino las que puedo comprar. Camino mucho buscando precios y estoy atenta a todos los días de descuento para jubilados en los supermercados. Ropa y calzado ya no compro. Me arreglo con lo que tengo. Y salir con amigas ya no puedo. Eso cambió por ‘venite a casa y hacemos pizzas’”, relata la mujer mientras marca unas pulseras de cuero a las que les pondrá tachas.
El pesto de Ester está sobre avenida Corrientes, en el tramo que va desde Leiva a la avenida Dorrego. Hasta este mes paga 3000 pesos por fin de semana, pero ya sabe que serán 4000 a partir de noviembre.
Según los datos de pobreza publicados por el INDEC hace unas semanas, en los primeros seis meses del año, la población mayor de 65 años o más fue la que más se empobreció. Mientras a finales de 2023, el 17,6% de las personas de ese segmento de edad vivía en la pobreza, ahora el 29,7% está en esa situación crítica. Es decir, 3 de cada 10 adultos mayores son pobres.
Los porcentajes equivalen a 992.773 adultos mayores pobres a fines del año último contra 1.694.523 a fines de junio de este año. Esto significa que en los primeros seis meses del año, 701.750 adultos mayores dejaron de ser de clase media y pasaron a ser pobres, según un informe hecho por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA en exclusiva para LA NACION.
“Mantener el nivel de vida según los ingresos que se tuvieron en la etapa activa es un gran problema para los adultos mayores. Ni hablar si tienen que alquilar o si tiene que renovar el alquiler, o tienen que mudarse a otro lugar y presentar los recibos de jubilación”, analiza Eduardo Donza, investigador del Observatorio de la UCA.
Estar jubilado y tener que pagar alquiler es una de las tantas caras de la crisis que está viviendo la población inquilina. Según la Encuesta Inquilina 2024 realizada por las organizaciones Acij, Cels, el Ceur Conicet, el Idaes y el Departamento de Geografía de la UBA, a cuyo adelanto accedió LA NACION en exclusiva, en el Área Metropolitana el 62% de los hogares inquilinos declara ingresos por debajo de la línea de pobreza. Además, casi el 40% destina más de la mitad de sus ingresos a pagar el alquiler, el 60% está atrasado con el pago de los servicios básicos y el 59% de los hogares se endeudaron para poder pagar el alquiler.
Ester vive en el barrio porteño de Villa Crespo, en un PH por el que paga 196.000 pesos por mes. “Pago barato. Pero en abril, cuando tenga que renovar, no sé con cuánto me van a salir. Se habla de un ajuste del 200%. Ahí no sé cuál sería mi salida. Trato de no pensar mucho para no angustiarme y afectar mi salud. Necesito estar bien para trabajar”, dice.
Entonces cuenta que su jubilación iba a estar un poco por encima de la mínima. “Pero cuando me llegó la edad de jubilarme, surgió que la empresa no estaba al día con los aportes. Así que estoy en moratoria”, explica. En septiembre, por todo concepto, la mujer cobró 277.000 pesos. “Si mi hijo no me ayudara haciéndose cargo de todos los servicios del departamento y de mi celular, ni trabajando podría”, reconoce.
Cruzando la calle, en dirección hacia el cementerio, los tradicionales puestos con estructura de hierro desaparecen y la feria se convierte en una sucesión interminable de manteros que venden alimentos, pañales, vajilla nueva o usada o ropa, por lo general, de segunda mano.
Casi al llegar a la altura de Corrientes y Olleros, está Jorge Pampillón, un jubilado de 77 años que cobra la mínima. En su manta hay algo de ropa, zapatos y hasta una licuadora antigua, pero que funciona y por la que pide 15.000 pesos.
“Yo soy carenciado, no puedo considerarme de clase media”, se sincera este hombre, separado, que cobra la mínima y alquila una habitación en una casa en Villa Ortúzar. “Llevo muchos años alquilando ahí, pero en el último tiempo pago lo que puedo, a veces la dueña me ayuda económicamente a mí. Los fines de semana voy a comer a lo de mi hija, que también alquila y no me puede ayudar de otra manera. Aunque tener garantizada la comida es mucho para mí en este momento”, reconoce.
“Sobre los adultos mayores hay muchos mitos. Uno de ellos es creer que son propietarios, cuando se estima que más del 50% alquila o comparte la propiedad”, analiza el defensor de la tercera edad Eugenio Semino. “Quien, más o menos, pagaba un valor razonable, cuando tuvo que renovar, se encontró con que le pedían el doble y se tuvo que ir. Esto generó que muchos tuvieran que alquilar habitaciones. En San Telmo o Monserrat, el costo ronda los 160.000 pesos y son verdaderas pocilgas en términos de salubridad”, agrega.
Además de ir a la feria, Jorge hace changas de electricidad en el barrio. De hecho, algunas de las prendas de su manta se las dieron sus vecinos. Otras, su hija. Hay unas medias blancas que alguna vez fueron de su nieto. “Las ventas están flojas. Encima cada vez hay más manteros que vienen de todos lados. Hoy una mujer me insultó porque me dijo que este lugar era de su cuñada”, se queja. “Estoy pensando en dejar de venir porque me pongo muy nervioso y lo poco que vendo lo termino gastando en remedios”, dice.
Casi llegando a Corrientes y Jorge Newbery está Marta Ortiz, una mujer de 70 años que se jubiló como ama de casa. Vive junto a Horacio, su marido, que está jubilado y cobra la mínima, en un departamento de un ambiente en la zona de Congreso, que comparten además con un hijo desocupado. Dice que en septiembre cobró 278.000 pesos. Si pagara el alquiler y las expensas con sus ingresos (240.000 y 30.000 respectivamente), le sobrarían, apenas, ocho pesos.
En la manta de Marta hay vestidos, zapatos y carteras usados. La mayoría son suyos. “Vendo poco, pero todo me suma. Este fin de semana, con lo que saqué, compré la leche en polvo que tomo. Por la manta no pagamos aunque nos piden 2000 pesos para la limpieza. Te dicen que es voluntario, pero pagamos para no tener problemas”, explica.
La pareja atiende, en la semana, un puesto de flores en Lima al 900, que es propio. “Pero se vende poco. También tenemos una casita en San Clemente, pero no la podemos vender. Alguna vez pensamos en ir a vivir allá, pero en invierno, el clima nos enferma mucho y allá la salud no es buena”, dice.
Ester, Jorge y Marta no se conocen, pero los tres coinciden en que su ya de por sí frágil situación económica empeoró todavía más en el último año. Ester dice que ya no piensa en el futuro porque se angustia. “Vivo el hoy. Sé que mientras tenga salud, la voy a seguir piloteando”, concluye.