Encuentran contenido a edades cada vez más tempranas, según documentan psicólogos y psiquiatras; el acceso a las pantallas y el algoritmo que usan las redes sociales y plataformas para mostrar material son algunas de las razones que explican esta tendencia; qué efectos puede producir a corto, mediano y largo plazo y cuáles son los consejos de los especialistas
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Hacía meses que Marina sospechaba que algo le pasaba a Lautaro, su hijo de 10 años. Lo veía “mucho más metido para adentro” y con menos ganas e interés en ir a jugar a la pelota los fines de semana con sus amigos. Además “muy ansioso” y siempre pendiente del celular que ella le había regalado para su cumpleaños ante la insistencia del chico, algo de lo que hoy se arrepiente “con toda el alma”.
También había escuchado que con sus amigos cuchicheaban de cosas “subidas de tono para su edad”. Y aunque ella había intentado iniciar el diálogo sobre el tema, Lautaro la esquivaba. “Llegaba del cole y se iba directo al cuarto con el teléfono. Yo trabajo mucho y hacía todo lo posible por controlar lo que hacía en Internet, pero claramente no era suficiente”, se lamenta la madre, que es abogada en una compañía internacional y vive con su hijo en el barrio porteño de Las Cañitas.
Una noche, cuando el niño dormía, un impulso la llevó a revisar el historial de Internet en la computadora y el celular de Lautaro. “Me quedé paralizada: había cientos de sitios web de pornografía que desde hacía meses y meses él estaba viendo y yo no tenía la menor idea. Me mató que siendo tan chiquito hubiese estado expuesto durante todo ese tiempo a ese contenido”, dice Marina sin poder evitar que se le quiebre la voz.
La historia de Lautaro (su nombre y el de su mamá fueron cambiados para preservar su identidad) refleja una tendencia que, según psiquiatras y psicólogos consultados por LA NACION, crece de manera alarmante. Es un fenómeno internacional del cual la Argentina no escapa: los chicos empiezan a consumir pornografía a edades cada vez más tempranas. “Lo que veo en mis pacientes es que están accediendo a partir de los ocho años como algo recurrente, no por un accidente, sino por interés y motivación propia”, advierte Guillermo Thomas, jefe de sección de Psicología Clínica de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano.
Otros profesionales y algunas investigaciones coinciden en esa misma edad como un momento de acceso a este tipo de contenidos. El impacto en los niños es enorme y, sin una intervención temprana y adecuada, puede producir efectos a corto, mediano y largo plazo, ya que su cerebro no está maduro como para recibir ni procesar ese tipo de información.
“La interacción con contenidos pornográficos durante la infancia y el consumo excesivo o inadecuado durante la adolescencia genera un impacto psíquico que afecta la subjetividad de niños, niñas y adolescentes con consecuencias físicas y psicológicas que pueden durar toda la vida”, resume Soledad Fuster, psicóloga y directora del postítulo Prevención y Abordaje del Grooming de la Universidad Abierta Interamericana (UAI).
En esa línea, Thomas detalla que en los niños las pulsiones sexuales están adormecidas, latentes, y para ellos ver pornografía “es como si estuvieras durmiendo y de golpe sonara un ruido fuerte que te despierta: tiene un efecto perturbador en el desarrollo. Los chicos reciben una carga de estimulación muy fuerte y no tienen la madurez cognitiva, emocional, afectiva, social ni sexual para dar una respuesta”.
“Todos miran porno”
Según los profesionales, cuando cumplen 12 años la inmensa mayoría de los chicos (en general, varones) ya accedieron a videos o imágenes vinculados a la pornografía en Internet. Aunque en la Argentina no hay estudios a nivel local que den cuenta de la magnitud de la problemática, el informe “(Des)información sexual: pornografía y adolescencia”, de Save de Children España, pone sobre la mesa cómo 7 de cada 10 (el 68,2%) adolescentes consumen este tipo de contenidos de forma frecuente, generalmente en la intimidad (93,9%) y mediante el celular, centrándose en contenidos gratuitos online (98,5%) que se basan “en la violencia y la desigualdad” entre los géneros.
El estudio señala que más de la mitad de los chicos que ven contenidos pornográficos “se inspiran en ellos para sus propias experiencias” y que para el 30% “estos vídeos son su única fuente de información sobre sexualidad”.
Marina decidió llevar a Lautaro a una consulta con una psicóloga especializada en niños. En ese espacio, el chico pudo contarle primero a la profesional y más tarde a su mamá que la primera vez que había visto pornografía había sido por buscar las palabras “sexo” y “tetas” en el buscador de Internet, cuando tenía 9 años (es decir, mucho antes de que su mamá lo supiera). Dijo que fue “por curiosidad”, una tarde en que estaba aburrido. A partir de ese momento, empezaron a aparecer cada vez más anuncios de sitios web para ingresar a páginas con ese contenido. “Todos miran porno”, le aseguró a Marina cuando ella le preguntó sobre el resto de su amigos, que asisten a un colegio privado en el barrio porteño de Belgrano.
¿Con qué factores se vincula el descenso en la edad de consumo de pornografía? “Sin duda alguna el acceso a las pantallas a edades tempranas juega un rol fundamental. Pero es importante no echarle solo la culpa a las redes sociales, porque hay otras dos vías que no consideramos: la inteligencia artificial de los dispositivos y la economía de la atención, que hacen que cualquier aplicación pueda mostrar estos contenidos durante segundos y, si los chicos se enganchan por curiosidad o por lo que sea, se les empiezan a ofrecer cada vez más y más”, explica la neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero.
Y agrega: “Por los algoritmos, todos los niños y las niñas, desde temprana edad y en el momento que tienen acceso a Internet, pueden tener acceso a pornografía”.
Castro Fumero detalla que entre colegas, lo que suelen observar es que madres y padres llegan con sus hijos e hijas a la consulta en tres circunstancias:
- porque advirtieron que sus niñas y niños pequeños (por ejemplo, en edad preescolar) estuvieron expuestos a este tipo de contenidos de forma “accidental”, es decir, sin buscarlos y mientras jugaban con las pantallas, y observan síntomas que los preocupan;
- porque ven que sus hijos preadolescentes o adolescentes tienen conductas adictivas con las pantallas que relacionan a las redes o los videojuegos, pero en la consulta salta el consumo de pornografía;
- y por el último, el caso de chicos de más de 18 que estuvieron expuestos desde pequeños a estos contenidos, que nunca dijeron nada y ven el impacto en su vida adulta a la hora de tener relaciones sexoafectivas, por ejemplo.
“A edades tempranas, el desarrollo cerebral no está preparado para explorar y observar este tipo de contenidos. No solo pueden despertar trastornos de hipersexualidad sino que afectan todo el desarrollo neuropsicológico, tanto a nivel socioemocional, como físico y cognitivo, porque no pueden distinguir lo que es realidad de ficción”
En esa línea, Fuster plantea que si bien hay estudios que señalan que los 8 años es la edad media en la que los chicos comienzan a ver pornografía online, “lo que encontramos en la práctica cotidiana de la clínica y en los jardines de infantes es que las nenas y los nenes acceden mucho más temprano por casualidad, mientras que están mirando algo donde suelen aparecer las publicidades con flechitas y estímulos visuales que muchas veces los hacen navegar hacia esos sitios”.
Por su parte, Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Hospital de Clínicas, detalla que en las niñas y niños preescolares, “las escenas de sexo explícito y las imágenes en primeros planos que se muestran en la pornografía, se vivencian como algo totalmente agresivo y, al no poder procesarlo, eso se inscribe como traumático”. Incluso, esas imágenes pueden regresar como “flashbacks”, como si presenciaran un accidente: “Son escenas impactantes, que conmueven por lo violento, por la forma en que interpelan algo que no es ni predecible ni metabolizable para los chicos”.
“En los niños y las niñas pequeños, las escenas de sexo explícito se vivencian como algo totalmente agresivo y, al no poder procesarlo, eso se inscribe como traumático”.
“La hipersexualización es uno de los síntomas”
A Marina le indignó que la primera reacción que tuvo su exmarido, el papá de Lautaro, cuando le contó lo que había pasado, fuera reírse. “Esa actitud cambió rápidamente cuando empezamos a hablar de todos los cambios negativos que los dos habíamos notado en Lauti desde hacía tiempo y que incluyeron conductas sexualizadas que eran muy preocupantes. Mi hijo me contó que llegó un punto en que no podía parar de buscar estos videos, estaba fuera de control”, cuenta su mamá.
¿Por qué el exponerse a estos contenidos puede generar una adicción? Castro Fumero detalla que la respuesta se vincula con el circuito dopaminérgico o de recompensa, el cual se activa cuando las personas experimentamos sensaciones de placer: “La dopamina es buena en medidas razonables, pero el problema en el caso de las adicciones en general y de la pornografía en particular es que se producen grandes dosis ante situaciones que no son de la vida real, por muchos períodos de tiempo, y cada vez se busca más y más porque no se puede tolerar esa bajada que se produce luego y que los hace sentir insatisfechos, intolerables, con apatía”.
Por su parte, Thomas advierte que como los chicos “no tienen la posibilidad de bajar el cúmulo de excitación, en general eso se canaliza en actividades o descargas muy complejas, como por ejemplo buscar repetir aquello que vieron hacer a actores sobre otras personas, como compañeritos, primitas o pares”. Ongini coincide y cuenta que son varios los casos que llegan a su consulta: aquí el daño es doble y muy grande, no solo para el niño que estuvo expuesto en primer lugar a esos contenidos, sino también para los otros con los que intenta replicar aquello que vio.
Además de las conductas hipersexualizadas, el psiquiatra infantojuvenil Ramiro Pérez Martín, explica que cada niño puede manifestar el impacto que le produjo estar expuesto a pornografía de diferentes maneras: “Desde pesadillas hasta no poder correrse de las pantallas y perder concentración a nivel escolar o aislarse en la vida social”.
Pérez Martín, que vive en Trenque Lauquen y atiende pacientes de toda la provincia de Buenos Aires, considera que es fundamental que los adultos sean conscientes de los enormes riesgos a los que se exponen los chicos en las pantallas, entre ellos el grooming, “y sobre todo en el caso del celular, que es más difícil de controlar porque se lo llevan a donde quieren”.
Por su parte, Fuster señala que, en el caso de los adolescentes, también hay consecuencias: “La pornografía refuerza la reproducción de estereotipos y la fijación de roles socialmente construidos según el género, establece la ausencia de consentimiento, el sometimiento de la mujer, la violencia estética en tanto que transmite un modelo de cuerpo y de belleza según el género, planteando exigencias de rendimiento para el hombre y la cosificación de la mujer”.
Thomas agrega que es frecuente encontrar dificultades sexuales en adolescentes y adultos jóvenes: “Piensan que la vida sexual es lo que ven en el porno, eso les pone la vara tan alta que cuando van a la realidad chocan contra una pared y piensan: ‘estoy fallando’, ‘qué me pasa’, ‘no sirvo’ y lo viven con mucho miedo”.
Que los adultos conozcan las consecuencias y se involucren es fundamental para los especialistas. “Como sociedad no somos conscientes de lo devastador que puede ser el acceso de Internet a corta edad en los niños. Tiene algo que se conoce como las tres A: es accesible, asequible y anónimo. Los niños en cualquier momento pueden buscar el contenido que quieran de manera anónima. La principal fuente de información de los niños y adolescentes, por ejemplo en cuanto a la sexualidad, muchas veces son las pantallas. Aquí nos vemos enfrentados a un gran problema de impacto social, a un problema clínico”, asegura Castro Fumero.
Volviendo a Marina, cuenta que desde que Lautaro empezó a ir a la psicóloga está “muchísimo mejor”. La profesional ayudó a los padres a establecer límites claros con respecto al uso de las pantallas, entre otras cuestiones que se trabajaron en familia. “Hoy Lauti pasa muchísimo menos tiempo en Internet y siempre lo hace supervisado, para hacer tareas de la escuela, por ejemplo. La idea es que poco a poco y con límites vaya entendiendo qué tipo de contenidos puede ver y cuáles no. Volvió a disfrutar de las cosas que antes le daban alegría, como jugar al fútbol con sus amigos. Volvió a sonreír. Volvió a ser un niño de su edad”, concluye su mamá.
Algunas sugerencias de los especialistas
- Acompañar en el uso de los dispositivos con presencia física y disponibilidad emocional. “Cuando las chicas y los chicos son más pequeños, el acompañamiento de las personas adultas y la guía en el uso de dispositivos es fundamental. No basta con estar en el mismo espacio, debemos involucrarnos en las actividades que realizan en Internet, interesarnos por aquello que hacen, exploran, juegan y comparten”, dice la psicóloga Soledad Fuster.
- Hablar de sexualidad de forma temprana y respetando el desarrollo progresivo de las niñas y los niños. A los más pequeños, es clave explicarles que estar expuestos a esos contenidos les hacen mal y que si ven imágenes que los asustan, los hacen sentir incómodos o les producen otras sensaciones que no saben procesar, siempre deben recurrir a un adulto de confianza.
- Naturalizar el conversar de lo que hacen y consumen en Internet. “Así como se les pregunta a las chicas y los chicos dónde estuviste a la tarde o cómo te fue en la escuela, es importante preguntarles qué hicieron hoy con el celu o que están mirando en Internet como una práctica cotidiana”, aconseja el psiquiatra infantojuvenil Ramiro Pérez Martín.
- Establecer reglas claras en el uso de Internet, por ejemplo, respecto a horarios y tipo de contenidos a los cuales las chicas y los chicos pueden acceder.
- Explicarles los riesgos a los que se exponen. “Hablar de los riesgos que existen en Internet no es adentrarlos en la sexualidad adulta sino prevenir”, resume Fuster.
- Señalarles la importancia del consentimiento en las relaciones y los riesgos de la presión del grupo para que puedan identificarla. “Hay un día para el debut sexual en los viajes de egresados, una presión social de la cual un adolescente o un prepúber es muy difícil que se libere, porque quiere sentirse parte, aceptado y no quiere ser el ‘jede’ del grupo. Estas cosas terminan generando un impacto en la sexualidad posteriormente, en el relacionamiento y en la autoestima”, enumera Ongini.
- Aunque cueste, entender que a veces es clave ir a contracorriente. A pesar de que los chicos digan que “todos sus amigos tienen celular o redes sociales”, es importante que madres y padres entiendan los riesgos y restrinjan su uso. “Cuando empezamos a tomar estos pequeños nortes en la crianza empezamos a cuidar la salud mental de nuestros hijos y prevenimos trastornos mentales que ya sabemos que están directamente vinculados con las pantallas. Tener conciencia del impacto que está teniendo implica conocer cómo funciona el cerebro de nuestros hijos y tomar acciones que puede parecer que van a contracorriente”, dice la neuropsicóloga pediátrica Carina Castro Fumero.
- No esperar a que las chicas y los chicos acudan a Internet para buscar información sobre sexualidad. “En lugar de la pornografía, debemos ser las escuelas y las familias quienes eduquemos también en temas vinculados a las relaciones sexuales y a la sexualidad en sentido amplio, valorando la afectividad, las diferentes formas de ser y sentir, promoviendo la perspectiva de género, contemplando la perspectiva digital y garantizando los derechos de niños, niñas y adolescentes”, asegura Fuster.
- Cuidar con límites, sin imponer la culpa. Thomas advierte que, en estas temáticas, a veces se imponen en padres y madres cuestiones culturales o religiosas, y se piensa que “la culpa es el mejor anticuerpo para que no vean pornografía, pero eso no sirve”. Detallarles qué nos preocupa, es clave. Ongini suma que es clave correrse de los tabúes y explicarles que la sexualidad humana es compleja y que requiere que se respeten sus tiempos.
- Entender que no siempre vamos a tener las respuestas y podemos decirlo. “Es fundamental la importancia de dialogar acerca de la sexualidad sin que la madres y los madres tengan la exigencia de contar con todas las respuestas que demanden los chicos, pudiendo decir ‘no sé’ y buscando información en fuentes confiables, brindando recursos y promoviendo la confianza para que puedan preguntar o pedir ayuda en caso de necesitarla”, señala Fuster.
- Descargar aplicaciones de control parental: Son aplicaciones (muchas de ellas, gratuitas) que las personas adultas pueden configurar en los dispositivos electrónicos para que los buscadores y plataformas online sólo ofrezcan contenidos adecuados a las edades de las niñas, niños y adolescentes.