¿Cómo es convertirse en mamá y papá de cuatro niñas a la vez? Después de pasar por múltiples cirugías y tratamientos, Olga y Sergio decidieron postularse para adoptar, no imaginaron que iban a formar una gran familia; en esta nota, ella lo cuenta en primera persona
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Hace 20 años atrás me puse de novia con Sergio. Esperamos a recibirnos de nuestras respectivas carreras, Derecho y Despachante de Aduana, para casarnos y formar una familia. Pero el camino para llegar a nuestra felicidad de hoy, no fue exactamente como lo habíamos planeado.
Buscamos ser padres de forma biológica durante 10 años. En ese tiempo perdí un embarazo, me realizaron seis cirugías e hicimos tres tratamientos de alta complejidad sin resultados positivos, porque me diagnosticaron endometriosis en un grado muy avanzado. Todo eso fue gestando el duelo de no poder ser mamá biológica. Desde que decidimos no continuar con los tratamientos de alta complejidad pasaron dos años hasta que nos anotamos en el registro de adopción, ambos necesitábamos, como pareja y como individuos, cerrar nuestras heridas.
En febrero de 2018 comenzamos a juntar toda la documentación que la página de la Suprema Corte de Buenos Aires (SCBA) solicitaba y nos presentamos en el Juzgado de Familia que estaba de turno en Quilmes (el lugar donde residimos hace más de 40 años) y dimos comienzo a nuestro legajo, con la esperanza de que prontamente nos dieran el alta en el Registro de Aspirantes a Guarda Adoptiva. Al completar la planilla de inscripción nos anotamos para grupo de hasta tres hermanos, de hasta 10 años. En agosto de ese mismo año nos llamaron por teléfono para decirnos que estábamos formalmente inscriptos.
Menos de un mes después, el 11 de septiembre recibí un llamado y por la característica que aparecía me dí cuenta de que era del Poder Judicial, pero como estaba con un cliente no pude atender. En plena entrevista los nervios comenzaron a invadirme. Hice todo lo posible para mantener la calma. Apenas pude, lo llamé a Sergio.
—A mí también me llamaron, quédate tranquila —me dijo Sergio, cuando le comenté acerca de la llamada perdida.
—¿Qué te dijeron? Contame, por favor —casi que le supliqué.
—Cuando llegues a casa.
—¡Nooo, ahora!
—Bueno, está bien. ¿Querías una nena?
—Sí.
—Bueno, son cuatro.
En ese momento creo que de casualidad no me desmayé. Estaba exultante, alegre, sorprendida, ansiosa. Todo eso junto. No podía creer semejante noticia.
No sabemos explicar por qué, pero no tuvimos dudas. Es más, mientras nos hacían las entrevistas por ellas y esperábamos la confirmación del juzgado para conocerlas, nos siguieron llamando de otros juzgados del país, pero desde el primer momento sentimos que eran ellas.
Tuvimos una respuesta tan rápida porque nos explicaron que cuando la disponibilidad adoptiva es amplia, los tiempos se acortan muchísimo. Las personas o parejas que se anotan para adoptar a grupos de hermanos de hasta tres o cuatro chicos se cuentan con los dedos de una mano.
Nuestras familias siempre nos apoyaron y luego de vernos tantos años atravesados por tratamientos, operaciones y tristes, nos incentivaban a pensar en la adopción. Pero nuestros amigos, que ya tenían hijos, nos decían que cuatro, quizás, eran demasiado, que ser padres es complejo en relación a lo económico y a la demanda de tiempo. No querían poner trabas, pero sí que seamos conscientes de lo que implicaba nuestra decisión.
"Las personas o parejas que se anotan para adoptar a grupos de hermanos de hasta tres o cuatro chicos se cuentan con los dedos de una mano."
Olga Bianchi
Tengo cada fecha grabada. El 31 de octubre fuimos al Juzgado de Familia de Lanús y tuvimos la entrevista con la jueza, quien nos preguntó si al día siguiente estábamos dispuestos a conocer a las cuatro niñas. En ese preciso instante estallamos de emoción, de miedos y hasta de angustia. Nos quedamos unos segundos callados. Petrificados.
—¿Quieren? —nos volvió a preguntar la jueza.
—Sí —contestamos al unísono, sin dudarlo.
Al día siguiente, a las 8, debíamos estar en el hogar religioso donde vivían ellas. Nos levantamos temprano, casi que no pude desayunar de los nervios y cuando llegamos vimos cerca de 35 nenas clavándonos las miradas y quedándose duras como si jugaran a la estatua.
La Hermana Yolanda nos dirigió hasta un salón y tras conversar durante más de una hora nos preguntó si queríamos conocerlas. Estábamos los dos sin saber qué hacer hasta que, de repente, se abrió una puerta que comunicaba al patio por la que entraron caminando, tímidamente, cuatro princesas. “Ellos son Olga y Sergio. Y ellas son Morena, Valentina, Estefanía y María Laura”, nos presentó la Hermana Yolanda.
Nosotros les habíamos comprado unos regalitos (hebillas, vinchas, colitas) y se los entregamos en ese momento. Así empezamos a hablar, a conocernos muy de a poco. En un momento y sin darnos cuenta estaban a upa nuestro, tocándonos el rostro, el pelo, preguntándonos cosas. Y apenas unos minutos después, Estefanía, que tenía tan solo 4 años, se sentó en mi regazo. Las dos estábamos tiradas en el piso.
—¿Vos vas a ser mi mamá? —me preguntó, mientras me acariciaba la cara con su manito tocando uno de mis cachetes.
—Si vos querés —le respondí, con mucha emoción porque era la primera vez tras 10 años de búsqueda que me llamaban “mamá”.
—Sí, mami —me dijo, mientras me abrazaba muy fuerte.
Morena, la mayor que en ese momento tenía 9 años, nos preguntó si la adopción era por las cuatro. Cuando le dijimos que sí, nos dimos cuenta de que ella se relajó un poquito y nos dio el abrazo más lindo que sentimos en nuestras vidas. Lo que había pasado anteriormente era que otras parejas habían dicho que no estaban dispuestas a adoptar a las cuatro porque les parecía demasiado. Entonces, si nosotros tampoco dábamos el ok, las iban a tener que separar, algo que obviamente no terminó pasando.
Nuestro proceso de vinculación fue relativamente corto, duró dos meses. Las nenas esperaban una familia y desde el primer día que nos conocimos hubo “química”. Nosotros íbamos todos los días al hogar donde ellas estaban. Jugábamos en un cuarto que el lugar tenía destinado a las vinculaciones, mirábamos los cuadernos de Morena, que ya estaba en 3° grado, íbamos a buscar a Valen y Tefy al jardín, participábamos de los actos, y Laura, que solo tenía 2 años, nos esperaba en el hogar por lo que aprovechábamos a ir más temprano para compartir tiempo con ella.
Un viernes a eso de las 13, mientras Sergio pintaba las camas que nos regaló mi cuñada, sonó mi celular y desde el hogar me decían que el juzgado había autorizado que ese mismo día, a las 17, podíamos ir a buscar a las nenas para que se queden en casa el fin de semana. Fue un estallido de alegría, pero también de preguntarnos ¿y ahora qué hacemos? La habitación no estaba lista. No tenía ropa, pijamas, sábanas, acolchados. Nada. Me agarró un poco la desesperación y llamé a mí mama (que estaba trabajando), mis amigas y mis cuñadas para explicarles lo que iba a suceder. Inmediatamente, ellas se distribuyeron las tareas y en tres horas teníamos la habitación armada para pasar ese fin de semana.
El primer día de convivencia fue un caos. Cuando llegaron a casa abrieron todas las canillas del baño de la planta baja y el agua llegó hasta la cocina. Yo tardé, aproximadamente, unos 45 minutos para bañar a cada una. Las hermanas le tiraron slime –una mezcla de detergente, pegamento y colorante– en el pelo a Laura, la más chiquita. Y nosotros terminamos reestresados, sin dormir porque no sabíamos cómo iban a reaccionar ellas durante la noche. Poco a poco, todo fue fluyendo.
Los domingos por la noche teníamos que volver a dejarlas en el hogar y cada fin de semana se hacía más difícil para ellas y para nosotros. Hasta que un día la Hermana Yolanda me dijo: “Mirá Olga, anoche estuve a casi nada de llamarte en medio de la madrugada. Laura lloró toda la noche pidiendo por vos, no paraba de decir que quería a mamá. Despertó a todas las niñas, fue un alboroto. Hoy voy a llamar al juzgado porque esto se está haciendo insostenible, cuando ustedes se van ellas quieren ir con ustedes, cuesta mucho ordenarlas nuevamente”.
Luego de semejante notición, a los pocos días ya era Navidad y Año Nuevo, faltaba poco para mi cumpleaños y es así que recibimos el mejor regalo: las pequeñas vinieron a casa y nunca más se fueron.
Hoy pasaron casi tres años de aquel maremoto que pasó por nuestras vidas. Pasamos de vivir dos adultos juntos y solos desde hacía 17 años a una casa revolucionada, divertida, llena de gritos, llantos sin motivo, juguetes desparramados, habitaciones coloridas y ahora con una hija preadolescente que comenzó a querer usar mi ropa, a ponerse mis perfumes, a compartir charlas de maquillaje, uñas y a ser quien me planche el pelo cuando tengo que salir.
Ahora somos seis en casa, ejerciendo el rol de padres con mucho amor, con preocupaciones, con historias que no son nuestras, pero que, de repente, sí lo son y debemos ir cada tanto a aquellos momentos feos, desagradables que sus mentes no quieren recordar para poder comprender conductas del hoy.
La sentencia por la adopción plena la recibimos en plena cuarentena. Fue un estallido de alegría. Primero lo supe yo, lo llamé a Sergio a que se acercara a la oficina que tengo armada en casa y ahí me vio llorando y se dio cuenta de lo que pasaba. Nos abrazamos y comenzamos a llorar juntos. Inmediatamente llamamos a las cuatro al living y ahí le hablé directamente a Morena (porque ya tiene 12 años) y le dije con lágrimas en los ojos: “More, ya sos Avancini Bianchi”. Ella me entendió y empezó a saltar y a gritar e inmediatamente, las más chiquitas también gritaron de alegría y nos abrazamos los seis.
"La casa se revolucionó, pero jamás cambiaría ni una sola cosa de todo lo que vivimos sabiendo que el resultado hubiese sido tenerlas a ellas."
Olga Bianchi
Podría contarles muchas cosas de mis hijas, pero les hago un pequeño resumen de cada una de ellas: Morena (12 años) va a 6° grado del primario, es muy estudiosa, le gusta la lectura, pinta, hace danza. Estudia Inglés y quiere ser profesora o seguir la carrera de Traductorado.
Valentina (8) cursa 3° grado, es muy mimosa, como ella misma se describe. Pero muy volada y al mismo tiempo es quien en una situación de urgencia resuelve los problemas que surgen. Le gusta mucho el deporte, tiene mucha tenacidad y perseverancia hasta que logra que le salgan las cosas.
Estefanía (6) comenzó 1° grado, es muy inteligente, divertida y rápida para los chistes y las respuestas al momento de interactuar. Comenzó danza jazz y también hizo arte, pero la ansiedad la supera para los detalles y precisión que lleva.
Laura (5) está en el último año del jardín. Es muy conversadora y superobservadora (es quien sabe en la casa dónde está todo, cuando perdemos algo le preguntamos a ella). Ama a los perros, tenemos tres (Catalina, Camila y Novak). Y siempre está de buen humor.
Si bien, mi búsqueda de ser mamá comenzó cuando tenía 28 años, hoy tengo 40 y me transformé en mamá a los 36. Creo que fue en el mejor momento: estoy afianzada en mi matrimonio, en mi vida profesional, en mi casa y puedo, sin descuidar nada, ser una mamá plena. Armo sus cumpleaños y me ocupo de cada detalle. Comparto tiempo con ellas. Si bien ellas me llaman “mamá” desde el primer día, creo que recién ahora las cinco sentimos realmente desde nuestros corazones lo que esa palabra significa. Empezamos a experimentar el sentimiento de “angustia al separarnos unas horas más de lo previsto”, de “miedo a la perdida”, de “defendernos con uñas y dientes”.
Mi mamá vive en otra casa, pero en el mismo terreno que nosotros por lo que nos ayudó y ayuda muchísimo. Ella nos guiaba porque las nenas tenían cuatro edades totalmente diferentes y, de a poco, debíamos orientarlas a ellas y a nosotros mismos. La casa se revolucionó, pero jamás cambiaría ni una sola cosa de todo lo que vivimos sabiendo que el resultado hubiese sido tenerlas a ellas. La convivencia, claro, que no fue ni armoniosa ni color de rosa, pero sí divertida todos los días y cada día más.
Como mamá adoptiva entiendo que es una decisión difícil, pero los niños son amor. Por más dificultades que hayan vivido, lo que ellos quieren y necesitan es contención, atención y cariño.
Más información
La adopción es una institución que nació para garantizar el derecho fundamental de todas las niñas, niños y adolescentes a vivir en una familia. Por parte de los adultos, implica el deseo profundo de ahijar y el poder asumir una enorme responsabilidad, que es para toda la vida. En el especial Quiero una familia de LA NACION podes encontrar desde preguntas frecuentes y los pasos a seguir si estás interesado en inscribirte en un registro de postulantes a guarda adoptiva, hasta las convocatorias públicas que actualmente se encuentran abiertas para niñas, niños y adolescentes de todo el país que esperan tener una familia. Además, en la web de la Dnrua hay una guía sobre la adopción en la Argentina, servicios en línea y se realizan charlas informativas de forma mensual. Por otro lado, en este link podés conocer el listado de los registros de cada jurisdicción para saber cuál es el que te corresponde.
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