Acompañar en tiempos de coronavirus: "Cuando vi la posibilidad de ayudar, no lo dudé ni un instante"
Todo lo que sucede tiene un propósito. Esto es lo que piensa Susana, por eso no le cabe ninguna duda de que entre los más de 28.000 voluntarios que se anotaron en el programa "Mayores Cuidados" del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, orientado a brindar asistencia a las personas mayores durante el aislamiento preventivo y obligatorio por la pandemia de COVID-19, justo le tocó Natalia, que vive enfrente de su casa y es artista como ella. "Las dos amamos bailar, es como una historia de amor", describe a sus 70 años esta bioquímica de profesión, artista plástica y fanática del tango, que vive sola en Palermo, no tan cerca de su hija y sus nietos como le gustaría, y que si algo tiene bien en claro desde el primer momento es que forma parte de un grupo de riesgo y que no debe salir a la calle. Tampoco se siente segura para hacerlo.
Por eso una mañana llamó al 147 para averiguar bien sobre este programa de voluntariado que escuchó por la televisión. "Soy una persona muy informada, leo mucho, investigo en internet, y así supe más sobre la iniciativa. Lo hablé con mi hija, que le pareció fantástico. Pasaron unos días, primero le pedí al encargado de mi edificio que me compre algunas cosas, pero de pronto dije: no, voy a llamar a ver de qué se trata todo esto", cuenta entusiasmada.
Lo que más le preocupaba era la seguridad, cómo saber quién era esa persona y si pertenecía efectivamente al programa de la Ciudad. Le explicaron cómo hacían para validar la identidad de los voluntarios a través del ReNaPer y los antecedentes penales con el Ministerio de Seguridad. Luego le propusieron que elija una clave, que le sería comunicada al voluntario y este la debería decir en el primer contacto telefónico que tuvieran. Una palabra simple y sencilla, como una llave para abrir el vínculo. También le sugirieron que le pida al voluntario que le envíe por WhatsApp foto del DNI, cosa que Natalia hizo enseguida.
Pensar en los demás
En sus clases de danza y Pilates, siempre trabajó con personas mayores. También pensó en su mamá, que tiene 78 años y vive sola, por eso Natalia no dudó ni un instante cuando le apareció el aviso del programa del voluntariado en su computadora. Hizo clic enseguida, llenó el formulario, la contactaron para chequear datos, les contó que acababa de llegar de un país de riesgo y vivía con una persona de un grupo de riesgo, constataron que todo estuviera bien, le comunicaron un protocolo y le dieron a elegir entre dos opciones: brindar contención telefónica o hacer las compras y sacar a pasear a la mascota de una persona mayor que viva cerca de su casa, en un radio de 5 o 6 cuadras. "Pedí la posibilidad de salir, porque no me considero preparada para contener telefónicamente. Si era necesario, lo podía hacer, pero no es fácil contener", confiesa.
Lejos también de las casualidades, ella había planeado visitar a su familia en Buenos Aires a principios de marzo. Tiene 45 años y hace dos décadas vive en Madrid. Todavía estaba trabajando normalmente en un gimnasio, cuando viajó a la Argentina. Si bien en España ya se hablaba del coronavirus, el mensaje aún era que no había de qué alarmarse.
Después de hacer la cuarentena correspondiente en la casa de su madre en Palermo, vio que los casos se empezaron a multiplicar en Buenos Aires y tomó la decisión de quedarse con ella. Al mismo tiempo el Consulado español la contactó para repatriarla y le dio la posibilidad de tomar el último vuelo que salía. Pero pensó en cederle su lugar a alguien que lo necesitara más, porque en definitiva acá también está su casa.
Susana y Natalia no se conocen personalmente y no lo harán salvo que se encuentren una vez que termine todo esto. La primera vez que hablaron por teléfono a principios de la semana, luego de decir la contraseña sin la cual no puede haber conversación, se dio una larga introducción donde se contaron sus vidas. La conexión fue inmediata, tienen muchas cosas en común y quedaron en contacto. A los pocos días, Natalia tenía que salir para hacer compras para su mamá y le escribió a Susana a ver si necesitaba algo. Ella le pidió algunos productos de limpieza que no había podido conseguir e instrumentó la entrega teniendo en mente otra medida de seguridad importante. "Yo toqué el timbre de portería, el encargado salió con la plata y la bolsa en la mano. Hice la compra, puse el ticket y el vuelto adentro de la bolsa y se la dejé al encargado", relata Natalia. La historia sigue así: el encargado subió hasta el piso donde vive Susana y dejó la bolsa del lado de afuera de la puerta, sobre el piso.
Al comienzo del aislamiento obligatorio fueron muchos los vecinos que se pusieron, por su cuenta, a disposición de las personas mayores para ir a la farmacia, lavar ropa, cocinar o comprar algo. Muchos deslizaron por debajo de las puertas o pegaron en el espejo de los ascensores carteles ofreciendo su ayuda y recibieron rápidamente pedidos. Estos gestos solidarios le dieron impulso al Gobierno porteño para terminar de diseñar el programa, que funciona por geolocalización y ya cuenta con 2024 personas mayores registradas y 28.250 voluntarios hasta el 2 de abril; de los cuales el 59% se anotó para colaboración logística, el 21% para contención telefónica y el 22% para ambas cosas.
"Es increíble la voluntad de ayudar que estamos viendo en estos días. Desde la Ciudad estamos emocionados y agradecemos a los que están colaborando para cuidar la salud de todos, en especial de los más grandes. Una vez más estamos demostrando que, si seguimos unidos, vamos a salir adelante", asegura Felipe Miguel, Jefe de Gabinete de Ministros.
Derribar prejuicios
Alejandra Vázquez, psicóloga, gerontóloga y coordinadora de programas en Surcos Asociación Civil, plantea que en este contexto hay una mirada prejuiciosa acerca de lo que significa el envejecimiento. Se piensa que la persona mayor es la más vulnerable emocionalmente, y esto no es siempre cierto. Si hay algo positivo en todo esto, es que las personas mayores han pasado a lo largo de su vida muchos más eventos críticos, situaciones de duelos, adversidades, incluso la guerra, que han tenido que afrontar. No todas las personas mayores son dependientes, hay muchas que se manejan muy bien. Pero en este momento, deben respetar el aislamiento y también es lógico que sientan miedo frente a lo que escuchan en las noticias, que puede colapsar el sistema de salud, que en otros países las están dejando morir. Por eso la figura del voluntario también hace que la persona mayor se pueda distraer, que esté contenida. Contar con un referente que no solo ayude a hacer compras, o algún trámite, sino con quien poder establecer una relación de empatía y confianza en estas situaciones es muy importante, tal vez más en ciertos casos que la diligencia en sí.
Susana siempre fue muy activa, por eso no sabe cómo va a soportar el encierro, no pasaron muchos días, pero ella piensa que queda un tiempo largo por delante, en especial para las personas mayores, que seguramente serán uno de los últimos grupos en salir del aislamiento. Extraña muchísimo a sus nietos, el tango, el arte. El taller lo tiene en otro lado y no hizo a tiempo a llevarse algunas cosas. Tampoco quiere que ningún familiar se las acerque, no quiero arriesgar a nadie. Está floja con la rutina, algo dispersa, ocupada con las cosas de la casa, que la cansan. Siente que aún no se puede organizar y todavía está resolviendo la digitalización de los trámites y las cuentas, que le llevan mucho tiempo.
Después del primer intercambio, Susana y Natalia se siguieron escribiendo, para contarse más sobre sus días y también para programar una futura compra en la farmacia. "La verdad que es muy útil y ya les recomendé a dos personas que se anoten. En este programa vi una buena posibilidad. Natalia es muy atenta y me escribe a ver si necesito algo. Seguro esta va a ser una relación permanente hasta que me sienta segura para salir", cuenta Susana.
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