Las desigualdades y limitaciones atraviesan las diferentes edades de las mujeres, desde la niñez hasta la tercera edad
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“Paren de matarnos”, piden las mujeres ante cada nuevo femicidio en el país. Pero estos asesinatos no frenan. Si a fines de 2020 se decía que mataban a una mujer cada 29 horas, en enero de este año la periodicidad fue de una cada 27 horas.
¿Por qué los esfuerzos institucionales para atacar la violencia machista no logran frenar esta curva ascendente? Una de las respuestas posibles tiene que ver con la naturaleza camaleónica de la violencia de género. Su cara más cruda es el femicidio, pero también se presenta en forma de brechas, obstáculos, barreras y otras modalidades más o menos sutiles de vulneración de derechos, que van coartando la vida de las mujeres desde niñas y hasta la vejez.
No hace falta ponerles nombre para que las historias suenen conocidas. La niña que tiene que dejar la escuela para cuidar a sus hermanitos; la joven que apura el paso si anda por la calle a altas horas de la noche; la mujer que debe cortar su carrera profesional para dedicarse a sus hijos, o la que ve con impotencia que gana menos que sus compañeros varones. Son solo algunas de las escenas clásicas de estas otras formas de violencia de género. Todas ellas tienen algo en común: una cultura machista que coloca a la mujer y a las diversidades en posiciones de subalternidad, a merced de los demás. Y, de esa manera, se va configurando una lógica que naturaliza la desigualdad.
“Desde que nacemos nos van diciendo cuál es el lugar que tenemos que ocupar. A veces no nos damos cuenta en qué momento caemos en situaciones en las que permitimos ciertas dominaciones. Nos pasa a todas. Para desandar eso hay que hacer un trabajo integral de toda la sociedad, desde la escuela”, explicó Cecilia Merchán, secretaria de Igualdad y Diversidad, en una entrevista reciente con LA NACION.
Las formas varían, pero el fondo es el mismo: limitaciones, dificultades de acceso y falta de oportunidades. Y mientras lo más visible y terrible de ese iceberg de la violencia queda a la vista –abusos, violaciones, violencia física, femicidios–, estas otras vulneraciones siguen en forma permanente y silenciosa, a tal punto que, a veces, las mismas mujeres las asumen como el único destino posible.
Visibilizar estas injusticias que están pero se ocultan, sacar a la luz el resto del iceberg de la violencia machista, es el primer paso. Las desigualdades y limitaciones atraviesan toda la vida de las mujeres, desde la niñez hasta la tercera edad.
Niñez: de jugar a la mamá al trabajo doméstico
Desde muy temprana edad, comienza a instalarse la idea de que el lugar de la mujer es la del cuidado y la sumisión. A pesar de los avances en materia de ESI en las escuelas, todavía hoy el marco de socialización infantil que prima ubica a las niñas en espacios subordinados. Según esta lógica, se les permite jugar a la mamá, o a la casita, dejando los juegos físicos y exploratorios para los varones. Esto mismo, hace que sobre ellas también recaiga la ayuda hogareña o el cuidado de hermanos, restándoles tiempo de ocio, juego y estudio.
Mabel Bianco, presidenta para de la Fundación para el Estudio y la Investigación de la Mujer (FEIM) sostiene que el rol de la ESI para revertir los estereotipos es clave. “Es fundamental porque promueve en los niños y las niñas, desde pequeños, el concepto del respeto al otro y a su derecho a la igualdad y el rechazo a toda forma de discriminación”, agrega.
Las niñas también son víctimas de las diferentes formas que toma la violencia en el seno del hogar: abuso, violencia física, violencia psicológica, etc. Según los casos atendidos por la línea 137 entre octubre de 2019 y septiembre de 2020, el 8,5 de las niñas de entre 0 y 11 años padecieron alguna de estas formas de violencia. Y aunque puedan profundizarse en contextos de vulnerabilidad, las situaciones atraviesan todas las clases sociales. En este sentido, Paula Wachter, directora ejecutiva de la Red por la Infancia, considera que hay una verdadera brecha invisible compuesta por mujeres y niñas de los niveles socioeconómicos más altos que quedan fuera de los sistemas estatales de protección.
“Son niñas y mujeres invisibles que tienen una familia o un grupo de soporte y, por lo tanto, se cree que no necesitarían entrar dentro del sistema de protección, pero se enfrentan a agresores muy poderosos y son muy juzgadas si hablan. Parecería que tienen todo resuelto, pero son mujeres que siguen sometidas porque no pueden contar lo que les pasa a ellas o a sus hijos por la falta de apoyo y por la letra escarlata que le pone el entorno”, agrega Wachter.
Adolescencia: ante la amenaza del acoso y la dominación
A medida que va creciendo, los riesgos y las barreras que podrían obstaculizar la trayectoria de vida de una mujer comienzan a multiplicarse. El riesgo de sufrir violencia se incrementa especialmente en la adolescencia. El informe de Unicef sobre las llamadas recibidas a la Línea 137 entre octubre de 2019 y septiembre de 2020 es muy elocuente: mientras que el 9,3% de las niñas, de entre 6 y 11 años, fueron víctimas de violencia familiar, la cifra se duplica entre los 12 y los 17 años.
Pero, así como el hogar puede transformarse en un territorio hostil, la calle también. El acoso callejero puede cobrar diferentes formas: desde frases obscenas, pasando por tocamientos, hasta llegar al exhibicionismo. Experiencia por la que casi todas las mujeres pasaron alguna vez.
Hace varios años, Florencia Ferrante, ahora de 28 años, regresaba a su casa a las 2 de la tarde, y en la esquina, un hombre de mediana edad, le cruzó una moto y la empezó a manosear. “Pensé que me quería robar y le entregué mi cartera, pero no. Quería otra cosa. Me quedé paralizada, el miedo me dejó muda, y empecé a forcejear. Salí corriendo, pero no quería que vea donde vivía. Entré directo a bañarme, hasta con ropa, del asco. Cuando fui a hacer la denuncia, la oficial lo primero que me preguntó fue cómo estaba vestida y por qué a las dos de la tarde estaba sola y en calzas. Cero perspectivas de género. Me culpabilizó. Todas alguna vez pasamos por un acoso callejero y los charlamos entre amigas, pero qué pasa en el grupo de varones: ¿se preguntan quiénes son los acosadores? Hay que dejar de naturalizarlo”, se pregunta.
En esta etapa de la vida, las relaciones sexo-afectivas también corren riesgo de estar atravesadas por diferentes formas de violencia. “El modelo social y cultural que impera sobrevalora al varón y es el que promueve la imagen en las nenas de las princesas bonitas que se arreglan y esperan al príncipe que las va a amar. Eso las lleva a vivenciar los enamoramientos en forma de entrega y sumisión al varón, que es el que tiene el poder de decidir y someter a la “amada”. Por eso la violencia se justifica en que la niña o la mujer hacen algo que no es lo que lo que quiere el varón y debe ser castigada”, afirma Bianco.
De acuerdo con un estudio de la Defensoría del Pueblo bonaerense realizado en 2019, 4 de cada 10 mujeres habían sido víctimas en sus noviazgos de violencia psicológica, simbólica, acoso, maltrato físico o sexual. En este sentido, la presidenta de FEIM, alerta: “Muchas veces, los varones expresan el poder muy enérgicamente, abusando y violando a las compañeras estables al no aceptar que ellas no quieran tener relaciones. Cuando la mujer decide romper la relación, allí la violencia es mayor”.
En el caso de las relaciones sexuales, es frecuente que la decisión de usar o no métodos anticonceptivos recaiga exclusivamente en el varón, en tanto que, en caso de un embarazo no intencional, la responsabilidad del cuidado del bebé pesa especialmente sobre la mujer, lo que lleva a que muchas chicas abandonen sus estudios.
Adultez: techos de “cristal” difíciles de romper
Esta idea de que los hijos son responsabilidad de la madre, sostenida sobre la falsa idea de que solo ellas pueden cuidarlos, promueven diferentes formas de desigualdad que coartan la libertad de las mujeres. El desbalance en las tareas de cuidado, que incluye tanto las tareas del hogar como todo lo que implica la crianza de los hijos, quedó especialmente de manifiesto a lo largo de todo el 2020 con la interrupción de la pandemia.
Los efectos de este desbalance no solo implican mayor cantidad de horas dedicadas a las tareas de cuidado sino que también impactan de lleno sobre la trayectoria laboral y profesional de las mujeres. Ese fue el caso de Paula Cristi (47), que a medida que iba creciendo a nivel profesional se enfrentó a la dificultad de congeniar la maternidad con el trabajo. “En 2019, por ejemplo, tuve que asumir un puesto en Colombia durante algunos meses y fue necesario una red muy grande contención y logística para poder llevarlo adelante. Sin esa ayuda y la flexibilidad de la compañía, hubiera sido imposible”, reflexiona.
Por eso, Paula considera que en el caso de las mujeres, es clave brindar las condiciones adecuadas para nuestro desarrollo: educación, redes de apoyo para la maternidad y cuidado del hogar, el ejercicio de la mapaternidad de forma más equilibrada y acceso a servicios financieros. “Hay un camino recorrido, de visibilización, pero todavía falta mucho por recorrer”, destaca.
Los efectos de este desbalance impactan de lleno sobre la trayectoria laboral y profesional de las mujeres. El estudio Sexo y Poder, realizado por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Genero (ELA), releva cada diez años la cantidad de mujeres que ocupan puestos de decisión en organismos públicos y privados del país. Hoy acaba de difundirse su segunda edición y el promedio de la evolución de esta variable a lo largo de la última década es bastante decepcionante: pasó de 15,2% a 20,2%. Sin olvidar que, en promedio, los ingresos que perciben son 21,6% menores que los de sus compañeros varones.
“La manera estereotipada en que todavía se asigna y se asumen los roles de cuidado tiene un impacto en la posibilidad de romper los techos de cristal”, afirma Natalia Gherardi, directora de ELA. Para la especialista, el estudio es una fotografía de la sociedad argentina. ¿Y qué nos dice?
“Que a pesar de que se ha avanzado, las mujeres siguen ocupando espacios subalternos en las instituciones. Y eso viene de la mano del intento de dominación, de control, que cuando lo extrapolás a las relaciones personales, sexo-afectivas, encuentran también su expresión a través de las violencias que todavía se ejercen sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres”, analiza Gherardi.
Justamente, querer estudiar y crecer personalmente fue uno de los hechos que hicieron que la expareja de Lydia Abellaneda (35), se pusiera cada vez más violento con ella. “Al principio era violencia psicológica, alejarme de las amistades, cuestionarme la ropa que usaba, algunos gritos, intimidaciones, sacudidas hasta que después vino la primera mano y ya no paró. No podía recibir visitas de amigas, muy poquitas y un poco mi familia. Cuando quise hacer el secundario, fue terrible. Se puso loco. Me prendió fuego la carpeta. Llegó un momento en el que la violencia era tan intensa, que yo no pensaba en otra cosa más que en suicidarme. En un momento los miré a mis hijos y me di cuenta de que el camino era otro”, cuenta.
Según datos del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades, del total de denuncias que recibió la línea 144 en 2020, el 67% reportó violencia física y el 95%, violencia psicológica; el 63% de las mujeres en situación de violencia que hicieron la denuncia tienen menos de 44 años.
“La cultura machista que está tan arraigada es la que lleva a algunos hombres a considerar que tienen derecho y poder sobre la vida y muerte de las mujeres. El femicidio es el grado más alto de esa violencia que se genera ya desde la infancia, desde esa división que aún persiste entre mujeres como seres débiles y personas que deben dedicar su vida a los cuidados de los demás y hombres supuestamente fuertes formateados para triunfar en el mundo laboral”, reflexiona Bianco.
Es, justamente este “formateo” del que habla Bianco, combinado con la idea de son las mujeres las que deben dedicarse a las tareas de cuidado, lo que va colocando obstáculos en el mundo laboral femenino. En el caso de Jesica Dwek (33), crecer laboralmente significó armar su propio emprendimiento de marketing digital. “Cada vez que creía que el ascenso iba a ser para mí, que esa vez me tocaba, a la hora de elegir, la empresa optaba por un varón. Les daban la prioridad a los hombres para liderar equipos. Y sin dudas, yo me sentía capaz para hacer esa tarea. Esos años me hicieron la mujer emprendedora que soy hoy y me ayudaron a decidir armar mi propio camino hace ya siete años”, detalla.
Tercera edad: estereotipos que acompañan durante toda la vida
Tras una vida activa marcada por las desigualdades, el panorama no cambia al llegar el retiro. En no pocas ocasiones, la violencia toma forma de maltrato. Y cuando una mujer está bajo dependencia económica, física o psicológica, se acortan las posibilidades de denunciar cualquier tipo de violencia ante la Justicia. En paralelo, toma fuerza la violencia simbólica que impregna las concepciones que suelen tenerse sobre la vejez.
“Se asocia la vejez con la enfermedad, la inutilidad, el déficit, la incapacidad. Estos estereotipos influyen en las actitudes y comportamientos de las personas hacia las mujeres mayores y también provocan efectos en la práctica profesional, infantilizándolas o despersonalizándolas lo que culmina en prácticas revictimizadoras”, explica Alejandra Vázquez, psicóloga especialista en violencia familiar, integrante de la asociación civil Surcos y coordinadora del programa perteneciente a la Secretaria de Integración Social para Personas Mayores del Gobierno porteño.
El impacto de estas percepciones en la realidad cotidiana de las adultas mayores también es claro. Según la Oficina de Violencia Doméstica, entre 2018 y 2019 aumentaron un 17% las denuncias efectuadas por personas mayores de 60. Y el Programa Proteger, dependiente del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, recibió 1341 casos en 2020, el 75% correspondió a mujeres y las principales causas fueron: violencia psicológica (45%), física (12%), económica o patrimonial (8%) y simbólica (2%). Además, hay que tener en cuenta que cuando una mujer mayor está bajo dependencia económica, física o psicológica, se le acortan las posibilidades de denunciar cualquier tipo de violencia.
Como puede observarse, a lo largo de la vida de una mujer se van sucediendo diferentes formas de violencia, más o menos sutiles, que condicionan sus elecciones y trayectoria. Deben atravesar un camino de desigualdades y costos. De hecho, cada 27 horas, a una mujer le cuesta la vida.