Un sector de la industria nacional que alcanzó logros inéditos
A mediados de los sesenta, la Argentina se embarcó en la compra del primer reactor nuclear de potencia para producir electricidad. Había dos tecnologías dominantes: la de uranio natural y agua pesada, y la de uranio enriquecido y agua liviana. Como el único proveedor de uranio enriquecido era Estados Unidos, la CNEA decidió apostar por la primera opción, que le daba cierto grado de autonomía.
En marzo de 1974, se inauguró Atucha I, comprada a Siemens porque, entre otras ventajas, aseguraba la máxima participación de la industria local, que rondó el 30%. En mayo de 1983, se inauguró Embalse, comprada a la empresa canadiense AECL. La participación local había logrado escalar al 50%. El gobierno de Raúl Alfonsín heredó un programa nuclear sobredimensionado para las capacidades económicas y financieras de un país endeudado y en proceso de desindustrialización. Sin embargo, intentó avanzar en la construcción de Atucha II, comprada a KWU, subsidiaria de Siemens.
Si bien las centrales de potencia 100% argentinas fueron (y son) la principal aspiración -aún no alcanzada- de la política nuclear argentina, en paralelo el sector nuclear logró producir logros inéditos: la fabricación y exportación de reactores nucleares de investigación y producción de radioisótopos; la creación de Invap, hoy la principal empresa de tecnología argentina, que se diversificó a la producción de radares, satélites y drones, entre otros; la cadena de valor de los elementos combustibles de las centrales de potencia; el enriquecimiento de uranio, y la finalización de una planta de agua pesada en Arroyito (Neuquén).
Luego de cuatro décadas de relativa coherencia, durante los años noventa se impulsó el primer intento de desmantelamiento del sector nuclear. Pero se logró reformular una política nuclear y se pudo iniciar un proceso de acelerada recuperación entre 2006 y 2015. La finalización de Atucha II en 2014 y el acuerdo con China para la compra de dos centrales nucleares de potencia volvieron a colocar al sector en la vanguardia de las políticas tecnológicas locales.
El cambio de gobierno paralizó este acuerdo por 17 meses, y luego se canceló la compra a China de una de las centrales -la de uranio natural y agua pesada-, con impacto sobre el sector: el intento de clausura de la planta de agua pesada de Arroyito, el despido de personal altamente capacitado, o el desfinanciamiento de la CNEA y del reactor Carem, su proyecto insignia.
Cada país debe inventar su propio sendero de desarrollo. En la Argentina, el sector nuclear representa, junto con las ciencias biomédicas, uno de los núcleos de mayor acumulación de capacidades. El reinicio de un segundo ciclo de desmantelamiento permite inferir un extraño desconocimiento y frivolidad a contramano del siglo XXI, que promete ser implacable con las economías que no comprendan cómo usar el conocimiento para generar riqueza.
El autor fue presidente de la Autoridad Regulatoria Nuclear
Diego Hurtado