Crecen las consultas de personas jóvenes y que no tuvieron muchos síntomas; distintos centros ya crearon servicios especiales para atender a estos pacientes
- 9 minutos de lectura'
La idea que prevalece en el imaginario colectivo es que el nuevo coronavirus solo es una amenaza para las personas de más de 60. Pero entre las muchas sorpresas que saca de la galera este microorganismo tan difícil de controlar se encuentra una particularmente inquietante: los trastornos neurocognitivos que se expresan semanas o meses después de que haya desaparecido el cuadro agudo, incluso si fue leve o muy moderado.
“Muchos son jóvenes, atravesaron la infección asintomáticos o con síntomas muy discretos, y llegan al consultorio quejándose de que sienten una especie de niebla mental, lentitud para realizar las tareas que antes les resultaban sencillas”, dice Diego Castro, coordinador del área cognitiva de Cemic, que empezó atendiendo a un número reducido de estos pacientes por semana y ahora afirma que esa cantidad “se les fue de las manos”.
Algo similar ocurre en Fleni, donde comenzaron con 10 o 12 pacientes diarios y ahora tienen una lista de espera que llega hasta junio. A tal punto, que decidieron crear un centro de atención especialmente dedicado a estos trastornos. “En el mismo ámbito tenemos tres consultorios, uno de clínica médica, uno de cardiología y uno de neurología, con los métodos diagnósticos disponibles en el momento: ecocardiografía, radiografía y tomografía de tórax, y evaluaciones cognitivas –explica el neurólogo Sebastián Ameriso, que está a cargo del programa–. Consultan por un espectro de síntomas. En algunos casos son leves, pero en otros nos dicen ‘no rindo igual que antes’ o ‘estoy cansado todo el día’. Estamos tratando de hacer un diagnóstico de qué es lo que está pasando, cuáles son las herramientas terapéuticas para manejar esto, estimar cuál es la magnitud del problema. Tenemos tomografía por emisión de positrones (PET) que puede detectar marcadores muy específicos para inflamación cerebral y vamos a tratar de hacer en algunos de estos pacientes estudios de PET para ver si los encontramos”.
Si bien en el país todavía no se puede calcular qué proporción de las personas que tuvieron Covid luego presentan estos problemas, diferentes estudios internacionales están tratando de estimarlo. Algunos sugieren que aproximadamente el 12% de los que padecieron Covid tienen algún tipo de queja cognitiva. La diversidad de los síntomas es tan amplia que abarca desde cefaleas persistentes en personas que nunca las habían sufrido, dificultades para concentrarse, déficits de funciones ejecutivas, dolor muscular, mareos, hormigueo en las manos y problemas auditivos.
Un trabajo publicado en The Lancet Psychiatry, analizó los registros de 69 millones de norteamericanos, de los cuales 62.000 habían tenido Covid-19 y encontró que hasta uno de cada cinco presentaba ansiedad, depresión o insomnio en los tres meses posteriores. Otro, publicado esta semana en JAMA Psychiatry y titulado How Covid-19 affects the brain (Cómo afecta el cerebro el Covid-19, https://jamanetwork.com/journals/jamapsychiatry/fullarticle/2778090), afirma que algunos pacientes presentan anosmia, ansiedad, depresión, convulsiones e incluso comportamiento suicida. Estos síntomas surgen antes, durante y después de los respiratorios y no están asociados con insuficiencia de oxígeno, lo que sugiere daño cerebral independiente. Seguimientos en Alemania y Gran Bretaña encontraron estos cuadros posCovid en entre el 20 y el 70% de los pacientes, incluyendo a los jóvenes y con una duración de meses después de que la etapa aguda de la infección había finalizado.
“Los que vienen a la consulta refieren torpeza, menor concentración, agotamiento, sienten que la jornada laboral es muy larga, algunos se quejan de falta de memoria –cuenta Belén Viaggio, jefa de Neurología de Cemic–. En mayores, los que tenían algún grado de compromiso cognitivo previo después del Covid quedan tres escalones más abajo”.
En primera persona
Verónica Giordano tiene 45 años, y una nena de dos y medio. Vive en Ciudadela y desde hace dos décadas trabaja como técnica de cardiología en el Hospital Garrahan. El año pasado, en julio, se sintió engripada. Dos días más tarde, cuando perdió el gusto y el olfato, se comunicó con su empresa de medicina prepaga y le indicaron un hisopado que le dio positivo. A lo largo de la semana se contagió toda la familia: su hijita, su hermana, que estaba circunstancialmente en su casa para ayudarla a recuperarse de una cirugía, y su marido. “Tuve muchísimo dolor en el cuerpo y en la cabeza, a pesar de que casi no tuve fiebre –recuerda–. Él tenía fiebre a la noche, mi hermana todo el día. Transcurridas dos semanas me dieron el alta, pero decidimos quedarnos confinados hasta que le dieran el alta a la nena. Los vecinos nos ayudaron mucho y nos traían todo lo que necesitábamos. Un viernes, cuando estaba por reintegrarme al trabajo, me desesperé porque no podía mover las piernas. Era un dolor indescriptible. Consulté y me dijeron que era una artritis producto de los anticuerpos que había generado. El sábado a la noche estaba hablando con una amiga y me faltaba el aire, me costaba hablar: ya habían pasado diez días desde que teóricamente me había recuperado, pero tenía una neumonía bilateral. Me internaron y el martes siguiente no podía respirar, se me dormían las manos, las piernas. Lo tomaron como que era un ataque de pánico. Es horrible, porque a uno no lo tocan, no lo ven, todo es por teléfono, parece que fuera una bomba. Tuve un ataque de llanto, porque no me creían y yo no me sentía bien. Cuando el fin de semana vuelvo a mi casa, empiezo a chocarme contra la pared, contra las sillas, contra las personas… Entonces, decidí consultar en Fleni. No tenía reflejos. Me hicieron una punción lumbar, vieron una alteración en ciertas proteínas y me dijeron que podía estar cursando un cuadro leve de Guillain-Barré (un síndrome en el que el sistema inmunitario ataca las células nerviosas)”.
Ya de regreso con su familia, Verónica, que se prestó a una batería de estudios para que su caso ayude a iluminar las incógnitas que plantea la infección por SARS-CoV-2, todavía no pudo volver a trabajar: las manos se le siguen durmiendo, con frecuencia se siente atontada, tiene que tomar calmantes porque no aguanta los dolores, se olvida las fechas de cumpleaños de los integrantes de su familia, le cuesta hacer cálculos mentales y le aparecieron nódulos tiroideos, por lo que esta semana deberá ser operada para extirparle la glándula. “Yo fui abanderada, fui el primer promedio en el ingreso a la secundaria, nunca me llevé una materia, me iba bien con los números, en la familia era la que se acordaba todos los cumpleaños –comenta, apesadumbrada–. No me reconozco, este año no podía recordar cuántos años tenía. Un día iba manejando y no sabía por qué carril tenía que ir. Me duele todo el cuerpo, hasta el pelo. No puedo retener las cosas en la cabeza y por momentos me tildo. Soy otra persona. Tengo que anotar todo… Y los médicos no saben cuánto tiempo me va a durar”.
“No estábamos preparados para esto –destaca Ameriso–. En las enfermedades virales no se veían secuelas tan variadas. Desde quejas cognitivas (tengo la mente nublada, no estoy tan alerta o tan lúcido como antes, o no tengo ganas de trabajar, estoy cansada), a síntomas cardíacos, respiratorios, hipotiroidismo… "
La clave de la pérdida de olfato
También en el Hospital Italiano crearon un consultorio especial para atender estos casos. “En adultos mayores no nos asombraría tanto, pero en el caso de los jóvenes, sí –afirma Ángel Golimstok, jefe de la sección Trastornos de la Memoria y Conducta–. La queja más habitual se refiere a los trastornos de concentración, dificultades con lo que se llaman ‘funciones ejecutivas’, manejar más de un tipo de información simultáneamente, lentitud para realizar las actividades habituales. Eso dentro de los casos más benignos, porque hubo algunos que como consecuencia del Covid hicieron un ataque cerebral”.
Según el especialista, ya desde antes de la pandemia, todos tenemos una mayor carga en las funciones ejecutivas, que dependen de la concentración y son todas funciones del lóbulo frontal. Su hipótesis atribuye los síntomas que ahora se ven al proceso inflamatorio.
“Lo tecnológico aumentó la carga de autogestión en todas las personas y eso hace que las funciones ejecutivas sean mucho más importantes que la memoria. Hoy ya no es tan importante recordar datos, lo importante es manejar los datos –explica Golimstok–. Los milennials están más habituados y tienen menos dificultades. La tormenta de citoquinas (proteínas asociadas con la inflamación) que provoca una infección como la del coronavirus es la misma que se produce cuando una persona está bajo stress crónico. En el nivel del sistema nervioso esto disminuye la velocidad de procesamiento de la información. Las funciones ejecutivas dependen muchísimo de la velocidad mental”.
Lo que más llama la atención es que muchos de los que concurren a consultar por estos cuadros no tuvieron síntomas floridos desde el punto de vista respiratorio ni pasaron por terapia intensiva. “Si el paciente hubiera tenido síntomas graves, uno podría pensar que la causa del problema es la falta de oxígeno a la que estuvo expuesto el cerebro –reflexiona Golimstok–. Podría ser por inflamación cerebral o encefalitis. O porque hizo mini ACVs con pequeñas lesiones cerebrales debido a las trombosis. Eso también produce un daño claro y no tan reversible desde el punto de vista cognitivo. Esos casos no llamarían la atención”.
Por ahora, la medicina tiene más preguntas que respuestas. “Todavía no sabemos hasta cuándo van a durar estos cuadros ni qué trastornos pueden aparecer después –agrega el especialista–; por ejemplo, si la infección es un gatillo que va a desencadenar enfermedades degenerativas más temprano en la vida”.
Entre las incógnitas que resta develar está la de si esta neuroinflamación se correlaciona más con la pérdida de olfato. “Todavía no se sabe muy bien porqué en el Covid se pierde este sentido –concluye Golimstok–. Se atribuye a un efecto periférico, de la mucosa olfatoria, pero la relación con Parkinson y otras enfermedades permite pensar que probablemente el virus pase al bulbo olfatorio y al sistema nervioso central. Ya se vio con el virus de la rabia. La enfermedad de Alzheimer, el Parkinson, empiezan con trastornos del olfato. Tendríamos que correlacionar si los que tienen trastorno del olfato son los que luego manifiestan más problemas en lo cognitivo. Las vías del olfato siempre están cerca de la memoria y muy en contacto con las funciones ejecutivas. Es una asociación muy interesante para estudiar”.