Efecto Chernobyl. Cómo se previenen accidentes en las centrales argentinas
El 26 de abril de 1986, en un recinto de computadoras increíblemente precarias, en tiempos de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, uno de los encargados del turno noche de la central nuclear de Chernobyl aprieta un botón con la inscripción AZ-5 y asiste a algo que se creía imposible: una explosión provoca el desprendimiento de la placa de 1000 toneladas del reactor e inicia un incendio que destruye el edificio y libera una lluvia de desechos radiactivos sobre varios kilómetros a la redonda.
Quienes hayan visto la serie televisiva de HBO saben lo que sigue: una carrera contra el tiempo para controlar y mitigar las consecuencias de un desastre que amenazó a decenas de millones de personas.
En la Argentina, hay tres centrales nucleares: una en Embalse, en Río Tercero, Córdoba, y dos en la localidad de Lima, Zárate, a 100 km de Buenos Aires, las Atucha I y II. Ante la historia conmovedora y escalofriante que vemos en la pantalla, cabe preguntarse si son suficientemente seguras y están dotadas de sistemas que impidan un incidente de proporciones. La respuesta de todos los especialistas consultados es taxativa: la posibilidad de que ocurra algo cercano a lo que se registró en Ucrania es remotísima.
"Las centrales argentinas tienen una tecnología diferente de las soviéticas que lo hace imposible –destaca Rodolfo Touzet, doctor en Radioquímica y especialista en protección radiológica y nuclear de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA)–. Pero además están dotadas de una doble contención (una semiesfera en las Atuchas y un cilindro en Embalse) hecha de acero inoxidable de 5 cm de espesor y otra de hormigón armado de un metro de grosor, con filtros entre medio. La de Embalse tiene también un ‘reservorio de agua’ para disminuir la presión en caso de rotura de caños. Con la doble contención, si llegara a ocurrir un accidente, todo el material radiactivo queda encerrado en el sistema primario, y si existieran pérdidas estas permanecen confinadas y no afectan al público. Estas ‘envueltas de contención’ son probadas y ensayadas periódicamente a la presión máxima que pueden recibir en un caso de accidente para asegurar su estanqueidad".
"Incluso con todos los errores que se realizaron en Chernobyl, si hubiera tenido un edificio de contención, no habría pasado a mayores –afirma Mariano Cantero, ingeniero nuclear del Instituto Balseiro–. Lo que ocurrió allí no fue una explosión nuclear, sino de vapor. Para hacerse una idea: ocurrió lo mismo que si uno pone una sartén al fuego y después le echa un chorro de agua. El calor hace que vuele todo por los aires, pero con una cubierta no se hubiera dispersado".
Y coincide Aníbal Blanco, también ingeniero nuclear y jefe del Departamento de Relaciones con la Comunidad del mismo instituto: "La industria nuclear se rige por una ideología que se llama ‘defensa en profundidad’. Se trata de poner varias barreras, distintas, redundantes e independientes entre sí para que no ocurra ningún evento imprevisto o que se puedan mitigar sus efectos".
Actualmente funcionan en el mundo alrededor de 450 centrales (de las cuales un centenar se encuentran en los Estados Unidos) en unos 30 países, y están en vías de construcción otras 50, alrededor de 20 en China y la India, respectivamente, y en Corea del Sur y Paquistán, entre otros países.
De las argentinas, la primera que entró en operaciones (y primera de América Latina) fue Atucha I, en 1974. Embalse comenzó a ser operada comercialmente en 1984, y Atucha II se enganchó al sistema interconectado nacional en 2014, después de décadas de demora en su construcción (la piedra fundamental se había colocado en 1982). Entre todas, aportan alrededor del 6% de la energía total producida en el país. En el mundo, la energía nuclear provee en promedio el 11%, aunque hay países, como Francia, que obtienen entre el 70 y el 80% de su energía de reactores nucleares.
Después de Chernobyl, tanto las centrales rusas como el resto incorporaron una serie de mejoras en los dispositivos de protección del reactor para sintetizar la información que brindan los instrumentos durante un accidente y prevenir eventuales explosiones provocadas por la producción de hidrógeno.
"En las argentinas, además, se hicieron análisis probabilísticos de seguridad (APS) que permitieron disminuir la chance de fusión del núcleo de 100 a 1000 veces –subraya Touzet–. En estos estudios, que consistieron en analizar todos los escenarios posibles de fallas, participó el personal de operación, que de ese modo aumentó significativamente su preparación para casos de emergencia".
Alta calificación
A diferencia de lo que ocurrió durante la catástrofe de Chernobyl, los operadores de las centrales argentinas se entrenan periódicamente en simuladores especiales full size que les permiten calificarse para enfrentar todo tipo de situaciones.
"La Argentina tiene una historia de excelencia en protección radiológica y seguridad nuclear –se enorgullece Touzet–. Dos científicos de la Comisión, Dan Beninson y Abel González, recibieron el Premio Sievert, una especie de ‘Oscar’ que distingue la alta calificación en esos temas y es otorgado por la Sociedad Internacional de Protección Radiológica".
Por otro lado, las tres centrales funcionan con uranio natural y agua pesada, una tecnología que en el mundo nunca fue causante de inconvenientes mayores.
El país es firmante de las "salvaguardias nucleares" y todas las instalaciones están bajo la supervisión del Organismo Internacional de Energía Atómica, que verifica periódicamente el estado de los reactores, las paradas y puestas en marcha, que son planeadas con mucho tiempo de anticipación. "Hay una contabilidad muy estricta sobre todos los materiales nucleares –apunta el físico Andrés Kreiner, director del Departamento de Tecnología de Aceleradores de Investigación y Aplicaciones de la Universidad Nacional de San Martín y la CNEA–. Además, el país está dentro del Nuclear Suppliers Group, un selecto puñado de naciones que poseen el dominio de estas tecnologías".
Una central nuclear es como una olla a vapor en la que se calienta agua, pero que en lugar de emplear gas, carbón o petróleo utiliza la fisión del uranio, una reacción que ocurre en el núcleo atómico y cuyo subproducto son neutrones libres, fotones y otros fragmentos. Cuando el átomo se fisiona (se divide), genera calor, pero también neutrones que producen otras fisiones y permiten mantener la reacción en cadena. El calor calienta agua a unos 300 grados y luego genera vapor que mueve turbinas, que son las que producen electricidad.
"Las centrales locales funcionan sobre la base de la fisión del átomo del uranio 235 (que es el fisionable de los dos que existen en la naturaleza, el otro es el uranio 238) –explica Kreiner–. Este se parte en dos partes y cada una emite dos neutrones, cuatro en promedio en cada fisión. Estos neutrones hay que moderarlos; es decir, llevarlos a un régimen de energía muy baja. Hay pocos materiales que sirven para moderar esa reacción: uno es el grafito y otro, el agua pesada (cuya estructura atómica, a diferencia del agua liviana, la conocida H2O, tiene deuterio, un isótopo pesado del hidrógeno cuyo núcleo está formado por un protón y un neutrón). Ambos tienen la propiedad de absorber muy pocos neutrones, pero el grafito es un material altamente combustible. Los reactores argentinos trabajan todos con agua pesada".
De acuerdo con los ingenieros, los diseños modernos son máquinas que no pueden tener los problemas de seguridad de Chernobyl. Poseen sistemas redundantes y pasivos, es decir que no necesitan del aporte de energía eléctrica externa.
Dentro de estos desarrollos se encuentra la "perla" de la tecnología nuclear local: el Carem (siglas de Central Argentina de Elementos Modulares), un prototipo de reactor pequeño (25 MW) que podría abastecer de electricidad a una población de 100.000 habitantes y que le permitiría al país incursionar en el mercado internacional de los small modular reactors (SMR).
"El primer paper que describe este diseño data de 1984 –cuenta Blanco–. Funciona con convección natural en el núcleo; entonces, cuando se apaga por cualquier problema, sigue enfriándose sin intervención hasta las 72 horas. Por otro lado, tiene muy pocas perforaciones en el recipiente de presión. Una prueba de las bondades de este concepto es que ya tiene alrededor de 50 réplicas".
En tren de ilustrar la seguridad que le inspiran estas instalaciones nucleares, Cantero, oriundo de Córdoba, recurre a una anécdota personal: "Por mi acento se dará cuenta de dónde vengo –bromea–. Mire, entiendo perfectamente cómo funcionan estas centrales. Me bañé mil veces en el Embalse, nunca tuve ningún problema ni tampoco temor a que me pasara nada". ß