Se trata de un físico cuántico que fue abuelo de la actriz Olivia Newton-John, a la que nunca conoció, y un gran amigo de Albert Einstein
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“Una de las grandes tristezas de mi vida es que no conocí a mi abuelo”, le dijo tiempo atrás Olivia Newton-John a i24News. “Cuando era una adolescente, mi mamá me decía: ‘Tenés que ir a conocer a tu abuelo porque se está volviendo anciano’. Y yo contestaba: ‘Estoy ocupada’, y me arrepiento de eso”, añadió la estrella británico-australiana que protagonizó Grease. Ese abuelo que no conoció era el físico y matemático Max Born, uno de los científicos más importantes del siglo XX.
Si no lográs precisar qué fue lo que hizo, es quizás porque, a pesar de sus muchos logros, gran parte del trabajo de Born fue muy complejo. Pero si su nombre, en todo caso, te suena familiar, tal vez sea porque está muy presente en la física, y además porque fue un gran amigo de Albert Einstein.
De esa amistad nos quedó como legado una fascinante colección de cartas que abarcan cuatro décadas y dos guerras mundiales. “Mi madre [Irene] las tradujo [del alemán al inglés]”, resaltó la cantante y actriz. En su extensa correspondencia, discutieron desde la teoría cuántica y el papel de los científicos en un mundo tumultuoso hasta sus familias y la música que interpretarían juntos cuando se encontraran.
De hecho, fue en una de esas cartas -fechada el 4 de diciembre de 1926- en las que Einstein escribió una de las frases más famosas de la historia de la ciencia: “La mecánica cuántica es ciertamente imponente, pero una voz interior me dice que aún no es real. La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca al secreto del ‘viejo’. Yo, en todo caso, estoy convencido de que Dios no está jugando a los dados”.
Einstein se rehusaba a aceptar la visión probabilística que favorecía esa teoría que describe cómo se comporta la materia que forma el pequeño universo de las partículas atómicas y subatómicas. Pensaba que la incertidumbre que postulaba esa rama de la física en realidad revelaba la incapacidad de encontrar las variables con las que construir una teoría completa.
Su amigo Born, no obstante, era uno de los impulsores clave de la probabilística. Para él, Dios sí jugaba a los dados. Convencido, exploró el mundo infinitamente pequeño que esa revolucionaria y recién nacida ciencia buscaba comprender. Así, sentó muchas de las bases de la física nuclear moderna.
A pesar de ello, e injustamente, tal como subrayan los expertos, quedó opacado por luminarias como Werner Heisenberg, Paul Dirac, Erwin Schrodinger, Wolfgang Pauli y Niels Bohr. Tanto es así que la Fundación Nobel tardó en otorgarle el premio hasta 1954: 28 años después de que completó el trabajo por el que se lo concedieron.
Hay incluso quienes reclaman que, aunque la razón por la que finalmente lo reconocieron fue justa -una nueva forma de describir los fenómenos atómicos-, eso no era suficiente, pues consideran que Born debía compartir el título de padre de la mecánica cuántica con Niels Bohr.
Un puente
La vida de Born lo convirtió en un puente entre tres siglos. Nació en el seno de una familia judía en Breslau, reino de Prusia en ese entonces y hoy Breslavia en Polonia, en 1882, así que se formó en las tradiciones clásicas de la ciencia del siglo XIX.
Como tantos otros científicos judíos, tuvo que huir de los nazis, lo que lo privó de su doctorado y hasta de su ciudadanía en su hogar de adopción, Reino Unido.
Pese a esto contribuyó al desarrollo de la ciencia del siglo XX, aunque lo que preocupaba su mente eran las consecuencias de la ciencia moderna para el siglo XXI.
Pensaba que ningún científico podía permanecer moralmente neutral frente a las consecuencias de su trabajo, sin importar cuán marfilada fuera su torre, por lo que le horrorizaban la gran cantidad de aplicaciones militares de la ciencia que ayudó a desarrollar.
“La ciencia en nuestra época”, escribió, “tiene funciones sociales, económicas y políticas y, por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana”.
Ese destino, dijo, se encamina hacia una pesadilla porque “el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible; la razón distingue entre lo sensato y lo insensato; y hasta lo posible puede carecer de sentido”.
Que el científico que postuló que solo se podía determinar la probabilidad de la posición de un electrón en el átomo en momento dado -al arrojar las leyes de Newton por la borda y abrir la puerta a la física atómica- se preocupara por esas cuestiones, no era extraño.
Born siguió durante toda su vida un consejo que le dio su padre cuando joven: nunca te especialices. Así que jamás dejó de estudiar música, arte, filosofía y literatura. Todo eso alimentaba su pensamiento ético.
En uno de sus ensayos finales, escribió sobre lo que consideraba la única esperanza para la supervivencia de la humanidad. ”Se basa en la unión de dos poderes espirituales: la conciencia moral de la inaceptabilidad de una guerra degenerada en el asesinato en masa de los indefensos y el conocimiento racional de la incompatibilidad de la guerra tecnológica con la supervivencia de los raza humana”, dijo. Y añadió: ”Si el hombre quería sobrevivir, debía renunciar a la agresión”.
La incertitud necesaria
En 1944, en otra carta, Einstein le escribió a Born: “Nos convertimos en antípodas en relación a nuestras expectativas científicas. Vos creés en un Dios que juega a los dados y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente y el cual, de forma insensatamente especulativa, trato de comprender”.
“Ni siquiera el gran éxito inicial de la teoría cuántica me hace creer en un juego de dados fundamental, aunque soy consciente de que nuestros jóvenes colegas interpretan esto como un síntoma de vejez. Sin duda, llegará el día en que veremos de quién fue la actitud instintiva correcta”, agregó.
Pocos meses antes de que Einstein muriera, Born escribió: “Nos entendemos en asuntos personales. Nuestra diferencia de opinión sobre la mecánica cuántica es muy insignificante en comparación”. Al final, parece que Einstein fue el equivocado.
Ese juego de dados que conlleva una incertidumbre constante parece necesaria para comprender el mundo infinitamente pequeño. Y, para Born, la incertidumbre era también clave para la vida en el mundo infinitamente más grande que el que exploró.
“Creo que ideas como certeza absoluta, exactitud absoluta, verdad final, etc. son productos de la imaginación, que no deberían ser admisibles en ningún campo de la ciencia”, declaró. “Por otro lado, cualquier afirmación de probabilidad es correcta o incorrecta desde el punto de vista de la teoría en la que se basa. Este relajamiento del pensamiento me parece la mayor bendición que nos ha dado la ciencia moderna”, expresó.
Y concluyó: “Porque la creencia de que solo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la misma, es la raíz de todos los males del mundo”.
BBC Mundo