Qué es el test del malvavisco y por qué no es importante hacerlo en casa
Solo, en una habitación, un niño está sentado frente a una mesa y a un plato con un malvavisco. Trata de no mirarlo, pero igual cada tanto su vista vuelve sobre la golosina. En cambio, una niña, en idéntica situación, no puede apartar sus ojos del dulce. No lo come, pero todos sus sentidos parecen atrapados por la figura y aroma de esa tentación. Otros toman el malvavisco y juegan con este, lo huelen, toman un pedacito y lo comen. O no: tal vez pasan 15 o 20 minutos y, a pesar de las ganas, se resisten de llevárselo a la boca.
Todas estas son situaciones vistas en la conocida "prueba del malvavisco" ("the marshmallow test", como se lo conoce originalmente), un experimento psicológico creado en la década del 60 por el investigador de la la Universidad de Stanford Walter Mischel y, en estos tiempos, es uno de los más reproducidos por padres o madres de manera "amateur" (y luego exhibidos en YouTube). El objetivo del estudio: medir la capacidad de autorregulación de los niños frente a un estímulo, en este caso, una golosina.
¿En qué consiste el experimento? A un niño o a una niña, de preescolar, un investigador le informa que va a permanecer sentado frente a la golosina durante 15 o 20 minutos. Si durante ese tiempo no come el malvavisco, luego podrá acceder a comer dos dulces en lugar de uno. De esta manera Mischel planteó una forma de medir la capacidad de los niños de inhibir el impulso que les genera ver la golosina en función de una retribución mayor.
Pero si en la década de 1960 y en años posteriores la prueba se hizo (y se hace) en un contexto de laboratorio, el test hoy también se repite en el ámbito hogareño, de la mano de familias que, tal vez curiosas o con ganas de llamar la atención, tratan de responder si sus hijos pueden o no resistirse a la tentación del malvavisco.
Qué mide el test del malvavisco
Más allá de la cuestión acerca de la tolerancia que pueda tener un niño a la espera, tal vez uno de los atractivos del test (además de su sencillez, en apariencia, para replicarlo) sea su correlación, por ejemplo, con aspectos académicos o sociales a futuro.
Mischel hizo un seguimiento de los niños a lo largo de sus vidas y el poder inhibir el impulso por comer el dulce se ha asociado, a futuro, a menores problemas de conducta, mejores desempeños en la universidad, buenas competencias en lo emocional y en el afrontamiento de situaciones estresantes, menor consumo de drogas y hasta de situaciones de divorcio.
"Lo que podemos decir es que en el mundo del estudio, y en el de las responsabilidades, la capacidad de espera y de planificación es necesaria, pero no es lo único que va a determinar el éxito académico o laboral", explica Andrea Abadi, psiquiatra infanto juvenil del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco). En otras palabras: un buen o mal resultado en el test no implica que el futuro un niño o una niña ya esté escrito.
Como sucede con otras habilidades, la capacidad de tolerar la espera no es algo que no pueda ejercitarse. Y que un niño no pueda superar la prueba no debería ser un motivo de preocupación. "Si el chico funciona adecuadamente bien, pero solamente frente al test de malvavisco fracasa, eso es un evento aislado, lo importante es cómo funciona en las obligaciones normales de su vida. Que fracase con el test no quiere decir que todo su funcionamiento, de lo que se llaman funciones ejecutivas, esté mal, y que le vaya a generar consecuencias a nivel del estudio", aclara Abadi. De hecho, aún un resultado "positivo" en la prueba tampoco es garantía de un futuro plagado de éxitos. "No hay ninguna variable única que determine el éxito de un individuo", completa.
La complejidad del autocontrol
Como el comportamiento humano en sí mismo, un entramado diverso de procesos e interacciones subyacen a la capacidad de poder demorar una gratificación, como la del segundo malvavisco. En este sentido, Celina Korzeniowski, investigadora en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (Conicet), explica que, por un lado, pueden señalarse procesos "autoregulatorios" pero también "motivacionales" implicados en esta capacidad. Los primeros, dice Korzeniowski, doctora en psicología, funcionarían como "los gerentes de una organización.
"Lo que hacen estas funciones ejecutivas o de autocontrol es justamente controlar, regular cogniciones, pensamientos y emociones para alcanzar un objetivo o resolver un problema o adaptarlos a una situación compleja o novedosa", dice. En el test del malvavisco, el objetivo es esperar por la gratificación mayor. En tanto el segundo aspecto, el motivacional, dice la investigadora, se relaciona "con la reactividad ante el estrés, a las tentaciones", apunta Korzeniowski. En otras palabras, con "lo temperamental".
"Aquellos chicos que tienen un buen desarrollo de las capacidades de autocontrol, o sea de estas funciones ejecutivas, regulatorias, podrían esperar más tiempo y retrasar la gratificación. Las investigaciones van apuntando a que el control cognitivo si tiene un buen desempeño ayudaría a que estos chicos pudieran enfrentar esta tarea compleja que se presenta y resolverla de manera adecuada", afirma.
Sin embargo, recuerda, el comportamiento humano se da en el terreno de la complejidad, algo que no debería perderse de vista. "La conducta observable está determinada por un montón de factores, muchos que vamos a poder medir y muchos que no. Entonces, atendiendo a esto, sabemos que estas habilidades de autocontrol se van desarrollando a través de, básicamente, la interrelación entre la maduración del sistema nervioso y la influencia del ambiente", apunta Korzeniowski.
Así es como, a lo largo del desarrollo, tendrán un impacto e influirán la capacidad para la propia regulación de las emociones cuestiones que van desde la nutrición hasta el contexto familiar, la exposición al estrés, el nivel educativo de madres, padres o cuidadores y el grado de estimulación cognitiva que reciba un niño.
"También sabemos que el contexto de crianza está inmerso en una cultura específica", recuerda Korzeniowski. Se trata de un factor más que puede resultar de gran importancia para el experimento (y sus conclusiones): "Las normas de crianza, los valores que tenga la sociedad, las creencias, los valores éticos, las prácticas de socialización: todo eso va a impactar, por eso un niño en Argentina va a mostrar una determinada conducta y quizá en China muestre otra", explica.
En este sentido, advierte, el entorno podría llevar a conclusiones diferentes del experimento si, por ejemplo, se tomaran a niños del mismo país o ciudad. Incluso, algunas condiciones de vida obligarían a interpretar los resultados del test desde una perspectiva distinta: "Algunos investigadores dicen que los chicos que crecen en contextos de pobreza, como viven con una mayor inestabilidad e imprevisibilidad sobre ciertas situaciones, que por ahí es adaptativo que tomen la recompensa inmediata y no esperen a la futura porque no saben si la futura va a llegar", plantea Korzeniowski.
El test en casa, ¿si o no?
En apariencia, el test aparenta ser sencillo de replicar de manera casera: bastaría con tener las golosinas necesarias y algo como un reloj o cronómetro. Claro que, en primer lugar, ya el contexto de una casa sería bastante diferente al de un laboratorio, en el que se buscan controlar distintas variables. Tampoco podría hacerse una equivalencia entre el rol del experimentador y el de un padre o madre. Pero más allá de estas cuestiones "técnicas" para nada menores, a la pregunta acerca de si puede hacerse o no el test puede dársele un pequeño giro: ¿Tiene sentido tratar de replicar la prueba?
"Uno en lo cotidiano siempre tiene este tipo de experimentos", dice Abadi. "‘Si comés toda la comida vas a tener una golosina’. Eso es poner un objetivo, planificar. No me parece que sea necesario hacerlo", añade.
Korzeniowski coincide. "Lo más importante, más que replicar el test, es reflexionar sobre la importancia que tienen los adultos en ayudar a los niños a desarrollar estas capacidades, a entender que nosotros somos mediadores del desarrollo cognitivo de ellos". En este sentido, la investigadora subraya que los niños aprenden de dos maneras: tanto por las pautas que reciben como a partir de la observación. Y las capacidades de manejar la ira, tolerar la frustración y saber esperar no son ajenas a esto. "Creo que ahí está el tema, en preguntarnos, nosotros, como adultos, cómo podemos contribuir a ese desarrollo, pero primero mirándonos a nosotros."