Premio a una vida tras las huellas del pasado
El antropólogo Carlos Aschero recibe esta noche la distinción Bunge y Born a la investigación y a la difusión de la ciencia
La historia no escrita de los antiguos cazadores y recolectores que habitaron la Patagonia y la Puna argentinas hace 10.000 años. Eso es lo que, desde mediados de los años 70, Carlos Aschero pretende reconstruir a partir del arte rupestre y de otros rastros dejados por los primeros pobladores de América.
"Negativos de manos como los de Alto Río Pinturas, en Santa Cruz, son el mensaje de una historia no escrita -dice este licenciado en antropología-. De un enorme silencio, una enorme voz sin texto por descubrir a partir de lo que dejaron los antiguos cazadores y recolectores. Buscamos para ello los rastros, que son lo más material de la historia humana, y escribimos la historia de los rastros."
Por su trayectoria, Aschero hoy recibirá el Premio Bunge y Born a la investigación científica 2001. Esta distinción instituida en 1964 -otorgada a Luis Leloir y Alfredo Lanari, entre otros- incluye 100.000 pesos.
El Mercosur de las llamas
Desde que en 1974 egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA graduado en antropología, Aschero dividió su tiempo entre el estudio de las antiguas poblaciones de cazadores y recolectores que habitaron hace 10.000 años, tanto en la Puna como en la Patagonia. "Ambas regiones comparten el haber sido consideradas durante mucho tiempo poco relevantes desde el punto de vista arqueológico -apunta Aschero-. Se pensaba que eran zona de paso."
Sin embargo, los trabajos de Aschero reescriben la historia de estos sitios considerados marginales. "En Inca Cueva, Jujuy, encontramos habitaciones excavadas en las cuevas que fueron usadas durante miles de años: los rastros del fogón más antiguo tienen 9200 años, el más reciente 1600. Son espacios reutilizados que nos muestran que los pobladores volvían continuamente a ellos."
Trabajos posteriores lo llevaron a redescubrir a la Puna como una zona de sorprendente intercambio y movilidad; algo así como un Mercosur de 10.000 años de antigüedad, conectado por caravanas de llamas.
"Lo que nos enseña la arqueología es que esta zona formaba parte de una especie de fantástica red de productos que circulaban entre las poblaciones de la costa del Pacífico y las de los valles del noroeste argentino: la Puna aportaba carnes, cuero y lana de vicuña y sal; los valles, maíz, algarrobo, chañar y porotos."
"Incluso hemos encontrado elementos de selvas tropicales: plumas de guacamayos que eran usados como adornos -cuenta Aschero-. Lo interesante es que estamos hablando de economías de cazadores y recolectores que explotan recursos de su región y que además están manejando productos de las selvas. No es chiste."
De la caza al gualicho
En la Patagonia, Aschero hizo sus primeras armas en el sur de Chubut: en los sitios arqueológicos de Manos Pintadas y la Cueva de las Manos. "Ahí realizamos los primeros registros de cronología de arte rupestre de la Argentina: 9000 años", recuerda.
Pero los trabajos más importantes de Aschero son los realizados en el Parque Perito Moreno. "A pesar de lo terrible del viento y del frío (en esa época, el frente glaciar estaba ahí nomás), hay cuevas que fueron ocupadas hace 10.000 años con un grado de conservación maravilloso: en esos lugares hemos encontrado herramientas de 9000 años de antigüedad que tienen todavía pegados pedazos de pelo o sangre de su último uso."
Allí, en los sitios arqueológicos de Cerro Casa de Piedra, estudia actualmente las pinturas rupestres de los antiguos tehuelches: "Estamos tratando de vincular la ocupación arqueológica con el arte rupestre". Aschero no puede hablar desapasionadamente, y es comprensible: este investigador principal del Conicet también es graduado en Bellas Artes.
"Los primeros tipos de arte rupestre, como los de Cueva de las Manos, son escenas de caza bastante naturalistas. Hace 6000 años la figura de los guanacos (el eje de la economía tehuelche) se deforma: la panza se vuelve enorme y desaparecen los cuellos y las patas, también los cazadores. Esto tendría que ver con una época de sequía y de restricción de los recursos de pastura para las tropas de animales salvajes; el arte capta eso y genera nuevas representaciones."
En una tercera etapa aparecen figuras geométricas y antropomorfas de seres fantásticos, relacionados con la mitología tehuelche. "Aparece, por ejemplo, la imagen del gualicho, una especie de ser muy potente que vive en cuevas, que tiene un caparazón como de gliptodonte y que da mucho miedo. Para hablar pronto y mal, una suerte de diablo."
Pero no es sólo amor al arte y a la ciencia lo que da fuerza al trabajo de Aschero. "En este mundo globalizado, la mayor riqueza con la que contamos es la diversidad cultural de América -concluye-. Cada región tiene lo suyo, y eso es lo que hay que mostrar y proteger."
Estímulo para jóvenes
Además de entregar el Premio a la Trayectoria, este año la Fundación Bunge y Born instituyó el "Estímulo a jóvenes investigadores", una distinción que consiste en una medalla de plata, diploma de honor y la suma de 25.000 pesos. Esta vez, la especialidad elegida fue la arqueología.
Irina Podgorny, investigadora asistente del Conicet, se adjudicó el galardón. Su tema de estudio es la historia de la arqueología y sus museos. Particularmente interesada en el área educativa, la doctora Podgorny analiza qué percepciones tienen los pobladores y gobernantes de los descubrimientos arqueológicos.
Es directora y organizadora del Instituto para la Educación Internacional de Estudiantes en la Universidad de La Plata. Recibió diversas becas, como la del CSIC-Conicet (1992), para realizar investigaciones en el Centro de Estudios Históricos de Madrid. En 1994 y 1998 accedió a otra beca, en Berlín, y en 1999 participó del Convenio ECOS-Secyt, lo que le permitió realizar una estadía en el Museo de Historia Natural de París.
Trayectoria
Carlos A. Aschero
- Nació en Buenos Aires en 1946. En 1974 se gradúó en Ciencias Antropológicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
- Luego trabajó en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la UBA y en el Instituto Nacional de Antropología. Entre 1991 y 1999 fue director del Instituto de Arqueología de la Universidad Nacional de Tucumán. Desde entonces es director honorario.
- Es investigador principal del Conicet. Desde 1991 vive en Yerba Buena, Tucumán; tiene tres hijos.