Premian a científicos destacados
Uno de los sinsentidos más dolorosos de la Argentina del siglo XX fue haber expulsado a algunos de los científicos más brillantes del país, que luego desarrollaron carreras superlativas en el extranjero.
Esta tarde, cinco de ellos serán distinguidos con el premio Raíces a la cooperación internacional en ciencia, tecnología e innovación: el químico y médico Francisco Baralle, director general del Centro Internacional de Ingeniería Genética y Biotecnología de Trieste; la química teórica e investigadora de la enseñanza de la ciencia, Nora Sabelli, codirectora del Centro para la Tecnología en Aprendizaje del Stanford Research Institute; el médico y biólogo celular David Sabatini, director del Departamento de Biología Celular de la Universidad de Nueva York, integrante de algunas de las instituciones científicas más importantes del mundo y cuyos trabajos obligaron a reescribir los libros de ciencia; la profesora y “dama” Julia Polak, directora del Centro de Ingeniería de Tejidos y Medicina Regenerativa del Imperial College (que no estará presente por problemas de salud), y el doctor Marcelino Cereijido, profesor e investigador emérito del sistema científico mexicano en el Centro de Investigación de Estudios Avanzados de ese país, además de autor de varios best sellers sobre los problemas de la ciencia en América latina. Todos ellos, a pesar de residir en el exterior desde hace tantos años, siguieron vinculados con la ciencia local promoviendo la formación de recursos humanos y desarrollando programas de colaboración.
Formados en el país en los inicios del Conicet, debieron viajar –o desistir de regresar– por los vaivenes que en esos años agitaban al país.
Sabatini, nacido en Bolívar, criado en Rosario y egresado de la Universidad del Litoral, llegó a los Estados Unidos creyendo que iba por poco tiempo. “Yo vuelvo en dos años”, pensó. Hoy tiene dos hijos científicos, uno en Harvard y otro en el MIT.
En 1976, Cereijido volvía de Nueva York cuando le pidieron que pasara por México a dar una charla. Las historias de los argentinos que llegaban a esa ciudad escapando del último golpe militar lo disuadieron de retornar. “Así como la fisiología aprendió mucho de la patología, México, que tiene varios problemas, me ayudó a entender la función de la ciencia”, comenta.
Baralle, cuyo instituto tendrá un pequeño laboratorio en el nuevo polo científico de las ex bodegas Giol, confiesa que todavía no dan por descartada la posibilidad de retornar al país: “A veces pensé en volver... y todavía no terminé de pensarlo”, bromea. Y sin haber perdido su acento porteño, todos coinciden en que la ciencia argentina tiene un gran potencial. “Los estudiantes tienen algo especial. No vienen encajonados”, dice Baralle. “Son más «piolas»”, dice Sabelli.
Junto con ellos, esta tarde también reconocerán con el premio Luis Federico Leloir a diez científicos extranjeros que promovieron la cooperación entre sus países y la Argentina: José Silva Rodríguez (director general de investigaciones de la Unión Europea); el embajador y economista español Gustavo Martín Prada; Jorge Almeida Guimaraes, motor de la cooperación en el Centro Argentino-Brasileño de Biotecnología; el italiano Ugo Montanari, impulsor de la Escuela Superior Latinoamericana de Informática; Hervé Le Treut, director de investigación en el CNRS francés; el biólogo molecular chileno Jorge Allende; el actual ministro de Educación y Cultura del Uruguay, Ricardo Ehrlich; la oncóloga Margaret Ann Shipp, del Dana Farber Institute, de Harvard, y Florian Holsboer, director del Instituto Max Planck de Psiquiatría, de Munich. A todos ellos, ¡chapeau!
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