Por qué tenemos uñas planas en vez de garras y cuál es su sentido evolutivo
Hace 55 millones de años, un cambio climático a escala global le dio un nuevo rumbo a la vida sobre la Tierra. En un escenario cambiante, pequeños animales, tal vez del tamaño de una ardilla, dejaron atrás sus garras y, en su lugar, desarrollaron uñas. Junto con otras adaptaciones, como un aumento del desarrollo cerebral y la visión estereoscópica, el reemplazo en los dedos de las estructuras puntiagudas y filosas por otras más planas favorecieron la aparición de nuestros antepasados más antiguos: los primates. Entonces, en algún momento justo después de la extinción de los dinosaurios, una progresiva conquista de los árboles y sus ramas comenzó. Y en esa expansión, las uñas tuvieron un papel protagónico.
"Los primates desarrollaron un cerebro mayor que otros mamíferos, y eso hace que nuestro sistema nervioso y nuestras manos estén conectados, en términos generales, de una forma mucho más precisa. Si se piensa en la vida en árboles, en soportes horizontales como ramas, ramas largas y extremos de estas, en ese caso es mejor tener uñas porque permiten más prensilidad", explica el antropólogo y doctor en ciencias naturales Marcelo Tejedor, investigador del Conicet en el Instituto Patagónico de Geología y Paleontología.
Pero la historia de estas estructuras de keratina tienen un antecedente, que obliga a retroceder mucho más en el tiempo. "El origen de la formas mucho más primitivas de primates, orden al que pertenecemos los humanos, estimamos que está cerca del momento de la extinción de los dinosaurios, hablamos de hace 65 millones de años", señala Tejedor. "Las uñas planas, que son las que tenemos nosotros, en realidad derivan de antepasados muy lejanos que tenían garras, una estructura distinta", aclara el investigador.
Las uñas, en el origen de los primates
Pensar en primates para una mayoría importante de personas pueda ser equivalente a representarse un mono. Y si bien estos animales pertenecen a este orden, el antepasado de estos (y de los humanos incluidos) poco se parece a la extendida imagen que hay de esta gran categoría de animales.
"Si nos subiéramos a la máquina del tiempo y viajáramos para atrás 60-50 millones de años para llegar al verdadero ancestro de los primates, aquel mamífero del cual todos los primates evolucionaron, incluidos los humanos, nos encontraríamos con algo chiquito, como una ardilla nocturna, que come insectos", dice el biólogo y primatólogo argentino Eduardo Fernández-Duque, profesor en el departamento de antropología de la Universidad de Yale (EE.UU.).
"Toda la evidencia sugiere que los primates surgen de mamíferos pequeños, como una ardilla, que empieza a moverse por los árboles y que no tiene la plasticidad que desarrollan los primates para moverse no solo en un árbol sino entre árboles; la capacidad de moverse en ramas delgadas, de saltar de una a otra, y mientras tanto utilizar todos los dedos y las yemas para una cantidad de cosas, como agarrar frutos o capturar insectos en el aire", agrega Fernández-Duque.
En los antepasados de los primates, las garras sirvieron para cavar pozos, trepar y cazar. Sin embargo, hace 55 millones de años, los ambientes en la Tierra se vieron modificados: la Tierra elevó su temperatura global y un nuevo capítulo en la historia de la vida sumó una nueva dirección evolutiva. "En el mundo hubo un cambio climático importantísimo, un calentamiento global, que se conoce como el óptimo climático del Eoceno, que favoreció la diversificación de los ambientes", afirma Tejedor.
"Aquellos animales que tal vez podían trepar un tronco, comenzaron a desplazarse por las ramas -continúa Tejedor-. Entonces, las oportunidades de los recursos de la alimentación fueron mayores y ahí es donde pudieron haberse disparado las adaptaciones de los primates hacia alimentaciones de muchos tipos de frutas, de hojas, de insectos. Un cambio de dieta es un disparador importantísimo que puede generar otras adaptaciones. Todos los cambios anatómicos se producen a partir de ahí".
Fernández-Duque, por su parte, apunta: "En cierta medida la uña es nada más que una necesidad de dar apoyo y proteger lo otro que es realmente importante, que son esas yemas sensibles".
Qué cambios trajeron
La aparición de los primeros primates está íntimamente ligada al desarrollo de las uñas y estas, a su vez, a la adaptación primitiva de una mano con cinco dedos -con pulgar oponible- y yemas muy sensibles. "Tener uñas planas no nos entorpece para movilizarnos en los árboles, para manipular alimentos, y nos permite liberarnos de esos extremos puntiagudos que en ese caso entorpecerían", dice Tejedor.
Los cambios anatómicos permitieron otro tipo de locomoción y la prensilidad aumentó. Mientras que las terminaciones nerviosas de la yema de los dedos incrementaron la sensibilidad, esencial, por ejemplo, para la manipulación de frutos.
Pero los cambios que se dieron en las manos luego también tuvieron su rol en aspectos sociales. Los dedos, despojados de las estructuras puntiagudas más asociadas a la tracción y a la caza, pudieron ser utilizados también para los cuidados del cuerpo, tanto propio como ajeno que, dice Fernández-Duque, "tiene una función de higiene como también de fortalecimiento de un vínculo". "El acicalamiento social es importantísimo en las relaciones de todo tipo de primates, humanos incluidos. Una garra no está preparada para ese tipo de contacto", explica. .
En este mismo sentido, el científico argentino añade: "El contacto físico es central a la condición humana. El mimo, la caricia, son ejemplos que muestran que todos los individuos que mantienen una relación afiliativa, sana, saludable, como la queramos definir, incluyen algún tipo de contacto físico y la mano juega un rol fundamental".
El acicalamiento social, permitido por las adaptaciones en las manos -yemas sensibles, uñas- se convirtieron, entonces, en un factor positivo para la unión y reproducción.
Garras y uñas a la vez
Si bien la mayoría de los primates desarrollaron uñas, existen algunas excepciones. "Los calitrícidos que viven en Sudamérica se trepan a los troncos de los árboles para comer la resina. Tienen varias adaptaciones a eso, tanto en el cráneo como en la mandíbula, y garras, que les permiten aferrarse al tronco de manera vertical. Si no las tuvieran quizá ese comportamiento sería más complejo", dice Tejedor.
Una explicación, dicen los investigadores, es que estas garras sean una adaptación secundaria, tras haber hecho una evolución de garras hacia uñas y luego, nuevamente pero en sentido inverso, hacia la estructura inicial.
En la actualidad, se cree que algunas displasias de uñas en humanos podrían ser remanentes de formas evolutivas pasadas de estas estructuras.
Pero más allá del caso particular de determinadas enfermedades, todos tenemos uñas: cortas, largas, pintadas, con tatuajes y, en algunos casos, hasta postizas. De cualquier manera, su presencia -una herencia con una antigüedad de decenas de millones de años- recuerda el inicio de una etapa de la evolución, hace mucho tiempo, en las alturas de las ramas de los árboles.