Murió Murray Gell-Mann, el físico que puso orden en el zoológico subatómico y bautizó los "quarks"
Considerado una de las grandes mentes del siglo XX, el viernes último murió Murray Gell-Mann, que ordenó el extraño zoológico de partículas subatómicas, y acuñó el nombre de quarks para los ladrillos fundamentales de la materia inspirándose en la críptica novela de James Joyce, Finnegans Wake. Tenía 89 años.
Aunque recibió el Premio Nobel por sus aportes a la física en 1969, cuando tenía 40 años, quienes lo conocieron lo describen como un personaje renacentista. Sus intereses eran tan vastos que abarcaban desde la evolución biológica hasta la relación entre las leyes de la física y sistemas complejos como la economía, la ecología o las culturas humanas.
Además de físico, era una autoridad en el origen de los lenguajes y pensador sobre los temas más diversos.Para explorar esos campos, quince años después de recibir el Nobel fundó el Instituto Santa Fe, dedicado a "encontrar orden en la complejidad". Su obra de 1994, El Quark y el Jaguar. Aventuras en lo simple y lo complejto (Tusquets Editores, 1995) repasa los temas que lo fascinaban, desde la mecánica cuántica, hasta el sistema inmunológico del ser humano o las relaciones filogenéticas de las distintas lenguas humanas. Allí colaboró con economistas, lingüistas, científicos de la computación y con otros físicos, destaca el obituario publicado por el instituto.
Nacido en Manhattan, en 1929, fue un talento precoz. Su hermano, que le enseñó a leer a los tres años con una caja de galletitas, contaba que tenía una habilidad pasmosa para hacer cuentas mentales. Con sólo 15 años obtuvo la única beca completa que ofrecía la Universidad de Yale y a los 21 se doctoró en el MIT. Sin embargo, confesaba que su primera intención había sido estudiar arqueología o lingüística, probablemente por su hábito de leer enciclopedias. También contaba que la física que enseñaban en la escuela lo aburría y que fue la única materia en que casi lo reprueban. Llegó a enamorarse de ella gracias a su padre, que fue quien --tras su negativa a estudiar ingeniería-- insistió en que se dedicara a la física avanzada.
En 1963, una época en la que se descubrían todo el tiempo nuevas partículas elementales, calculó las propiedades y la masa de una que encajaba perfectamente en un lugar vacío. Su trabajo posterior sobre esos extraños "personajes" subatómicos que llamó quarks ayudó a completar el mapa de los ladrillos fundamentales de la materia.
Desde entonces, sus contribuciones se multiplicaron. Entre otras cosas, fue uno de los que respaldó la teoría de las supercuerdas --"que puede ser el principio para presentar la mecánica cuántica de forma convincente y permitirnos desarrollar una cosmología cuántica", afirmó durante una clase abierta que dio en una escuela de Buenos Aires en 2005--.
Hijo de inmigrantes de Europa oriental, su ordenamiento, que llamó 'Eightfold Way', en referencia al "camino óctuple" del Budismo, la via que lleva a la iluminación, fue comparado con la Tabla Periódica de los Elementos de Mendeléyev, destaca el Instituto Santa Fe. La clasificación no solo ayudó a describir las interacciones entre las partículas, sino que permitió predecir la existencia de otras aún no conocidas.
"Murray Gell-Mann transformó la física con su sobrenatural habilidad de encontrar patrones escondidos en las diminutas partículas que construyen el universo", escribe George Johnson en The New York Times (...). Sus instintos eran infalibles". Al principio, soslayó los quarks como un artefacto matemático que no tenía correlato real en el mundo físico, pero luego fueron confirmados indirectamente en un experimento en el acelerador lineal de Menlo Park.
Algunos lo llamaban "el hombre con cinco cerebros", por la pluralidad de intereses que lo dominaba: "Debería trabajar más. Pero vivir lleva tanto tiempo... Es una lástima", dijo aquella vez, en Buenos Aires.