El documental dirigido por Pippa Ehrlich se convirtió en una de las grandes sorpresas de la temporada y nos ayudó a conocer mejor a un intrigante animal submarino
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La sorprendente amistad, o podríamos decir amor, entre un hombre y una pulpo hembra protagoniza uno de los documentales de naturaleza más exitosos de los últimos tiempos.
El documental sudafricano My Octopus Teacher (“Mi maestro el pulpo”), dirigido por Pippa Ehrlich, es favorito para obtener el Oscar en su categoría el próximo 25 de abril en Los Ángeles, luego de haber recibido el Bafta británico hace unos días y muchos otros galardones de prestigio desde su estreno en septiembre de 2020.
Durante casi hora y media, se ve al realizador audiovisual y conservacionista Craig Foster en sus inmersiones en el océano Atlántico frente a la costa oeste de Sudáfrica. Allí bucea en un vasto bosque de algas y se relaciona con una pulpita con la que, poco a poco, forja un vínculo único y conmovedor.
Foster, que explica ante la cámara que cayó en un proceso depresivo que le hizo alejarse de su carrera y su familia, pasó más de un año sumergiéndose en esas aguas sin faltar un solo día.
Fascinado por la forma de actuar de su nueva amiga, el sudafricano comparte con el espectador algunas de las cosas que aprendió en las profundidades del océano.
1. Sofisticación y astucia
Que los pulpos son unos de los seres más inteligentes del mundo animal fue ampliamente reportado. Y en el documental hay numerosos ejemplos que lo avalan.
Una de las escenas más memorables muestra cómo la pulpita huye de un tiburón pijama. Es una persecución agotadora, y cuando parece que ya todo está perdido, la pulpo se salva subiéndose al lomo del escualo, el único sitio en que le resultaba imposible alcanzarla.
Foster también comparte la curiosidad que le provocó un conjunto de conchas y piedras agrupadas como una especie de montañita que vio en una de sus primeras inmersiones. Con el tiempo descubrió que la pulpita las había juntado para ocultarse en su interior, y que se trasladaba así, como si fuese el interior de una casa.
Son solo dos ejemplos de la creatividad con que los pulpos engañan a los depredadores y a sus propias presas. Llevan millones de años aprendiendo a ser ilocalizables. Pueden mimetizarse en color, textura y patrones. Sus células pigmentadas y sus músculos especializados se sincronizan para poder copiar patrones y texturas, y su cuerpo gelatinoso se adapta a las formas y es capaz de introducirse en cavidades a las que difícilmente pueden llegar los perseguidores.
Además, expelen una tinta que oscurece la visibilidad de los atacantes y que tiene una sustancia que entorpece el olfato. ”Pueden distraer a un depredador deshaciéndose de un brazo para que se mueva en otro lado y ellos escapar”, indicó Leonor Solís, bióloga y doctora en Comunicación Ambiental en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“También es importante mencionar que son capaces de saltar fuera del agua para emboscar a su presa o como estrategia escapatoria”, agregó
2. Memoria privilegiada
El acceso que Foster tiene a la pulpo es sin duda sorprendente, y el vínculo que desarrolla con ella lo es aún más.
A lo largo del documental vemos no solamente cómo el animal es capaz de resolver problemas de forma creativa, sino que parece reconocer a Foster, con quien va adquiriendo cada vez más confianza. La pulpita se le acerca y se deja acariciar por él. A ratos uno creería que lo está esperando.
¿Será esto real o una licencia de los realizadores del filme? Veamos qué dice la ciencia. Hay estudios que probaron que los pulpos son capaces de abrir contenedores o botes en los que están atrapados y también se ha demostrado que, efectivamente, pueden reconocer a seres humanos a nivel individual.
Investigadores que trabajan con estos cefalópodos invertebrados han comprobado además que tienen personalidades diferentes, juegan y recuerdan soluciones a problemas. ”Esto muestra que los pulpos tienen memoria, de corto y largo plazo”, contó Leonor Solís.
En entrevista con BBC Mundo, la bióloga añadió que también se vio que tienen fases de sueño como los humanos y se está estudiando la posibilidad de que sean capaces de soñar. ”El sistema nervioso del pulpo está organizado de forma muy distinta al resto de los seres vivos o los vertebrados a los que estamos más unidos”, señaló la experta.
“Tienen aproximadamente 500 millones de neuronas, que es una cantidad similar a la de los perros y los gatos. Los otros moluscos no tienen tantas neuronas como el pulpo”, añadió.
Para Jennifer Mather, psicóloga experta en comportamiento animal en la Universidad de Lethbridge, Canadá, la característica que demuestra la inteligencia de los pulpos es su afán exploratorio. ”Se mueven e intentan entender lo que hay alrededor”, le dijo a BBC Mundo Mather, que participó en la realización del documental como asesora científica.
3. Soledad y orfandad
En el documental solo aparece la pulpita con que Foster se relaciona.
No es raro. El buceador sudafricano nos recuerda que los pulpos viven entre un año y 18 meses, apenas se relacionan con otros octópodos, y se reproducen solo una vez en la vida.
En algunas especies, el macho muere justo después de la cópula; en otras sobrevive, pero solo unos meses. En cuanto a la hembra, una vez que pone sus huevos, que son entre 40.000 y 200.000, los va colocando con cuidado en el techo de la cavidad que elige para que se formen.
El desarrollo embrionario puede durar de uno a cuatro meses, tiempo en el que la madre deja de comer. Dedica toda su energía y todo alimento que encuentra para el desarrollo de los huevos. Cuando los pulpitos eclosionan, la madre, exhausta y desnutrida, muere, y sus crías crecen huérfanas.
4. Multifacéticos
Los brazos de los pulpos tienen mucho que ver con su mencionada inteligencia.
No en vano, tres quintos de las neuronas de sus sistemas nerviosos están distribuidas en sus ocho extremidades, cada una de las cuales tiene más de 200 ventosas contraladas por millones de receptores. Es una estructura muy compleja y elaborada.
Por ejemplo: cuando un pulpo se enfrenta a un molusco que para defenderse cierra herméticamente su caparazón, las ventosas hacen las veces de una especie de taladro con el que las perforan caparazones de los moluscos y depositan un veneno que los ablanda y facilita su ingesta.
En el documental, Foster queda maravillado al analizar los patrones geométricos que dejan los pulpos en las perforaciones de los animales que les sirven de alimento.
“Una cosa muy interesante es que las ventosas pueden simultáneamente sentir, oler y saborear”, explicó Leonor Solís y agregó: ”Cada ventosa maneja un montón de información al mismo tiempo, por eso los pulpos pueden hacer varias cosas a la vez”.
“Con un brazo pueden estar explorando algún recoveco mientras que con otro pueden estar rompiendo una concha de algún molusco que se van a comer”. Las extremidades son también muy versátiles, pueden servir como brazos o patas y, en el caso de los machos, el tercer brazo se convierte en pene a la hora de aparearse.
Terminada la cópula, la extremidad se desprende. Además, los brazos se regeneran. Lo vemos en el documental después del choque de la protagonista con un tiburón pijama que le arranca uno de ellos.
5. Todo corazón
Otra curiosidad de los pulpos es que tienen tres corazones: uno que bombea sangre a todos los órganos, conocido como corazón sistémico, y dos que bombean a las branquias, por donde respiran. El trío es esencial para que el pulpo pueda desarrollar su actividad física y de supervivencia.
Sin ser príncipes o princesas, en su interior corre sangre azul. Esto es gracias a una proteína que se llama hemocianina (en lugar de la hemoglobina, responsable del oxígeno) y que le da a la sangre el color azulado por su composición a base de cobre.
La hemocianina es menos eficiente que la hemoglobina como transportadora de oxígeno y los tres corazones ayudan a compensar esto al bombear sangre a mayor presión alrededor del cuerpo. El corazón sistémico está inactivo cuando el pulpo nada, por lo que es más propenso a cansarse y a veces prefiere avanzar apoyándose en sus brazos.
Aunque la función de estos tres corazones sea meramente fisiológica, resulta un detalle evocador en un documental que, como sostiene Leonor Solís, no deja de ser “una inusual historia de amor”.
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