Los otros viajes del proyecto Apolo
"Serán llorados por sus familiares y amigos. (…) Serán llorados por una Madre Tierra que se atrevió a enviar a dos de sus hijos hacia lo desconocido". El fragmento del discurso que el presidente Richard Nixon tenía contemplado leer si Neil Armstrong y Edwin "Buzz" Aldrin no lograban volver de la Luna, el 20 de julio de 1969, es un recordatorio de la delgada frontera entre proeza y tragedia que asumió atravesar el Programa Apolo para posar pies humanos en el satélite, aun cuando cada misión redujo el margen de riesgo de la subsiguiente.
Unos 400.000 científicos, ingenieros y técnicos y decenas de empresas participaron del proyecto, lanzado en el marco de la Guerra Fría tras la promesa de John F. Kennedy de "llevar un hombre a la Luna y retornarlo en forma segura a la Tierra" antes de que terminara la década de 1960. Estados Unidos invirtió en él el equivalente a 2,5% de su PBI durante un periodo de 10 años. Pero cuando Nixon se comunicó por teléfono con los primeros astronautas en la Luna, no pudo evitar encomendarse a Dios: "Todo el mundo se une en un rezo para que vuelvan a salvo".
El propio descenso propulsado del módulo lunar Eagle, una fase de pocos minutos tras más de 100 horas de travesía, "fue una maniobra muy compleja y riesgosa, con muchos pasos efectuados por primera vez", sintetizó Livio Gratton. doctor en ingeniería aeroespacial y decano del Instituto Colomb de la UNSAM y de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), en una charla itinerante en La Plata sobre la misión Apolo 11 (este mes va a dar otras cuatro en varios puntos del país). "A la distancia, ¿cuáles eran las probabilidades de que algo saliera mal?", preguntó LA NACIÓN. "El propio Armstrong creía que las chances de alunizar con éxito [en ese primer intento] eran del 50%, y yo no voy a discutirlo", respondió.
El Programa Apolo había empezado con el pie izquierdo. El 7 de marzo de 1967, en un entrenamiento, el incendio repentino de la cápsula en la rampa de lanzamiento mató a los tres astronautas del Apolo 1 que iban a despegar en menos de un mes: Gus Grisson, Edward White y Roger Chaffee.
Pero, entre noviembre de ese año y mayo de 1969, tres misiones no tripuladas y cuatro que sí lo fueron (Apolo 7, 8, 9 y 10) volvieron a encausar el programa, incluyendo pruebas exitosas de despegue con el cohete gigante Saturno V y dos salidas de la órbita terrestre para girar alrededor de la Luna.
Legados
Para julio de 1969, la carrera estaba a punto de tener su máximo golpe de efecto. Pero el paroxismo de Apolo 11, presenciado en vivo en TV por 650 millones de personas, también fue el inicio del fin: el principal objetivo político publicitario de Estados Unidos había sido cumplido y el interés público decayó en las misiones posteriores. No era un programa espacial "sustentable" en el tiempo.
Entre noviembre de 1969 y diciembre de 1972, otras cinco misiones pusieron en la superficie lunar a diez astronautas (los de Apolo 13 tuvieron que regresar por un incidente). El último que dejó sus huellas fue Eugene Cernan, fallecido en enero de 2017. Salvo los más fanáticos, pocos recuerdan su nombre.
Para varios de ellos, no fue fácil el regreso. "Nosotros estábamos preparados para ir a la Luna, no para volver a la Tierra", le confió Aldrin a Mónica Cahen D´Anvers en una entrevista de 1979, tras caer en la depresión y el alcoholismo. Los otros tres astronautas que caminaron en la Luna y sobreviven son David Scott (Apolo 15), quien trabajó como asesor para shows de TV y películas; Charlie Duke (Apolo 16), quien se volvió un ministro religioso y defiende el diseño inteligente del Universo; y Harrison "Jack" Schmitt (Apolo 17), un geólogo y exsenador que se opone a la idea de que el cambio climático está ligado a la actividad humana.
El periodista Diego Córdova, autor del libro "Huellas en la Luna" (Vázquez Mazzini, 2019), interpreta el Programa Apolo como la empresa humana más grande realizada en tiempos de paz. "Sin embargo, cuanto más pasa el tiempo más lo veo como una singularidad en la historia", dice. "Haber logrado llevar seres humanos a otro mundo tan solo 12 años después de que la Unión Soviética colocara en órbita el Sputnik 1, y a solo 66 del vuelo de los hermanos Wright en el primer planeador, demuestra el salto evolutivo de la inteligencia para lograr un objetivo que hasta ese momento parecía ser de ciencia ficción".
Para el astrónomo Diego Bagú, director del Planetario de la Universidad Nacional de La Plata, lo que más impresiona del Programa han sido las técnicas y metodologías que crearon para lograr "esas misiones magníficas". "Pasan los años -añade- y uno se sigue sorprendiendo cada vez más".
Los progresos científicos y tecnológicos prácticos derivados de la conquista lunar incluyen desde sistemas de potabilización de agua o utensilios de teflón hasta el desarrollo de computadoras digitales portátiles. La foto icónica de la Tierra que tomó Bill Anders, de la misión Apolo 8, sacudió la conciencia ambiental y cambió nuestra forma de ver el mundo.
Sin embargo. el legado más importante de las misiones lunares "fue haber alcanzado un objetivo tan desafiante en tan poco tiempo", asegura a LA NACIÓN desde Houston William Rothschild, un ingeniero retirado de Boeing y exconsultor de la NASA. "Eso demuestra que la sociedad es capaz de resolver problemas extremadamente difíciles cuando enfoca sus talentos y recursos en eso", concluye.
Informe: Mara Galmarini