Desde insectos hasta nuevas especies de plantas, una cadena de cuevas en un pueblo de Reino Unido esconde maravillas de la naturaleza nunca antes vistas
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La vida de arañas ciegas y escorpiones látigo, el futuro del cambio climático, la fotosíntesis en la oscuridad: esto es lo que nos puede revelar uno de los lugares más profundos de la Tierra. Sentada, me deslizo a través de la curva de un túnel como si estuviera dentro de la garganta de una persona. Siento que fui tragada y desaparezco en la oscuridad del submundo.
Después me agarro de unas estalagmitas con forma de pústula mientras me arrastro, ahora de rodillas. Estalactitas puntiagudas me amenazan con morderme, mientras de las paredes rocosas se desprenden capilares de calcitas. Las cuevas, me dice Phil Short, “están vivas”.
Ellas respiran y, aunque sus entradas son a menudo pequeñas, están en constante intercambio de gases con el mundo exterior. Estoy en la cueva Wookey Hole, que hace parte de una cadena de cuevas subterráneas en el pueblo de Wookey Hole, en Reino Unido. “Hoy es un día cálido”, explica Short, uno de los exploradores de cuevas más reconocidos en el mundo y líder de misiones de Deep Research Labs.
“La presión atmosférica afuera es muy alta, pero ayer fue un día frío, por lo que la presión en esta parte de la cueva se siente baja”, señala. De acuerdo con el experto, si la presión del aire fuera de la cueva es mayor que la de dentro, el aire se mueve hacia adentro de la cueva. Y viceversa.
“Otro día puede ser que esté frío afuera, pero se sienta caliente adentro. Así respira en la otra dirección”, señala. Logro pasar mi cuerpo por una pequeña abertura -metiendo mis manos, mis rodillas, mi estómago- y ante mí aparece una pequeña caverna. Sobre una roca, Short mira todo con comodidad como si estuviera sentado en el sofá de su casa. Y esto no está lejos de ser cierto, dado que a esta cueva de Wookey Hole la considera su “casa espiritual”.
Becca Burne, una de las guías de Wild Wookey, nos ordena apagar las linternas que tenemos en la cabeza. Nos quedamos en total oscuridad. “La gente me jura que puede ver su mano frente a ella, pero no pueden”, señala Burne.
Las revelaciones
Acá adentro, debajo de la Tierra, es la oscuridad. Todo está quieto y en silencio y el espacio te regala una sensación de calma que solo es posible cuando se remueven todos los estímulos que existen en la superficie. “La espeleología es una actividad lenta y controlada. No es un deporte de adrenalina. Caminas lento, te amarras a un clip de seguridad, lo aseguras y te mueves al siguiente”, afirma Short.
Se estima que en el mundo hay unas 10.000 cuevas y cada día se descubren nuevas. De hecho, la mayoría de las cuevas en el planeta permanecen sin explorar. “Si te vas a la edad dorada de la exploración, cuando se buscaba dónde nacía el río Nilo o quién llegaba primero al Polo Sur, no había satélites, no había aviones”, explica Short.
“La espeleología es el último reino donde se puede hacer exploración de esa manera. Cuando entras a una cueva sin explorar, vas a ir a un lugar donde nadie ni nada ha ido antes”, anota el experto. Y agrega que en las cuevas se pueden encontrar tesoros. “Nuevas especies, nuevas curas para las enfermedades”, señala.
Algunas cuevas son tan grandes que incluso tienen su propio clima. Y otras son tan profundas que no fue posible llegar hasta el fondo. Las cuevas contienen el secreto de la evolución humana, de la vida que existía antes que nosotros y de los impactos del clima en la Tierra a lo largo de milenios.
Y las cuevas no son solo depósitos de recuerdos distantes, también son nodos de biodiversidad y endemismo: adentro de ellas viven ecosistemas enteros. Esto es lo que el entomologista Leonidas-Romanos Davranoglou, el líder del proyecto de exploración de Expedition Cyclops y especialista del tema de la Universidad de Oxford, encontró cuando exploró las montañas Cíclope en Indonesia.
Si uno se queda quieto por un momento, me explica Davranoglou, las sanguijuelas -oscuras como el suelo del bosque- se acercan desde todas las direcciones. Te persiguen, te cazan siguiendo las vibraciones de la Tierra, tu sombra, tu aliento.
“En Indonesia, debido a la humedad, las sanguijuelas están en todas partes: en los árboles, en el suelo, en los arbustos”, explica Davranoglou.
Apenas 40 metros
En la jungla de las montañas Cíclope, todo tipo de serpientes y arañas venenosas, mosquitos y garrapatas portadoras de enfermedades acechan a los pocos que se atreven a aventurarse en esta tierra mayormente virgen. Pero más allá de los peligros durante la expedición, el equipo de Davranoglou estaba decidido a realizar la investigación más exhaustiva sobre ese ecosistema.
Davranoglou señala que esa exploración le permitió tomar la primera evidencia fotográfica del pequeño mamífero zagloso de Attenborough, lo que llevó a establecer que no se había extinguido.
También descubrió un ave que había estado desaparecida para la ciencia por 15 años, halló una nueva especie de langostino y una infinidad de nuevas especies de insectos y -cuando un miembro de su equipo cayó en un hueco- incluso halló una nueva cadena de cuevas.
“Podíamos ver que era una cueva profunda. Tuvimos que arrastrarnos. En el momento que entramos, los murciélagos comenzaron a volar muy nerviosos. Entonces pensamos, esto es una buena señal. Entonces vimos unos grillos de cuevas”, anota Davranoglou. Los grillos de cuevas, explica, son insectos peculiares. Tienen patas y antenas muy largas, pero ojos muy pequeños.
“Que haya este tipo de insectos significa que hay un rico ecosistema en la cueva”, señala. Tanto Davranoglou como su colega en la expedición James Kempton regresaron a la cueva numerosas veces y, en la tercera visita, mientras Kempton se internaba en el lugar, se produjo un terremoto. Comenzó a caer polvo de las gritas de la cueva y los murciélagos huyeron despavoridos.
“Papúa es uno de los lugares más sísmicos del planeta. Cuando estuvimos allí vivimos cualquier cantidad de terremotos. Puedes ver enormes bloques de roca moverse en las montañas y Kempton estaba siendo sacudido con fuerza en un lugar estrecho y lleno de rocas. Fue un momento muy complicado para todos los que estábamos allí”, recuerda.
El equipo logró descubrir un “un grupo de tesoros” de especies subterráneas, incluyendo una araña ciega y un escorpión látigo: todas nuevas para la ciencia. “Estábamos felices porque habíamos descubierto un ecosistema escondido que tenía mucho potencial. Y dado el hecho de que solo exploramos los primeros 40 metros, no se sabe qué hay más allá”, señala el explorador.
De nuevo en Oxford, Davranoglou me muestra una bandeja de escarabajos peloteros y me maravillan sus enormes cuernos. Estamos rodeados de gabinetes que hacen parte del Museo de Historia Natural de Oxford, que contiene cerca de 5,5 millones de especímenes. Ahora que la expedición terminó, Davranoglou me dice, el trabajo apenas comienza.
Las cuevas de México
“Papúa es una de las islas más biodiversas del planeta”, señala. Él espera que, al alcanzar una mayor comprensión de su biodiversidad, se pueda ayudar a que se tomen medidas que protejan su gran ecosistema.
“El descubrimiento de nuevas especies te puede contar sobre la evolución de todo un linaje. Nos puede ayudar a entender la distribución de los organismos se distribuyeron en el pasado”, dice el académico.
“Y usando esa información, también se puede estudiar cómo se ve afectada la distribución de las especies, sobre todo en su futuro”, añade. En 2013, Short completó una exploración de tres meses en una cueva, donde pasó un total de 45 días bajo la tierra. Con 12 kilómetros de largo y 1,2 kilómetros de profundidad, el sistema de cuevas J2 está escondido en las montañas de Sierra Juárez, en el sur de México.
Armar un equipo para sobrevivir esos tres meses en estos ambientes inhóspitos fue, de hecho, otro desafío. “En la parte alta de la montaña hicimos el campamento base, con carpas dispersas por la selva, pasillos en medio y una gran carpa comunal con una fogata”, señala Short. “Y a una hora caminando estaba la pequeña entrada a esta cueva, en la que apenas cabíamos”, anota.
Esta entrada sin pretensiones no daba ninguna pista del enorme laberinto que se escondía bajo la Tierra. Sin embargo, a un par de metros de la entrada, Short se encontró haciendo rápel durante 70 metros, llevando 40 kilos de equipo de buceo en la espalda.
“Bajamos y bajamos y bajamos y bajamos… Finalmente, después de unos 700 metros de descenso, llegamos a una pequeña cámara donde los integrantes del equipo anterior habían colgado hamacas. Había una estufa y algunos suministros”, narra Short. En el campamento número dos se había preparado una tienda de campaña, y en el tres estaba la base de buceo.
La primera sección inundada tenía 200 metros de largo. “En ese momento solo éramos los del equipo de buceo”, anota Short. De un equipo de 44 personas de 15 países diferentes, ahora solo había dos -Short y su compañera exploradora Marcine Gala- quienes estuvieron solos durante nueve días.
Después de una inmersión adicional de 600 metros hacia lo desconocido, Short y Gala salieron a la superficie y escucharon el ruido de una cascada. “Encontramos esta cortina gigante de calcita multicolor, hermosa. Nos apretamos alrededor de ella y vimos que el río se estancaba como si se hubiera represado. Había niebla, al igual que una caída de agua en la selva, en esta enorme cámara donde todo el río de J2 se estaba vertiendo en las entrañas de la tierra”, dice Short.
Usando un taladro eléctrico para instalar pernos en la pared de roca, la pareja descendió en rápel hasta su base. Siguieron el río hasta que “se cerró en un hueco en el que ni siquiera se podía meter la mano: el final de la cueva”, dice Short. Aunque la exploración, y no la ciencia, fue la motivación para estar allí, dice el líder de la expedición Bill Stone, el mapeo de sistemas de cuevas como éste allana el camino para futuras expediciones científicas.
“Las cuevas necesitan protección”, señala Hazel Barton, profesora de ciencias geológicas en la Universidad de Alabama. Barton es una geomicrobióloga que estudia los microbios que habitan en algunos de los entornos más extremos de la Tierra, y una de las científicas que siguieron los pasos de Stone en las montañas de Sierra Juárez.
Durante más de 20 años, Barton ha estado estudiando la vida microscópica que se encuentra en las profundidades subterráneas, que puede sobrevivir a la inanición extrema. Su investigación está ampliando nuestra comprensión de la resistencia a los antimicrobianos (AMR), e incluso lo que la capacidad de fotosíntesis, en lo que a los ojos humanos parece una oscuridad total, podría decirnos sobre la posibilidad de vida extraterrestre.
Vida afuera de la Tierra
“A un kilómetro de la entrada todavía hay fotosíntesis”, dice Barton. “Pero pero ocurre por un fenómeno que solo se ven en algunas estrellas en el Universo: esto podría ayudarnos a entender cómo es posible la vida en otros planetas”, explica.
La exploración de cuevas, dice Barton, es lo más cerca que puedes estar de ser un astronauta sin ir al espacio. “Eres la primera persona que ve algo, las tuyas son las primeras huellas. Dentro de 10.000 años, las huellas que dejé en la cueva de Lechuguilla, en Nuevo México, o en las cuevas de Tepuy, en Venezuela, podrían seguir estando allí”, dijo.
Al salir de Wookey Hole a la luz del sol, noto que mis sentidos se han duplicado: el olor del follaje húmedo, los ecos del canto de los pájaros, la brisa en mi piel, el calor del sol. Me siento como si hubiera despertado de un sueño. “Hoy en día es difícil impresionar a la gente, pero podés venir acá y ver algo diferente cada vez”, explica Short.
Se conocen cientos de entradas a cuevas en la Tierra, la Luna e incluso Marte. Muchas nunca han sido exploradas. Si nos atrevemos a mirar en la oscuridad, ¿qué podríamos encontrar escondido debajo de la superficie?
Por Katherine Latham