"Lo que yo hice no es una solución", dijo la bióloga del Conicet premiada en TV
A los 47, Marina Simian es una científica prestigiosa y con una sólida carrera como bióloga molecular especializada en los mecanismos de resistencia a la medicación del cáncer de mama. Pero a pesar de haber concursado y ganado un importante subsidio, hace un tiempo vio con desesperación cómo los fondos para adquirir insumos para sus experimentos en el Instituto de Nanosistemas de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam)comenzaban a escasear cada vez más y peligraba el trabajo de su equipo (dos becarios doctorales, dos posdoctorales, un estudiante holandés que está haciendo una pasantía y una técnica). En un rapto de arrojo, decidió intentar participar en el programa de preguntas y respuestas "¿Querés ser millonario?", conducido por Santiago del Moro en el prime time de Telefé. No solo atravesó el casting , sino que salió airosa de la prueba: ganó nada menos que 500.000 pesos (unos 10.000 de los 15.000 dólares por año que necesita para mantener en pie las diferentes líneas de investigación).
Lo que siguió desafió hasta las previsiones más descabelladas. Todos los medios querían entrevistarla y se convirtió en la figura del día. "Desde las seis y media me están llamando de todas partes –cuenta, en un respiro entre entrevista y entrevista–. La primera nota me la hicieron mientras llevaba a mi hijo a la escuela (tiene tres de 20, 18 y 14 años). ¡Si hubieran sabido que estaba en pijama en el auto!"
–¿Te presentaste en el programa con la idea de dar a conocer las dificultades que están atravesando los científicos?
–No, porque no miro televisión y no era consciente de que podía tener semejante repercusión. Mi objetivo era recaudar fondos. En 2016 concursé por un subsidio de los que otorga la Agencia de Promoción (Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica, PICT) y me lo adjudicaron, pero hasta ahora nos pagaron el monto en pesos de un año (hace un mes y medio depositaron la segunda cuota de los primeros 320.000 pesos). Los reactivos se me van acabando y no puedo reponerlos.
–¿Qué tipo de insumos necesitás para tus experimentos?
–Anticuerpos, medios de cultivo... Un anticuerpo en los Estados Unidos vale entre 250 y 400 dólares; acá hay que multiplicarlo dos, tres o cuatro veces dependiendo de la empresa. Hago casi todas las compras en el exterior, porque si no es inviable. Cuando viajo a algún congreso, tengo una red de contactos y el laboratorio que me queda a mano me recibe y me guarda los insumos que compro.
–¿Aproximadamente cuánto suman los indispensables para contestar una pregunta?
–Por ejemplo, para hacer una "doble marcación de inmunofluorescencia" [usando anticuerpos unidos químicamente a una sustancia fluorescente para demostrar la presencia de una determinada molécula], necesitamos cultivar las células en una placa especial, con un vidrio estéril, suero fetal bovino, antibiótico, una estufa gaseada, alguna hormona (estrógenos, tamoxifeno), más los anticuerpos. La cuenta final asciende a alrededor de 2000 dólares.
–¿Para qué sirven tus investigaciones?
–Hace muchos años que trabajo en cáncer de mama para entender cómo el microambiente tumoral, todo lo que no es la célula cancerosa, contribuye a la resistencia a la terapia. En cáncer de mama el 75% de las pacientes tienen tumores con receptores de estrógeno [hormona femenina] y durante diez años reciben terapia endocrina después de la cirugía. La mayoría, con tamoxifeno, que es un antiestrogénico. Pero entre el 30 y el 50% eventualmente desarrolla resistencia; o sea que el tumor recidiva, a veces muchos años después. Eso pasa porque quedan células diseminadas, durmientes, y por alguna razón se despiertan. Nosotros estudiamos cómo el ambiente que rodea la célula induce la resistencia a la terapia. El año pasado, en un paper que publicamos en el Journal of Cell Biology, mostramos que la fibronectina, un componente extracelular que está presente en altos niveles en muchos tumores de mama, y que se asocia estadísticametne con la resistencia al tamoxifeno, lo que hace es regular la actividad del receptor de estrógeno. Encontramos que el receptor de la fibronectina, una proteína de la membrana, interactúa físicamente con el receptor de estrógeno y determina si se degrada o si queda funcionando eternamente. Lo que encontramos es que cuando hay mucha fibronectina el receptor de estrógeno no se detiene.
–¿Este conocimiento permitirá encarar nuevos enfoques clínicos?
–Estamos desarrollando unas nanopartículas [que tienen una dimensión de menos de 100 nanómetros o mil millonésimas partes de metro] que llevan tamoxifeno. En la superficie, les pusimos un péptido [una molécula que surge de la unión de amionácidos, los ladrillos constitutivos de las proteínas], que tiene la forma de un palito e interrumpe la interacción de ese receptor con la fibronectina. Y cuando hacemos eso, vemos que se revierte la resistencia.
–¿Pensás que tu reacción, un poco maternal, tiene que ver con tu condición de mujer?
–Sí, de algún modo, me siento responsable de mis estudiantes. Tuve la suerte de hacer mi doctorado en los Estados Unidos, en la Universidad de California en Berkeley, con Mina Bissell, una investigadora muy reconocida que cambió la forma de pensar el cultivo celular, y que a partir de los setenta empezó a plantear que los modelos tridimensionales eran los que iban a permitir entender bien la biología de las células. Tuve dos hijos durante mi doctorado y ella fue supergenerosa conmigo, siempre me apoyó, y sigue haciéndolo. Yo pienso que tengo que hacer lo mismo: darles lo más que pueda, cumplir con mi responsabilidad como líder de grupo.
–¿Qué esperás del próximo gobierno?
–En estos años retrocedimos en todo sentido. Hasta en lo simbólico, si tenemos en cuenta que el ministerio pasó a ser secretaría. Eso es un mensaje. Pero también en nuestros sueldos, el financiamiento, todo está muy complicado. Espero que gane quien gane revierta esta situación y si no, que nos digan hacia donde vamos. Lo que más me molesta es que no nos hablen. Miro para adelante y no sé qué nos espera. Personalmente, decidí no tomar más becarios porque no puedo comprometerme a sostener un proyecto de acá a cinco años, no tengo la plata.
–Algunos te pintan como una heroína por haberte atrevido a transitar un camino inesperado. Otros consideran que es triste tener que acudir a la TV en busca de ayuda económica. ¿Vos qué opinás?
–Lo que yo hice no es una solución. Me alegro de que esto saque el tema a la luz, aunque no era mi intención directa. Esta situación me lleva a cuestionar mi propio trabajo. ¿Hasta cuándo puedo seguir disminuyendo mi propio salario en pos de mantener el laboratorio funcionando? Esto impacta también en mi familia y en mi dignidad.
–¿Le aconsejarías a un joven optar por una carrera científica en el país?
–Sí, todavía tenemos una muy buena formación, pero hay que ser consciente de que el entorno tal vez no está para que uno se quede. Lo más importante para progresar en una carrera exitosa es la pasión. Por otro lado, la ciencia confiere muchas habilidades que se pueden usar en otros ámbitos. Sería bueno que eso se empiece a apreciar desde el sector privado.
–¿Qué opinás sobre los que dicen que los científicos argentinos se miran el ombligo?
–El investigador tiene que ir tras su curiosidad. Muchos grandes descubrimientos son resultado de la curiosidad y de la casualidad. Funciona así. En este momento, en Silicon Valley y en Boston hay una revolución en las startups biotecnológicas. La Argentina tiene una oportunidad muy grande en ese tema: allá la gente no está haciendo cosas muy diferentes de las que hacemos nosotros. Sería maravilloso crear un un ecosistema emprendedor biotecnológico, pero falta apoyo del gobierno, faltan capitales de inversión... Me da pena. Me duele que esto se vaya deteriorando de esta manera.