La tuberculosis, fue una enfermedad "del pasado"
La dificultad para seguir los tratamientos hace crecer las formas más difíciles de tratar
Antes de la revolución de los antibióticos, en la década de 1940, la tuberculosis era una enfermedad incurable. Su sólo nombre era un fantasma tenebroso: el de la enfermedad que más muertos causó en el mundo en la primera mitad del siglo XX. Hoy tratarla y curarla cuesta, desde el punto de vista del sistema sanitario, apenas unos 25 dólares por paciente, y los medicamentos son provistos por el Estado nacional a través del Plan Nacional de Control de la Tuberculosis del Ministerio de Salud. Y la vacuna BCG, que según el Calendario de vacunación se les debe aplicar a todos los recién nacidos, inmuniza al organismo contra un 85% de las formas de tuberculosis bacteriana, confiriendo protección frente a las formas más graves para evitar sus consecuencias.
Pero cada año en la Argentina se mueren alrededor de 800 personas por tuberculosis, y surgen entre 10 y 12 mil nuevos casos (10 500 el año anterior, según la cartera sanitaria nacional). A menudo, la eficacia del tratamiento farmacológico antibacteriano, aunque sea cubierto en un 100%, debe lidiar con la capacidad del paciente de lograr la adherencia o cumplimiento, porque la lejanía de los centros de salud, la dificultad para costearse el transporte o faltar al trabajo para ir a atenderse, la molestia causada por los posibles efectos adversos o a veces simplemente la falta de conciencia de que es necesario seguirlo hasta el final para lograr la remisión y evitar que se agrave, suelen conspirar contra el éxito de la terapia.
No es de las infecciones más fáciles de contagiar, pero nadie –ni por edad, ni por sexo, ni por condición social– está exento de esa posibilidad. En general la transmisión de la tuberculosis bacteriana pulmonar se efectúa –mediante secreciones provenientes de la vía respiratoria, aún en ínfimas cantidades– en un contexto de convivencia prolongada con personas afectadas que no estén en tratamiento, ya que al cabo de pocas semanas de tratamiento, el paciente deja de contagiar a otros. Eso hace que el hacinamiento sea uno de los principales factores que facilitan la transmisión; y la debilidad del sistema inmunológico (por alimentación deficiente, por ejemplo) hace más fácil que la persona se enferme, ya que no a todas las personas infectadas les pasa.
Según estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación habría un 3% de descenso de la incidencia de tuberculosis cada año; para algunos especialistas, esto representa una etapa de "meseta epidemiológica" o estabilidad. Lo que desde luego no se sabe es la magnitud de la brecha entre el número de casos reportados y los que realmente hay.
La resistencia farmacológica. El tratamiento de la tuberculosis bacteriana común se efectúa con un paquete de drogas que el paciente debe tomar por 6 meses. Lo que se teme cuando la persona no cumple el tratamiento –además del obvio hecho de que no se curará– es que el bacilo adquiera resistencia, es decir: que su población bacteriana evolucione hacia formas a las que la medicación utilizada ya no le hace efecto. Y entonces aparecen las tuberculosis resistentes y multirresistentes, que ponen la vida y la salud ante un riesgo mucho más serio, y además requieren ser tratadas con paquetes de drogas cuyo costo se multiplica respecto del tratamiento estándar. Son más difíciles de conseguir (es necesario importarlos) y deben ser aplicados durante un período más prolongado, llevando la duración de los tratamientos por encima de dos años.
La doctora María Cristina Brian, docente de Neumonología de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Salvador, y coordinadora de Centros de Salud especializados en Tuberculosis del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, señala que afortunadamente no se está observando un aumento de las formas multirresistentes en la Argentina, y que aquí no se ha dado tan significativamente el fenómeno de un resurgimiento de la tuberculosis impulsado por la epidemia de VIH, como sí sucedió en Estados Unidos o en muchos países de Europa: "Es cierto que están relacionadas, porque la tuberculosis es una de las enfermedades que llamamos ‘marcadoras’ u oportunistas del VIH, pero la proporción de pacientes con tuberculosis que son VIH positivos se encuentra entre un 14 y un 16 por ciento. Lo que sucedió es que en nuestro país la tuberculosis siempre estuvo presente, por más que inclusive muchos médicos la ignoren y se hayan olvidado de que existe".
Un informe emitido a fines del año pasado por la cartera sanitaria nacional señalaba que en términos absolutos, el 50% de los casos de tuberculosis se concentran en el Área Metropolitana de Buenos Aires. De cada 100 mil argentinos, en promedio 43 están afectados, pero en las provincias relativamente más castigadas, como Salta y Jujuy, esa proporción se triplica. El norte de Chaco y Formosa, el extremo sur de la provincia de Buenos Aires y algunas zonas de la Patagonia (en el centro de la provincia de Santa Cruz y la zona petrolífera de Chubut) cuentan con las tasas de incidencia más elevadas, además de las mencionadas, según el mapa elaborado con datos de 2009 por la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS), con sede en el Instituto Malbrán.
Impacto diferencial. Las condiciones sanitarias en que se vive (especialmente el hacinamiento y la falta de acceso a los recursos) parecen ser decisivas en la incidencia de la enfermedad, que no es de fácil contagio ya que el organismo posee defensas naturales contra el bacilo. Las estadísticas nacionales dan el doble de riesgo de contraerla en los departamentos con mayores índices de necesidades básicas insatisfechas.
La doctora Brian, quien adelantó que la semana del 29 de marzo se darán a conocer en el Hospital Muñiz las nuevas guías para la detección y el tratamiento de la enfermedad, opinó que actualmente la tuberculosis "socialmente representa hoy un mayor estigma que el VIH". Más de la mitad de los nuevos casos registrados en la comuna porteña durante el año pasado se registraron en poblaciones migrantes, lo cual, según la especialista, es una causa más que dificulta el seguimiento.
La alternativa propuesta por la Organización Mundial de la Salud para contrarrestar las dificultades en la adherencia a las terapias –e implementada en la Argentina de manera progresiva y parcial– es el denominado DOT, siglas en inglés de "Tratamiento Directamente Observado". Este sistema incluye el trabajo de asistentes sociales que visitan a los pacientes en su domicilio si es necesario, y la medicación preventiva de las personas del entorno de las personas infectadas –las que conviven con ella más de 4 horas al día, según se indica– para evitar la diseminación de la epidemia.
Más información:
Día Mundial de la Lucha contra la Tuberculosis
Internacionalmente se conmemora el 24 de marzo, aniversario del descubrimiento de su agente causal, el bacilo de Koch, en 1882. Fue la primera vez que se identificó a un microorganismo como causa de una enfermedad, y este hito del alemán Robert Koch marcó (junto con el trabajo de su contemporáneo el francés Louis Pasteur) el inicio de la microbiología.
En la Argentina se ha postergado la conmemoración para el 29 de marzo, a fin de evitar la superposición de efemérides con el Día de la Memoria.
Síntomas y diagnóstico
La tuberculosis pulmonar es por lejos la más frecuente (85% de los casos en el país), pero el agente causal puede alojarse en otros órganos blanco (pleura, ganglios, meninges –en un 6% de los casos no pulmonares causa encefalitis–, intestinos, huesos o articulaciones, entre otros).
Los síntomas externos de la tuberculosis pulmonar son bastante inespecíficos. Cualquier cuadro de tos persistente que se prolongue por más de dos semanas debe ser motivo de consulta médica para su evaluación.
La enfermedad puede provocar además fiebre, sudoración nocturna intensa y decaimiento.
El diagnóstico se realiza mediante la prueba de reacción a la tuberculina, análisis de esputo y orina, y requiere a menudo otras pruebas complementarias de imagen (radiografía o resonancia magnética) para conocer el grado de daño orgánico que la enfermedad ya ha causado al paciente.