La tristeza, ¿una emoción necesaria?
Expertos del campo de la salud mental sostienen que la desdicha tiene un rol importante como motor de cambio y de reflexión
LONDRES.- ¿Por qué sentirse desdichado? Está bien, es enero y uno se siente con kilos de más y quebrado luego de los excesos de las fiestas, pero en realidad no hay necesidad. La tristeza es inconveniente, desagradable y en una sociedad en que la felicidad personal es valorada por encima de todo lo demás, hay poca tolerancia para los que se sumen en la desesperación. Especialmente ahora que tenemos medicinas para eso.
Los antidepresivos pueden ayudar a hacer desaparecer los sentimientos de tristeza, y no sólo la agotadora depresión clínica, sino los duros momentos por los que mucha gente a veces pasa, ya sea al perder un trabajo, por la ruptura de una relación o por la muerte de un ser querido. Por eso, no sorprende que cada vez más gente los tome.
Pero, ¿es realmente una buena idea? Un número cada vez mayor de voces del mundo de la salud mental dicen que no. La tristeza, sostienen, sirve a un propósito evolutivo, y si lo callamos, salimos perdiendo.
"Cuando se encuentra algo así de profundo biológicamente en nosotros, presumimos que fue seleccionado porque tenía una ventaja -afirma Jerome Wakefield, trabajador social de la universidad de Nueva York.- Estamos perdiendo el tiempo con parte de nuestra estructura biológica."
Quizás, entonces sea tiempo de aceptar nuestro lado desdichado. Sin embargo, muchos psiquiatras insisten en que no. La tristeza tiene el desagradable hábito de convertirse en depresión, advierten. Aun cuando la gente esté triste por una buena razón, se le debería permitir tomar medicamentos para que se sientan mejor si eso es lo que quieren.
Entonces, ¿quién tiene razón? ¿Es la tristeza algo sin lo que podemos vivir o es una parte crucial de la condición humana?
Es difícil conseguir evidencia de la importancia de la tristeza en los humanos, pero hay muchas ideas sobre por qué la propensión a sentirse triste podría haber evolucionado. Puede ser una estrategia de autoprotección, ya que parece encontrarse entre otros primates. Un simio que no se escabulle claramente luego de haber perdido su estatus puede ser considerado como que continúa desafiando al simio dominante, y eso podría ser fatal.
Pero Wakefield cree que en los humanos la tristeza tiene otra función: nos ayuda a aprender de nuestros errores. "Creo que una de las funciones de las emociones negativas es detener nuestra conducta normal para hacernos focalizar en algo distinto durante un tiempo", asegura. Podría actuar, en primer lugar, como un freno psicológico para evitar que cometamos esos errores.
Es más, afirma Paul Keedwell, psiquiatra de la Universidad de Cardiff en el Reino Unido, incluso la depresión puede salvarnos de los efectos del estrés de larga data. Sin tiempo para reflexionar, asegura, "uno puede permanecer en una estado de estrés crónico hasta quedar exhausto o morir". También piensa que podemos haber evolucionado hacia el desarrollo de la tristeza como una forma de comunicación. Al actuar con ella decimos a los otros miembros de la comunidad que necesitamos apoyo.
Medicar la tristeza, sugiere Keedwell, podría ocultar las consecuencias de situaciones desafortunadas y quitar la motivación para mejorar sus vidas. Dar antidepresivos a la gente cuyo problema real es otra cosa puede permitir a la persona continuar en una situación enferma en lugar de enfrentar el problema de fondo.
Un poco de tristeza puede ser útil o no, pero todos acuerdan, sin embargo, en que la depresión clínica no lo es. Desgraciadamente, no queda claro con exactitud donde se encuentra la línea entre las dos. Entonces, ¿qué es más peligroso: medicar por demás la tristeza normal, sentimiento que puede llevar a revaluar nuestras vidas, o medicar insuficientemente la depresión clínica?
Ian Hickie, del Instituto de Investigación del Cerebro y la Mente de la Universidad de Sydney, Australia, insiste en que la depresión no está sobrediagnosticada, pero que seria mejor que lo estuviera antes que ver a las personas seriamente deprimidas dejadas de lado. Señala que hay evidencia para sugerir que el número de suicidios ha disminuido a medida que se han diagnosticado más casos de depresión. Es importante tomar en serio los diagnósticos de depresión "borderline" porque, asegura, "muchos de los suicidios no ocurren en las personas más severamente deprimidas".
Wakefield, sin embargo, no se siente cómodo recetando pastillas donde no hay certeza de que sean necesarias. Después de todo, señala, los antidepresivos tienen efectos secundarios, algunos de ellos serios.
Levantar el ánimo
Entonces, ¿dónde queda la noción de la tristeza humana? ¿Deberíamos aceptar que los acontecimientos importantes pueden entristecernos tanto que por un tiempo nos desestabilicen? ¿O debemos correr al médico con la esperanza de que las pastillas aceleren nuestro viaje emocional de retorno a la felicidad?
"El costo de la felicidad es la autosuficiencia", afirma Terence Ketter, psiquiatra de la universidad de Stanford. La tristeza es todavía algo útil: "El descontento puede llevar al cambio. Seguramente, uno no quiere una emoción paralizante, la emoción es información".
Keedwell está de acuerdo. "Si no nos hubiéramos sentido tristes cuando no tuvimos éxito al querer lograr ciertos objetivos, no hubiéramos realizado introspección, y quizás no hubiéramos intentado cambiar nuestras estrategias -dice-. De haber continuado siendo entusiastas y jubilosos probablemente hubiéramos seguido ciegamente adelante."
Pero, ¿hay un terreno intermedio? Todos concuerdan en que hay maneras para levantar el ánimo sin píldoras. "Una alternativa sería pensar qué es lo que nos entristece -asegura Wakefield-. Otra posibilidad es una espera alerta. Una visión con más matices de la situación ayudará a la gente a pensar mejor sobre sus opciones."
Ed Diener, psicólogo de la Universidad de Illinois, también sugiere que paremos de obsesionarnos con ser felices todo el tiempo. "Una de las cosas que queremos es desengañar a la gente de la noción de que no son lo suficientemente felices."
Cita un estudio que aplicó un software para el reconocimiento de las emociones a los sentimientos íntimos de la Mona Lisa. Concluyó que ella es 83% feliz. El resto es una mezcla de emociones negativas, como el miedo y el enojo. Eso, según parece, es más o menos lo adecuado.