La epopeya que llevó a la humanidad a las puertas del Siglo XXI
Aquel 20 de julio, el Mar de la Tranquilidad, una cuenca plana de lava basáltica, ardía al Sol en silencio como lo había hecho durante más de 4000 millones de años. Sin atmósfera para moderar la temperatura, las rocas alcanzaban los 93° C, mientras en los sectores que se encontraban a la sombra la temperatura descendía hasta los -157°C. Era un verdadero museo del sistema solar temprano. Pero algo inusitado estaba por ocurrir. Un cambio infinitesimal en la historia del universo, pero dramático para los habitantes del pequeño planeta azul que flotaba a lo lejos en la oscuridad del cielo. Una diminuta cápsula de aluminio había encendido sus motores y se lanzaba hacia la superficie. Después de nueve años de esfuerzos concertados de 400.000 técnicos, científicos e ingenieros, la Apolo 11 descendía en la Luna.
Eran los icónicos "sesenta". La década del amor libre, el rock y los Beatles. Pero también de las revueltas estudiantiles, la "imaginación al poder", la guerra de Vietnam y la locura de la carrera armamentista.
Hace cincuenta años, montados en el extremo superior de una de las máquinas más impresionantes de la historia, el cohete Saturno V, de 110 metros de altura y casi 3.000 toneladas, tres hombres salieron despedidos al espacio para emprender un viaje de tres días hacia la Luna.
La aventura sin precedente, soñada una y otra vez por poetas y escritores durante milenios, empezaba a hacerse realidad: los seres humanos nos lanzábamos a la temeraria empresa de abandonar nuestro planeta, atravesar la noche cósmica y descender en otro mundo.
Y cuando 109 horas y 43 minutos más tarde, Michael Collins se quedaba orbitando la Luna, y Neil Armstrong y Buzz Aldrin dejaban sus pisadas sobre el polvoriento suelo lunar, el corazón de cientos de millones de personas en todo el globo se detuvo durante unos instantes para escuchar imprecisas transmisiones de radio y mirar en una primitiva televisión en blanco y negro.
Una proeza que parecía cuento fascinó a toda una generación: durante las aproximadamente dos horas de la jornada del 20 de julio de 1969 en que los astronautas se desplazaban por el Mar de la Tranquilidad, a 380.000 km de la superficie terrestre, casi no se reportaron delitos, según publicaciones de la época.
"Tocar otro cuerpo celeste fue una aventura impresionante, el mayor hito de la historia", dice Livio Gratton, ingeniero aeroespacial y decano del Instituto Colomb, de la Universidad Nacional de San Martín y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales.
"Pisar por primera vez otro mundo fue un logro enorme; era un sueño colectivo plasmado en todas las expresiones culturales –coincide Daniel Barraco, físico cordobés y director de la Plaza Cielo y Tierra–. Gran parte de la tecnología de punta en computación, materiales y electrónica surgieron del programa lunar de los Estados Unidos, de modo que ese esfuerzo no solo puso al ser humano en la Luna, sino que puso a la humanidad en el siglo XXI".
"La misión Apolo 11 fue la culminación de una década de increíble creatividad humana. El primer alunizaje cambió para siempre cómo la humanidad se ve a sí misma y al universo", afirmó Aldrin al ser entrevistado.
La carrera espacial
Esta epopeya se remonta a tiempos lejanos, pero tiene una fecha de inicio muy precisa. El 12 de abril de 1961, el vuelo de Yuri Gagarin había incomodado a la Casa Blanca y a su ocupante, John Kennedy. A tres años de la creación de la NASA, el presidente de los Estados Unidos no se había tomado muy en serio la carrera espacial, pero la respuesta global ante el triunfo ruso lo inquietó. Se reunió con sus asesores y les preguntó qué podían hacer para alcanzarlos.
Tras la invasión frustrada de Bahía de Cochinos, en Cuba, el 5 de mayo Alan Shepard voló durante 15 minutos en la pequeña cápsula Mercury antes de caer al Océano Atlántico, a unos cientos de kilómetros del sitio de lanzamiento. De pronto, el espacio era la oportunidad de ganar credibilidad y decidió tomar la delantera. El 25 de mayo se dirigió al congreso norteamericano y en un discurso que ya forma parte de los anales de la historia prometió que los norteamericanos aterrizarían en la Luna "antes de que finalizara la década". Había nacido el proyecto Apolo.
Para algunos, el alunizaje fue más que un paso en el devenir de los sucesos históricos. "Es un salto evolutivo en la especie humana", afirma el ingeniero argentino Pablo De León, director del Laboratorio de Vuelos Espaciales de la Universidad de Dakota del Norte, Estados Unidos.
Armstrong y Aldrin estuvieron poco más de dos horas desplazándose a los saltos gracias a la escasa gravedad de ese cuerpo cuyo paso regular por el cielo nocturno cautivó a todas las civilizaciones.
Instalaron instrumentos científicos, hablaron con el presidente Nixon (sucesor de Kennedy entre 1969 y 1974), recolectaron polvo y 22 kilos de rocas, y realizaron experimentos. A su regreso, cuando el 24 de julio los viajeros del espacio amerizaban en el Océano Pacífico, traían el cargamento posiblemente más valioso de la historia en cajas herméticamente cerradas para depositarlo en el Lunar Receiving Laboratory, de Houston, Texas.
Eran 46 rocas procedentes de la capa superior de la superficie lunar que no superaban los 13 centímetros de longitud. A primera vista, se parecían mucho a las terrestres, pero examinadas al microscopio eran bien diferentes. Algunas tenían 4600 millones de años; es decir, que encierran las claves para develar los orígenes de nuestro satélite natural, un tema aún en discusión. Además, no habían padecido la erosión de los vientos, el agua u otras perturbaciones a las que están sometidas las terrestres, ya que habían permanecido todo ese tiempo sin desplazarse ni un milímetro.
El legado científico
Más allá de su trascendencia social, política y cultural, esa aventura dejó un notable legado científico y tecnológico. "Aprendimos más sobre la Luna durante nuestra corta visita que lo que habíamos atisbado de ella en toda la historia", dijo Aldrin.
"Para comprender la enormidad de lo que lograron, pensemos que los astronautas tuvieron que hacer cosas que no habían podido practicar antes –dice Gratton–. Por ejemplo, el manejo de los motores de descenso con un sexto de la gravedad terrestre y sin atmósfera. En esa época no había ningún lugar para simularlo en la Tierra. Es más, tenían ciertas características por las que no se podían probar antes: se encendieron por primera vez durante el alunizaje. El programa era muy serio, pero el tiempo volaba porque había una fecha límite, había que hacerlo antes de que terminara la década".
En el camino, se desarrollaron un sinnúmero de tecnologías que hoy forman parte de nuestro repertorio cotidiano, como los alimentos deshidratados, los paneles solares o las máquinas de diálisis.
Sin embargo, para De León, es importante no dejarse obnubilar por estos beneficios prácticos. "Comparados con lo que representó llevar a seres humanos a otro cuerpo celeste diferente del que nos vio nacer –dice De León–, los desarrollos tecnológicos que inspiró son irrelevantes. Es como si el balance de los viajes de Colón hubiera sido haber llevado el tomate o el maíz a Europa. Reducir los vuelos a la Luna a los beneficios que dejó en la Tierra minimiza la importancia de esa epopeya. Posiblemente todavía estemos demasiado cerca para darnos cuenta de su significado".
"Conmemoramos y celebramos los 50 años del primer alunizaje tripulado. Cuando observamos hacia atrás en el tiempo, no podemos dejar de asombrarnos y, por cierto, en el mejor de los sentidos –opina el astrónomo Diego Bagú, director del Planetario de La Plata–. Cuatrocientos mil hombres y mujeres trabajando de manera directa en un programa espacial desarrollado a lo largo de 10 años, en el que se invirtió el 4,5% del presupuesto de la nación más poderosa del mundo, son cifras que marcan la trascendencia del proyecto Apolo. Una historia que no solo tuvo éxitos rotundos, sino también tragedias, como la muerte de tres astronautas en una prueba (vaya la paradoja) en Tierra [cuando Virgil Grissom, Edward White y Roger Chaffee perecieron por un incendio en la cabina de la Apolo 1]".
Según Bagú, esto fue más que un programa espacial. Permite comprender lo que puede lograrse cuando una sociedad, una nación y sus gobernantes están consustanciados con un ideal. "Se cumple medio siglo de este hecho memorable –agrega–. Y aún nos seguimos cuestionando: ¿valió la pena semejante esfuerzo humano y económico? La respuesta es ‘sí, absolutamente’. ¿Por qué? Porque somos exploradores por naturaleza y siempre nos preguntaremos por el mundo que nos rodea. Porque ese mismo día, el 20 de julio de 1969, comenzó nuestro viaje a las estrellas".
Curiosamente, los viajes de las misiones Apolo no solo arrojaron una imagen más precisa de la Luna, sino también de la Tierra. Tal vez lo más importante que dejaron es la foto tomada en 1968 por el astronauta Bill Anders, de la Apolo 8. Titulada Earthrise (algo así como "amanecer de la Tierra), en ella se ve nuestra casa en el espacio como un punto azul pálido flotando en el vasto océano cósmico, al decir de Carl Sagan. En The New York Times, el periodista Arhibald MacLeish escribió que la Apolo 8 había permitido "ver la Tierra tal como es, pequeña, azul y bella, en ese silencio eterno en el que flota (...) vernos a todos como pasajeros, hermanos (...) en una pequeña balsa a la deriva en la inmensidad del cosmos".