James Lovelock: el creador de la Hipótesis Gaia, la Tierra viva, cumple 100 años
James Lovelock tenía 46 años en 1965 cuando tuvo una suerte de epifanía –según sus palabras- mientras trabajaba en la NASA en busca de rastros de vida en algún otro sector del sistema solar. De repente, al ver que Venus y Marte tenían gases irrespirables, cambió el enfoque y pensó al planeta desde otro ángulo.
"La Tierra está viva, no sólo contiene vida", supuso. "De algún modo la vida sobre la superficie de la Tierra regula la química de la atmósfera, se autorregula como lo hace un organismo", siguió. Y más: la biosfera, la atmósfera, los océanos y la tierra constituyen juntos un sistema retroalimentado que se las arregla para que la vida continúe, algo que sucede desde hace increíbles 4 mil millones de años.
Entonces le contó su protoidea a un compañero de trabajo llamado Carl Sagan, quien, tras salir de un asombro inicial, lejos de desdeñarlo, se interesó por las intuiciones de este químico inglés, que hoy (viernes 26 de julio) cumple cien años. Los conmemora entre festejos personales y una serie de conferencias que organiza la Universidad de Exeter (Inglaterra), que incluye una entrevista con el hombre centenario el próximo miércoles 31 (más datos aquí: https://www.lovelockcentenary.info/).
Desde el momento de su aparición, la idea de "Tierra viva" sumó adhesiones pero también fuertes críticas, sobre todo de biólogos, entre ellos, del profesor de Berkeley James Kirchner. Lynn Margulis -la eminente teórica de la evolución, entonces casada con Sagan- creyó que merecía atención y ayudó a Lovelock a darle base científica, con el debido cuidado de no darle a la Tierra consciencia ni intencionalidad (no ese sentido de estar vivo).
Como toda buena hipótesis además necesitaba un nombre encantador. Entonces, otro amigo de Lovelock, el novelista William Golding (autor de El señor de las moscas; premio Nobel de Literatura de 1983) le sugirió "Gaia", por la diosa griega justamente de la Tierra (también Gea): sería "la Hipótesis Gaia".
Esa idea de fines de la década de 1960 sirvió para dar sustento a los primeros esbozos del movimiento ecologista. Sus ideas fueron atractivas para el naciente movimiento ecológico (reivindicaciones a la Pachamama), tanto como riesgosas por su posible tufillo pseudocientífico. Pero, durante el trascurso de las décadas, Lovelock fue un rival de los ecologistas antes que un referente idolatrado. A su trabajo durante muchos años en la petrolera Shell, se sumaron manifestaciones a favor de la energía nuclear y del fracking (o fractura hidráulica), desdeñó el cambio climático y dijo que los ecologistas se comportaban menos como científicos que seguidores de una religión.
Pero Lovelock tenía una historia previa que excede a Gaia y a los conflictos con ambientalistas. Justamente ese pasado fue el que lo había llevado a trabajar en la agencia espacial norteamericana y a codearse con gigantes como Sagan. Había diseñado un instrumento para medir la atmósfera de los planetas y otro para medir el gas que afecta a la capa de ozono, entre sus aportes más notables. Desde 1974 es miembro de la distinguida Royal Society.
En los últimos tiempos, además, se le ha dado por ejercer esa difusa profesión llamada futurismo al decir que, hacia fines de siglo, los humanos quizá sigan viviendo, pero el control del asunto estará en manos de robots y otras inteligencias artificiales. "Hemos dejado que las computadoras se diseñen a sí mismas, esto se nos fue de las manos y ya es muy tarde. En breve tendrán voluntad e intuición", arriesgó en entrevistas periodísticas.
Ese es James Lovelock, un científico independiente, como se autodefine, un inventor, un pensador singular y heterodoxo que supo ser amigo y consejero de Margaret Thatcher y que empezó a vivir su segundo siglo en este planeta autorregulado. ¿Cuál es el secreto para vivir tanto y en tan buenas condiciones? "Todo me resulta interesante", dijo con inglesa displicencia.