Insólito encuentro científico en la villa La Cárcova
Y sí. Por un día, decidieron cambiar las aulas de la Ciudad Universitaria y de la Universidad de Niza por los pupitres de la diminuta escuela Sin Pan y Sin Trabajo, construida por Lidia Quinteros, delegada de cartoneros, en plena villa La Cárcova de José León Suárez.
Fue así como el cielo plomizo, las calles embarradas y las casas modestas de la villa se convirtieron en el infrecuente escenario donde una decena de matemáticos discutieron de geometría algebraica de alto nivel.
"Tenemos que embarrar un poco la torre de marfil -explica Joos Heintz, doctor en matemática por la Universidad de Zurich, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, investigador superior del Conicet, catedrático de la Universidad de Cantabria y organizador de la reunión. Y enseguida se enoja-: no puede ser que los científicos definan su agenda según unas raras tradiciones y modas, sin enfrentarse nunca a la realidad. Así no nació la matemática. Así no nació la ciencia. La gente empezó con problemas concretos, hizo un proceso de reflexión y abstracción, y después volvió al problema original. Los científicos de hoy ya no son una academia, sino una casta... No saben otra cosa que hablar en un lenguaje que incluso para sus colegas es inaccesible. Utilizar barreras del lenguaje es la mejor manera de esconder la falta de originalidad."
La escuelita de La Cárcova fue creada para dar apoyo escolar a los chicos de los cartoneros. "Esto iba a ser la casa de Lidia -cuenta Heintz-. Yo estaba en España cuando ella tomó la decisión y la ayudamos a terminarla."
"Sí -agrega Lidia, madre de nueve hijos y abuela de once nietos-, nos conocimos en la Asamblea de Palermo Viejo y el profesor nos ayudó mucho, trabajó con nosotros. Por intermedio de Joos surgió la vacunación para los cartoneros y salió la idea de la escuela. Siempre cooperaron y ahora estoy muy agradecida de que hayan venido a hacer este pequeño congreso para reabrir la escuela y que empiece a funcionar la semana que viene."
Uno de los invitados a este infrecuente encuentro fue el doctor André Galligo, catedrático de la Universidad de Niza, llegado al país a través de la cooperación bilateral Ecos entre Francia y la Argentina.
"Me pareció una buena idea empezar la reinauguración de esta escuela con un congreso científico -dice Galligo, mientras un enjambre de chicos de distintas edades juega en el patio o se asoma a la puerta a observar las exposiciones con cara de curiosidad-. Y también ver este tipo de experiencias que me parecen muy positivas. La matemática no modifica lo social, pero participa del desarrollo de la ciencia y la tecnología, y puede ayudar a mejorar las cosas."
Al final del día, Heintz está contento: "El nivel de las charlas fue francamente superior a las que uno escucha en un congreso internacional", asegura. Y coincide Verónica Becher, investigadora del Conicet: "Lo más interesante es que todas las presentaciones fueron trabajos en ejecución y esto cambia el paradigma de los congresos actuales, donde se presentan muchos trabajos muy prolijitos, pero también poco originales. Las presentaciones que pudimos escuchar fueron esencialmente una larga lista de fracasos, que es con lo que más se aprende. Porque las grandes verdades son muy simples, pero descubrirlas es muy difícil".
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