El abismo de la eternidad
Tal como muestra la célebre metáfora bíblica (en la que Adán y Eva sufren el castigo divino por atreverse a probar los frutos del árbol del conocimiento), lanzarse a la búsqueda de la verdad es una empresa que no carece de riesgos.
Sin duda, uno de los conmovedores ejemplos de estos cruzados que se deslizan al borde de los precipicios de la enfermedad mental -y, en ocasiones, se despeñan sin remedio- en su intento por arrancarle al universo alguno de sus secretos es el del matemático John Nash, cuya lucha con los fantasmas de la esquizofrenia es tema del film Una mente brillante , actualmente en cartelera en Buenos Aires.
Nash, que a los 21 años escribió el trabajo de 27 páginas que medio siglo más tarde le valdría el Premio Nobel de Economía, fue uno de los que establecieron los principios de la teoría de juegos (un área que estudia los métodos de toma de decisiones racionales en situaciones de conflicto).
La psicosis destruyó su carrera y, casi, su vida. Según contó en su autobiografía: "Pensaba que era un hombre de gran importancia religiosa, y escuchaba voces todo el tiempo. Escuchaba en mi cabeza llamadas telefónicas de gente opuesta a mis ideas... el delirio era como un sueño del que nunca parecía despertar".
Pero no fue el único. Kurt Gödel, el matemático nacido en Moravia en 1906 que demostró que no importa el conjunto de axiomas que se use, siempre habrá preguntas que la disciplina no podrá responder (Teorema de incompletitud), desarrolló desde joven una hipocondría extrema y llegó a creer que alguien intentaba envenenarlo. Se rehusó a comer y casi muere de inanición.
Georg Ferdinand Ludwig Philipp Cantor, nacido en 1845 en San Petersburgo, revolucionó la matemática con su Teoría de conjuntos infinitos, pero padeció desde los 40 años ataques de depresión que lo arrojaban a clínicas psiquiátricas y lo hacían dudar de su propia obra. Murió en un hospicio.
Paul Erdös escribió o fue coautor de 1475 trabajos, muchos de ellos monumentales y todos importantes. Dedicó a la matemática 19 horas diarias hasta el momento de su muerte, el 20 de septiembre de 1996, pero "no tenía interés alguno en el alimento, el sexo, el arte, las compañías sociales y todo lo que se considera indispensable en una vida normal", escribe Paul Hoffman en su biografía The Man who loved only numbers (Hyperion, 1998).
Nash estuvo perdido para el mundo y para la ciencia durante más de dos décadas. Luego, poco a poco sus fantasmas comenzaron a desvanecerse, pero eso soluciona su problema. Entre otras cosas porque, según dice, "el pensamiento racional impone un límite a la relación de una persona con el cosmos". Sin la locura, piensa Nash, los genios pueden ser uno más de los miles de millones de individuos que viven y son olvidados.
Igual que Ulises en la Odisea , quienes se aventuran en las altas cumbres del conocimiento corren el peligro de sucumbir a los cantos de sirena de la eternidad.