Científicos argentinos desentrañan mecanismos de la adicción al paco
Las adicciones son uno de los grandes temas de la neurobiología actual. Para analizar los efectos de una droga, los investigadores suelen ofrecerle a un grupo de roedores un suministro ilimitado de esa sustancia, y a otro, comida y agua. Los del primer conjunto literalmente se mueren porque no pueden dejar de consumir. Pero si en lugar de estar en jaulas individuales, están acompañados de sus congéneres, eso no sucede, de lo que se desprende que los mecanismos de la adicción son complejos y estarían modulados por la vulnerabilidad afectiva y social de los individuos.
Acerca de esto, que puede parecer una verdad de Perogrullo, no hay casi estudios en personas. Y menos aún en el caso del paco, cuyo consumo ya está considerada una catástrofe social en América latina, y ahora también en África, en chicos y adolescentes de los estratos más pobres.
"Sobre el paco hay pocos reportes y ningún estudio en torno de los cambios neurocognitivos por consumo crónico de la droga –explica Agustín Ibáñez, director del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (de triple dependencia, Ineco-Favaloro-Conicet)–. Gracias a la Fundación Florencio Pérez pudimos empezar a estudiar un aspecto vinculado con un mecanismo conocido como ‘interocepción’ [es decir, la capacidad de sensar las propias señales corporales], que algunos llaman ‘el octavo sentido’". El trabajo se publicó en Neuropsychopharmacology, una revista científica del grupo Nature.
El paco es un residuo de la extracción del alcaloide de la coca. Es una droga de bajo costo, que se procesa con ácido sulfúrico y querosene. Ingresa al organismo luego de ser fumado, pero tiene un efecto tan efímero que genera una rápida dependencia y consecuente aumento de la frecuencia de uso, que puede llevar a consumir decenas de dosis diarias.
Para colmo de males, el pico de adicción se da a los 17, una época crítica para el desarrollo del cerebro. A esa edad, ya el 60% desarrolló dependencia y padece sus efectos.
"El hecho de que áreas cerebrales que son relevantes para evaluar riesgos, y mantener las emociones y deseos bajo control aún estén desarrollándose en la adolescencia aumenta el riesgo de tomar malas decisiones (como probar drogas o continuar usándolas) y además los hacen más vulnerables a su toxicidad –explica Teresa Torralva, coautora del estudio–. El abuso de sustancias en la adolescencia puede afectar la función cerebral en áreas críticas que se relacionan con la motivación, la memoria, el aprendizaje, el juicio y el control del comportamiento".
Para entender un poco más el papel que cumple la interocepción en los mecanismos de adicción, el equipo de neurocientíficos liderado por Ibañez les planteó a un grupo de 72 adolescentes, entre los cuales había 25 consumidores de paco, 22 de cocaína y 25 sujetos sanos, una tarea que consistía en "seguir" a su corazón y apretar un botón cuando creían que estaba latiendo, mientras los científicos observaban la actividad cerebral en forma directa y también offline, con un resonador.
"Seguir a tu corazón es muy difícil, a la mayoría le va muy mal –cuenta Ibáñez, también profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez–. Pero lo que encontramos es que estos chicos se desempeñaban mejor, tenían una hipersensibilidad a sus estados internos. Además, medimos algo que técnicamente se llama ‘potenciales evocados del latido cardíaco’ (HEP, según sus siglas en inglés). Es una señal del corazón al cerebro, que se modula cuando uno le presta atención al primero, y vimos que los tenían más elevados. Además, se asociaban con una especialización de estructuras cerebrales críticas para la interocepción, particularmente la ínsula [ubicada en la superficie lateral del cerebro, dentro del surco lateral que separa las cortezas temporal y parietal inferior]. Estas áreas interoceptivas se desconectaban y se volvían más independientes del resto del cerebro; es decir, que registramos una reorganización o especialización de redes que se volvían más autónomas".
Cabría preguntarse si esto es producto del consumo o una condición predisponente. Y si bien no se sabe, algunas evidencias indicarían que es más probable lo segundo, ya que hubo una asociación entre el grado de consumo y la especialización. "Además –subraya Ibañez–, este efecto es específico de los chicos que consumen paco".
Este estudio es el primero que reporta una diferencia notoria entre usuarios de paco y de cocaína. Por otra parte, el poder de reorganización pareciera bien específico de la primera sustancia.
"Nuestro trabajo brinda la primera evidencia empírica de la relación que hay entre el consumo de sustancias y el exceso del monitoreo de las señales corporales; esto último podría ser un aspecto clave del comportamiento adictivo a sustancias –subraya Lucas Sedeño, otro coautor–. Y sienta un precedente para el estudio del monitoreo de señales corporales en el consumo de pasta base y en otras drogas".
Y concluye Laura Alethia de la Fuente (primera autora): "En este estudio los chicos participaron porque percibían que el consumo abusivo los había perjudicado, pero sobre todo para que exista información para otros. Era duro solo escuchar las historias de vida, en varios casos el consumo fue el último de los problemas".
Dado que hasta ahora solo se cuenta con tratamientos sintomáticos, el trabajo también permite imaginar posibles aplicaciones terapéuticas; en parte, aprendiendo a regular la reacción a señales corporales, por ejemplo con meditación o mindfulness.